Hubo una vez en un país muy lejano, más allá de donde la imaginación es capaz de alcanzar, un pequeño estanque de aguas frescas y claras. Aquel estanque vivía embelesado contemplando el cielo que lo cubría, y escuchando como el agua se entretenía resbalando entre las piedras del arroyo que permanentemente lo alimentaba
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El viajero sin destino
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