Título: Una mañana común para el sheriff local
Disclaimer: Haven no me pertenece fue creado por Stephen King y desarrollada por Sam Ernst y Jim Dunn.
Personaje/pareja(s): Nathan Wuornos/Audrey Parker
Betareader:
aglaiacallia a la cual no la dejé terminar de betear porque quiero subir esto apenas terminé con él. Gracias a ella, me dieron más ganas de escribir. Espero le guste el final!
Rating: Todos los públicos.
Resumen: Una posible mañana en la vida de Nathan, dentro de un año y medio después de donde nos dejó la serie. Post-series, AU
Una mañana común para Sheriff local
El despertador lo levanta a la siete de la mañana. Sabe que puede ponerlo a las 7:10, pero necesita esos diez minutos extra para despertarse del todo y levantarse.
Dura en el baño veinte minutos, y en alguno de ellos, no puede evitar pensar en como antes de que su “problema” se desarrollara, le encantaba sentir el agua caliente relajando sus hombros y espalda. Ahora, nunca siente ni el cuerpo agarrotado ni la relajación, por consiguiente. Al menos, ya no le parece totalmente extraño... Solo cuando reparaba en ello, como en ese momento que se fue tan rápido como llegó.
Apaga la ducha, hace dibujos sin sentido en el vaho de la puerta corrediza, coge el paño y lo huele. El suavizante tiene un olor que le encanta, y por eso, antes de quitarse el agua, hace siempre eso. Como oler la colonia que se pone después de vestirse, y antes de mirarse en el espejo y peinarse como siempre lo hace.
Nathan es un hombre al que le encanta disfrutar de la rutina diaria. Hay algo acogedor cuando haces o llegas a un lugar, que es conocido y revivido como «tuyo» porque es parte de tu rutina. Como por ejemplo, cada mañana, lo último que hace antes de disponerse a salir, es verse en el espejo entero, ver si está bien arreglado (sí, es algo coqueto) Y luego, ponerse la placa en el cinturón. No puede evitar sonreír, aunque a veces sea un poco, a veces con melancolía, gran emoción o ironía incluso, dependiendo de lo que hubiera pasado en día anterior o lo planeado para el presente, pero siempre sonreía.
Ser el jefe de policía en su pueblo de las afueras era el empleo que, bien que mal, Nathan se había preparado y hasta soñado tener. Y no era porque los Wuornos estuvieran siempre cercanos a ese puesto desde que Haven fue Haven y necesitaron un sheriff; sino porque se sentía bien haciendo esa función.
Realmente creía que su vocación laboral era eso que había jurado: «Para proteger y servir» pero eso sí, a Haven. Algunos podrían pensar que ese apego y lealtad por un lugar y sus personas, cuando cada veinte años se llenaba de sucesos escalofriantes, no era racional, pero ¿qué más daba? Le gustaba su pueblo natal, a veces, hasta le encantaba. Como en ese tipo de días. Podía ser que estuviera haciendo un calor infernal afuera, pero en su camioneta, mientras iba al centro de Haven, no pudo más que desviar una que otra vez la mirada. Esa carretera casi siempre le hacía eso. Estaba en una carretera secundaria, alta, desde donde podía verse a lo lejos el mar y algunas casas desperdigadas. Era precioso, más cuando el día estaba tan claro y luminoso.
Y Nathan podía sentir como las preocupaciones de la vida cotidiana, y en su caso, no tan cotidiana, se iban de su mente aunque fuera solo por unos segundos, nada más con observar. Por ese tipo de momentos, es que nunca había querido irse de Haven ni en las peores vivencias de su vida. Aún antes de ser uno de los problemáticos y que eso, de alguna manera, reforzara más su emoción de pertenecer a Haven; Nathan había sentido esos momentos especiales, los que le decían que pertenecía a un lugar sin igual que lo abrigaba.
Su madre le había dicho alguna vez que tenía un poco alma de artista, aunque lo Wuornos no lo dejara intentar hacer algo con eso. Cuando ella murió, que fue justo el momentos más difícil de su vida, Haven aún pudo hacerlo saber que estaba en su hogar con solo sentir esos pequeños instantes de embeleso.
Jamás se lo diría a alguien, pero sabía muy bien que desde que su madre murió, cuando tenía alguno de esos momentos, (como ese en que la luz y el cielo celeste le hacía perder la concentración en el camino); siempre terminaba pensando en ella, como si su recuerdo fuera parte de ese sentirse en casa.
Su madre había amado Haven, más que los Wuornos y su sentido de responsabilidad para con el pueblo. Ella tenía más alma de artista y por eso, podía ver el porqué era hermoso el lugar y las personas que los Wuornos sabían que tenían que cuidar por tradición familiar.
-o-
Llega al centro del pueblo y aparca cerca de la imprenta de los Teague. Sin importarle que lo más seguro va a llegar unos cinco o diez minutos tarde (Pequeñas recompensas de ser el jefe de la oficina), sale del auto y camina hacia la panadería de Larry.
-Hola Nate -le dice la señora Horowitz, la anciana de la librería, que caminaba hacia la misma con una caja en las manos.
Había pocas personas que le seguían diciendo así y por las cuales no se sintiera incómodo, y la señora Horowitz era una de esas.
-Dotty -responde, mientras le extiende los brazos.
La anciana no se hace del rogar, y le da la caja. Nathan la sigue por la calle, y saluda a Henry y Joshua DuPont, los de la carnicería, no los DuPont de la joyería. Los que no eran unos estirados...
-Son esos libros, los de vampiros y esas cosas -decía la señora Horowitz, por hacer conversación. El suspiro de desilusión que dio fue tan teatral, que a Nathan no le costó oírlo por más que estuviera a dos pasos detrás de ella-. Es terrible, pero después de los libros de estudio, son los que más se venden. Al menos tengo la satisfacción de que algunos regresan por cosas menos... vulgares.
Abría la puerta de la librería. Nathan no comentó algo. Todos estaban acostumbrados a que no hablaba mucho, pero que sí escuchaba. Linda, una novia del colegio, le había dicho que ese era uno de sus atractivos. Al parecer, esa cualidad de mantenerse tranquilo y en silencio, escuchando, lo hacía todo un imán para las confesiones. Algo con lo cual había aprendido a vivir, pero aún no a sentirse cómodo.
-Gracias, Nate -dijo la señora Horowitz, al recibir la caja en sus brazos.
-Que tenga un buen día.
En el camino hacia la cafetería, pasó por cuatro saludos más. La gente estaba de buen humor, porque aunque hacía mucho calor, había un viento que lo contrarrestaba. Algunos días se está muy bien en Haven, claro, cuando las cosas extrañas no explotan. Para ser justo, eran mucho más las horas tranquilas en el pueblo, aún en «temporada de problemas». Y desde que era, junto a Audrey, el policía y luego el sheriff designado para tratar con éstos, varios de los de Haven empezaron a ser mucho más amable con él. Sí, podía ser que algunos lo miraran mal porque se daban cuenta que su enfermedad de no tener el sentido del tacto debía ser un problema, pero Nathan ya había aprendido a valorar más lo bueno que lo malo. Fuera como fuera, la mayoría sentían que la policía, o él y Audrey, en verdad hacían lo posible para enfrentarse efectivamente a esas situaciones bizarras. Por eso los apreciaban. No cualquiera se hace cargo de los problemas sin volverse locos y encontraban soluciones; como lo hacían ellos.
-Café negro fuerte y dos de azúcar -le saluda Larry cuando lo entra en la cafetería.
-Gracias Larry... hoy necesitaré solo uno de tamaño medio.
-De acuerdo. -el hombre mueve una bolsa hacia él y va a la máquina de café.
Nathan no mira la bolsa, porque sabe de lo que se trata. Larry le tiene listas las tres cajas de rosquillas variadas que siempre pide los lunes. Con una leve sonrisa en el rostro, Nathan se sienta y toma una glaseada como desayuno. El que el tipo de la cafetería recordara su pedido de los lunes, era uno de los cambios que había notado en el trato para con él. Y ese trato amable y especial que recibía desde que los problemas habían vuelto, lo había hecho más abierto hacia las personas del pueblo. Contestar saludos, hacer un poco de conversación, jugar con bebes... Cosas que antes no hacía, le salía natural y lo mejor de todo, en verdad lo disfrutaba.
-o-
Unos minutos después, estaba terminando su taza de café, cuando una voz conocida le dice a sus espaldas:
-Llegas tarde. Son las ocho y siete, sheriff.
-En mi reloj dice que son las siete y cincuenta cinco -dijo de un mejor humor Nathan, moviéndose para mirarla y sonreírle en vez de darle los buenos días. Ella medio le devuelve la sonrisa caminando hacia la barra.
-Sí, ajá. -Audrey se sienta junto a él y Larry la mira como esperando algo-. Lo de siempre. Para llevar, por favor.
Larry sonríe y va hacia la máquina de café.
-Los chicos están casi en huelga porque no han llegado éstas -comenta ella, mientras abre la bolsa con las cajas de rosquillas y busca una para ella. Termina escogiendo una con centro de dulce de leche.
-Imagino que eso no es lo que te tiene aquí -le decía él.
-Vaya, parece que me estoy convirtiendo en una persona muy predecible, como tú... Tenemos una llamada. -Nathan la mira y hace un gesto. Eso es suficiente para que ella le conteste-: Sí, es una de esas llamadas. Pero no es urgente. Solo quiere... ¿Informar preventivamente? Eso dijo. -Audrey se acomoda mejor en el banco y prueba por segunda vez la rosquillas, con tenue deleite.
Nathan piensa un poco en la información. Finalmente decide asentir y tomar el penúltimo trago de café lentamente y saboreándolo, como le gusta hacerlo. Si Audrey no está preocupada, él no tiene porqué estarlo.
Después de pagar a Larry, los dos caminaron hacia la comisaría. Bromearon sobre los novatos que parecen tenerlos a ellos como sus super-héroes personales, y de lo torpes pero con buenos deseos que podían ser. Al llegar, Nathan les deja las rosquillas junto a la máquina de café que solo usan en momentos desesperados de baja de cafeína, y eso hace que el saludo matinal entre todos sea más ameno de lo común. Luego, es informado de un par de acontecimientos sin importancia, pregunta por cómo van las cosas de las que no le hablaron, recuerda algunas órdenes más, dice a donde van a estar y sale hacia el aparcamiento con Audrey.
Sabe que tiene papeleo por leer, presupuestos qué mirar, estadísticas qué procesar... Y que todos ya saben que estará esclavizado en su escritorio, para cuando sienta la necesidad de hacer ese tipo de trabajo. Casi siempre tenía esa compulsión las dos horas maratónicas y a veces más, antes de que su turno diario terminara, y los viernes; en días tranquilos, claro.
-o-
Habían acordado usar sus autos un día por medio, desde que Audrey insistía en que después de años yendo de allá para acá en Haven, podía conducir una camioneta ella solita. Nathan se divertía al decirle atajos y corregirla con las direcciones de las personas, como quien no quiere la cosa; solo para ver como ella se empecinaba en seguir siendo la que conducía y aprenderse los caminos. Llegaba a parecer una niña pequeña que quiere hacer un berrinche, pero no lo hace solo para parecer mayor. Le gustaba verla así al tener la razón y solo querer ayudar cuando se lo decía, porque había algo hasta tierno en que Audrey se quisiera enojar con él, y simplemente no pudiera hacerlo.
En el camino, hablaron sobre los cambios en la comisaría, hecho que ocurrió hacía unos tres meses y fue el principio de lo que los tiene más preocupados. A finales del año pasado, sin que nadie se lo viera venir, recibieron la grata sorpresa de que les habían aumentado muy considerablemente el presupuesto anual. Una cantidad que era casi el doble de lo que normalmente les daban y eso no era todo: para el año siguiente, le habían aprobado un poco más que esa cantidad. Dos años de abundancia, por más que fueran muy buenas noticias, no dejaba de ser muy extraño. Pero por más que Audrey y Nathan habían estado investigando la causa por la que Haven de repente tenía tanto dinero para la policía, nadie sabía ni quería decirles cuál era.
Para empeorar la situación, poco después de que les dieran ese dinero (y mejoraran el equipo, compraran dos autos, dieran tiempo completo a dos policías y emplearan tres novatos) desde Inglaterra llegó Helena Callahan.
Nathan la recordaba como una muchachita mayor que él, de las pocas personas que no se reían a su costa o lo veían con miedo. Tal vez era la única que lo miraba con interés... Pero un interés que a él no le gustó, porque no parecía sentir hacia él, solo pensar sobre él. Su padre se fue de Haven con ella cuando la esposa y madre de Helena cayó en coma de la nada, por un «problema» sin ser esclarecido aún. El señor Callahan regresó unos diez años después, mientras Helena siguió sus estudios en Europa. Él reanudó su vida con otra mujer, pero siempre estuvo pendiente de Minnie, la madre de Helena. La mujer murió, sin salir del coma nunca, más o menos por el tiempo en que Nathan empezó a perder el tacto, es decir, cuando los problemas volvieron.
¿Qué tenía de malo que hubiera regresado Helena? Simple: que era una de las consideradas para el Nobel en Medicina por su trabajado con las mutaciones genéticas humanas, y que regresaba a su pueblo natal con muchos equipos de laboratorio y personas que la ayudaban con su investigación científica. Tampoco le gustaba a nadie que el mismo ayuntamiento que les había dado el dinero para reforzarse, la emplearan como la forense oficial de la comisaría.
Nathan y Audrey tienen algo en común: no les gustan los cambios. Bueno, a Nathan no les gustan pero puede vivir con ellos; sin embargo, a Audrey la hacen ponerse en guardia. Pasó cuando llegó a Haven y hacía todo lo posible por ser la mejor “Trouble whisper”, y ahora pasaba cuando todos esos cambios y Helena, llegaban al que ya era su hogar. Como siempre, Nathan no podía no ponerse del lado de Audrey en sus cruzadas, además de que como sheriff y un Wuornos, tenía una responsabilidad para con la protección de Haven. Por eso también había estado tratando de encontrar qué hay detrás de la llegada de dinero, un costoso laboratorio de genética y su equipo de científicos a su pueblo.
De acuerdo, Nathan sabe que se trata de una forma de intentar tratar con los problemas recurrentes de Haven, pero tanto Audrey como él creen que el dinero no aparece de la nada y no lo hace solo por “ayudar al pobre pueblo pequeño”. No, debían haber mayores motivos ahí, y el que lo mantuvieran en secreto, hacía que todos sospecharan de esos motivos.
-... Entonces Minerva Callahan, nacida Douglas, es descendiente prácticamente directa de los Hansen y tiene suficiente pizca de los Stanley por parte de madre -resume sus descubrimientos Audrey, y da la vuelta a la izquierda en la interjección.
Nathan se remueve un poco en el asiento y asiente, pensativo. Los Hansen eran una de las nueve familias fundadoras, las que solían tener descendientes con problemas. Su padre biológico y él son de los descendientes directos de los Hansen, y según la clasificación de aproximaciones de problemas que hizo Audrey, cuando supo de las nueve familias y se hizo mejor amiga de los Teague y la encargada del registro del condado para investigarles; ésos solían tener problemas en los que su cuerpo cambiaba de alguna manera, pero poco visible. Y los Stanley solían tener poderes mentales, como Vanessa Stanley, y su capacidad de preveer las muertes...
-Y eso no dice algo. Prácticamente todos en Haven tenemos sangre de esas familias -le recordó.
-Lo sé, pero oye esto: el tío abuelo de la doc murió a finales de la trasanterior “temporada” -así le llamaban a los años en que volvían los “problemas”- de un derrame cerebral y en la anterior a esa, la madre de éste murió de “una enfermedad cerebral degenerativa sin especificar”. ¿No te parece que es muy sospechoso, con éstos antecedentes, lo de Minnie Callahan que en un día cae en coma mientras hacía la cena?
-Sí, muy sospechoso, pero eso no nos dice mucho. Todos los descendientes directos de las nueve familias tenemos problemas, y algunos cambian paulatinamente de una temporada a otra. -dice Nathan, prácticamente usando las mismas palabras que ella tuvo cuando le explicaba las cosas que iba encontrando, con tantas horas de lectura y reuniones con los Teague-. Imagino que no has encontrado de qué se trata su problema en específico y además, en el hospital insisten en que tenía un aneurisma cerebral y nunca pensaron nada raro de eso... -piensa en qué podría ser útil de esa información. Dado que en ella no había nada escabroso por lo cual ponerse en guardia por ahora, como en la historia familiar de Duke por ejemplo, lo único que se le ocurrió fue-: ¿Quieres advertir a Helena?
Audrey le mira un instante, con los ojos gachos, incriminatorios. Fue solo un momento, que se terminó tan rápido como se dio. Ve de nuevo el camino agreste, solitario y ligeramente curvo por el que iba, mientras decía:
-No. Desde que llegó, Helena -porque dijo el nombre con un tono cínico- y su equipo, han sacado toda la información que pudieron encontrar sobre los problemas. Debe saber de sobra sobre su... predisposición familiar.
Nathan, sumido en su silencio, mira hacia el frente. Pronto llegarían a la entrada de la urbanización a la que iban, pero él pensaba en cosas que habían pasado hacía unos días y en... Audrey, claro. Por supuesto que ella no iba a decirle nada de que nombrara al “enemigo” por su nombre, con familiaridad. El que él apreciara la ayuda que fue Helena Callahan y su equipo para entender los últimos tres problemas, y con el seguimiento que estaban haciendo hacia las personas para ayudarlos en lo que podían; y que la doctora fuera... muy sociable con él, en verdad ponía a la defensiva y hasta celosa a Audrey. Pero aunque los dos lo supieran, jamás iban a hablar del enorme elefante rosa entre ellos.
Se siente un poco herido y frustrado. Sabe que es algo infantil, tal vez, querer una escena de celos. No solo porque no va con su relación actual de amistad, sino porque los dos saben que se son fieles, aunque sea de una forma inconsciente, pero sin ir más allá en su relación.
Desde hace casi un año, volvieron a esa fase de “nos atraemos, pero somos amigos”. Audrey había reaparecido, sin memoria por algunas semanas, y luego de recuperar la identidad actual; terminó teniendo accesos de recuerdos inconexos, cada vez más frecuentes, de todas sus vidas pasadas. Nathan lo entendía, era muy fácil: Audrey ya tenía mucho caos en su existencia, y la relación con él era algo que ella no quería complicar más. En ese momento, lo que necesitaba era la lealtad y la seguridad de tenerlo a él como amigo, compañero de causas y sheriff; no complicarse con los cambios que traería el actuar sus emociones... La última vez que lo iban a hacer, ella terminó secuestrada y sin memoria, y con los accesos de recuerdos de vidas pasadas que lo complicaba todo aún más, Audreey no se recuperaba del todo de esa experiencia.
Nathan sabe que el que fueran a “consumar” su relación nada tiene que ver con el secuestro... pero los cambios ponían en alerta a Audrey, y ella no quería correr el riesgo de nuevo, por más irracional que fuera esa asociación.
-Hablaré con Lily O`Neil. -fue la idea a la que llegó su mente, cuando se mandó a no pensar en sus sentimientos por Audrey y de ella para con él-. Si no me equivoco, fue del vecindario donde viven los Douglas y los Callahan, y una chismosa de las peores. Ya está en la casa de retiro, pero puede que tenga habladurías para decirme sobre Minnie y su tío.
Audrey sonrió un poco, asintió, replicó un “¿ves? No era tan difícil” y luego, se concentró en el camino.
Y en el silencio que siguió a eso, su mente volvió a pensar obsesivamente en ellos. Oler y sentir a Audrey tan cerca, tocable por él, no ayudaba en nada. El silencio pesado, de conversaciones necesarias pero jamás hechas, se acentúa mientras pasan los pocos minutos. Los dos se miran de reojo sin mirarse, una que otra vez. Intentan empezar o decir algo al respecto del abrazo y casi beso hacia los momentos finales del “problema anterior”, pero no lo hacen... el elefante rosa, haciendo de las suyas.
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Segunda parte y final AQUÍ