Los últimos románticos, capítulo VIII |
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Rating/Advertencias: M | Situaciones sexuales, vocabulario soez.
Nota de autor: Y volvemos tras nuestras vacaciones de fangirleo documentación por allende los mares. Espero que este capítulo valga la espera. Gracias a todos por leer, por ser tan fieles y por gritarnos en los comments y en twitter. ♥
VIII. (parte i)
Gerard llegaba tarde al trabajo, como casi todos los días. Se puso los vaqueros y una de las camisetas blancas de su extensa colección, que no duraban ni un par de meses porque siempre acababan hasta arriba de grasa, y cogió la cartera y las llaves de la mesilla, antes de salir escopetado. Ya desayunaría al llegar al taller.
Se metió en el coche, tirando el mono azul recién lavado al asiento de atrás, junto con su abrigo y los cientos de papeles que acababan siempre en el salpicadero como por arte de magia. Estaba tratando de poner orden en ellos cuando encontró la libreta que se había pasado toda la tarde anterior buscando como loco, hasta que la dio por perdida. Era una pequeña agenda negra, muy desgastada de ir permanentemente en el bolsillo de sus pantalones desde el uno de enero. Buscó un boli y fue a apuntar el último nombre que había que añadir a su colección. Cesc, baños del intercambiador de Moncloa. En esa misma página ya había otras tres notas.
Cesc, mi coche
Cesc, oficina de Pep
Cesc, Audi A4
Esa semana había tenido al Empanao ocupado, recordó, sonriendo con suficiencia. Volvió un par de páginas sólo para regodearse en su agitada vida sexual, pero lo que encontró no le gustó demasiado. Páginas y páginas de Cesc, Cesc, Cesc. Tuvo que volver al mes anterior para encontrar una nota que no empezara con su nombre.
Cajera del Mercadona
Y la semana anterior a esa también estaba repleta de él. Piqué bufó, guardándose la agenda en el bolsillo y arrancando el coche. El manos libres pitó un par de veces, dándole a entender que se había activado, y él de repente supo lo que hacer. Buscó su móvil y, en el primer semáforo, recorrió los contactos en un golpe de vista antes de decidirse por uno.
-¿Sí? -contestaron al quinto tono, con la voz pastosa del que acaba de amanecer.
-Zlatan, ¿te he despertado?
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David sabía que era normal. Eran las primeras semanas, esas que todas las parejas tienen, sobre todo una pareja como esa que puede que hubiera esperado demasiado. Se alegraba por ellos, por supuesto; eran amigos y probablemente Raúl fuese una de las mejores personas que había conocido, y Álvaro le caía bien. Se complementaban a la perfección y, aunque no se lo había dicho a nadie, siempre pensó que entre ellos había algo más. Pero bueno, las cosas eran así. Estaban juntos, eran felices. Y eran lo más moñas que se había echado a la cara en sus veintidós años de vida. Por lo menos lo eran en privado, o lo que ellos consideraban así, porque un piso compartido no podía serlo en la mayoría de los casos. Eso quería decir que se pasaban la mayor parte del tiempo en el piso, cosa que por otra parte venían haciendo desde siempre, sólo que ahora siempre estaban en el cuarto de Raúl, y dónde podía oírles, o en el salón dónde podía verles. No es que hubiera habido un gran cambio en su actitud respecto el uno con el otro, pero había veces. Había veces que David quería abrirles en canal y usar sus tripas para estudiar anatomía.
Y aquella tarde de mediados de diciembre era una de ellas.
Había vuelto de las prácticas hacía no más de media hora y no había podido usar el baño porque Álvaro estaba dentro, y cuando este salió Raúl se había adentrado sigilosamente. Así que para aprovechar el tiempo se metió en la cocina para hacer algo de cena, pero el fregadero estaba atestado de platos, la mesa y la encimera llenas de envoltorios y latas abiertas. Y por supuesto la nevera estaba vacía.
-Hostia puta -masculló cerrando la nevera de malas maneras.
-Si pretendes hacerla giratoria vas a tener que darle más fuerza. -Álvaro apareció justo en ese momento, vestía sólo unos pantalones cortos del Madrid y traía en una mano un paquete de galletas que parecía haber acabado de engullir.
-Eran mías.
-No había nada más comestible.
-Si Raúl hubiera hecho la compra…
-Le he tenido un poco ocupado -contestó con socarronería.
-Me parece estupendo, pero podéis parar de follar para hacer la compra, tendréis que reponer fuerzas. Digo yo.
-Vaya, el Chori tiene razón.
-¿Perdona?
-Qué estás que muerdes.
David no le contestó. Agarró la lista de la compra que estaba clavada con una chincheta en el corcho junto a la puerta y salió rumbo al salón.
-Espera, hemos pedido comida china. ¿No quieres?
-No -musitó.
-Quieto parao -le dijo agarrándole del brazo, le arrebató las llaves que tenía en las manos y le obligó a sentarse en el sofá -Vamos a ver, Pony. ¿Qué te pasa?
-Tengo hambre y no hay nada que llevarse a la boca. ¿Te parece poco?
-Pues sí. Además hace dos días había comida y me mandaste a la mierda porque no recogí la toalla mojada del suelo del baño.
-Es que eres un guarro. Y tu novio también. -Álvaro esbozó una sonrisa. -¿De qué te ríes?
-Nada, que suena raro, eso de novio.
-Ya bueno, acostúmbrate. Es lo que sois. -Se puso de pie, pero Álvaro tiró de él otra vez haciendo que se sentara de nuevo.
-¿Y el tuyo?
-¿Mi qué?
-Tu novio, Pony. Tu novio.
-Yo no tengo novio -siseó.
-¿No? Bueno, pues tu follamigo. -Silva apartó la cara y fijó la mirada en la ventana-. Mira, si no quieres contármelo a mí, espera a que salga Raúl y yo me voy a la compra para que habléis. Total, no es como si no fuera a contármelo luego. -No consiguió hacerle esbozar una mínima sonrisa y aquello le molestó, no tanto por él porque, vale, sí, David era su amigo, pero Fernando y Sergio siempre iban a estar por delante y él ya tenía bastantes cosas de las preocuparse con su recién estrenada relación; pero para Albiol, Silva era más que un compañero de piso, era esa persona que jamás le había juzgado, a la que podía abrirse si él no estaba cerca era, ahora que él había ocupado el estatus de Novio, su mejor amigo.
-No tengo nada que contar -respondió al fin.
-¿Seguro?
-No he sabido nada de él desde la última noche que estuvo aquí.
-¿No? -preguntó preocupado- ¿Tanto se enfadó?
-Según él, no estaba enfadado. Pero creo que bueno… me mintió.
-¿Seguro?
-¿Alguna otra razón para que no me haya llamado?
Álvaro se quedó pensativo unos minutos; era cierto que aquello no era muy normal y puede que hubiese algún tipo de razón oculta que él no llegase a ver pero lo más probable es que Villa se hubiese cabreado.
-Pues menudo gilipollas.
-Gracias. -Silva sonrió, recogió las llaves y tomó la lista de la compra. -Guardadme un poco de pollo al limón y cerdo agridulce.
-¿Cómo sabes que hemos pedido eso?
-Llevo viviendo cuatro años con Raúl, y jamás le he visto pedir algo distinto.
-Es un chico de costumbres.
-Me alegro. -Arbeloa le miró confuso. -Por vosotros digo, se os ve muy bien. Y estaba claro que sólo alguien como tú podría hacerle feliz. Y viceversa.
-Ya ves… -se puso de pie pero en lugar de regresar a la cocina salió detrás de David que ya había abierto la puerta-. Podrías llamarle tú.
-¿Qué?
-No sé, puede que no esté enfadado. Puede que sea, no sé… otra cosa.
-Quizás.
-Pony, yo… he tardado mucho en darme cuenta de que lo que me pasaba con Raúl era esto, he estado escondiéndome años y las he pasado putas, aunque ni siquiera me daba cuenta de por qué, ¿entiendes? Y ahora, joder, ahora es lo mejor del mundo. No sé, puede que él -se encogió de hombros-… Una llamada no va a hacerte daño.
Silva le miró fijamente un par de segundos, después sonrió de medio lado y salió por fin del piso. Cuando Álvaro se dio la vuelta, Raúl estaba apoyado en el marco de la puerta del baño.
-Ni una palabra.
-Nada. Ni una -dijo esbozando una sonrisa- Así que…
-Raúl…
-Vale, vale. -Cuando se acercó a él para darle, al parecer, un beso, Albiol puso una mano en su pecho-. Lo es -musitó.
-¿El qué?
-Lo mejor del mundo.
Álvaro se rió.
-Moñas.
-Nenaza.
Le tomó del brazo que había usado para detenerle y le arrastró hacia él, besándole.
-Aún quedan quince minutos para que llegue la comida -le avisó Raúl.
-Me sobran cinco.
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Fernando había decidido que esa tarde no pensaba cansarse mucho. Nada de cardio, sólo algo de musculación, que buena falta le hacía. Sergio no le quitaba ojo cuando se subía a una máquina, porque era muy capaz de tirarse un peso sobre el pie, y no quería tener que cargar con él medio cojo, porque si ya de normal era un quejica, lesionado podía ser algo épico.
-Niño, no va a pasar nada si te pones unos kilos más, ¿eh? Que eso lo levanta hasta Odie.
Torres se imaginó al diminuto perro Sergio en el gimnasio, y le pareció una idea tan graciosa que ni siquiera pudo ofenderse.
-Es que no estoy de humor hoy, macho.
-¿Qué pasa?
Él sólo bufó como toda respuesta, lo que para Ramos fue suficiente. Había descubierto que eso venía a significar ‘estoy de bajón y ni siquiera sé por qué, pero me voy a pasar el día lloriqueando hasta que tú lo averigües’.
No sabía ni por donde empezar. Últimamente su amigo estaba para el arrastre, sin ninguna razón aparente. Él siempre había sido de risa fácil, como si la sonrisa pícara fuera el estado natural de su cara, pero esas últimas semanas era más habitual verle con el ceño fruncido y la cabeza gacha, como demasiado encerrado en sus pensamientos. Ya no sabía qué hacer.
-¿Crees que durarán? -preguntó Torres de repente.
-¿Qué cosa?
-Raúl y Alvarito.
-Sí, claro que sí. De cualquier manera iban a hacer viejos juntos… Ahora al menos follan.
Era cierto que lo de sus amigos no les había pillado muy de sorpresa, porque era algo que cualquier persona con dos dedos de frente ya se había imaginado que pasaría. El problema de ellos dos era que iban bastante escasos de neuronas, siempre lo había sido. Cuando les dijeron que necesitaban hablar con ellos, tan solemnemente, Sergio y Fernando se imaginaron algo mucho más grave que esa triste confesión que hicieron.
-Estamos juntos.
-Juntos. ¿Rollo…?
-Rollo saliendo juntos -aclaró Arbeloa.
-No saliendo -le cortó Raúl-. No sé…
-Que estáis enrollados.
-Bueno, es más que eso.
-¿Sois novios? -sugirió Ramos medio en broma.
-Tampoco tanto. ¿No? ¿O sí? -preguntó Álvaro mirando a Raúl.
-Lo que sea. Lo que queremos decir es que no va a cambiar nada.
-Todo va a seguir como siempre.
-Pasáis más tiempo juntos que ninguna pareja que yo haya conocido, joder -se quejó Torres, quitándole hierro al asunto-. ¿Qué coño va a cambiar?
Pero había cambiado algo. No sabía qué era ni cómo era distinto, pero simplemente lo era. No en ellos, porque seguían siendo los dos idiotas que eran siempre, igual de inseparables y de incomprensibles, pero cuando estaban los cuatro de repente parecían cojear como una banqueta con tres patas. No es que fueran ese tipo de pareja que no era capaz de quitarse las manos de encima, aunque puede que sólo se contuvieran frente a ellos, pero ya no eran el mismo grupo que solían ser. Fernando no podía evitar darse cuenta de que se habían convertido en dos y dos.
-¿Y qué va a pasar si cortan? -dijo, apoyando los codos sobre las rodillas-. Quiero decir, ¿tendremos que elegir un bando?
-¿Por qué van a cortar estos dos? No he visto una pareja mejor avenida en mi vida. Ni una sola discusión seria en diez años.
-¿Y si se ponen los cuernos?
-Tío…
-Vale, es una pregunta tonta -reconoció.
-¿Eso es lo que te preocupa?
-No, joder. O sea, en parte sí, pero no exactamente.
-Me está quedando clarísimo -ironizó Ramos.
-Todos evolucionan, pero nosotros estamos… como estancados aquí.
-¿Qué tiene esto de malo?
-Que seguimos como hace cuatro años. A nuestro alrededor todo el mundo ya está buscando pareja como si fuera a acabarse el mundo, y sacándose carreras… -bufó-. Porque, joder, sabes que quiero a Albiol, pero que este tío esté sacándose Económicas y que yo esté aquí…
-Tenemos veintidós años, no es como si hubiera prisa. Sobre todo porque nos tocará jubilarnos a los ochenta, a este paso. ¿Tantas ganas tienes de empezar?
-No.
-¿Entonces? -preguntó, sin estar aún muy seguro de qué era lo que tanto le molestaba.
-Están creciendo, tío. Y yo sigo siendo un puto niño.
-Tú siempre vas a ser un niño.
-Hablo en serio.
Sergio asintió con la cabeza. No era capaz de entenderlo, porque él era perfectamente feliz así, sin muchas responsabilidades, sin preocupaciones, pero Fernando siempre había estado mucho más centrado que él. Por eso funcionaban juntos, porque él pensaba demasiado y Sergio no pensaba nunca, así que se complementaban a la perfección. También era lo que más problemas les creaba, porque tenían un estricto código de ‘siempre estaré aquí para ti, pero no dudaré en llamarte gilipollas cuando te lo merezcas’ del que tenían que echar mano constantemente.
Sergio se levantó de su máquina y se miró en el espejo, como para comprobar si su trabajo había dado frutos. A esas horas el gimnasio estaba prácticamente desierto, y sólo había un par de chicos más de su edad, trabajando duro con algún propósito, no como los capullos que llegaban después del trabajo a correr un rato en la cinta con sus chándales de marca.
-Mi hermano se va a casar, ¿sabes? -dijo-. Mi hermano, tío.
-¿En serio? -exclamó Fernando-. ¿Cuándo?
-No sé, supongo que en primavera. Nos lo contó ayer. Hubo anillo y pedida de mano y toda la hostia.
-Joder.
-Él se va a casar y yo ni siquiera tengo con quién ir a la boda.
-Encontrarás a alguien -respondió, como si no tuviera más importancia.
-Ya lo sé, pero no quiero ir con cualquiera. No puedo ir a la boda de René con una tía que conozco de una noche.
-Podemos ir juntos -sugirió Fernando.
-Y eso es aún más triste.
-No, en serio -insistió, muy convencido-. Vamos juntos y nos ligamos a alguna de las amigas de la novia. Las tías en las bodas están muy desesperadas.
-¿Te estás colando en la boda de mi hermano?
-Espera, ¿que no pensaba invitarme? -preguntó, frunciendo el ceño cómicamente-. Cabronazo.
Sergio no pudo evitar reírse.
-No sé, tío, a lo mejor tienes razón por primera vez en tu vida. A lo mejor tenemos que crecer. Aprobar las opos, echarnos novia…
-Tengo miedo -le interrumpió-. Estas sonando como yo… pero en andaluz.
-Será que paso demasiado tiempo contigo -bromeó-. ¿Ves? Por eso necesito una novia.
-Ya, por eso y por otra cosa que yo me sé.
Sergio le lanzó una toalla a la cara que él no tuvo tiempo de evitar, y los dos se rieron despreocupadamente.
-Oye, prométeme una cosa -dijo Fernando tras un momento.
-¿Cuál?
-Que cuando nos echemos novia no seremos de esos calzonazos que se olvidan de sus amigos, ¿vale?
Ramos le miró con afecto, un poco condescendientemente.
-Nunca, Niño. Nunca.
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Xabi cerró la puerta con más fuerza de la que deseaba, le temblaban las manos, le hervía la sangre y necesitaba gritar. Sin embargo sólo caminó hasta la habitación y comenzó a desvestirse, con un único pensamiento, olvidar lo que acababa de pasar. Pero claro, eso era lo último que iba a ocurrir. Porque sabía que los recuerdos de lo acontecido sólo unos minutos antes no iban a tardar en golpearle, justo dónde más dolía.
Lo que no esperó fue que mientras rebuscaba entre los cajones de su cómoda apareciese aquel gorro de lana azul, desgastado y con un par de puntos sueltos que bien merecía que se deshiciera de él de una vez por todas.
Hacía más de dos años que se habían mudado, dejando el pequeño apartamento que Xabi había alquilado al llegar a la ciudad y que Stevie había hecho suyo sólo seis meses después de que su relación comenzase. Habían sido felices en aquel piso de no más de sesenta metros cuadrados cerca de la catedral anglicana, en mitad del barrio chino, pero poco a poco la casa se les hizo pequeña, además de empezar a mostrar los signos de sus más de treinta años. Por eso, cuando la tubería del baño reventó una fría mañana de noviembre Xabi telefoneó a Stevie y le dijo “Voy a buscarme otro apartamento” Él no le había dicho nada en ese momento porque era hora punta y el pub estaba a reventar, pero por la noche había llevado un par de periódicos, todos con círculos alrededor de los anuncios que más le habían gustado.
Encontraron la casa durante la segunda semana que había pasado buscando piso por las afueras de Liverpool. Fue Jamie, uno de los parroquianos del pub de Steve y probablemente su mejor amigo, quién les habló de la casa. Estaba en Bootle, sólo un par de calles más allá de dónde Steve regentaba The Kop, el pub familiar del que él se había hecho cargo hacía ya más de seis años. Harrison Drive era un calle pequeña, con un acceso desde Scotland Road pero con un ambiente tranquilo y seguro. La casa, bueno, la casa estaba casi en ruinas pero era una ganga, los dueños no pedían mucho dinero por ella puesto que sabían que quienes se hicieran con ella tendrían que pagar una buena suma por todos los arreglos, y tenía un jardín grande, un garaje para el destartalado mini de Steven y un despacho en la segunda planta perfecto para Xabi. En cuanto pusieron un pie en la casa y sus miradas se cruzaron ambos supieron que iba a ser suya. Adecentarla había llevado más meses de los que pensaron, pero cuando por fin pasaron su primera noche allí, con la mitad de las habitaciones sin amueblar, pudieron llamarla hogar.
Xabi tomaba cada mañana un autobús para bajar al centro de la ciudad que le dejaba en Norton Street desde dónde caminaba hasta la facultad de medicina. Dos veces a la semana hacía el camino, saliendo desde la estación central, hasta Chester para dar unos seminarios. Le gustaba su vida, tranquila y relajada. Con su rutina perfectamente establecida. Llegar a casa pasadas las cuatro de la tarde, sacar a Red a pasear por Derby Park y después , si no tenía exámenes que corregir o clases que preparar, acercarse hasta el pub, justo para ayudar a Stevie a terminar de recoger. Volvían a casa pasadas las once de la noche, y lo hacían de la mano, comentando las clases de Xabi o las charlas, que prometían salvar al país, de los clientes del pub mantenían cada tarde mientras tomaban pinta tras pinta.
Por eso, cuando aquella tarde regresó a casa y se encontró a Stevie sentando en el sofá, y con Red a sus pies, no pudo más que sorprenderse.
-¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo? -preguntó preocupado mientras se quitaba el abrigo.
-No, nada. No había mucha gente hoy, y he decidido tomarme la tarde libre.
-¿Te encuentras bien? -se acercó a él poniéndole la mano sobre la frente- No parece que tengas fiebre.
-Estoy bien -le dijo sonriendo-. ¿No puedo tomarme un día libre?
-El Liverpool no juega hasta el fin de semana, y tampoco es primer domingo de mes, así que perdona que me preocupe si quieres tomarte un día libre cuando no lo has hecho en todo el tiempo que llevamos juntos.
-No sólo me tomo días cuando juega el equipo -masculló cruzándose de brazos.
-Lo sé, pero nunca cierras el pub sin razón aparente. ¿O has dejado a George al cargo?
-Sabes que no tiene experiencia suficiente.
-Ni siquiera creo que tenga edad suficiente para trabajar en un pub -murmuró acercándose al armario de la entrada dónde guardaba las cosas para Red, en cuanto el labrador le vio moverse hasta allí, dejó su cómoda posición a los pies de Gerard, moviéndose deprisa hasta su otro dueño.
-Siempre hay una primera vez para todo.
-Stevie -dijo llamando su atención- ¿Seguro qué todo va bien?
-¿Por qué no puedo tomarme un tarde libre para pasarla contigo? ¿Es qué te he estropeado los planes? -preguntó poniéndose de pie-. ¿Prefieres que me vaya y te deje metido en el despacho? Porque parece que disfrutas más de eso a que yo pueda pasar una tarde contigo.
-Ni si quiera hay un argumento plausible en eso, ni siquiera sé por qué dices algo así - se quejó molesto- Voy a sacar a Red que, por si lo has olvidado, es mi plan de cada tarde.
-Como eres -gruñó-. Deja que busque mi abrigo y os acompaño.
Salieron unos minutos después. Red estaba más alterado que de costumbre puesto que no solían pasear los tres juntos muy a menudo, esos momentos especiales tenían lugar el primero domingo de cada mes, día en el que The Kop cerraba sus puertas. Día que aprovechaban para salir a pasear, a comer por el centro y sobre todo día que Xabi aprovechaba para ir con Steven al cine, al teatro o a cualquier lugar lejos de pintas de cerveza, parroquianos y las oscura humedad del pub. Regresaban justo para sacar a Red al anochecer y podían pasarse al menos dos horas jugando con el animal.
-¿Te puedes quedar en el pub el Domingo? -preguntó Steven mientras caminaban por Oxford Road.
-Contratas un camarero porque, según tú, necesitas ayuda, pero aún así siempre que vas al estadio tengo que quedarme al cargo. No sé si lo sabes, pero yo ya tengo un trabajo.
-Necesito alguien que controle el lugar, sólo échale un ojo -Stevie se acercó un poco más, besándole en el cuello.
-Como si fuese a decirte que no.
-Gracias. -Xabi le sonrió y le pasó la correa de Red. -¿Qué tal las clases?
-Como siempre, mucho jovenzuelo dispuesto a destripar al primero que se le ponga delante.
-¡Qué esperanzador!
-Este grupo me crispa los nervios, creen que saben más que ninguno.
-Creí que todos eran así.
-Y lo son, pero… no sé. Supongo que me hago mayor.
-No hablemos de la edad, sigo siendo mayor que tú. Mucho más.
-Un año, Steven. Un maldito año.
-Pero me acerco a los cuarenta -se quejó- ¿Sabías que cada mañana me encuentro más pelo en la almohada?
-Ahora que lo dices… -susurró con malicia- Pero si te preocupa, creo que podría quererte igual, aunque te quedaras calvo.
-Idiota.
Xabi recibió un pequeño empujón, pero aquello no borró su sonrisa. Sabía que Stevie no estaba llevando bien eso de hacerse mayor. Había sido siempre un hombre seguro de sí mismo, trabajador y confiado, pero tras el pequeño fracaso que había supuesto la apertura de otro pub en el centro de la ciudad se había venido abajo. Afortunadamente para él, Xabi había permanecido a su lado, le había ayudado a levantarse después de la caída y había sido quién más le había animado para retomar el pub familiar y seguir adelante. Aquel bache había supuesto un antes y un después. Xabi sabía que Steve le quería, llevaban juntos más de seis años y su relación era más o menos lo que él siempre había esperado de las relaciones. Había veces, días en los que sabía que aquello era más de lo que nunca esperado, pero se guardaba bastante la idea de comentárselo a Stevie, puesto que conocía como había sido la vida sentimental de su pareja antes de estar juntos, como jamás había tenido una relación seria, o como podía apartar a los que le querían de su lado. Por eso, tras aquella crisis y tras darse cuenta de cuan agradecido le estaba Gerard, dejó de temer un final, un problema que pudiera separarles.
Tras cruzar la verja principal del parque, Gerrard soltó a Red, le observaron corretear a su alrededor, hasta que algo llamó su atención unos metros más allá y corrió hacia ello.
-Hoy he visto a John, el hijo de los Summer -comentó Stevie-. Al parecer ya va a la guardería.
-Hace bastante tiempo, el niño tiene tres años.
-Pero si era un bebe cuando nos mudamos -protestó.
-Steve, los niños crecen.
-Ya. -Se detuvieron frente al estanque, apoyándose en la barandilla. Era un día oscuro y frío, había estado lloviendo al amanecer pero no lo había vuelto hacer hasta entonces, aún así el sol no se había dejado ver en todo el día- ¿Sabías que quieren darle un hermano? Viola se ha puesto a hablar y no sabía cómo… ya sabes…
-Esa mujer habla por los codos, no me extraña. Pero sí, lo sabía. Es normal, es la edad perfecta para darle un hermano.
-Supongo. -Steve se llevó las manos a las orejas. -Estoy congelado.
-Espera. -Xabi rebuscó en uno de sus bolsillos, sacó un gorro de lana azul marino, desgastado. Lo tenía desde que había llegado al país, fue su primera compra en Londres cuando ni siquiera sabía si encontraría trabajo en alguna facultad. Lo llevaba la tarde que entró en The Kop para refugiarse de un chaparrón inesperado, también lo traía puesto la primera vez que Stevie le había besado. -Ven aquí.
Gerrard se separó de la barandilla poniéndose delante de él, dejó que Xabi le peinase con los dedos apartando un mechón de la frente, y que deslizase el gorro por su cabeza.
-Deberíamos hacerlo -dijo Stevie.
-¿El qué? -preguntó Xabi, cogiéndose de las solapas de su abrigo y levantando la vista para mirarle a los ojos.
-Adoptar un niño. Formar una familia.
En aquel momento, tras los primeros segundos de shock inicial una extraña sensación le recorrió, no lo supo entonces, pero debió haberse fiado de ella. Sabía lo que Steven pensaba de tener hijos, de las veces que habían hablado de ello. De las discusiones que el tema había planteado en más de una ocasión. Pero aquella mirada directa, aquel pensamiento de que Steven haría casi cualquier cosa por él, le desarmaron, y probablemente por eso no supo qué decir, ni siquiera como reaccionar. Hasta que Stevie comenzó a hablar de nuevo, planteando la idea como algo a tener en cuenta a corto plazo, como su relación debía dar ese paso más. Se dejó llevar por esas palabras que anhelaba escuchar, por esas ganas locas de formar una familia con él.
Sus defensas se vinieron abajo. Y no lo vio venir.
El gorro se le resbaló entre los dedos, tuvo que dar un par de pasos hacia atrás y sentarse en el borde de la cama. Pensando en aquello supo que si se hubiese fiado de aquella primera extraña sensación nada hubiese cambiado, el daño ya estaba hecho y nada le había preparado para recibir aquel inesperado golpe. Una sacudida de esa vida que él consideraba perfecta que había hecho que incluso los cimientos de su propio ser se vinieran abajo.
El estridente sonido del timbre le sacó de sus pensamientos, se arrastró hasta la puerta completamente desganado. Miró por la mirilla y le vio, no le pilló por sorpresa, su mal humor se debía a él. Le había visto esa mañana al llegar a la facultad, y también cuando se había salido de la boca de metro cerca de su apartamento.
-Vete -le dijo sin ni siquiera abrir la puerta.
-¿Podemos hablar? Por favor.
-No. Te dije todo lo que tenía que decirte la otra tarde.
-Lo sé, pero yo… hay cosas que necesito explicarte.
-¿No te das cuentas de qué ya no me importa?
-Si no lo hiciera no estaríamos hablando a través de esta maldita puerta.
Xabi meditó durante unos segundo el paso que iba a dar, pero si quería que Steve se fuera que le dejara en paz tenía que ceder en eso. Sabía lo cabezota que podía llegar a ser y probablemente no le dejaría en paz hasta que hablaran cara a cara.
-Gracias -le dijo Steve después que abriera la puerta.
-Tienes dos minutos.
-¿No podemos sentarnos y hablar tranquilamente?
-No. Y el tiempo ya está contando -dijo señalando su muñeca.
-Como quieras -Steven se pasó la mano por la nuca y resopló resignado- Lo siento, Xabi, todo, sé que esto ya no significa nada para ti pero necesito que te des cuenta de lo arrepentido que estoy, por todo. Pero sobre todo por haberte hecho daño… nunca quise… yo… ¡Joder, Xabi! Me conoces mejor que nadie.
-Eso creía -musitó
-Lo haces, lo que hice… yo… ni siquiera sé la verdadera razón de por qué lo hice. -Xabi levantó la mirada y le miró escéptico. -Probablemente no me creas, pero es la verdad, no estaba pensando, no era yo… o ¡Sí! No lo sé. Estos dos años me he preguntado cada día la razón, porque quería ser capaz de mirarte a la cara y decirte, explicarte y ahora… ¡ya ves! Ni siquiera puedo hacer eso.
-Si has venido hasta aquí para esto, de verdad que has hecho el viaje en balde -puso la mano en la puerta dispuesto a cerrarla.
-No, no es sólo por eso -replicó consiguiendo que Xabi se detuviera-. Necesito que me perdones, Xabi. Necesito saber que estás bien, que las cosas te van mejor, que eres feliz. Que, pese a todo lo que hice, aún lo eres. Que has conseguido olvidar todo aquello.
-Ya te dije que no iba a calmar tu conciencia. No voy a perdonarte.
-Xabi…
-No voy a hacerlo, porque eso no debería significar nada para ti. Eres tú el que debe perdonarse, tú cometiste un error que lo mando todo al diablo. Tú, el que lo estropeó.
-No puedo hacer eso, no sin saber que tú eres feliz.
-Ya no estás en mi vida Stevie, deberías darte cuenta de que mi felicidad ya no es de tu incumbencia.
-¿Cómo no va a serlo si aún te quiero?
Xabi cerró los ojos. No estaba dispuesto a caer en su juego, no iba a dejarse engañar por aquellas palabras. Iba a ser fuerte. Puede que no fuese feliz, puede que añorase cada segundo de su antigua vida, pero ahora eso ya había pasado y no podía aferrarse a algo como aquello. Era un hombre adulto, y debía actuar como tal.
-Ya no me importa lo que sientas. Ya no hay nada que puedas hacer o decir que pueda importarme -su tono era serio y sereno, no había malicia en sus palabras, no era más que ese tipo de mantra que se repetía cada mañana para seguir adelante-. Sigue adelante con tu vida, como yo he seguido con la mía.
-¿Y si no puedo? -a Xabi le temblaron los labios, sentía como sus ojos se iban poco a poco aguando.
-Podrás, igual que yo lo hice. Ahora -dijo volviendo a entornar la puerta- por favor, no vuelvas. He sido más paciente y cordial de lo que nadie habría sido en esta situación, por lo que te pido que me dejes en paz.
-Xabi… ¿de verdad es eso lo que quieres?
Si Steven aún no había hallado la verdadera razón por la que había cometido aquel grave error, Xabi sabía que él jamás estaría seguro si de verdad era aquello lo que deseaba, sólo había algo que tenía claro. No iba a dejar que volviera a hacerle daño.
-Sí.
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Cesc no era muy consciente de lo que estaba pasando. La verdad era que casi todo lo hacía por inercia, sin pensarlo demasiado. Sabía que lo que tenía con Gerard no tenía ni pies ni cabeza, que sólo era un rollo del que se aburrirían tarde o temprano, pero de momento estaba bien. Era más sencillo que tener una relación de verdad, porque no había que preguntarse qué pasaría si decía tal cosa o hacía tal otra. No había que recordar aniversarios ni tratar con suegros; ni siquiera era necesario preguntar qué tal le había ido el día. Quedaban, iban al cine a meterse mano, o al Burger King a cenar y a hacerlo en el coche en el aparcamiento. Lo único complicado de eso que tenían era encontrar una postura en la que no estuvieran muy incómodos follando en el coche. ¿Qué había de malo en eso? Ya tendría tiempo para encontrar algo serio más adelante pero, hasta entonces, Piqué era perfecto.
El plan esa tarde era el mismo de cualquier otra. Cesc pasaría a buscarle al taller, que no le quedaba demasiado a desmano en Metro desde su facultad, y allí cogerían su coche e irían a cualquier sitio. O se quedarían en el taller y se enrollarían en la parte de atrás de un monovolumen. Fácil. Uncomplicated. No sabía si esa palabra existía en castellano, pero era la que definía perfectamente todo lo que tenían.
Llegó un poco más tarde de lo habitual, porque el profesor de la última hora no les quiso dejar salir hasta que hubo terminado el tema, así que salió del Metro subiendo los escalones de dos en dos. No soportaba llegar tarde y, aunque no habían quedado a ninguna hora concreta, no quería hacerle esperar. Cesc no era la persona más atlética del mundo, así que cuando llegó a la calle iba resoplando por el esfuerzo. Se ciñó la bufanda al cuello y enfiló hacia la puerta del taller. A esas horas solía haber poco movimiento, así que no le sorprendió el silencio que reinaba allí, apenas roto por el silbido de algún mecánico de especial buen humor esa tarde. Asomó la cabeza por la puerta del garaje y vio a Pep en la oficina, probablemente haciendo la facturación del mes antes de irse de vacaciones de Navidad. Echó un vistazo rápido a su alrededor buscando a Gerard, y antes de ir a preguntarle por él a su jefe, le vio. La primera vez le había pasado desapercibido, porque otro hombre le bloqueaba la visión. Pero entonces él apareció tras él, y sus labios se cerraron en torno al lóbulo de su oreja, y cuando abrió los ojos sus miradas se cruzaron y él se rió, con una especie de graznido socarrón e insolente. No dejó de mirarle mientras buscaba de nuevo su boca, como si le gustara que él le mirara, como si disfrutara con la mueca de asco que se iba formando en la cara de Cesc.
Le costó mucho moverse, tomar la decisión de darse la vuelta y salir de allí. Estaba como clavado al suelo. Cuando lo consiguió al fin, su voz le frenó.
-Cesc, ¿te he presentado a Zlatan? -dijo, apartándose de él y rodeando el coche sobre el que estaban apoyados para acercarse a su lado. El otro le siguió de cerca, sin parecer entender nada de lo que pasaba mucho más que Cesc. Era un tío escandalosamente alto, castaño y con una gran nariz aguileña.
-¿Es amigo tuyo? -preguntó, con un marcado acento que Cesc no supo ubicar.
-Sí, se podría decir que sí.
-Hola -saludó, tendiéndole una mano.
-¿Quién eres tú? -espetó Cesc molesto, sin moverse.
-Zlatan. Amigo de Piqué, también. De Suecia.
-Muy bien.
-No sabía que ibas a venir hoy -mintió Gerard con descaro.
-Eso ya lo veo -musitó él, notando cómo de repente las fuerzas le abandonaban. Ni siquiera se sentía capaz de seguir allí manteniendo esa farsa, tratando de guardar la calma cuando todo lo que quería hacer era salir corriendo y coger el primer avión a Londres.
Se sentía traicionado, pero eso no era lo peor. Se sentía estúpido. Por haberse creído capaz de tomarse lo suyo con Piqué como algo sin importancia, por haber estado convencido de que no le importaba nada. Sólo se dio cuenta cuando le encontró allí con otro, cuando vio que el único que no había entendido lo que estaba pasando había sido él.
Empezó a notar las lágrimas agolpándose tras sus ojos, y supo que preferiría morirse antes de dejar que le viera llorar.
-Cesc… -dijo, y pareció sonar preocupado.
-Mira, ni te molestes en decir que ya me llamarás -le espetó, dándole la espalda para macharse por donde había venido.
-¿Qué está pasando? -preguntó el sueco.
-Cállate la puta boca -masculló Gerard, echando a andar tras Cesc-. Espera, no te vayas. Ha sido un error…
-Ni que lo digas -contestó, apretando el paso. Iba a llorar en cualquier momento. Necesitaba salir de allí. Piqué le consiguió agarrar de la muñeca, pero él se desasió y salió a la calle sin siquiera darse la vuelta para mirarle.
-Cesc…
-¡Déjame en paz, joder! -exclamó, apresurándose calle abajo, incapaz de reprimir las lágrimas ni un segundo más.
-Te ha dicho que le dejes -oyó Gerard decir a su jefe cuando se preparaba para salir detrás de él.
-Pero…
-Mira, Geri, ya sabes que no tengo costumbre de meterme en tu vida… -empezó a hablar Pep, tratando de buscar la manera diplomática de decirlo-. ¿Es que eres gilipollas?
-Sí, creo que sí -tuvo que reconocer.
-Uhm… -interrumpió Zlatan-. No entiendo.
-Ibra, haz el favor de irte a casa -le pidió Piqué, llevándose la mano a la frente con desesperación.
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Parte ii