Olímpicos: Capítulo 4

Mar 25, 2012 11:14





CAPÍTULO 4

Era el callejón de un barrio de la ciudad, entre unos edificios muy altos. Más al fondo estaba la entrada trasera a una playa de estacionamientos de varios pisos, o eso parecía. Licaón se quedó tieso, preguntándose cómo no había notado el cambio de escenario antes de dar un paso. El sol estaba alto sobre su cabeza, efectivamente ya era mediodía. Aún en aquella montaña, aunque estuvo desorientado durante algún tiempo, se dio cuenta de que había pasado mucho más que una hora buscando una salida, hasta que Atenea apareció.

«Esa bruja, me lo hizo a propósito.» se dijo, reprimiendo un gruñido.

Aún sonriendo, Atenea vio volar a su lechuza, alejándose, y se acercó más hacia él. Desde los tiempos en que ayudó a Hércules que no sentía esa emoción y esperanza en el pecho, ese sentimiento de que el Héroe frente a ella en verdad que valía todo el esfuerzo. Le envió una mirada y, aún sonriente, se encaminó al callejón que a ojos humanos, era como cualquier otro...

-Ven, gracias por la ayuda -dijo, con tono complaciente-. El espíritu de mi Héroe y los humanos muertos en ese incendio, también lo hacen...

-Sí, sí, como sea. O sea que aquí sucedió. -comentó él, de mal humor.

Examinó el lugar, pero a primera vista no descubrió nada.

Parecía un callejón normal, como cualquier otro. Todo estaba limpio, no había más que unos tachos de basura y contenedores llenos a reventar, colocados quizá demasiado a propósito como para simular que allí no había pasado nada. Un buen trabajo de algún «equipo de limpieza» de los Olímpicos, se dio cuenta. El lugar apestaba a ellos.

Un hombre de negocios, con traje y maletín, pasó al lado de ellos dos y los miró, mientras hablaba por su teléfono celular. No les prestó mayor atención. Licaón se hizo el que miraba el cielo, como quien no quiere la cosa. Cuando el ejecutivo pasó y entró al edificio de cocheras, el lobo se volvió hacia el callejón y empezó a caminar cerca de la pared, olfateando el aire, tocando el revoque descascarado con la punta de los dedos.

Aunque se notaba que la zona había sido «limpiada», aún había cosas que no se podían borrar tan fácilmente. El principal, el olor de la sangre humana derramada, y la sutil esencia de una criatura bastante difícil de catalogar. No era un olor que su nariz hubiera recogido muchas veces antes.

Necesitaba VER. Y SENTIR.

Sus ojos humanos eran débiles. Tenía que cambiar de forma.

Se volvió sobre su hombro, y miró a la mujer gallarda que lo esperaba de pie a pocos metros, con esos grandes ojos dorados fijos en todo lo que él hacía, como esperando algo impresionante.

-Vigila que nadie aparezca, Atenea. -advirtió Licaón, en un gesto altanero.

-Nadie aparecerá... -le asintió, sin dejar de mirarlo.

Él suspiró, y se sacó la chaqueta del uniforme.

Se quitó la camiseta, para no romperla, y en el arco de su columna vertebral ya estaba creciendo un pelo blanco, corto y duro. Se obligó a transformarse, a plena luz del día y en un lugar donde era una locura hacer tal cosa; mientras el pelo reluciente crecía sobre todo su cuerpo. La masa muscular se multiplicaba rápidamente debajo de su piel lustrosa, abultándose y expandiéndose. Se quitó sin demora los pantalones, y ya estaba completamente enfundado en piel animal, inclusive le había crecido una cola.

Un hocico largo y estilizado, de lobo ártico, brotó de su rostro al tiempo que las orejas se trasladaban hacia lo alto de su cabeza, y ese pelo blanco absorbía su rubia cabellera corta. Abrió las mandíbulas, mostrando al aire sus dientes blancos y agudos, dientes para arrancar miembros; y exhaló todo el aire acumulado en sus pulmones.

Un gruñido bestial retumbó dentro de su pecho, fluyendo hacia la garganta.

Estiró los brazos, amoldándose al cambio, y los huesos de su espalda crujieron, bajo capas y capas de músculos duros y bien entrenados. Las garras se le estiraron sobre los dedos, más gruesos y nudosos, con uñas pequeñas y caninas, y todo su ser creció al menos medio metro de estatura (dándole más de dos metros en total). Ya en la última fase de la transformación, tuvo que sacarse los zapatos para permitir que sus pies animales terminaran de crecer, con todo y las zarpas.

En pocos segundos ya se había terminado, sin presiones ni dolor, totalmente a voluntad.

Y era una mixtura imponente de animal y humano.

Como era capaz de caminar en dos piernas con bastante fluidez, volvió a acercarse a la pared del edificio colindante y luego se inclinó sobre el suelo, pegando la negra nariz al asfalto roto de la calle...

Atenea había visto la transformación con interés casi científico. Y luego, se encontró admirando la belleza de la bestia, y la inteligencia que se advertía en ella. No pudo evitar esbozar una sonrisa fascinada, los híbridos en todas sus formas eran seres muy interesantes.

Lo siguió de cerca, con los brazos cruzados sobre el pecho e infinidad de pensamientos y preguntas en la mente, mientras él hacía su trabajo. Al cabo de un rato, y como Licaón se mantenía en silencio, acercó la mano para poder saber qué había estado pensando.

-... no me toques, bruja. -articuló él, mirándola con recelo. Habló con una voz mucho más profunda, dura y gutural, como si con el resto de su cuerpo, sus cuerdas vocales se hubieran engrosado también.

-Quiero saber cuál es la información que estás obteniendo.

-Pudiste haber preguntado, sin trucos mentales. Evidentemente, aquí hubo una bestia legendaria. No es algo que haya olido con frecuencia, pero... -olfateó un poco más, en una grieta del asfalto donde se había filtrado específicamente sangre no humana- Puedo pensar que es algo así como... una mantícora, estoy casi seguro.

Pero, que él supiera, las mantícoras no tenían forma humana...

Porque, por supuesto, lo que quiera que hubiera atacado a David, no había salido de ese callejón andando en una forma bestial. ¿Qué estaba pasando allí? Pudo discernir que la bestia no estuvo sola. Había otra pestilencia impregnada en el suelo.

Olía a vaca.

Y a polvos espantosamente picosos. Como magia antigua.

-... esto no me gusta nada. -masculló Licaón, y se agachó sobre la planta de sus pies, apoyando las palmas de las manos en el piso como un animal. Miró a su alrededor, y vio unas marcas especiales en los ladrillos de la pared del otro lado, marcas de garras, aún visibles aunque hubieran sido recubiertas de pintura recientemente-. Puedo sentir que hubo más de una persona aquí. Entre ellos, tu Héroe, y por lo menos dos híbridos.

Atenea le asintió. Imaginaba que de esa forma, podía ver la escena, los residuos de su Héroe, la sangre... y oler mejor quien hubiera hecho eso. Lo siguió de cerca, mientras él olfateaba de nuevo, tratando de no meterse en el camino del lobo, pero muy interesada en cualquiera de sus acciones.

La forma en que él se movía, era tan precisa y fluida, ¡Una maravilla!

Pocas veces había visto un licántropo como él. Incluso, unos que había conocido eran más bien torpes por naturaleza, otros, poco agraciados. Realmente MUY pocos eran tan bellos a la vista y perfectamente funcionales como él.

Y la precisión con que usaba la nariz le hizo pensar en qué tan efectivo era su olfato.

-... una mantícora, ¿Puedes creer esto? -dijo él, mirando a la Diosa con sus ojos azules, brillantes y sagaces.

En esa forma, era mucho más alto que ella, más grande y más fuerte. Pero Atenea aún podía derribarlo con un simple empujón, con un solo dedo. Él la miró con cierto desdén, aunque empezaba a admirar algunas cualidades de la Diosa. Atenea de verdad estaba interesada en lo que estaban haciendo. Eso fue reconfortante, en cierto modo.

Licaón suspiró, un poco más tranquilo, y siguió oliendo lo invisible.

-Las mantícoras son tan instintivas y violentas en su forma animal, que no creo que pudiera pensar suficientemente fino como para llevarse el Vellocino y esconderse a sí misma de los no-iniciados. Para haber atacado y comida de esa manera a David, debía estar muy fuera de control -le explicó la Diosa, con el mismo tono serio del principio-. Concéntrate en el otro híbrido, ése es el cerebro de la operación y el más importante. ¿De qué clase era?

Él retrajo un poco los labios, mostrando los colmillos:

-Huele como a vaca. Y a rancio, picoso... Algo en el olor mantícora pica y se siente caliente. He sentido eso antes, como... como magia -le contestó.

Atenea se quedó pensando.

-¿Vaca, dices? -murmuró Atenea.

Un váquico. Sátiros, las Íoidas y los Minotauros eran las tres grandes razas de váquicos en la actualidad. En su mente, empezó a pasar revisión por todos los híbridos o seres que tuvieran en su sangre parte de esas tres razas, y que pudieran ir con el perfil. Sin embargo, con los hechiceros era más difícil. No había un registro propiamente y, aunque la magia estaba en manos de Artemisa, después de que asimilara a Selene; habían muchos otras deidades y parte de sus séquitos que lo usaban. Realmente, todos en el panteón podrían tener acceso a ella. Sin embargo, que Licaón dijera que la manticora tenía rastros de magia, la hacía pensar en que podría buscar a los que tuvieran habilidades de domadores de bestias. Aunque fuera una baja posibilidad, su mente se puso a trabajar en seguida... Pronto dio con cientos de posibilidades.

-Cuando sigo la magia, doy con otra presencia... -comentó el lobo, y pegó más la nariz a la grieta, siguiéndola en toda su extensión hacia el centro de la calle, a la boca de la alcantarilla- Es fuerte, pero diluida en la magia. No la puedo distinguir bien. No sé de qué criatura sea. Tampoco estoy seguro de que sea una criatura. Y no hay nada más aquí, sólo la sangre y la bilis de tu querido Héroe. -se alzó sobre los cuatro miembros, agazapado, y miró a la Diosa por sobre su hombro peludo y blanco-. Dar justo con el héroe al que le prestaste el Vellocino. Es de locos, pero se me hace que ese era más su objetivo que comerse a tu héroe. ¿Quién tiene tantas ganas de joderte? ¡Piensa! -se giró más, medio irguiéndose, agazapado sobre sus piernas, con los antebrazos apoyados sobre las rodillas en una forma bastante antinatural para una criatura de su clase- ¿Quién pudo hacer algo así?

Hubo un silencio entre ellos, mientras se miraban a los ojos, como pidiendo que el otro diera con la respuesta.

Atenea estaba muy interesada en encontrar un hechicero con poderes de domador, una manticora y un váquico que pudieran unirse para hacer algo contra su héroe y robar el vellocino... Al ingresar la “variable” mercado negro en la ecuación, su mente estuvo mucho más ocupada con dar con las posibilidades de responsables, que en los ojos de él.

Licaón se dio cuenta de que ella lo miraba sin mirar, y entonces prefirió cortar el silencio.

-El rastro continúa en aquella dirección. -él señaló a unos metros más adelante, hacia la entrada del edificio de estacionamiento, y se movió hasta lo más cerca de la calle que se permitía estar sin salir a la misma, con la nariz al aire-. La manticora huele a sangre... No la de tu héroe, es como a... su sangre, pero con sustancias de cierta sangre humana. Tal vez se transformó al estar al descubierto y empezó a sangrar.

Atenea abrió mucho los ojos, con sorpresa:

-¡Espera! ¿Dices que la mantícora era humana? -preguntó, mientras la otra parte de su cerebro iniciaba una nueva ecuación con los resultados de la anterior. Calibraba sus relaciones con todas las deidades que conocía, en busca de alguien que tuviera un motivo fuerte contra ella.

Licaón se encogió de sus peludos hombros, alzando las manos:

-Pues, eso. Su olor es demasiado fuerte, es una mujer. Estaba sangrando -dijo, algo avergonzado-. Y no precisamente de una herida, sino que ella estaba menstruando. Las hormonas son fuertes, no hay forma de que me equivoque en eso.

-Una mujer con el período ¿Que se convierte en mantícora? -Atenea frunció el ceño.

Las manticoras eran tan pocas y había tan poco de conciencia humana en ellas, que cuando iniciaron los trabajos para hacer que los híbridos pudieran tener formas humanas (Una de las acciones más importantes para pasar a la clandestinidad frente a los no iniciados y los monoteístas), las manticoras se habían quedado totalmente fuera de esa posibilidad. Algunas manadas licanas y arácnidos inferiores eran otros ejemplos de seres que sus antepasados fueron humanos maldecidos, pero que habían degenerado a lo largo de las generaciones a ser simples animales.

Solo veía dos explicaciones para eso. El hechicero había conseguido algo que ni Hefesto ni su séquito ha podido hacer en todo ese tiempo: volver a la humanidad a una manticora. O, la más posible: que una deidad poderosa hubiera maldecido a una mujer. Pero no había ningún caso anotado en la biblioteca de la Escriba de la Dioses, Mnemosine. Ella tenía un registro bastante detallado del accionar de casi todos en el Olimpo, y ciertamente un hecho como una maldición no estaba sin catalogar y Atenea la conocería. Llevaban 1321 años del calendario actual sin que un Dios se tomara el trabajo de maldecir a alguien de esa manera. Después de la caída de Roma al cristianismo, hasta convertir a un humano en inmortal necesitaba por lo menos de cinco dioses y la disposición de tres en específico. Maldecir ya no era fácil como antes, no solo por la nueva ley, sino por simple logística.

-... ¿Estás sorda o simplemente, no me estás prestando atención? Es justo lo que dije. -le reclamó Licaón, algo molesto-... pero sólo por esa sangre deduje que es una mujer. No creo que su período afecte el cambio. Aunque nunca se sabe, ¿Qué puede activar una transformación semejante?

La Diosa negó con la cabeza, empezando a molestarse por no entender.

-No fue alguno de nuestro panteón, o lo hizo sin decirlo... o es de otro panteón... -dijo en voz baja, más para sí misma que para Licaón.

-... ¿Una discípula de Medusa, tal vez? ¿Alguien como ella, convertida por castigo?

-¿Acaso tú puedes maldecir a alguien? -espetó Atenea, un poco irritada y con los brazos cruzados, ahora- No, los maldecidos no pueden maldecir a otros humanos, tienen que ser unas deidades con ciertos poderes, o un hechicero o alquimista demasiado poderoso... -lo miró de nuevo, como si buscara en él que la acompañara a encontrar la respuesta. Al final, bufó, y añadió a la desesperada-: ¡No lo entiendo! Puede que no sea en contra de mí, puede que solamente quisiera el Vellocino. Y que yo sepa, ninguna de mis relaciones con otros Dioses está tan deteriorada para que se ensañen así conmigo...

El lobo negó con la cabeza, sacudiendo el hocico con lentitud:

-Ya te digo. Ares no necesita odiar a nadie en particular para hacer maldades. Él y sus acólitos son buenos haciendo lo que hacen. Yo que tú, vigilaría muy bien este lugar durante un tiempo. No vaya a ser que veas aparecer a alguien con una piel dorada. -se rió el gigantesco Hombre-Lobo, mostrando todos los dientes-. Es todo, Atenea. Te he ayudado, ahora déjame en paz. Quiero volver a casa, tengo cosas que hacer. Y quiero volver solo. -le advirtió, cansado.

Dio media vuelta y empezó a pensar en des-transformarse, pero...

Sin darse cuenta, ella le agarró suavemente un brazo, como pidiéndole que no se fuera.

Él se quedó paralizado por el roce, pero no se volvió a mirarla esa vez. No estaba seguro de si quería ver la expresión triste de la Diosa, siendo que ya podía sentir en cada fibra de su cuerpo la mixtura de emociones que la recorrían de arriba abajo. Simplemente, irguió las orejas y esperó a que Atenea hablara:

-Esto no me gusta. -dijo ella, sin mirarlo y soltándolo tan rápido como lo había detenido. Había un ligero temblor en la voz-. Si me quieren perjudicar, si van en contra de mis Héroes... No, no me pueden hacer esto. Soy la Diosa de la Estrategia, el Olimpo me necesita. No puedo caer... Ares tendría el poder, y todo se iría al garete.

Recordaba la Guerra contra los Titanes, en la que hasta ella perdió el control. Si ella caía antes de una guerra, y Ares era el que titulara las fuerzas de los Olímpicos... eso no podía pasar. Si Ares se hacía con todo el mando de los ejércitos, cualquier cosa podía pasar. Y una guerra civil dentro del propio panteón sería, probablemente, el menor de sus males.

Las palabras que el Oráculo de Delfos le dijo cuando la llamó después de ver a Licaón, resonaron en su mente, con fuerza. Sin embargo, no podía hacer más con eso que lo que ya había hecho...

Licaón se volvió a quedar tieso, al escuchar esas frases tan afectadas.

Miró la pequeña mano de ella, la que había estado sobre su peludo antebrazo blanco, y soltó un suspiro bajo, cansado. Otra vez, lo estaba sintiendo, creciendo en su pecho, inevitablemente. Como en la mañana, cuando ayudó a esa embarazada a cruzar la calle, justo antes de que Hermes se le apareciera. El instinto le llamaba a protegerla, a cuidarla.

Ante los ojos del “lobo”, en ese momento, Atenea era simplemente una hembra indefensa más, que necesitaba ser protegida.

La sentía, necesitada, triste, preocupada y, aunque iba contra toda razón, indefensa. No podía simplemente dejarla sola.

¡Pero eso era completamente ridículo! Atenea podía derribarlo con apenas un soplido, era mil veces más fuerte y poderosa que él o cualquier enemigo. ¿Cómo era posible que su instinto de macho alfa reaccionara así a la expresión del desasosiego de ella? No lo sabía, pero sabía que nunca había podido luchar contra ese instinto.

Levantó la zarpa libre, algo indeciso, pero finalmente se resolvió: Despacio, posó su enorme zarpa sobre la mano de ella, como consolándola, y se concentró en no dejar que sus garras mancillaran la piel perfecta de la Diosa. Las almohadillas ásperas que tenía en vez de huellas digitales absorbieron el calor de Atenea, y ella percibió unas cosquillas agradables; se volvió a mirarlo, sin entender.

-... está bien, lo encontraremos. -le ofreció, echando ligeramente las orejas hacia atrás.

Atenea miró enseguida hacia su mano, cuando sintió ese suave tacto rugoso en ella y... como una idiota, se sonrojó, más con lo que él le dijo. Ese gesto, se sentía como si de alguna manera él quisiera protegerla, pero eso era ridículo. No, no era eso lo que necesita. Lo miró, regañándose mentalmente por haber perdido la compostura, y le dijo:

-Voy a ser sincera contigo. Mucho de mi poder lo saco de la fe en mí de los Héroes, sus familias y los humanos que salvan y a los que ayudo. Si mueren, pierdo fuerza, pero eso no es lo más importante. Están atacando a mis héroes adrede, nadie debería siquiera pensar en que puede hacer eso, porque yo los protejo. Alguien ha perdido el miedo y el respeto en mí, y eso es lo más preocupante. Mi nombre está siendo atacado y al final, lo más preciado de un Dios es su nombre. -le explicó ella, y el tono de su voz se hizo un poco más firme-. Yendo a los escenarios extremos, puedo decir que si caigo en desgracia, el Dios de la Guerra será Ares. Si lucho directamente, puedo volver a traer una gran guerra al panteón. El peor de los escenarios a la que esta situación puede llevar es... -dio un resoplido, alejando su mano de él, hablándole como una general. Totalmente en control ya- No tengo que decirte lo que pasaría si un bando tiene el Vellocino y el otro es comandando por un sádico sin miramientos: Es muy posible que los Olímpicos caeríamos, y lo que te ha mantenido vivo por tres mil años, se vendría abajo. Morirías también. Por eso, y porque Delfos ha dado a entender que... Como sea, tu ayuda en estos momentos sería muy agradecida y recompensada. Te doy mi palabra.

Licaón puso los ojos en blanco, molesto. Pero sentía cada vez más fuerte el pálpito en su pecho, la necesidad de proteger.

¿A eso se referían, cuando decían que era un Héroe?

-¡Está bien, está bien! -Licaón levantó las zarpas, harto de tantas palabras que sólo le traían problemas- Deja de lloriquear. Te ayudaré. Aquí no hay mucho más que ver, de todas formas. -decidió él, y se miró el pelaje con una mueca de exasperación-... genial, ahora, ¿Dónde quedó mi ropa? -suspiró, con molestia.

Atenea no pudo evitar reír; pero se contuvo de hacerlo en voz alta. Apareció las ropas de él en sus manos, y se las ofreció en un gesto de paz, bien dobladas y limpias. Lo miró con una sonrisa más animada ahora, como si se hubiera sacado un peso de encima.

-Bien -apreció él, y tomó la ropa en sus zarpas-. Date vuelta, y no mires.

Atenea estuvo a punto de decirle que él no tendría nada que no hubiera visto antes, pero se dio cuenta de que ver el cuerpo de él no sería como ver cualquier cuerpo. No era por su forma híbrida o por la desnudez, ni siquiera era porque apenas le conocía. No, era otra cosa. No se pudo explicar el porqué de pensar eso, en aquel preciso momento, pero mientras analizaba el motivo de su pensamiento le dio la espalda y se cruzó de brazos, vigilando que nadie apareciera por el callejón.

De todos modos, si alguien entraba, aún podía usar los poderes prestados de Mnemosine.

En pocos segundos, él se había transformado y se estaba vistiendo de nuevo.

-Ya puedes mirar. -la animó, mientras buscaba los brazos de la camiseta para ponérsela sobre la piel de su torso desnudo.

Atenea se volvió, y notó que un montón de pelo blanco yacía alrededor del hombre, como si simplemente se le hubiera caído de encima a medida que las formas de su cuerpo se encogían para volver a parecer humano. Ya no había cola por ninguna parte, tampoco. La diosa pudo apreciar lo bien que se movía su piel lisa por arriba de los músculos del torso y, por alguna razón, recordó que él le dijo abiertamente que quería ayudarla. ¡Qué gran victoria! Sonrió más, con un alivio verdadero que no era capaz de comprender.

Se mandó a centrarse en los hechos y no en sus emociones. Antes de volver su mente a todos los demás “proyectos” que debía seguir, vio la hora en el teléfono celular. Hizo el cálculo para saber la hora local al instante y se dio cuenta de que Licaón debía almorzar y que no había nada más qué hacer, por lo menos juntos.

Le miró y se vio levemente azorada por encontrar la manera de despedirse.

-Llamaré a otra de mis lechuzas para mandarle un mensaje a Temis, para que pida un permiso especial y me dejen ir a rescatar a la madre de David... Además, tengo que ver a mis otros Héroes y Heroínas y...

¿Era cosa de ella o se estaba comportando como una idiota social? Hasta Hefesto lo podía hacer mejor que ella en ese momento...

Licaón se puso la camiseta y agarró la camisa de su uniforme, mientras la miraba con una seriedad casi mortal, como diciéndole "¿Y después de todo esto, te vas a ir?". Atenea dejó de hablar y volvió a acercarse a él, ahora que estaban un poco más en confianza. Lo miró y le dijo algo animada:

-Si ella me deja ir, ¿Vendrías? Me ofreciste tu ayuda, al fin y al cabo. -le dedicó una sonrisa y mirada que parecían las de un animal al acecho, que va a atacar de alguna manera-. Ya sabes... ¿Golpear, cortar, morder a alguien, mientras se salva a la damisela en peligro? ¡Creo que lo encontrarías interesante!

Licaón bien pudo mandarla al carajo en ese preciso instante, pero... Él le había dicho que la ayudaría, y la verdad era que sintió un subidón de adrenalina ante la perspectiva de hacer algo más que... hacer como que era humano. Asintió con la cabeza:

-Anótame. Puede ser divertido. -contestó, sin saber realmente por qué estaba haciéndole tanto caso.

Atenea amplió la sonrisa, complacida con la respuesta; e hizo un gesto con el puño, casi como si le fuera a dar un puñetazo juguetón en el hombro:

-¡Bien! Estoy segura que encontrarás algo divertido en ello... Te contactaré para cuando sea el momento. Nos vemos, Licaón de Acadia.

-Haz lo que quieras. La oferta está hecha -desdeñó él, y continuó su camino, tratando de no girarse a mirarla. Aunque, al llegar a la calle, sí se volvió.

Ella ya se había desvanecido. Un gruñido gutural brotó de su garganta. Dioses. Yendo y viniendo como si dieran por hecho de que todos deben estar al tanto de sus cosas.

Y lo peor de todo, es que cuando ella llegara a pedirle ayuda, sí se la daría. Él había accedido a hacerlo. ¡Qué bien había hecho su partida esa mujer! Ella no era ninguna estúpida, él se daba cuenta de eso. Sabía que lo había engatusado, pero muy en el fondo, no le importaba, no tanto. A pesar, Atenea parecía ser la más protectora y podría decirse, honesta. Posiblemente hasta confiable. O eso terminó pensando Licaón.

Dándose a la idea de eso, empezó a caminar hacia la salida, pensando en lo mucho que quería ir a su departamento a darse una ducha y comer algo. No, primero, debía ir a cazar, para sacarse de encima la carga extra de adrenalina y rabia contenida que había estado acumulando toda la mañana. Hermes haría su ronda, ¿no? Podía llegar a la oficina en la tarde a terminar el informe...

Un cosquilleo le hizo escocer la piel, allí donde ella le había tocado.

El roce de una Diosa.

Suertudo.

¿Suertudo? ¡Idiota! Sólo quiere engatusarte para que luego termines ensartado en un palo, fallando en alguna misión ridícula." se dijo, con molestia. "Pero que sus manos son suaves y su corazón late rápido, eso sí. Para ser inmortal y haberlo visto todo... se sonroja fácilmente. Podría jugarle una o dos bromas si quisiera. Apuesto a que es como una niña."

Además, ella tenía la fama de “Diosa Virgen”, y ese hecho la hacía aún más... ¿En qué estaba pensando?

Gruñó por lo bajo. La muy condenada. Al menos pudo haberlo aparecido en su apartamento antes de irse.

(SIGAMOS CON EL CAPÍTULO CINCO!!)

cuento, olímpicos, tipo: supernatural

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