FELIIIIIIIIZ CUMPLEAÑOS ERE!!! Original de Olímpicos para ti!!! 2

May 26, 2013 02:17


(Y DE AQUÍ VENIMOS)
¡Seguimos por aquí! Pero antes, decir que quiero darle un graaaaan abrazo a dirtylaw, porque de repente le salí con que puede que te guste esto, y ella lo leyó, y lo beteó y se emocionó… Con la primera parte.

Así que dos cosas, si ven “orrores” varios en esta segunda parte es porque, como suele pasar, me emociono al terminar algo y lo subo sin beteo correspondientes que luego, en días, iré haciendo en el post. Y segundo, así como espero que Ere se vea resarcido de tanto angst en la primera parte con este final, espero que dirtylaw también salga con una sonrisa al leer esto.
¡A por ello!

Al caer Constantinopla, parte final

-o-Atenea volvió a maldecir mentalmente a Hermes. El dios de los mensajeros, viajeros y ladrones había desaparecido desde que el Olimpo dejó de existir.
¡Cobarde! Gritó en su mente Atenea, y el cuerpo se le tensó de rabia. La realidad no dejaba de darles reveses. Justo tenía que ser ese egoísta e infantil dios el que necesitaban para poder sobrevivir. ¡Cómo deseaba ser ella la que estuviera en su posición! Para Atenea, era mucho peor la impotencia que una pesada responsabilidad.
Si no hubiera tenido algo qué hacer, no habría podido sobrevivir a sí misma, su mente y corazón desolado. Había hecho de todo, trabajos de sirvientes en mayor medida, agradecida porque siempre había algo más de lo que hacerse cargo.
Cuando maldijo a Hermes, estaba prendiendo fuego a estacas que había puesto en los sitios donde estaban los heridos. Atenea se había dado cuenta de que había perdido gran parte de su visión nocturna desde la noche anterior. Asclepio y los otros sanadores debían estar peor que ella, y por eso les ayudaba iluminándoles.
Volviendo a la cueva para dejar el tronco con fuego en el hogar, Atenea miró hacia el cielo. El atardecer estaba acabando, el viento frío arreciaba por el campamento y los árboles susurraban con fiereza en respuesta. Atenea se frotó los brazos con las manos en la intimidad de la cueva. No había sentido realmente el frío desde hacía más de mil años…
No pudo evitar recordar a Eolo al oír el “cántico caótico de los árboles”, como él le llamaba… 
Atenea se mandó a dar con una nueva tarea de la cuál hacerse cargo. Sabía que pronto daría con algo. Había poco más de dos mil seres solo en esa colina, donde estaba el campamento improvisado. Aunque ellos no eran los más que más necesitaban su ayuda. Por más que estaban en su peor momento, tenían comida y atuendo proporcionados por Hestia y Démeter, cuidado médico de Asclepio y los suyos, protecciones mágicas por Nix, Hefesto y una algo recuperada Artemisa; además de los honores fúnebres oficiados por su padre.
La otra mitad del panteón estaba desperdigado por lugares recónditos de Europa o Asia, algunos en Constantinopla aún. Muchos de ellos debían estar heridos, algunos de mortal gravedad, y todos con gran dolor en el alma. Rogando porque sus dioses le socorrieran.
Atenea se masajeó compulsivamente su rostro y respiró hondo, escondida en sus manos, oliendo a tierra, sangre y especias de sus palmas. Se inculpó nuevamente de no tener la fuerza de voluntad para abrirse al panteón, porque el horror de sentir ese dolor, ese reclamo y súplica era más fuerte que ella misma. 
¡Por eso maldecía al estúpido cobarde de Hermes! Sin su dios de los viajeros, y después del brutal ataque, los dioses ya no podían aparecer y desaparecer a su antojo ellos mismos, menos a otras personas. Solo Hermes podía movilizarse entre ese campamento y los demás. Y, también, solo él podía cambiar de localización a todos los dos mil seres de ahí. Hermes era el único que los podía ayudar a huir, sin el inconveniente de estar desprotegidos en el camino. Con él, solo desaparecerían de ahí y aparecerían en otro lugar seguro, hasta que fuera momento de irse nuevamente.
Pero de nada servía que estuviera deseando y maldiciendo a Hermes a partes iguales. Hasta Ares se había dado cuenta de que era hora de planear según la realidad que tenían.
-¡Deja de jugar a la maldita plebeya, y por lo menos pon algo de orden en las vigilancias! -le había gritado el dios de la guerra, cuando se la había encontrado en un empinado camino en el bosque. Junto a unas ninfas acuáticas y otros, llevaba agua hacia el campamento.
-Nix y tú ya lo han hecho. Mis lechuzas se posicionarán en la noche… Ahora, aparta de mi camino.
Ambos se habían sorprendido de lo bien que se llevaban en una situación tan difícil.
Antes de quemar los cuerpos de los últimos muertos a media tarde, Zeus les había pedido a los dos que fuera a su campaña después de cenar, para que decidiera su estrategia de huida. 
… Repartir la comida para la cena. Ya había dado con la actividad que necesitaba para olvidar todo por un instante. En el camino, cogió una de las estacas con el fuego, para iluminar el camino que había decidido hacer.
En el camino hacia donde estaba Démeter y sus frutas, sintió la mirada de todos en el cuerpo, y vergüenza al imaginar sus pensamientos. Una diosa que necesitaba el fuego para poder ver… Alguien la tomó fuerte del brazo.
En condiciones comunes, Atenea habría hecho una intentona de golpear a quien la tocaba tan intempestivamente, sin siquiera saber de quién se trataba. Pero, esa vez solo dio un respingo y miró hacia la dirección del movimiento con un retortijón de temor en la boca del estómago.
Cuando vio de quien se trataba, el alivio y enojo la inundaron a partes iguales. Tiró con brusquedad la antorcha y, aunque igual pudo haberle dado un puñetazo, su impulso fue abrazarlo con fuerza.
-¡Estúpido inconsciente, temíamos que estuvieras muerto! -le exclamaba. Lo soltó rápidamente y le tomó los hombros con fuerza, como intentando evitar que se le escapara. Mirándole directamente a los ojos, muy severa, le preguntó-: ¿Dónde has estado todo este tiempo, Hermes?
Si había buscado algún retazo de disculpa en él, no lo encontró, aunque la poca luz que le quedaba al día podía haberle hecho perderse matices de su rostro. Lo único que pudo vislumbrar era su barba irregular y cansancio en una mirada que solía ser muy vivaz.
-Aquí y allá… -hasta se encogió levemente de hombros.
El enojo ganó al alivio. Le tomó con más fuerza, y respiró con dificultad al controlar su tono de voz.
-¿¡Cómo puedes…!? -Pero la sensación de la desaparición tan repentina la hizo callar.
Cuando apareció, Atenea soltó a Hermes, desubicada. Miró hacia arriba y los lados, pero solo vio un bosque de árboles espaciados y el atardecer. Podía ser cualquier lugar lo suficientemente lejos del campamento como para tener una diferencia horaria.
Su pie topó con algo a un lado y al mirar hacia ese lugar el mundo se movió a su alrededor, y el dolor llenó dolorosamente su pecho, ahogada porque no podía respirar ni mover. Aspiró aire y se movió al recordar una y otra vez en su mente, que ella era capaz de revertir la muerte de Prometeo. Sin entender lo que sabía que Hermes le estaba diciendo, no dejó ni un pensamiento en la joven que estaba acostada en el suelo junto a Prometeo, y se agachó a la par de él.    
No inspeccionó sus heridas. No había luz suficiente para eso, y tampoco quería centrarse mucho en las quemaduras y piel derretida de un lado de su cuerpo. Con menos delicadeza de lo que había deseado, movió el cuerpo de Prometeo para que estuviera de espaldas a ella. Le arrancó la poca tela que aún cubría su cuerpo y, luego, le quitó la tierra de la piel.
Se desinfló de alivio.
El hechizo seguía intacto. Era una franja tatuada, hecha por líneas sinuosas que hacían y encadenaban símbolos, por encima de la columna vertebral por toda la espalda y subiendo hasta el centro de la cabeza.
Atenea había acariciando la piel del tatuaje, y terminado apoyando las palmas en él, con los ojos cerrados. Estaba tan confundida por sus emociones, que no podía dar con el hechizo hablado necesario para accionar el tatuaje. Le costó más de lo que esperaba tranquilizarse lo suficiente para desatar el bloqueo mental. Cuando logró recordar el hechizo, empezó a susurrarlo y a dar de su energía a Prometeo para ayudarlo a revivir. Y no dejó su posición ni para secarse las lágrimas de su rostro.

-o-
Atenea nunca recordaría el momento en que se durmió, pero sí que tuvo sueño y debilidad mientras terminaba el hechizo. Lo que sí siempre recordaría, fue que cuando despertó alguien le tomaba la mano. Se sentó tan rápido que tuvo un mareo y eso la asustó. Inconscientemente, se tomó con más fuerza la mano que estaba en la suya, y cuando vio de quién era, no pudo dejar de pensar “Está bien, vivo. ¡Dioses, con tan poca energía, su tatuaje no debió…! No tiene ni cicatrices, ¡Por Asclepio! Está vivo…
-Está bien. Solo te sientes un poco débil… -y luego, tal vez dándose cuenta de que Atenea no le oía, solo le miraba; sonrió con ternura y simplemente la abrazó.
Ella le abrazó de vuelta, sintiendo como su cuerpo se destensaba, su pecho se aflojaba y el dolor, incertidumbre y el miedo eran sustituidos por un calor confortable, por la seguridad y la esperanza. Con el rostro enterrado en su hombro, oliendo su aroma y sintiendo su cuerpo abrazado al de ella, dejó ir una pequeña carcajada.
-Estás loco.
-Y no sabes cuánto.
El humor en la voz de Prometeo la hizo sonreír, emocionada. Y por una vez en esos días, sus ojos se humedecieron de felicidad.
… Tal vez sí había logrado perder un poco la cordura después de todo, porque no le importó el panteón y nada más por varios minutos en que estuvo en ese abrazo. Aún cuando parte de su mente sabía que, algún lado más allá de su tienda (confusamente, se había dado cuenta de que estaba en su tienda y era de día), su padre y Ares habían estado esperando por lo menos una noche por ella, pues tenían que trazar el plan de acción.

-o-
-Libros… -tuvo que decir Atenea.
Fue casi una pregunta, como si creyera que debía estar errada por más que los mencionados libros estuvieran primorosamente apilados a la par de la tela que fungía como cama.
Prometeo le asintió, muy tranquila y severamente.
Atenea se llevó dos dedos por encima de su ceja un instante y hasta dio un par de pasos de un lado al otro, antes de encararlo de nuevo y preguntarle:
-¿Te fuiste a buscar nuestros libros de artes, filósofos e historiadores cuando estábamos siendo atacados?
Prometeo tuvo el descaro de mirarla con indignación.
-Creo que tú, la diosa de la sabiduría, sabría apreciar lo tan importante que es para nosotros que nuestro conocimiento perdure…
-¡No cuando hay gente muriendo! -Atenea abrió un poco la boca, y tomó aire para seguir discutiendo, pero prefirió cerrarla, y hacerle un ademán condescendiente con la mano- Estoy muy feliz de que estés vivo, espero que puedas salir afuera a ayudarnos. Me voy,  mi padre me espera para idear el plan de acción.
Mientras Atenea movía con la mano la tela de la tienda para salir, oyó la voz tranquila de Prometeo que se acercaba.
-Hemos sobrevivido a la peor, y estos libros nos ayudaran en el renacimiento. Estoy seguro de ello.
-Y cuando llegue ese momento, -aunque pensó “Si llega ese momento” no lo dijo, porque quería tener fe en la locura de Prometeo-, te lo agradeceré. Pero por ahora, necesitamos ayuda más práctica…
Los dos salieron al campamento, donde las conversaciones seguían bajas, y el llanto, la tristeza, las heridas se arremolinaban por debajo de rostros pálidos y ropas sucias.
Pero también estaba Démeter y sus ninfas dando de comer frutas y agua de beber. Cerca de los árboles, Asclepio revisaba a un licántropo que ya no tenía la herida de un costado abierta. Hefesto, siempre junto a Afrodita y frente a la cueva, estaba cincelando algún hechizo alrededor de la entrada con sus manos. Y hasta, más allá en el bosque, Atenea pudo oír el rumor de canto y risas… Solo Dionisios podría haber logrado hacer algo tan fuera de lugar como eso, pero ella se lo agradeció.
Atenea no sabría si era ella, o en verdad el lugar parecía más… Vivo. A la luz del tercer día después de la caída de Constantinopla, sintió el calor del sol y la frescura de la brisa. Hacía mucho que no sentía eso. Debería haberle hecho preocupar, pues era uno de tantos síntomas de la pérdida de la divinidad y el acercamiento a ser prácticamente un simple humano, pero no fue así. Se sintió bien, como abrigada por el mundo. 
-Es como si una bruma oscura se hubiera disipado. -comentó a Prometeo, aliviadamente sorprendida, mientras iban hacia la cueva. Hestia sabría qué debían hacer para ayudar.
-La llegada de Delfos y Hermes subieron mucho la moral.
Atenea le miró, sorprendida, y hasta dejó de caminar… A la par de ellos, una niña como de ocho años intentaba tranquilizar el berreo de un bebé. Pero Prometeo pudo oír la pregunta de la diosa de la sabiduría aún así.
-¿Delfos? ¿Cuándo llegó?
Él pareció ligeramente confundido por su pregunta.
-A la vez que nosotros. Su  nombre humano era Dánae.
Atenea sabía que el Delfos anterior se llamaba Leopoldo.
-Tenemos una nueva Delfos… -y Atenea inició de nuevo su camino, mientras una amazona se hacía cargo del bebé al darle de mamar.
Recordó vagamente, que a la par de Prometeo había una mujer. Si Hermes los había llevado a todos ahí a la vez, esa mujer debía ser la nueva Delfos. Estaba segura que Prometeo le hubiera dicho antes lo de encontrar una nueva Delfos que lo de los libros. ¿Sería posible que Hermes hubiera huido para encontrar un sucesor, si el anterior Delfos sabía que iba a traspasar su habilidad al ser asesinado…?
-Cosa de Hermes, imagino -comentó, decidiendo que la respuesta a su pregunta era afirmativa.
-Los de nuestra clase solemos ser cobardes, pero de utilidad -comentó con ligereza Prometeo.
Atenea agradecía que aún no le molestara mucho su buen ánimo al hablar, y no le comentó algo al respecto. Pensaba que los Delfos solían durar de dos a cinco años, para acostumbrarse a su nueva condición y ser lo suficientemente coherentes como para empezar a hacer profecías.
… Dos a cinco años, sintió genuina esperanza por primera vez en semanas. Fue tan natural en ella pensar en que debía esperar dos a cinco años. Sonrió, ya no dudaba que iban a sobrevivir ese tiempo.
Pero debían hacer mucho para lograrlo. No solo pensar en lugares seguro a donde ir, debían empezar a tener una estrategias de asentamientos lo suficientemente disgregados. Así, el enemigo no iba a poder matar a todos a la vez. Pero tenía que pensar en la manera de poder seguir en contacto con todos para darles su protección y, a la vez, que se ocultaran lo suficiente de los monoteístas. Tendría que hablar con Hermes, Hefesto y Artemisa para desarrollar y llevar a cabo algunas ideas que ya se le habían ocurrido para lograrlo. En cuanto a la protección bélica…
Prometeo abrazó la cintura de Atenea, y la atrajo a su costado. La diosa se dejó hacer, mientras su mirada ida y pensativa se concentraba frente a ella. Obviamente, no miraba a la cueva o a las ninfas que caminaban entre las personas. Prometeo sabía que estaba pensando, que ya entendía qué hacer para sobrevivir. El titán sonrió. Nunca había dudado de que el conocimiento y la sabiduría, que Atenea, iba a lograr hacer renacer al panteón.

¡Y esto fue!
Como dije en twitter, de repente Clío quiso de esta pareja, y de esta pareja le di. Espero, Ere, que hayas salido felicillo del regalo y ¡te mando muchos más abrazos y buenos deseos desde aquí!  

feliz cumpleaños!, olímpicos, original, tipo: supernatural

Previous post Next post
Up