Este es el texto de la segunda de mis participaciones en el
Diálogo Multicultural Universal 2012 (la primera se encuentra
aquí), presentada en una mesa compartida con
Arturo Meza. Búsqueda y vivencia de la espiritualidad basada en el territorio
Luis G. Abbadie
“Algunos insisten en que los brujos de hoy no tenemos historia real. Pero la tenemos. Hacen esa afirmación o insistencia errada en parte, quizá, porque nuestra verdadera historia no se encuentra escrita en libros, pero existe directamente en la Sangre. Es una historia viva. Y puede siempre ser reclamada y renovada porque es una historia viva. Puesto que aquellos que mueren, mueren sólo para nacer otra vez, y aquellos que son llamados a ser brujos en esta época no son sino los mismos brujos que conocimos en el pasado remoto, aun si algunos están por recordarlo todavía…”
-Veronica Cummer, Sorgitzak, p. 283
La religión es reconocida con frecuencia como una necesidad humana, una guía, búsqueda y hallazgo. Pero en lugar de hablar sobre qué es lo que buscamos o nos motiva a hacerlo, veamos cómo se produce esa búsqueda, cómo se vive la experiencia de encontrar ese objetivo. El estudio académico de la necesidad religiosa sólo puede llegar hasta cierto punto; la vivencia religiosa rebasa lo social, lo psicológico, lo racional, y no es explicable salvo por la experiencia, no puede ser compartido si no es entregándose al hecho mismo.
¿Cómo se produce esa búsqueda? Puede ser a través de la fe en que la persona fue educada; si las fórmulas, estructuras y dogmas no parecen satisfactorias, ese impulso básico no puede ser negado, ni ser satisfecho por una ortodoxia “cómoda” por el hecho de ser mayoritaria o familiar. La búsqueda de lo divino rebasa entonces las formas, los límites prestablecidos. Algunos se conforman con seguir su religión natal de forma liberal, sin ceñirse a sus normas y dogmas; otros más buscan una religión alternativa, una vía más congruente para ellos que conduzca a lo divino, y asumen las normas y doctrinas de su nueva fe. Otros más eligen religiones menos estrictas con amplio margen de personalización e innovación. Por último, algunos prefieren desarrollar una religión -o religiosidad- personal, ya sea desde el cómodo eclecticismo hasta el asumir el trasfondo de alguna religión sin sujetarse a sus formas.
Por otra parte, ¿qué es lo que encuentra el buscador religioso al final de la jornada? Para algunos hay simple seguridad, confianza y fe que enriquecen sus vidas; para otros, una visión sobre la humanidad y sobre el cosmos que satisface su perspectiva personal y ofrece respuestas a algunas interrogantes; para otros más, la vivencia de la cercanía, comunión y comunicación con lo divino, ya sea por medio simbólico en el ritual, como diálogo interno, a través de la meditación, o incluso a través de estados alterados de consciencia -meditación profunda, trance, experiencias extáticas. Dentro de esta tercera variedad, quedan englobados quienes a través de la vivencia religiosa buscan llenar otra necesidad personal: la de hacer plenas sus vidas a través del servicio a su comunidad, por medio del sacerdocio.
Esta búsqueda posee ciertas particularidades propias de cada fe, sin embargo, es una necesidad común a toda la humanidad; son las particularidades del individuo las que se traducen y reflejan en la manera de aproximación a lo sagrado propia de cada fe.
Para quienes nos denominamos paganos lo sagrado está tan cerca como el suelo bajo nuestros pies; como se dice en la Encomienda de la Diosa, un texto muy utilizado dentro de la Wicca y de la Stregheria:
“Sabe que tu búsqueda y añoranza nada te valdrá, a menos que conozcas el misterio: Que si aquello que buscas no lo encuentras en tu interior, entonces jamás lo encontrarás afuera de ti”.
El concepto de que la naturaleza es sagrada es compartido por muchísimas culturas y religiones, y la “Madre Tierra” es para muchos una bella metáfora; sin embargo, para quienes seguimos una espiritualidad basada en la tierra, aunque esto no deja de ser metafórico, es mucho más que ello. Es algo que vivimos en todos los niveles.
Si bien es verdad que la Tierra es una, que -en términos modernos- Gaia es un organismo inclusivo a nosotros, la moderna “teoría Gaia” no contempla aspectos intrínsecos de muchas tradiciones paganas: cada región particular alberga sus espíritus territoriales, aun sin hablar de espíritus directamente cada sitio posee no sólo características geográficas y orográficas distintas sino propiedades espirituales particulares (cabe señalar que estoy utilizando una y otra vez palabras y conceptos diversos y no del todo exactos para hacerme entender). En todo caso, la espiritualidad pagana es, desde sus orígenes, regionalista; los paganos nos reconocemos vinculados con el territorio sagrado. Más que un sacerdocio en el sentido eclesiástico, los sacerdotes y sacerdotisas antiguos, los hombres y mujeres sabias de las aldeas, se encargaban de comunicarse con los espíritus del territorio, buscar la prosperidad de los sembradíos y de la caza diaria, combatir las enfermedades por medio del uso de hierbas y raíces, alinearse con el fluir cíclico de las estaciones.
Esto se desarrolló presumiblemente a través de la experiencia humana diaria, en los tiempos de los primeros nómadas y de los asentamientos primitivos; y si bien la era de la fundación de ciudades produjo enormes cambios en la vida humana, nuestros tiempos han producido situaciones mucho más complejas.
¿Qué implica para una espiritualidad basada en el territorio la migración a regiones diferentes? La migración estaba resuelta para los pueblos antiguos, al reconocer y consagrarse a los espíritus de su nuevo territorio tras haberse despedido el anterior. Se habla de familias que al trasladarse, llevaban consigo piedras ancestrales tomadas del lugar donde habían habitado, para conservar su legado territorial. Un collar de piedras largo podía ser usado por pueblos que habían migrado muchas veces, con una piedra como vínculo con cada morada en su trayecto. Y al llegar al nuevo hogar, lo primero era saludar y honrar a los guardianes del lugar, a los ancestros cuyos restos habían sido sepultados en estas tierras desde la antigüedad; mostrar respeto hacia los espíritus y no sólo hacia los vecinos humanos en la provincia.
Pero en tiempos modernos, una persona que viaja de manera constante, que vive durante semanas o meses en distintos sitios del mundo, ¿cómo se mantiene integrada? ¿Con qué territorio se vincula? Este es un tiempo en el que más de un sitio puede ser nuestro hogar, sin embargo -desde algunas formas de paganismo, y en particular desde la perspectiva de un cunning man o brujo como la mía- es aun más necesario ese vínculo; un cunner sin territorio es un árbol desarraigado, y no podrá sostenerse por mucho.
Lo que me conduce a una cuestión aun más compleja. Nosotros que utilizamos las usanzas europeas para buscar la unión con el territorio, ¿cómo podemos hacerlo de manera congruente y eficaz, con el respeto debido, en el mal llamado nuevo mundo?
Algunos de los que seguimos formas de cunning craft del altiplano escocés, describimos nuestra praxis como trabajar for Land and Shire, algo que he intentado traducir como por Territorio y Provincia. Territorio se refiere no al aspecto geológico sino al Territorio Sagrado, lo que podríamos llamar la contraparte espiritual de esta región particular correspondiente a Elphame o -dicho en lenguaje común- el reino de las hadas, el mundo de los espíritus. Por otra parte, la Shire o Provincia es la comunidad humana a la cual pertenecemos, la sociedad que habita y se desarrolla en la región que habitamos. Por lo tanto, como decía, trabajamos por Territorio y Provincia; es decir, por los espíritus y potencias sagradas de nuestra región, y por las personas de la comunidad a la que pertenecemos. En otros tiempos esto se hacía de manera pública, y la comunidad reconocía a los cunning folk como quienes desempeñaban esa función particular para su comunidad; esto es similar a como ocurre todavía con los curanderos y hombres y mujeres sabias de las comunidades indígenas en muchos lugares de América.
Y la analogía no termina allí, aunque por razones obvias debemos cuidarnos de simplificar en exceso y pretender que lo que es análogo es lo mismo. Nuestro trabajo se centra, pues, en el Territorio, ese reino metafóricamente situado “bajo las colinas” con el cual buscamos la integración, el respeto, el concilio. Somos hijos de este territorio y parte de él. Somos herederos de estas usanzas y parte de ellas.
Pero ¿cómo conciliar, quienes como en mi caso habitamos alguna parte de Latinoamérica, nuestra aproximación a lo sagrado de esta tierra por medio de nuestra praxis desarrollada por nuestros predecesores europeos, con las usanzas todavía vivas de los pueblos que son parte de este territorio desde la antigüedad, y cuya unión y representación del mismo es una praxis viva? Nuestro Elphame es para ellos el Tlalocan, o bien puede tener diferentes nombres según las culturas y lenguas de cada comunidad indígena (y no es tan casual que para un antropólogo, tanto Elphame como Tlalocan pertenezcan al ámbito abstracto de las religiones de los pueblos antiguos, a pesar de que son conservados con discreción por practicantes vivos y actuales, como algo intrínseco en sus respectivas cosmovisiones). Los espíritus, los habitantes de las colinas, los guardianes, que han interactuado con los pueblos originarios de estas tierras desde épocas ancestrales, son aquellos con los que los practicantes de las tradiciones europeas buscamos comulgar. ¿Pero qué sucede cuando nos aproximamos a ellos con estas usanzas ajenas a estas tierras?
Me pregunté si sería conveniente discutir esta presencia espiritual; sin embargo, sobre todo en el caso de formas de espiritualidad tan íntimas como las paganas, donde es muy frecuente que no haya comunidades grandes ni servicios o festividades públicas, es imposible discutir lo externo sin hablar de lo interno; hablar de la provincia sin hablar del territorio.
Hay quienes nos cuestionan por recurrir a creencias y usanzas originarias de otros continentes en lugar de abrevar de nuestra herencia directa como mexicanos, como hijos de este territorio tan sagrado y rico en tradiciones vivas. Sin embargo, ¿cómo podríamos, aun si lo deseamos, entregarnos a esas tradiciones? Intentar una reconstrucción tambaleante a partir de libros sería irrespetuoso no sólo a dichas tradiciones, sino también a los herederos directos de las mismas, los practicantes de las comunidades indígenas. Pero entonces, ¿qué hacer? Si nos aproximamos a ellos deseando aprender, nos rechazarán con todo derecho, y lo tomarán como que deseamos robarles incluso su espiritualidad o desvirtuarla, como han hecho muchos ya, al adoptar falsos sistemas calendáricos y atribuirlos a los pueblos ancestrales, o bien mezclando misticismo oriental con conceptos y símbolos indígenas. Pero si está “mal” buscar una espiritualidad lejana en Europa, y la espiritualidad “nuestra como mexicanos” no nos es accesible, ¿qué nos queda?
Pero nuestra situación es mucho más compleja, y tenemos más de dos opciones. Es muy patriótico y admirable mostrar interés, respeto y orgullo por las tradiciones ancestrales de nuestro país y región, pero nuestra herencia es mucho más diversa. ¿Por qué elegimos perseguir una fe “extranjera”? ¿Cómo justificarla? Todos somos mestizos en mayor o menor grado, productos de este crisol de razas y culturas. Tan sólo quienes poseemos ancestros españoles podemos tener, de esta manera, sangre ibera, árabe, euskera, romana, celta, visigoda, quizá incluso egipcia.
A lo cual hay que añadir una cuestión fundamental que rebasa la mera razón: algunos creemos que nuestra verdadera senda espiritual nos elige a nosotros, nos llama con una voz que resuena en lo más hondo de nuestro ser, y que es más fuerte que cualquier elección personal.
Si una cosmovisión en particular ha resonado con uno, no con nuestra estética o con una mera rebeldía adolescente hacia la fe de nuestros padres, sino que ha hecho eco en el corazón, si esa chispa del fuego sagrado en el fondo del ser se ha removido en busca de crecer y arder junto al fuego primero, es que hay un vínculo en nuestro interior. Quien sigue una espiritualidad, por ejemplo, céltica, si investiga, es muy probable que posea ancestros de origen celta, aun si son alejados en el tiempo por muchas generaciones. El mestizaje implica que tenemos conexiones, a veces muy directas, a veces mínimas y difusas, con numerosas herencias tradicionales; lo que no significa que podamos o debamos tomar libre e indiscriminadamente de todas ellas.
Así como pueden saltar decenas de chispas de un fuego sobre la leña de una fogata y varias encienden por instantes antes de extinguirse, mientras que una o dos generan una llama que se mantiene viva, así ocurre con esos legados; si intentáramos explorarlos todos y recurrir a ellos sin discernir, sin seguir nuestro curso particular, seria como si demasiadas chispas encendieran en ese leño, creando una llamarada que lo consumirá con rapidez excesiva, sin darle oportunidad de generar el calor que era su propósito.
Lo que deseamos los que preservamos las usanzas originarias de Europa no deseamos despojar o suplantar a las usanzas originarias de América. Por el contrario, damos reconocimiento a ellas y a sus custodios. De ninguna manera deseamos contaminarlas, subordinarlas o sustituirlas, pues las consideramos tradiciones hermanas, vinculadas a la sangre y al territorio.
Cuando trabajamos en estas tierras de acuerdo a nuestras Usanzas, lo hacemos como hijos que somos de este territorio, nosotros que nacimos y crecimos aquí, al igual que hicieron nuestros padres, somos parte de él, aun si no pertenecemos a una comunidad originaria y si hablamos una lengua traída de Europa. Esto no nos brinda ningún derecho, sino una responsabilidad como paganos hacia nuestro Territorio y hacia sus fuerzas sagradas, hacia los ríos y pozos y montañas, las cuevas y los senderos de los espíritus, hacia sus guardianes y hacia los ancestros que lo habitan.
Así como ocurría en el pasado, durante las migraciones de familias o pueblos, nuevos territorios reciben a viejas usanzas; mas esos territorios son nuevos sólo para los recién llegados, ya que son tan antiguos como cualquier otro. Pero aunque las usanzas sean intrínsecamente regionalistas en su estructura, y cada territorio posea características particulares, las mismas fuerzas subyacen la totalidad de nuestro planeta. Como solía decirse en el Altiplano escocés, “Dondequiera que dos caminos se crucen, una serpiente se alza, y una llama alumbra”. Y son estos los caminos de los espíritus, los senderos rectos, identificables con las “líneas Ley” o con las “corrientes dragón” del Feng Shui; los flujos de energía telúrica. La serpiente simboliza el flujo de una fuerza en ascenso donde estos caminos convergen, y la llama es el Fuego sagrado, el obsequio del Maestro de las Usanzas, aunque el obsequio es hacernos conscientes de ese Fuego que ya arde dentro de cada uno de nosotros, esa chispa divina que nos une nuestra Fuente, para que podamos avivarlo y convertirlo en llamarada que irradie y puede hacer crecer la llama en todos nosotros.
Al llegar a un territorio nuevo, para conocerlo, hay que observar a los animales y las plantas; en cada sitio son diferentes, esto evidencia lo que sabemos: los territorios son diferentes. Cada uno tiene sus características, sus guardianes y su naturaleza muy particular. Esto lo expresaban mis Ancestros en palabras que ahora transcribo a manera de conclusión, añadiendo una última línea que me parece congruente con nuestros tiempos:
“Observa los animales y conocerás el corazón del territorio, observa a sus hombres y conocerás su fuerza, observa a sus mujeres y conocerás su vientre, observa sus montañas y conocerás sus guardianes, observa sus plantas y conocerás sus hábitos y gustos, observa sus cañadas y conocerás sus heridas, observa sus piedras y conocerás su espíritu, escuchando sus vientos y conocerás su enseñanza, observa sus arboles y conocerás a sus hijos, observa sus fuentes de agua y conocerás su sangre, observa sus arrugas y conocerás su edad -que es su sabiduría. Observa sus pueblos y conocerás su amor.
“Observa sus ciudades y conocerás su paciencia”.