Lo prometido es deuda. Dije que haría un spamano y ya tengo el primer capítulo ^^ Es una continuación de Dolce Primavera pero esta vez centrada en España/Romano, puede que Veneciano y Alemania hagan alguna aparición por ahí pero todavía no es seguro con cuánta importancia. Si quieren ver lo que sucede después, dense un salto por el
omake de Dolce Primavera!
Fandom: Hetalia
Rating: PG-14
Personajes/Parejas: España/Romano
Resumen: Romano Vargas se encontraba en el pico de una encrucijada que le oprimía el pecho desde hace meses. Su hermano Veneciano había tenido un bebé y ahora su amado España quería el suyo propio. Pero realmente, ¿Qué pensaba él al respecto?
Advertencia: yaoi, mpreg
No era algo que él pidiese, pero de tenerlo, una vida no le alcanzaría para agradecer semejante regalo.
Romano Vargas se encontraba en el pico de una encrucijada que le oprimía el pecho desde hace meses. Su hermano Veneciano había tenido un bebé y ahora su amado España quería el suyo propio. Lo atormentó hasta el hastío imaginando lo hermoso que sería ese niño, y lo encantadora que se volvería su vida los tres juntos. Era insoportable. Más azúcar y se volvería diabético. Pero realmente, ¿qué pensaba él al respecto?
Amaba a España aunque no quería reconocerlo, aun siendo una pareja y aceptando sus caricias todas las noches, nunca confesaría abiertamente sus sentimientos, que lo amaba desesperadamente y quería hacerlo feliz. Ahora el punto era ¿Sería capaz de hacer semejante sacrificio por él? ¿También lo quería?
Durante meses se analizó a sí mismo en busca de una respuesta decente. Hace mucho que ya no era un niño y lo que pensaba de ellos era que eran molestos, pero que se merecían lo mejor. De hecho una tarde en la plaza no sería lo mismo sin un par de niños riendo y jugando por ahí. Si un niño le sonriera solo a él… le iluminaría el día.
Aún con la mente turbia, decidió quedarse unos días en casa de ese bastardo. Lo veía sonreír y preparar café, siempre atento a lo que Romano quisiera, y luego intentaba imaginar un ser mezcla de ambos, con la sonrisa de uno y los ojos del otro. Era bastante difícil.
Durante el almuerzo tranquilo lleno de charla sin sentido, se quedó pensando que cuando los niños llegan, la paz se acaba, que tendría que priorizar al niño sobre todas las cosas y que ya no podría monopolizar a España. Su vida cambiaría radicalmente. Pero pensándolo 2 veces, las naciones viven vidas muy largas y el tiempo que tendría que hacerse cargo de un hijo resultaría corto en comparación. Pero quedarían los recuerdos…
Luego de comer se sentaron a ver televisión, una comedia sobre quién sabe qué, y la mente de Romano seguía maquinando. Sería interesante ver luego en qué tipo de persona se convertiría, un hombre de bien de quien sentirse orgulloso. Entonces llegaban pensamientos oscuros de recuerdos de guerra y la impotencia de muchos como él que tienen que ceder ante sus jefes de turno.
-Romano, has estado muy distraído todo el día ¿Sucede algo?
-Nada, solo estoy aburrido.
-¿Qué te gustaría hacer? -ronroneo España empezando a rodear a su querido Romano.
-Vamos a la playa -dijo Romano levantándose y dirigiéndose a la puerta. España estaba algo confundido, pero conociendo a Romano, solo se levantó y fue tras él.
El viento soplaba apacible al final de la tarde mientras el cielo se teñía de rojo. Ambos caminaban descalzos al borde del mar sintiendo la arena aun cálida bajo los pies y el agua salada del mar salpicándoles el rostro. El sonido de las olas calmaba la mente del italiano pero no le daba respuesta. Recostó su cabeza en el hombro del español en busca de confort preguntándose “¿Qué hago?”.
España sabía que Romano le correspondía, pero no era normal en él dar muestras de afecto o andar tan meditabundo. Algo no andaba bien y no iba a soltarlo así de fácil. Lo único que se le ocurrió para animarlo fue coger sus zapatos y echar a correr.
-¡Desgraciado! ¡Esos son Ferrini!!!!
-¡Si los quieres ven por ellos!
Romano corrió convirtiendo su frustración en rabia y finalmente en cansancio. Con un último aliento se lanzó sobre España tumbándolo sobre la arena, donde los forcejeos se convirtieron en abrazos, y los reproches y excusas en besos.
Se apresuraron a llegar a casa, dejando prendas tiradas en su trayecto hacia el dormitorio principal. El fuego era indecible y las ganas inaguantables. Finalmente llegaron a la cama y España se estiró para buscar un preservativo en su mesita de noche, pero Romano lo detuvo y lo acercó hacia sí bruscamente.
-Muy lento- le dijo antes de devorarlo a besos y hacerle olvidar lo que estaba por hacer.
”Que sea lo que Dios quiera”, pensó,” voy a darte solo una oportunidad bastardo, así que aprovéchala”. Así, bajo la luna llena, se amaron sin piedad una y otra vez hasta que llegó la mañana.
FIN