Una vez más, Mal Augurio abre (o -mejor dicho- reabre) sus puertas: trompetas apocalípticas, chirriar de goznes, aleteo de murciélagos, órganos de iglesia, corretear de ratas, y, claro, risotadas perversas mientras una mano atiborrada de anillos acaricia a un gato mal encarado.
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