Ese lugar era engañoso. ¡Un laberinto, probablemente!
Ya llevaba una hora deambulando por los jardines, pequeños bosques, y los cuarteles. También entró al edificio de una planta que parecía estar alrededor de todo el campamento. No lo volvió a hacer, era peor, porque los caminos eran realmente enrevesados en ese lugar. Se devolvió, pero el campamento al pie de la montaña era muy grande, no podría recorrerlo todo a pie antes de que se le hiciera irremediablemente tarde. Su reloj mecánico no funcionaba. Su teléfono no tenía señal, y después de un rato, incluso, dejó de funcionar también. ¿Dónde estaba? Ya se estaba cansando del jueguecito.
¿Sería el Olimpo?
Nunca se había planteado la posibilidad de estar allí, tontamente. Empezó a ver a su alrededor cada vez con más recelo, y por estar tan preocupado de su propio paradero, no reparó en que tenía «compañía» hasta que fue demasiado tarde. Las mujeres guerreras de Artemisa lo estuvieron siguiendo todo el rato, para ver a dónde iba o lo que estaba haciendo. Y cuando no les gustó más verlo deambular por todo su campamento, con ese malhumor tan perceptible, lo rodearon y silenciosamente le ordenaron que volviera a la plaza con ellas.
Así que Licaón tuvo que obedecer. No iba a pelear con mujeres y en clara desventaja.
Obviamente, cuando Atenea volvió a aparecer delante de él, no le importó alzarse rápidamente otra vez, ni gritarle en la cara:
-¡¡TUUU!! -la señaló con el dedo, histérico- ¡SACAME DE ESTE MALDITO LUGAR! Todos los caminos conducen al Norte, ¿Qué pasa con el campo magnético de esta montaña?
Estaba rabioso, con los ojos azules inyectados de sangre, sus puños cerrados y esa actitud amenazadora lo hacían ver mucho más grande y fuerte de lo que era, feroz y terrible. Las mujeres de Artemisa levantaron sus armas al instante, revolucionadas, pero Atenea alzó una mano, indicándoles que se detuvieran. Ellas obedecieron, como si se tratase de su propia señora, porque las Amazonas sabían reconocer la autoridad.
No obstante Licaón no se calmó, el rostro neutral y muy observador de la Diosa de la Sabiduría y la Guerra seguía siendo su principal fuente de irritación. Le parecía que ella seguía jugando, incluso cuando le dijo:
-Pudiste haber pedido ayuda a las guerreras de Artemisa. -la mujer de rizados cabellos rojizos se encogió de hombros-. No se puede entrar o salir de aquí si no se llega con un Dios o un ser emparentado a ellos... Ven, sígueme.
Y ella empezó a caminar, alejándose hacia un camino secundario, entre dos tiendas del campamento. No lo iba a aparecer y desaparecer, como era más fácil. Claro que no. Necesitaba tiempo, y hacer las cosas a la humana le daría la posibilidad que necesitaba de poder dialogar un poco con él. Después de su conversación con Delfos… No iba a dejarlo ir como si tal cosa. Necesitaba saber más, tener más información, observarlo mejor.
-Bien, ya hicimos lo que querías, y no funcionó -repuso el licántropo, y se dejó guiar, contento porque las Amazonas no los seguían esa vez-. Ahora, déjame volver a mi vida.
La alcanzó con pasos rápidos, sin mirarla ni por un segundo, dirigiendo sus orgullosos ojos hacia el frente.
-Está bien... -ella le habló, con tranquilidad, casi ignorándolo-. Vuelve a tu vida de mensajero, mientras yo busco al monstruo que se comió a mi Héroe y se robó el Vellocino de Oro.
Atenea caminó sobre unas piedras lisas hacia el edificio de una planta alrededor del campamento. A diferencia del campamento, que parecería de la edad media sino hubiera en él alguno que otro objeto de la actualidad; el edificio tenía una arquitectura griega antigua. Era lustroso, pulido, con esculturas por doquier, pero extrañamente solitario y vacío.
No se necesitaba hablar fuerte, como Licaón hizo, para que ese lugar produjera eco.
-¡Genial! Ahora, vamos a mi casa. Anda, chasquea los dedos y sácame de aquí. -gruñó, y esa vez sí se dignó a mirarla. De repente, se dio cuenta de lo que había escuchado-: Espera, ¿El famoso Vellocino fue robado?
Licaón frunció un poco el ceño. ¿Quién no sabía del Vellocino de Oro?
Era uno de los cuentos más famosos. El cuero dorado de un carnero alado que había salvado a dos príncipes de Beocia de ser asesinados por su madrastra; el rescate del preciado elemento luego le fue encomendado al Héroe Jasón. Lo curioso y que pocos sabían, era que el Vellocino había adquirido características mágicas como el que tuviera, o más, que el animal al que perteneció. Licaón no sabía por qué o cómo, pero se había convertido en una suerte de escudo último e indestructible, como una armadura perfecta.
El que lo portara, jamás sería herido.
Y si estaba herido, se curaría en segundos, ayudado por el poder mágico de la pieza. Era uno de los pocos bienes que los Dioses le prestaban a los Héroes, y no cualquiera podía acceder al beneficio de portarlo, después de que Jasón lo diera a la propia Atenea. Casi nadie conseguía algo de los Dioses como regalo, con ellos todo siempre se trataba de un intercambio.
La intriga se tejió en la mente de Licaón por un momento, y sumó dos más dos en menos de un segundo. Una vez había oído, en muy bajos círculos, que Ares quería el Vellocino ya que lo sentía suyo. No dudó en pensar en la posibilidad de que alguien enviado por el Dios de la Guerra pudiera estar detrás de todo ello, pero...
No. No quería darle a Atenea más excusas para seguir molestándolo. Además, se suponía que los dioses ya no luchaban entre ellos, por no sabía qué Ley de Astrea. Las guerras internas eran desperdicios de recursos, y cualquiera podía entender eso. Y, por supuesto, no quería que nadie más siguiera jodiéndolo a él. Licaón era reticente a meterse en el mundo de los dioses porque les odiaba y el fondo, aunque no le gustaba admitirlo, les temía.
Desde tiempos muy remotos (desde cuando era humano), había aprendido muy bien que la única forma de mantenerse un paso por delante del enemigo era sabiéndolo todo acerca de él. Y para no cruzarse con ninguno de sus «enemigos», él debía saber primero en qué andaban éstos.
Por eso, de vez en cuando, se arriesgaba a frecuentar lugares, y escuchar. No necesitaba entrar para poder oír lo que se cocía por ahí, y llevarse alguna noticia. No era algo que hiciera seguido, tampoco. Sólo por precaución. Eso era. Ir una vez perdida al año a lugares que él sentía, había gente como él o parecidos a los dioses, no era lo mismo a seguirle el juego de héroes a Atenea.
No habló, pero sin embargo, esperó a que ella confirmara alguna de sus teorías. Él la miró, como pidiéndole explicaciones, y Atenea lo miró también. Se dio cuenta nuevamente de esa aura muy propicia para ser Héroe que emanaba de él, quizá promovida por el repentino pico de interés. La diosa asintió con la cabeza.
-David tenía que devolverlo, después de completar su misión. -se dignó a explicarle, y tuvo una pequeña idea casi al instante. Se quedó callada por medio minuto, mientras caminaban, hasta que finalmente soltó-: No creo que hayas olido algo... ¿Verdad? Digo, puedes ser licántropo, pero no has sido entrenado... -y de pronto se sonrió, como si hubiera sido una sugerencia estúpida-. No, lo siento, no creo que sea posible que hayas olido nada raro en estos días… Disculpa, estoy pensando en voz alta.
-¿Y ahora de qué hablas? -le gruñó él, nuevamente descolocado.
Licaón no sólo se sintió insultado, sino, además, enredado.
Oh, sí. Ya estaba oliendo algo que no le gustaba en las palabras de la diosa.
-Ah, lo siento. A veces se me olvida que las personas no siguen mi ruta de pensamiento -le dijo ella, lo más inocente que pudo, y esbozó una sonrisa más amplia y tranquila-. Se me ocurrió que como ese monstruo actuó en tu territorio, tu olfato o instinto debió sentirlo, probablemente. Pero, lo siento, imagino que en tu forma humana no tienes los sentidos tan desarrollados, olvida lo que dije...
Doble insulto. El licántropo gruñó, tragándose la deshonra, y soltó:
-¡Claro que tengo buen olfato! Tengo el mejor olfato del mundo, en una forma o en la otra. ¿Con quién crees que hablas? -debió suponer que era una trampa, obviamente. Pero el orgullo era su perdición, sin dudas. Y no pudo evitar carraspear, e intentar ponerlos en igualdad de condiciones-: Así que, este Héroe asesinado... ¿Era muy importante para ti?
Atenea estuvo a punto de sonreírse aún más por la victoria, pero se contuvo, quitó la mirada de él y se volvió al frente. En ese momento, la sinceridad era la mejor opción:
-Todos los Héroes son importantes para mí en cierta forma, pero lo son más para las personas a su alrededor. Él iba a vengar la muerte de unas personas cuyos asesinatos encubrimos como un incendio. Imagino que oíste de él, sucedió en el edificio Olympic Tower. También iba a rescatar a su madre, que había intentado ayudar con sus poderes a las personas vecinas. Ella fue secuestrada. Entonces... -lo volvió a ver, de nuevo, seria-. Claro que sí, David era muy importante, y su muerte fue terrible. La tengo que vengar y terminar su misión.
-Pues... que te vaya bien -dijo, tratando de esconder su repentina admiración.
Esa diosa, al menos, tenía valores.
Atenea le asintió, pensando en que de alguna forma lo iba a lograr, aunque se suponía que no debía meterse en los asuntos humanos directamente. Era una de las reglas. Además, estaba lo del Vellocino; quien hubiera matado a su Héroe, era lo suficientemente inteligente para robar, y no destruir, el Vellocino...
-Así que -dijo ella, después de unos segundos de silencio-, si tienes tan buen olfato e instinto, no creo que sea posible que un monstruo que puede matar y comer a un Héroe semi-divino haya pasado desapercibido para ti.
-Debió ser en otro barrio. A mí no me mires. -él siguió negándose, a la defensiva, pero ahora miraba a la diosa como si deseara que ella le rogara por su ayuda.
No había tenido mucha acción verdadera desde hacía más de cien años, y estaba oxidándose lentamente. Quería volver a la cacería, la ansiedad lo destruía. Porque, ¿Qué podía ser mejor que el orgullo de capturar a un monstruo con sed de sangre humana? Eso sería magnífico. Elevaría mucho su ego.
Atenea lo miró, extrañada:
-Tu territorio es todo el lugar por donde andas, más unos kilómetros a la redonda. ¿No tienes lo suficientemente desarrollado tu instinto para sentir cuando tu territorio es trasgredido por un ser que puede amenazarte? Ya veo. No has tenido guía, ¿Cómo podrías haber desarrollado del todo tu potencial?
-Piensa lo que quieras. Mi olfato funciona muy bien. Si hubiera algo raro, una criatura, lo habría notado. -gruñó él, molesto-. ¿No pensaste que tal vez no fuera un monstruo si no un humano, el asesino de tu querido Héroe? Podría haber estado planeado desde el comienzo, y todo esto ser una pantomima. Tal vez el monstruo lo mató, pero el Vellocino se lo robó otro. No me digas que una reina de la inteligencia como tú no se dio cuenta de algo así, o que no lo consideraste por un momento -respondió, pensativo ahora.
Era probable, en los pensamientos del lobo. Pero, también, si el asesino era humano, no habría detectado nada.
-Yo vi la escena y créeme, lo que le pasó a ese cuerpo no lo hizo un ser en su forma antropomorfa, al menos... -replicó la diosa, más altiva- ¡Lástima que mis rastreadores sepan captar el poder sobrenatural y no los rastros físicos comunes! Cuando las mandé a buscar a quien pudiera hacer eso, dieron contigo. Lo que me dice que el ser que lo mató puede tener dos formas, una con poder y otra sin poder, o que puede esconder su poder, lo cual es más difícil de rastrear.
Siguieron caminando hasta llegar a una zona con una gran fuente interior, donde las ninfas y las nereidas se estaban bañando entre ellas, desnudas. La luz de una claraboya allá en el techo, irradiaba en el agua y sus cabellos. Todas ellas eran hermosas y de cuerpos esbeltos, aunque sus pieles tuvieran los tonos desde el más pálido blanco hasta el más bronceado por el sol, así desde los cabellos más rizados hasta los más lacios. También sus facciones acusaban la mezclas de etnias que habían en ellas pero, aún así, la naturaleza encontraba la manera de seleccionar los rasgos más hermosos para producir hermosas féminas.
Él se quedó mirándolas con los ojos muy abiertos, distraído por sus risas y mimos entre ellas, y el rumor de sus conversaciones en idioma más música que habla y que él no pudo entender. Alguna que otra lo miró y le sonrió; otras, directamente, llamaron a él extendiendo las manos y moviendo sensualmente sus dedos.
-... Y Hermes te dijo que estoy en problemas por algo que presté, ¿No?
-¿Eh? -él la miró y, luego de entender lo que le dijo, contestó-: En realidad... Acabas de decírmelo.
El licántropo sonrió venenosamente, complacido.
Atenea lo miró con molestia de nuevo. No le agradaba mucho esa actitud.
-¿Qué es tan gracioso? -le increpó.
-Nada, sólo estoy pensando. ¿Y si ha sido por mandato de otro Dios?
-Mira, estoy segura de que mi Héroe no tenía problemas con otro Dios, al menos, no con los nuestros; y en esta zona no hay actividades de otros panteones... creo que la forma en que se ensañaron no quería decir que tenían rabia con él, tal vez simplemente era un monstruo que tenía hambre. Sin embargo, que se llevara el Vellocino, eso es lo que me tiene más intrigada. -Se quedó ahí, pensando y analizando muchas más teorías y posibilidades. Ser la Diosa del Conocimiento también la podía hacer muy indecisa. No sabía por cual opción decidirse-. ¿Tú qué piensas?
La diosa mostraba debilidad. Licaón escuchó pacientemente, porque le encantaban los chismes, lamentablemente, y más si eran chismes de dioses y sus desmanes. Por eso, a veces iba a simplemente, oír lo que se decía en alguno de sus templos. Eso le hacía recordar que ellos eran tan imperfectos como los seres contra los que se volvían, a veces.
… No había muchas opciones, desde donde él lo estaba viendo:
-... Hades. Si me preguntas, lo señalaría a él, con la reputación que tiene. Yo empezaría investigándolo. O si no, Hefesto, quien por otro lado tiene más que perder. No es tan poderoso, y si lo atrapan haciendo esta clase de cosas, estaría frito. -comentó Licaón, un poco ausente, sin dejar de mirar a las hermosas ninfas, que ya le hacían señas. Eran tan preciosas, de redondas formas, piel suave, cabellos largos y tan felices de que él las mirara, al parecer-. Supongo que hay una cola de gente que cabe en el perfil, si tus parientes siguen siendo tan pintorescos como los recuerdo.
La diosa de la Sabiduría y la Guerra había soltado una carcajada, instantánea:
-¿Hefesto? -dijo ella, cuando pudo contener su humor. Él no era ni una opción. Hefesto era... por algo le había dado su virginidad a él. No, era muy amable para hacer algo como eso, jamás podría dañarla a propósito. Y Hades era otro imposible, pero la gente tendía a juzgarlo mal. Ser el dios de la muerte podía causar eso, aunque era obvio que sería el menos interesado en el mundo de los vivos-: Me temo que no, ni Hades ni Hefesto entran en el «perfil».
Lo volvió a ver y notó de nuevo, que el lobo parecía muy interesado en las mujeres de la fuente. Ella entendía lo que pasaba. Atracción sexual. Y si las mujeres lo estaban invitando, no estaría mal que fuera a su encuentro, no sería una falta de respeto para la Oráculo... le hizo un ademán con la mano, como dándole permiso, y sonrió comprensivamente:
-Si quieres ve con ellas, puedo esperar unas horas para que vengas a rastrear al monstruo. Iré a buscar información mientras tanto. -le ofreció.
-¿Eh? -él se volvió a mirar a Atenea, y la expresión de su rostro era más simple, inocente, relajada. Más humana, casi pacífica. Miró hacia el suelo, y tragó saliva-. No, no puedo hacer eso -contestó, rechazando la oferta-. Nunca más. -carraspeó para aclararse la garganta, y volvió a cruzar los brazos-: Entonces, ¿Quién? ¿Ares? Apuesto a que sí. Alguno de sus hijos. Son como cucarachas, viven de la basura de los otros. Hasta que encuentran algo bueno.
-¿Qué es lo que no puedes hacer? -ella insistió, respecto de las mujeres y con pura e inocente curiosidad.
-Dime tu plan, bruja. Piensa -contestó, bruscamente ahora, mostrándole los colmillos que trataba de esconder de los humanos-. No te preocupes por mí.
Como él le pidió que le dijera su plan, Atenea dio por hecho de que el rastrear no era lo que no podía hacer. Extraño, una vez más. Estaba segura que entre los males de la maldición que le dio Zeus, no estaba la impotencia. Muy segura. Pero ese no era el momento de ponerse a pensar en eso... ¡Él quería que le dijera su plan! ¡Lo había conseguido!
No le importó que se le escapara una sonrisa muy grande de victoria, y le dijo:
-Mira, Ares también es otro improbable. Hay una ley que nos veda. Hacer la guerra entre nosotros no es opción. Apuesto a que él tampoco ha sido el orquestador del asesinato de David, ya que entre los Doce Grandes, cualquier cosa de esta clase le reportaría una inmediata baja de rango deshonrosa entre otros castigos, y no lo soportaría. Es muy orgulloso. Ares... tampoco me parece un sospechoso sólido, aunque cabe en el perfil -repuso ella, con más tranquilidad y luego lo miró, con renovados ánimos. Unos aleteos aparecieron y se acercaban a ellos mientras ella decía-. Hagamos esto: te llevaré a la escena donde mataron a David, a ver si encuentras algo, ¿Sí? Y -alzó su mano, y una lechuza grande se posó en ella rápidamente, la que había aparecido de la nada entre los pilares del lugar-. Ahora mismo le mandaré un mensaje a Hermes, él buscará información sobre el Vellocino y quién lo quisiera, mientras te sigo.
-Genial. Más viajes alocados -bufó él, mirando hacia el techo, sin saber bien cuando había dicho que lo iba a hacer, pero sabiendo que no iba a retractarse de su palabra.
Dedicó una última mirada a las ninfas y a las nereidas, y con un suspiro largo y culpable empezó a caminar alejándose de aquel sitio, mientras Atenea hablaba con su pájaro.
Y cuando menos se lo esperaba, ella le puso una mano en el hombro, por detrás. Al levantar la cabeza, ya estaban en otro lugar.
(VEAMOS LO QUE SIGUE CON ELLOS DOS!!)