Fanfic quincenal. Mundo de Tinta/Mujercitas. "Compañía".

Jul 06, 2013 14:30

¡Hola Gente!

¿Yo? ¿Llegando tarde? ¿En serio? ¡Mi eterna constante!

Pero bien, el primer fanfic “quincenal”, y para la primera que me respondió a la idea: sara_f_black que, entre sus pedidos, puso: a) Dedo Polvoriento y Farid. Algo de su relación en este mundo. Y luego, yo le pregunté: ¿Puede ser  Dedo polvoriento, Farid y Beth? Y ella me dijo que claro.

¡ :) !

¡Ay, Beth! Algun@s de ustedes sabrán que uno de mis dos grandes traumas literarios (Junto al suicidio del Principito), es la muerte de Beth de Mujercitas. Por eso, desde que leí el primer libro de la trilogía de Mundo de Tinta y, dándome cuenta que su canon se da para ello, he fantaseado con que Meggy saca del libro a Beth antes de que muera, ella no lo sabe pues tiene unos siete años y cree lo que le dice Mo, que es una prima Liz que vino a visitarlos y se enfermó.

La llevan a un hospital donde la salvan, y ella se queda a vivir en la granja donde se supone que vivían Mo y Meggy entre sus viajes para ir a sanar libros, cuidando la casa, la huerta, tomando pastillas para el corazón y siendo visitada cada tanto por Dedo Polvoriento, entre otras cosas.

Así que, partamos de ese canon mental mío y vamos a esto.

Por lo que, aquí estamos, el primer fanfic “quincenal” es un crossover.

Disclaimer: La trilogía de Mundo de Tinta no me pertenece, la escribió Cornelia Funke. Mujercitas no me pertenece, la escribió Louise May Alcott.

Compañía, primera parte

Había varias cosas de ese nuevo mundo que no entendía. Cosas que hacía tener mucho recelo a Farid. Las luces que se prendían con solo presionar un botón, las carretas de metal y sin animales que las hicieran moverse, la ropa tan extraña, la limpieza, la caja mágica con imágenes y sonidos, el poder entender lo que decían las personas aunque fueran extranjeras en ese país, etc.

Sin embargo, hubo dos constantes que le hizo sentir que podría vivir, y hasta bien, en ese mundo. La primera de ellas era que Dedo Polvoriento lo había estado haciendo por años, y le estaba enseñando a él cómo sobrevivir con solo que lo dejara seguirle. Por primera vez, Farid empezaba a sentir que no era uno de los esclavos, si no uno del grupo cuando estaba con él. Aunque claro que sabía que Dedo Polvoriento era como su señor, la verdad era que eran lo mismo por estar en igualdad de condiciones. Eran de otros mundos y estaban aprendiendo a sobrevivir en ése tan extraño.

La otra constante era que ahí vivían personas, y Farid estaba muy instintivamente seguro de que, por más extraño que vistieran y fueran sus vidas, en el fondo todas las personas de todos los mundos eran las mismas: gente que quieren tener comida, seguridad, techo, algunos lujos y compañía. ¿Cómo buscaban eso? La respuesta a esa pregunta, para Farid, dividía a las personas en peligrosas o no.

En los días después de los primeros y convulsos a su llegada, Farid estuvo muy gratamente sorprendido de que en ese mundo fuera mucho más fácil conseguir todo. Si no cazaban, compraban o robaban, algunos lugares regalaban la comida, y en otros la podían encontrar hasta en los basureros. Por otro lado, había tantas construcciones que no era difícil dar con un lugar en donde guarnecerse y, en muy pocas ocasiones, las habitaciones que rentaban cuando habían tenido buenas recaudaciones, eran todo un lujo que en su mundo solo podría verse en los califatos.

Además, Farid aún estaba muy incrédulo de lo tan tranquilo que era todo. Nada de pandillas saqueadoras, incendios de pueblos, ejecuciones públicas… Tan tranquilo que podía llegar a ser aburrido, pero Farid agradecía mucho el lado positivo de ello. Con las semanas, había empezado a tener menos miedo del porvenir y el alrededor. Entendió que las personas y cosas realmente peligrosas, eran las que podrían salir de los libros, como ellos habían hecho. Claro, no dejaba de creer en los espíritus, porque si existían otros mundos, debían existir los espíritus…

En cuanto a los lujos, para Farid, no ser golpeado o gritado era más de lo que alguna vez podía haber esperado. Que las enseñanzas para poder sobrevivir en ese mundo, fuera dada con esa compañía tan poco agresiva, lo hacía sentir que, el que Lengua de brujo lo sacara de su mundo, fue lo mejor que pudo haber pasado en su vida.

Y sin embargo, se daba cuenta de que no podía tenerlo todo. La compañía era lo único que no era fácil de conseguir en ese mundo. Ni Dedo Polvoriento lo había encontrado en tantos años de estar ahí.

Era verdad que algunas personas le conocían y hasta sonreían al verle. “¿De nuevo por aquí, tragafuego? Ya sabes, aléjate de los árboles. Que no pase lo de la otra vez.” Le había dicho alguien al que Dedo Polvoriento le llamó “la policía”, (Varios eran la policía. Farid entendió rápidamente que eran la guardia de los lugares). Y, también, algunas personas en las calles parecían haber visto, y estar esperando, el entretenimiento con fuego que Dedo Polvoriento le estaba enseñando a Farid. (“¡Saca las bolas, saca las bolas!” había gritado un chiquillo de la mano de su madre, y una anciana le preguntó amablemente ¿cómo estás? Mientras le daba sus monedas).

En una ciudad, cuando hizo mucho frío, llovió y nevó, Farid sintió miedo y fascinación por la nieve. Era como hermosa ceniza blanca y fría que no podía dejar de mirar pero, tampoco, de rehuir. Nunca había visto la nieve pero el frío, estaba acostumbrado al frío de las noches en el desierto, por eso mismo sabía lo importante que era guarnecerse. “Lo sé”, le había dicho con mal tono Dedo Polvoriento, cuando Farid insistió en que buscaran un sitio para prender un fuego y pasar la noche. Siguieron caminando por más que el muchacho se quejara en todo momento. Dedo Polvoriento lo había guiado hacia un lugar donde daban comida, dónde dormir, ropa, baño y, sobre todo, no hacía frío. A la entrada, un hombre a que todos llamaban “el padre”,  había tomado la mano de Dedo Polvoriento entre las de él. “Es muy bueno volver a verte” y había visto a Farid, sonreído, tendido sus manos al joven y preguntado, sin importarle que Farid no hizo ningún movimiento amistoso: “¿Quién es tu amigo?”. “Solo alguien que no deja de seguirme. ¿Podemos pasar la noche aquí?”. “Claro que sí, pasen, pasen”.

… Pero nadie conocía el nombre de Dedo Polvoriento, no los que eran amables con él, menos los que le veían con desagrado. Si no hubiera sido fácil de recordar por sus cicatrices en el rostro y por su manejo del fuego, nadie le hubiera reconocido. Dejando de lado su atrayente y colorida función, Dedo Polvoriento se comportaba como si quisiera ser invisible y nadie le importara. No era agresivo, pero tampoco amistoso, y hasta con Farid se comportaba de esa manera, por más que ya empezaba a darse a la idea de dividir todo lo que tuvieran y destinar una parte al muchacho.

Por eso, Farid tenía el insistente y acallado temor de que si no le era útil, Dedo Polvoriento podría dejarlo atrás sin importarle demasiado. Como Farid intentaba evitar justo eso, aunque se había estado sintiendo débil, con frío, problemas para respirar y sin hambre, no le dijo nada a Dedo Polvoriento y no bajó el paso. Estaban bajo un día frío y con el suelo nevado, después de tres en que se habían guarnecido en un granero derruido, y yendo hacia una nueva población.

-¿Estamos cerca? -preguntó Farid, la voz gruesa, la garganta tan dolorida que no quería tragar saliva y sin poder aguantar un acceso de tos.

Como para compensar su debilidad frente a Dedo Polvoriento, caminó un par de pasos más rápido, pero él lo tomó con fuerza del hombro y lo hizo parar.

-Alto. Esperaremos aquí -mandó con impaciencia, y le señaló una banca bajo un techo.

Farid abrió mucho los ojos y negó, mudo de la zozobra. Sabía que la gente de ese mundo esperaba en esos lugares para meterse dentro de grandes carretas de metal. Ya alguna vez se había metido en una de esas carretas, pero había sido en un momento desesperado y no era en una tan grande y llena de gente que…

-¡… Deja ya de poner esa cara! Vamos a subir en él y no me dirás ni una palabra al respecto. Si no, te dejo aquí -le demandó y amenazó Dedo Polvoriento, entendiendo muy bien su expresión.

Farid le hizo caso. Él había dicho que iban a ir juntos, y no quería contrariarlo ni impacientarle más.

Hubo tres de esas carretas a la que Dedo Polvoriento hizo señales para que pararan, preguntó algo a la gente dentro “¿Va hacia…?” y dejó ir sin entrar en ellas. Finalmente, cuando el señor sentado al frente de una rueda le asintió como respuesta a su pregunta, Dedo Polvoriento se volvió a Farid, le dio espacio frente a la escalera de la carreta y le demandó:

-Entra.

Farid lo hizo rápidamente y se quedó en el pasillo, con miedo de mirar adentro de esa monstruosa cosa de metal. Dedo Polvoriento pagó y el muchacho pensó que pudieron comprar comida con lo perdido, en vez de meterse en esa… cosa. Sin embargo, solo se sentó como se lo exigió Dedo Polvoriento, y cerró los ojos.

-o-
Farid había creído que iba a estar en tensión mientras estuviera dentro de la carreta de metal, pero fue todo lo contrario. A penas se empezó a mover, Farid no pudo pelear más contra el sueño y cayó en un intranquilo dormir. En el camino, solo recordaría que Dedo Polvoriento le tocaba la frente y cuello, le limpiaba el rostro con algo y le exigía tomar agua de la cantimplora; pero bien pudo haberlo soñado. De lo que sí estaba seguro, era que le dolía todo el cuerpo, pasaba de sentir el más terrible frío o calor en un segundo, y no podía mantenerse despierto aunque era lo que más deseaba hacer.

… Aunque tuvo muy vívidas pesadillas del desierto, del calor ahogante del día y el frío hasta los huesos de la noche, y arena levantándose como una gran ventisca con rostro horrible y un rugido atronador yendo hacia él, queriendo engullirlo; conscientemente, su gran temor era despertarse por fin y encontrarse en ese mundo desconocido, y totalmente solo.

-Vamos, camina, camina, maldita sea… -creyó oír la demanda de Dedo Polvoriento, pero no se despertó del todo hasta que sintió el terrible frío doloroso, como nieve alrededor de todo su cuerpo.

Despavorido, Farid abrió los ojos y se encontró con el rostro de una mujer desconocida. Era joven y muy blanca, tenía ojos celestes y cabellos oscuros, y le mantenía en el doloroso frío con sus manos en los hombros. Con su cuerpo temblando incontrolablemente, atenazado de cansancio y en medio de un acceso fuerte de tos, Farid intentó alejarla a la desesperada con sus manos y levantarse, alejarse del agua fría en que estaba, pensando en que su miedo se había cumplido, en que… Alguno de sus movimientos de manos impactó en la mujer. Logró que la fuerza que lo mantenía en el agua se fuera con un golpe en el suelo y un gritito más de sorpresa que de dolor.

Farid había puesto las manos en los bordes de la bañera en donde estaba, y afianzado sus pies. Estuvo a punto de levantarse, pero su mente registró la voz que le gritaba:

-¿¡Qué rayos haces!? -era Dedo Polvoriento, que se había levantado al lado de los pies de él, cogido sus hombros y sumergido de nuevo a Farid, hasta sumergirle por un instante la cabeza-. ¡Necio, quédate quieto! ¡Estás volando de fiebre y esto te la va a bajar! ¡Si te levantas de ahí te daré una tunda…!

Y Farid, totalmente dolorido de frío y temblando sin parar, así lo hizo, mordiéndose un labio para evitar quejarse. Sus ojos se habían llenado de lágrimas, por el alivio. Dedo Polvoriento no le había dejado aunque se había desvanecido de enfermo… Estaba ahí, mirándole con el peor de sus ceños fruncidos de impaciencia, pero ahí, dándose la vuelta para agacharse al lado de la mujer sentada al suelo. Y Farid se sorprendió mucho, porque le habló a ella con un tono que nunca le había oído antes a Dedo Polvoriento: preocupación.

-¿Estás bien?

-Sí, sí -decía la mujer, con todo de disculpa y vergüenza. Luego, suplicó cariñosamente-: No lo riñas así, Dedo Polvoriento. Acaba de despertar en un lugar y junto a una persona que no conoce. Y, créeme, duele mucho estar sumergido en agua cuando se tiene tanta fiebre.

¡Ella conocía el nombre de Dedo Polvoriento! Farid hasta olvidó por un momento el frío, el temblor y castañeo de quijada, para mirarla, muy interesado y hasta algo celoso. ¿Quién era ella? ¿Cómo se había ganado ese trato de parte del tragafuego?

-Hazme al favor de no disculparle cuando ni ha pedido perdón -la regañaba Dedo Polvoriento, con una paciencia que Farid tampoco había conocido en él. Le tomaba de las manos para ayudarla a ponerse en pie.

… A Farid solo se le ocurrió que debía ser la mujer de Dedo Polvoriento, la que satisfacía sus necesidades de hombre. Pero no, algo había en la mirada baja y rostro sonrojado de la mujer, y en la manera en que Dedo Polvoriento dejaba suavemente de tomar sus manos, que le decía a Farid que entre ellos no tenían ese tipo de relación. Eso lo dejó con mucha más curiosidad. ¿Quién era? ¿Qué era para Dedo Polvoriento?

Mientras ella le decía al tragafuegos dónde estaban los paños y la cobija, y que iba a buscarle ropa limpia “al pobre muchacho”; Farid la siguió mirando con avidez, de arriba abajo. Era baja y delgada, usaba falda larga, algo que no veía desde que estaba en ese mundo… ¿Sería de otro mundo, de un libro, como ellos? Instintivamente, Farid temió de ella.

… Al menos hasta que la mujer le vio con sus ojos celestes huidizos, sonrojada, y le dijo tímidamente:

-No te preocupes, todo irá bien. Te haré una sopa de pollo, y así podrás tomar la medicina. Pronto podrás salir de ahí para ir a la cama.

No, no podía temer de ella, pero eso lo dejaba aún más confundido. Farid se quedó ahí, mordiéndose los labios, temblando de arriba abajo y turbando más a la mujer con su mirada inquisitiva y su obstinado silencio… ¿Una curandera? No, no tenía el temple de las curanderas…

-Gracias, Brisa. -terminó Dedo Polvoriento el cargado silencio entre los dos. Ella parecía esperar unas palabras del muchacho y, el otro, no querer complacerla-. Tener lista la ropa estará bien, yo me hago cargo de este malagradecido.

Aliviada de poder alejarse del escrutinio de Farid con una misión en concreto, la mujer intentó decir algunas palabras a cada uno sin lograr hacerlo, y salió de ahí.

-¿Quién es ella? -la ronca pregunta salió de la boca de Farid lentamente, entre sus dientes que no dejaban de castañar.

Toda la mansedumbre que Dedo Polvoriento había demostrado al estar la tal Brisa presente, se esfumó cuando se concentró en mirarlo a él.

-La mujer que quiso sanarte apenas te vio, y sin hacer preguntas impertinentes. No la hagas tener segundo pensamientos al conocerte.

(TERMINA POR AQUÍ)

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