Viene de:
Parte i ---
Álvaro le había sugerido una llamada. ¿Por qué no le había hecho caso? O mejor aún, ¿por qué no le había ignorado? Había sido David quien le había dicho que se pondría en contacto con él, el que se había ofendido por alguna razón que no llegaba a comprender. ¿Por qué tenía que estar ahí parado en mitad de la calle?
Levantó la vista y fijó la mirada en el cartel ULTRAMARINOS VILLA. Ni siquiera se había dado cuenta de lo que estaba haciendo hasta que reconoció la calle. Había caminado sumido en sus propios pensamientos, no podía decir que se había perdido, ni que aquella tienda le quedaba a mano para realizar la compra. Su maldito subconsciente volvía a jugarle una mala pasada. Y ahora no tenía ni la menor idea de lo que iba a hacer.
-¿David?
Al darse la vuelta se encontró con Juan, llevaba una enorme carpeta bajo el brazo, y estaba tan abrigado que lo único que podía distinguir en su rostro eran sus profundos ojos azules.
-Hey.
-¿Qué haces aquí? ¿Tienes que trabajar hoy con Carlos?
-No, no…
-Entonces, ¿has venido a buscar a mi primo?
-Yo… no, sólo… pasaba por aquí y… bueno. Me voy -dijo tratando de sonar lo más tranquilo posible.
-Anda, pasa. David no tiene que tardar mucho en cerrar, y mi tía está vendiendo rosquillas caseras. Seguro que puedo conseguirte alguna gratis -bromeó.
-No, Juan. En serio, tengo que irme.
-Pero… si sólo es un minuto. Además, si mi tía te ve dejará que David salga antes. Y le harás un favor -replicó sonriendo mientras se acercaba a la puerta y la abría -¡Hey, primo! Tienes visita.
Silva se quedó a un par de pasos de la puerta. En aquel momento no tenía muchas ganas de verle, ni siquiera sabía si tendría las fuerzas suficientes para hablarle. Era una tontería, había sido Villa el que había decidido no llamarle. Era lo suficientemente adulto como tomarse de buenas maneras unas calabazas tan grandes como aquellas.
-Hola -Villa salió a la puerta.
-Hola -murmuró- Yo… lo siento, en realidad... no venía aquí. Sólo, tu primo pensó que… y será mejor que vaya.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar lo más rápido que pudo. Le ardían las mejillas y se sentía como un estúpido adolescente. Aquello había sido un completo error.
Villa no supo cómo reaccionar. Cuando Juanín le había dicho que alguien había venido a verle, pensó en cualquier persona menos en él. Y cuando le vio, sintió la culpa cayéndole sobre los hombros. No esperaba verle allí porque él había sido quien había dejado de dar señales de vida, el que había prometido una llamada que nunca había hecho. Y no precisamente porque no quisiera hacerlo.
Después de aquella última noche en casa de Raúl y David no había podido dejar de pensar en Silva ni un solo momento. Al menos eso fue lo que ocurrió los cuatro días que había estado en Tuilla. Aquella sensación de verse desbordado, de no saber identificar lo que le pasaba le había hecho perder los nervios, no estaba cómodo sintiéndose así. Lo que tenía que con David era algo incatalogable, por eso cada vez que pensaba en ello, la maraña de pensamientos y sentimientos se entremezclaban impidiéndole sacar algo en claro. Esas semanas que habían estado juntos habían sido de largo las mejores en los últimos años, se sentía cómodo con él. Le gustaba hacer que Silva perdiese la compostura, llevarle a ese punto en él que le decía que sólo con él podía dejar de pensar y de tenerlo todo bajo control. Pero con el paso de los días había algo que iba creciendo en su interior, la sensación de que aquello no era suficiente, que necesitaba más. Y la noche en la que descubrió que Silva tenía un pasado del que él no sabía nada fue un mazazo demasiado grande. Quizás porque fue la manera que tuvo de darse cuenta de que a David no le estaba pasando lo mismo. Él parecía tener suficiente con aquello que tenían, fuera lo que fuese, y Villa no quería conformarse.
Por eso, cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que lo mejor que podía hacer era cortar por lo sano. Si eliminaba a Silva de la ecuación el problema estaba resuelto. Aún no se había hecho daño, aún podía curarse en salud y seguir con su vida como si David hubiese sido un espejismo. A esa idea es a la que se había aferrado al volver a Madrid, a esa determinación era la que tenía que tener en cuenta cada momento en el que las ganas de volver a verle le asaltaban. Sabía que era cuestión de tiempo, en unas semanas, puede que un mes, todo habría pasado.
Por eso, cuando le vio allí parado todo ese tiempo que había pasado pensando, todas las fuerzas que había puesto en aquella determinación parecieron esfumarse.
-Espera, ¡David, espera! -le dijo poniéndose a correr detrás de él, y tuvo que hacerlo durante unos cuantos metros porque parecía que Silva no le había escuchado -¡David, joder! -gritó, consiguiendo al fin que se detuviera.
-¿Qué? -espetó, nervioso y molesto.
-Yo… sólo… ¿Qué hacías frente a la tienda?
-Pasaba por aquí.
-¿Seguro? -preguntó expectante.
-No -replicó molesto-. Mira, es una tontería, la culpa la tienen Raúl y Álvaro que me van a volver idiota. Así que, olvídalo.
-¿Qué? No entiendo nada.
-No tendrías por qué hacerlo. Es una estupidez, ¿vale? Sólo… Álvaro me dijo algo yo… no sé. Puede que simplemente quisiera saber qué pasó.
-¿Pasar?
-Sí, para que no me llamaras.
-Yo… -Villa se cruzó de brazos, ligeramente nervioso, cambiando el peso de un pie a otro- No lo sé, supongo que… no tengo una verdadera razón.
-Ah. Vale.
-Está bien, puede que en el fondo me preguntaba si de verdad querías que lo hiciera.
-¿El qué?
-Que te llamara.
-¿Por qué no iba a querer? -preguntó sorprendido -No sé, fuiste tú quién se fue enfadado de casa. El que parecía tener un problema.
-No estaba enfadado. Sólo… David yo… lo que hacíamos, lo que pasaba entre nosotros… era… no sé. ¡Hostia! -gruñó- Joder, sólo que parecía que era suficiente para ti, que no te importaba nada más, y yo no… ¿sabes? Y creí que esto era lo mejor.
-No sé de que hablas. Creía que estábamos bien, quiero decir, que te gustaba lo que teníamos.
-Sí, pero… ¿recuerdas que mantuviéramos una conversación tan larga como esa?
-Eh… ¿qué tiene eso que ver?
-Todo, David, todo. Tú querías dejar de pensar, querías ser un poco más libre y yo…
En ese momento el teléfono de Silva vibró en su bolsillo. Se llevó la mano al pantalón y lo sacó para ver que era Cesc quién le llamaba.
-Un momento.
En cuanto descolgó el teléfono le recibió un extraño ruido que no fue capaz de identificar al principio. Tuvo que aislar cada sonido para darse cuenta de lo que estaba pasando.
-¿Cesc, estás llorando?
-Es que soy idiota. ¡Idiota!
-¿Estás bien? -preguntó preocupado-. ¿Qué ha pasado?
-Ya lo sabía, ya sabía que iba a pasar… -se sorbió la nariz- ¿Porque qué otra cosa podía pasar? Era demasiado bueno para ser verdad. ¡Si es que soy tonto! -aulló, antes de que se le escapara una risa nerviosa-. Y ahora estoy llorando como un bebé en medio de la calle. No se puede dar más pena.
-Cesc, para un momento. No estoy entendiendo nada.
-Yo tampoco lo entiendo, David. Se supone que no me importaba, ¿no? Ese era el plan. Y ahora mira.
Silva se dio cuenta de que intentar poner un poco de sentido común era inútil, Cesc no estaba en condiciones de explicarle nada, pero estaba claro que necesitaba a alguien a su lado. El momento era el peor, pero tenía que tomar una decisión rápida.
Villa le miraba mientras hablaba por teléfono a unos metros de él. No podía dejar de preguntarse si que David estuviese allí no era un señal, quizás le había juzgado antes de tiempo, quizás había algo más. Quizás sólo tenían que hablar. Y ahora que había empezado, ¿por qué no decirlo todo? Era una carta que no se había planteado jugar, pero quizás mereciese la pena.
-Tengo que irme.
-¿Qué? ¿Ahora?
-Es importante, de verdad.
-¿No puedes esperar cinco minutos? Carlos no está en casa, podemos subir y hablar. Por favor.
-Mira, era Cesc, y… lo siento, pero me necesita.
-Ya.
-Podemos hablar luego, si quieres. -Villa no parecía estar muy seguro de ello. -Voy a estar en casa esta noche, ¿por qué no vienes y hablamos?
-Supongo -dijo encogiéndose de hombros.
-Entonces, hasta la noche.
Villa no le dijo nada más. Sintiendo como la oportunidad se le escapaba de las manos.
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David le había convencido para quedar y tratar de hablar con más calma. Cesc sólo quería volver a casa y meterse en la cama hasta que dejara de sentirse avergonzado, así que había propuesto ese lugar. Al fin y al cabo, a esa hora no había nadie, y tampoco quería estar solo.
Acababa de llegar, y sólo le había dado tiempo a prepararse un ColaCao caliente antes de que llamaran a la puerta.
-Hola -le saludo con la voz nasal que es inevitable cuando se lleva toda la tarde llorando.
-A ver, explícame lo que ha pasado, porque he entendido demasiado poco -dijo, a bocajarro, antes siquiera de cerrar la puerta tras de sí.
Cesc le condujo hasta el interior del piso.
-¿Quieres un ColaCao o algo? ¿Un Cacaolat caliente? -sugirió-. Tú eres más de té, ¿no?
-Cesc, en serio.
-Jo, vale. Es que de verdad que no ha sido para tanto.
-Te has puesto a llorar en mitad de la calle. Me has llamado entre sollozos, no había Cristo que te entendiera -le recordó-… Así que desembucha.
Silva tomó asiento en la mesa del comedor, frente a Cesc, y le miró como si pudiera sacarle la información por ciencia infusa.
-A lo mejor he exagerado un poquito.
-Mira -dijo, inclinándose sobre la mesa, empezando a cabrearse-, he dejado una conversación muy importante a medias porque creí que me necesitabas. Somos amigos y sabes que me tienes para cualquier cosa. No voy a juzgarte. Así que habla, cojones.
-Es que, si me paro a pensarlo, es una tontería. No sé por qué me he puesto así…
Cesc siguió dando vueltas al tema en círculos. No sólo no explicó nada sino que le lió aún más. Lo único que David fue capaz de sacar en claro era lo que ya sabía, que era tonto perdido y que no se enteraba de nada. Silva se masajeó el puente de la nariz y resopló un par de veces antes de cortarle.
-Hostia, Cesc, que me lo cuentes de una vez o la tenemos.
Él agachó la cabeza, derrotado.
-Pues nada, que había quedado con Geri, como siempre, y cuando he llegado al taller estaba ahí… Con otro. Enrollándose con él -aclaró, dolido-. Y, no sé, supongo que tenía que haberlo visto venir, y eso es lo que me jode. Que yo creí que no me importaba nada, pero resulta que sí. Y que también esperaba que yo le importara… Que esto le importara a él, ¿sabes? -preguntó, buscando su comprensión-. Y se portó como un cerdo, como si le hiciera gracia putearme, no sé.
-De verdad, Cesc. ¿De verdad pensabas que Piqué no te importaba? No nos conocemos desde hace demasiado, pero hasta mis amigos se han dado cuenta.
-No es que no me importara, es que pensé que una relación… abierta, digamos, no me molestaría. Pero le he visto ahí con ese y me han dado unas ganas de partirle la cara -masculló-. Pero no a él, sino al otro, ¿sabes? Y encima sueco. ¡Sueco! Yo creí que los rubios no le gustaban, pero es que parece que a este le gustan todos. Y mira que era feo el cabrón. En su nariz podría vivir una familia de Albacete.
-Es que, Cesc, contigo no hay quien se tome las cosas en serio -dijo Silva, sin poder evitar reírse.
-Oye, de verdad que estoy mal, ¿eh?
-Si no digo que no, pero…
-Vale, una de Albacete no. -rectificó Cesc, esbozando también media sonrisa antes de bajar la mirada hasta su taza, aún humeante-. Es que si me paro a pensarlo lo único que conseguiré será que me duela más. Y no hay nada que pueda hacer, ¿sabes?
-¿De verdad crees que no le importas a Gerard?
-No sé, me lo ha dejado bastante claro -replicó, tajantemente-. ¿Tú crees que Villa se enrollaría con otro en tu cara?
-No. Él simplemente dejaría de llamar.
-¿Eh?
-Nada, déjalo -contestó, negando con la cabeza-. No sé, Cesc, Piqué siempre me ha parecido un poco inmaduro. Puede que con esto haya terminado de demostrarlo. Pero lo que importa no es lo que me parezca a mí, sino lo que tú pienses de él.
-Ahora mismo pienso que es un gilipollas.
-Ya, bueno, bienvenido al club. -Los dos se miraron durante un momento incómodo. No hacía tanto que habían tenido una conversación sobre lo inoportuno que había sido eso que había pasado entre ellos, y ahora estaban lamentándose por que sus relaciones con otras personas no funcionaban. No dejaba de ser irónico. -¿Crees que te llamará?
-¿Crees que debería cogérselo? -Silva se encogió de hombros. -¿Tú lo harías?
-¿A Piqué? No. Pero yo no le conozco tan bien como tú y no sé si realmente esa pose de chulo piscinas es de verdad.
-Hombre, un poquito… -reconoció-. Aunque en el fondo, no sé, me parecía que le importaba de verdad.
-Quizá sólo se haya asustado.
-¿Como Villa?
-¿Perdona?
-Bueno, es que Piqué me contó… Y a lo mejor tenía que habértelo dicho, yo que sé, pero era como… -Levantó la vista hacia David, que le miraba con interés renovado. -Después de hacerlo como que le gustaba hablar, y me contaba ese tipo de cosas.
Silva le tomó del brazo, apretándolo demasiado fuerte, quizás, sin darse cuenta.
-¿Qué te contó?
-Pues eso, que Villa estaba pillándose mucho.
-Cesc, que te creas sus mentiras no significa…
-No, tío, de verdad -le aseguró-. Yo también lo he notado. Hasta me preguntó un par de veces por ti y me pareció muy cuqui.
David se mordió el labio, antes de decidir que eso no podía ser cierto. ¿Por qué no le había llamado entonces, si tanto le interesaba?
-Pues se le debe de haber pasado, porque no he sabido nada de él hasta hoy.
-Lo que pasa es que éste sí que se ha acojonado. Y a lo mejor tú no pusiste mucho por tu parte… No quiero decir nada, no me quiero meter en tu vida -le aseguró, tratando por todos los medios de tranquilizarle-, pero es que parece que sólo lo querías para follar… ¡Que está bien! Quiero decir… no que yo sepa que está bien hacerlo con Villa -se corrigió-. O sea…
-Vale, vale -le frenó David, antes de que se le empezaran a fundir los circuitos-. Simplemente yo pensaba que él quería lo mismo.
-¿Entonces es verdad? Sólo lo quieres para eso?
Silva apoyó el codo sobre la mesa, y su mejilla sobre la palma de la mano. Se quedó ahí sentado, mirando a un punto indefinido en la pared detrás de Cesc durante más de cinco minutos. Sin decir nada, más bien sin saber que decir. No tenía una respuesta para aquello. Ni siquiera sabía si podía permitirse el lujo de pensarlo. Le gustaba Villa, le gustaba el tiempo que pasaban juntos y definitivamente le gustaba lo que hacían juntos. Pero de ahí a pensar en algo más, a escarbar en sus sentimientos había un largo trecho. Eso llevaba tiempo, además de suponer un compromiso al que no podía hacer frente cuando había cosas más importantes en su vida. En definitiva esa era la teoría. La práctica, esa necesitaba ser desarrollada.
-¿Quieres que me quede un rato más? -preguntó por fin.
-No, no. Estoy bien… bueno más o menos. Se me pasará -respondió con una mueca que intentaba ser una sonrisa.
-¿Seguro?
-Sí. Me terminaré el ColaCao, e intentaré que mis tíos no se den cuenta. No me apetece nada escuchar un discurso de Carles ahora.
-Quizás deberías contarles. No sé si deberías tener en cuenta mis palabras, como has visto no sé demasiado sobre relaciones.
Se pusieron en pie y caminaron hacia la puerta.
-Vaya par… -dijo al fin Cesc-. Si te sirve de algo, Piqué me dijo que no había visto a Villa tan bien como cuando estaba contigo.
Silva suspiró. Definitivamente aquellas no era las palabras que necesitaba oír.
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-¿Seguro que no te vienes? -preguntó Álvaro por décima vez esa noche, asomando la cabeza por la puerta del salón.
-Seguro -contestó David, como en las nueve ocasiones anteriores. Raúl y él habían decidido quedar con Fernando y Sergio, en un nuevo intento por hacer que pareciera que todo seguía siendo igual. Puede que con ellos funcionara, pero cuando volvían a casa, después de toda una noche sin tocarse y apenas mirarse para no incomodar a sus amigos, llegaban tan desesperados y tan calientes que, si a David le pillaba fuera de su habitación, lo más probable era que se los encontrara arrancándose la ropa en el pasillo.
-Si cambias de opinión, péganos un toque, ¿eh? -le repitió Albiol.
-Que ya te he dicho que tengo planes.
-Vale, vale. Yo sólo te lo recuerdo. Estamos a una llamada de aquí.
-Gracias -replicó, sonando más ácido de lo que le habría gustado.
-Suerte tío -le dijo Arbeloa, antes de darle un golpe en el hombro a Raúl-. ¿Quieres vestirte de una puta vez?
-Sólo tengo que ponerme los pantalones.
-¿Vas a ir con esa camiseta? ¿No es con la que dormiste ayer?
-No, joder. Y si no me hubieras quitado la que pensaba ponerme…
-¿Quieres que salga en pelotas? -replicó, y Raúl respondió con una carcajada bastante significativa-. Cállate.
Si David hubiera estado de otro humor le habría echado en cara a Albiol que su novio llevara en casa las últimas semanas, durmiendo allí, duchándose allí y comiendo allí. No se había vuelto a Fuenlabrada más que un par de veces para coger ropa y mendigarle tuppers llenos de filetes empanados a su madre, que parecía sorprendentemente comprensiva con todo lo que estaba sucediendo. No era que su presencia allí le molestara en exceso, pero empezaba a tener la sensación de que pagaba la mitad del alquiler en un piso para tres.
Un par de meses antes ni se le había ocurrido que pudiera tener esos problemas. Su compañero de piso prácticamente estaba casado, él estaba metido en medio de una relación que ni siquiera entendía, mientras que Cesc le llamaba llorando porque tampoco él entendía la suya. ¿Cuándo se había convertido su vida en una comedia romántica tan mediocre?
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No iba a presentarse. Después de comprobar en el reloj del móvil, la televisión y el despertador de Raúl que eran ya más de las doce, supo que David no iba aparecer. Quizás lo había presentido ya desde que sus amigos habían dejado la casa, quizás desde el mismo instante en el que se lo había propuesto antes de irse a consolar a Cesc.
Y bueno, ¿qué más daba? Villa había tomado una decisión, le había echado a un lado y era lo suficientemente mayor para encajarlo. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse, tenía un examen a la vuelta de las vacaciones, tenía cosas que preparar para su regreso a las islas. Así que se levantó del sofá, dónde había estado esperando desde hacía más de dos horas y se metió en su habitación, se puso un pantalón de chándal desgastado con el número veintiuno grabado en una de las piernas, una camiseta blanca y el jersey rojo de punto grueso que su abuela le había tejido hacía un par de inviernos. Los apuntes estaban sobre la mesa y él sólo tenía que sentarse frente a ellos y ponerse a estudiar.
Pero en lugar de eso, salió hacia la habitación de Raúl y rebuscó entre sus cajones, había varios CDs regrabables con capítulos de series que él no solía seguir, pero que aquella noche le parecieron la mejor forma de pasar el tiempo. Después fue hacia la cocina, cogió un par de cervezas, acercó una silla del salón para subirse en ella y coger del fondo del armario de Raúl una de sus cajas de galletas de chocolate, esas que tenía como provisiones para días grises. Y ese día estaba siéndolo, demasiado quizás.
Subió los pies al sofá, se tapó con una de las mantas que Sergio y Fernando solían usar cuando se quedaban a dormir allí y empezó a ver capítulos, uno detrás de otro. Al principio estaba centrado en dejar que las imágenes que la televisión le mostraba sacaran esa sensación de su pecho, esa desazón y angustia. Esa jodida presión que estaba a punto de hacerle llorar. Pero después de veinte minutos, lo único que podía hacer era pensar en su conversación con Cesc. ¿Era verdad? ¿Había él apartado a Villa de su lado? No lograba entenderlo, porque él creía que ambos sabían y aceptaban lo que tenían, que su relación estaba basada en sus encuentros sexuales y nada más. ¿Por qué habría de ser de manera diferente? Se sintió de repente egoísta, puede que sólo él aceptase esa forma de llevar las cosas, puede que no se hubiera percatado de lo que pasaba con David. Puede que hubiese cometido un error, pero ¿cómo iba a arreglar?
“¿Quieres arreglarlo?”, se preguntó a si mismo.
Él no había querido una relación, no estaba preparado para ello. No ahora, estaba centrado en sus estudios, en sacar adelante la carrera. Necesitaba todas sus fuerzas y energías puestas en ello. Ya había tenido que ceder algunas para poder trabajar para Carlos, y lo que quisiera que fuera que había tenido con David también le había restado unas cuantas de ello. Pero tenía que ser justo, había instantes mientras estaba entre sus brazos en que las cosas parecían simplemente perfectas, como si nada pudiera estropearlas.
Entonces había llegado él mismo para fastidiarlo todo.
Sabía que su actitud con Villa no había sido todo lo correcta, que en ese mes y pico que habían estado juntos apenas le había contado nada de su vida. Como si darle acceso a ella pudiera ser un gran error. Y recordaba los días que David trataba de derribar esas barreras, poco a poco, sin presionarle, mostrándose tal y como era. Y había estado a punto, tantas veces. Sólo que él era capaz de reconstruir esos muros rápidamente, puede que Villa pasase a través de ellos, en momentos en los que le hacía ver que lo que pasaba era mucho más de que Silva iba a aceptar jamás.
Y entonces había llegado aquella noche, aquel juego, y todo había terminado. David no podía mentirse a sí mismo diciendo que no le había importado, que el hecho de que Villa desapareciese de su vida no había supuesto un golpe. Vale, había intentado ocultarlo, al parecer sin éxito a los ojos de Raúl y Álvaro, pero hasta el mismo instante en el que volvió a verle no supo de verdad todo lo que le había dolido. Entonces, Villa había mostrado su malestar, su manera de ver las cosas y cómo no parecía casar con lo que Silva tenía en mente. Y estaba en lo correcto, porque él no había visto venir todo eso que se estaba formando entre ellos, porque sí, tenía que admitirlo, las cosas habían ido más allá. Puede que su idea original fuese dejarse llevar por esa sensación de libertad que tenía junto a David, que pasar el rato con él había sido lo que había querido, sin ningún tipo de ataduras sin preguntas, sin respuestas. Pero algo había pasado, algo que se había salido de su control. Y Villa había sido el más sensato, se había apartado antes de que pudiese salir escaldado y él tendría que haberlo aceptado. Y puede que lo hubiese hecho si no hubiera sido por Cesc y su manía de decir las cosas, así a bocajarro, como si no fuesen importantes. Como si en vez de hablar de los sentimientos de dos personas hubiese estado hablando de los sabores de helado que más le gustaban.
Pero Cesc había hablado, había dejado caer esas palabras que no había dejado de rondar en su cabeza desde que se habían despedido.
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No sabía como lo habían conseguido. Como había conseguido llegar hasta la puerta sin asaltar la boca de Álvaro, pero ahí estaba con las manos temblorosas por la anticipación errando a la hora de abrir la puerta.
-Anda, quita -le dijo Arbeloa, pegando su pecho a su espalda-, ya lo hago yo -le susurró al oído.
-Vale, pero date prisa.
Habían pasado la noche de pub en pub, entre charlas sobre fútbol y bromas sobre la futura boda de René, el hermano de Sergio. Había estado bien, sí, más o menos. Hasta que el alcohol empezó a encenderle, y Raúl no había podido dejar de pensar en las ganas que tenía de comerle la boca a Álvaro, y por un segundo estuvo a punto de mandar al cuerno ese estúpido acuerdo que había firmado con él acerca de mantener alejadas las manos del cuerpo del otro mientras estuvieran con sus amigos. Porque de verdad, estaba empezando a sufrir. Pero había sacado fuerzas de flaqueza y lo había conseguido. Se habían despedido de sus amigos junto a la boca de metro y habían caminado juntos en silencio y, de verdad no sabía por qué Álvaro no le había saltado encima como la mayoría de las otras veces, pero bueno, estaba un poco borracho y puede que fuese por eso.
Así que estaban ahí, frente a la entrada de su piso, con Álvaro pegado a él, con las manos trastabillando con las llaves y con Raúl a punto de subirse por las paredes si la maldita puerta no se abría.
-Ya -resopló cuando por fin escuchó el clic de la cerradura cediendo.
-Sí.
Se quedaron así, uno delante del otro, la puerta medio abierta. Y fue como encender la mecha de una reacción en cadena. Raúl se dio la vuelta tiró de la camiseta de Álvaro y le besó por fin. Arbeloa no se dejó amedrentar por el rápido movimiento y empezó a empujarle por el pasillo, cerró la puerta dándole una ligera patada. Albiol siseó cuando sintió las frías manos de Álvaro entrando en contacto con su piel.
-Joder -gruñeron casi al unísono.
Mientras trastabillaban hacia la habitación, Raúl tuvo uno de esos raros momentos de lucidez y dirigió la mirada hacia el salón. David estaba allí, hecho un ovillo en una de las esquinas del sofá, había cervezas sobre la mesita de café, envoltorios de galletas y en televisión estaban los protagonistas de Anatomía de Grey.
-Para -le pidió a Álvaro.
-¿Hum?
-No, en serio, para -Puso sus manos sobre el pecho de su novio y le separó. -Tengo que… tengo que hablar con David.
-¿El Pony? ¿Ahora? -susurró pegando su entrepierna contra el mulso de Raúl.
-Joder… sí. Mira, algo no está bien
Álvaro giró la cabeza para mirar hacia el salón.
-Está viendo una puta serie.
-No, está viendo Anatomía de Grey, que para él es como la peor serie del universo. Dice que es sólo clichés sobre médicos y enfermeras y que lo único que hacen es tocar la fibra sensible de la gente con casos médicos realmente jodidos. Pero que no tienen ni pies ni cabeza.
-¿Y?
-Que no está bien. Es mi amigo.
-Pero…
-Espérame en la cama, por favor.
Álvaro frunció el ceño, pero se separó de él, no sin antes robarle un último beso que vino a decir ‘esto es lo que te estás perdiendo’, y que a Raúl casi le dejó sin fuerza de voluntad para ir a hablar con David. Pero lo hizo. Tras respirar hondo un par de veces, entró en el salón.
-Hey.
-Hola -musitó David sin levantar la cabeza.
-¿Todo bien?
-Sí. No me apetecía estudiar.
-Joder… -susurró. Parecía que iba a ser más grave de lo que había imaginado-. ¿Estás enfermo?
-No. ¿Por?
-Bueno, te conozco desde hace cuatro años y… es la primera vez que dices algo así. -Se quitó la chaqueta y la lanzó sobre la mesa del comedor para sentarse después en el sofá.
-Alguna vez tenía que ser la primera.
-Ya… así que… ¿No tenías planes?
-Sí, lo has dicho. Tenía. -Suspiró derrotado. -Vete con Álvaro, anda, que se quedará dormido sino.
-No, no lo creo. Cuando se empalma sólo hay una manera de que eso se baje -dijo tranquilamente.
-Vale, bien. Y esa es otra de las cosas que nunca hubiera querido saber.
-Bueno, hablando de cosas que quiero saber…
-¿Eh?
-¿Qué ibas a hacer esta noche?
-Nada -mintió.
-David… venga, que nos conocemos. Poner Anatomía de Grey, beber cerveza y comer chocolate. Es como el Apocalipsis para ti. -Silva giró la cabeza y le miró por primera vez en todo ese tiempo. -¡Hostia! -exclamó- ¿Has estado llorando?
Tenía los ojos humedecidos e hinchados, y a Raúl no le quedó rastro de dudas de que la cosa iba a ser seria. Muy seria.
-¿Por qué cojones no me dijiste lo de George?
-¿Perdona?
-Podría haber soportado lo de Izzie, es una lagarta que no se merece a Karev, pero… ¿George?
-Espera… ¿has estado llorando por la serie?
-Sí -masculló cruzándose de brazos- Y si te ríes le digo a todo el mundo que cuando vuelves a ver los capítulos de Glee, hay canciones que te hacen llorar.
-No… No seas cabrón. ¿No te atreverías, verdad?
-Ponme a prueba.
-Vale, bien. No me reiré… -Raúl resopló, pensando en el escarnio público que acababa de evitar por los pelos-. Pero… ¿Todo esto? -dijo, señalando la mesa- ¿Por la serie?
-Sí.
-Ya… No me mientas, ¿vale? Que se te da fatal.
-Vale, sólo… -Silva dobló las piernas, pegando las rodillas contra su pecho y rodeándolas con sus brazos-. Hoy he ido hasta la tienda. La de David.
-¿Y?
-Bueno, no iba a entrar, pero Juan me vio y entonces él salió y… no sé, empezamos a hablar, pero entonces Cesc llamó y yo tuve que irme. Y pensé que esta noche vendría. Eso habíamos acordado.
-Y no lo ha hecho.
-No - dijo agachando de nuevo la cabeza.
-¿Y tú pensabas que lo haría?
-Sí, bueno no estaba muy seguro, pero luego hablé con Cesc, y él me dijo esas cosas que Piqué le había dicho, y cuando le había preguntado por mí y yo… no sé. Es una gilipollez.
-No lo es, cuando estás así -sentenció-. Ese tío me está empezando a tocar las pelotas.
-Raúl…
-No, mira, no sé quien se ha creído que es para darte plantón, pero…
-Es mi culpa.
-¡Venga ya! No me vengas con esas -exclamó más molesto.
-No, en serio, Raúl. Es mi culpa. Yo he hecho que él se aleje. Y creo que bueno… es normal.
-Pero…
-Creía que estábamos juntos, pues… para pasar el rato. No podía tener otra cosa más en la cabeza. Cuando estaba con él las cosas eran geniales, porque no tenía tiempo para pensar, porque conseguía que no lo hiciese. Y, sí, no pensaba en nada. En nada, Raúl, ¿me entiendes?
-La verdad es que no -Albiol le miraba con esa expresión perdida en el rostro, y le dolía no poder ayudarle. Porque, joder, el Pony era su amigo, había estado ahí un montón de veces cuando él había caído y ahora le tocaba devolverle todas y cada una de esas veces.
-No pensé en él, en sus sentimientos. Ni siquiera en los míos.
-Ya bueno, pero eso no excusa para que te diga que va a llamar o venir y no lo haga.
-Puede, no lo sé. Pero creo que lo entiendo. Supongo que no quiere salir escaldado. Es lo más normal.
-¿Y? ¿Ya está? ¿Lo vas a dejar así?
-¿Qué otra cosa podría hacer? Él ya ha tomado una decisión.
-¿Y tú? -preguntó.
-¿Yo?
-Sí, David. Tú ¿Qué es lo que quieres?
Ahí estaba. La misma pregunta. Otra vez. Y seguía sin tener una maldita respuesta.
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Anexo: Con localizaciones y fotos y chorraditas así que nos hacen mucha ilusión,
aquí.