Viene de:
Parte i ---
Después de diez minutos, Sergio divisó la cabeza de Albiol. No era muy difícil, llevaba atada alrededor de la frente la corbata y sonreía abiertamente mientras esperaba que Álvaro acabase de meterse la camisa dentro de los pantalones.
-Éstos follando, y yo de niñera. ¡Cojonudo! -Se abrió paso entre varios grupos y les alcanzó. -¡Eh, par de cabrones!
-Coño, Ramos, ¿y la tía esa? Pensábamos que ya te la habrías trajinado -comentó Raúl alegremente.
-He tenido que dejarla plantada, porque Fernando y el Pony están con un moco espectacular.
-¿El Pony? -preguntó Arbeloa.
-Bueno, le habéis estado alentando para que se lo pasara bien. Supongo que lo habéis conseguido.
-Bien por él -exclamó Raúl.
-Sí, ya, bueno, creo que será mejor que nos los llevamos. El Niño ya ha pasado por una fase de esas…
-¿Ya se ha puesto a llorar? Macho, es que cuando le da la perreta…
-Lo sé -le interrumpió Sergio, visiblemente preocupado-, por eso, lo mejor será que les llevemos para casa.
-Vale -coincidió Albiol-. ¿Dónde están?
-Allí.
Los tres miraron en dirección hacia dónde Álvaro estaba señalando. Sobre la barra lateral del salón estaban David y Fernando, bailando como si no hubiese mañana, azuzados por un montón de chicas que aplaudían moviéndose al ritmo de la canción.
-Será mejor que nos demos prisa -comentó Raúl.
-Sí, los de seguridad no van a tardar en aparecer -añadió Arbeloa.
-¿Qué seguridad ni qué hostias? ¿No recuerdas la última vez que el Pony se subió encima de algo?
-Eh…
-Acabó en gallumbos.
-¡Hostia! -Álvaro comenzó a reírse.
-Le había dicho al holandés que se quedara vigilándoles. Menudo gañán.
Los tres se abrieron paso hacia la barra.
-Vete a por Torres -le dijo Raúl a Sergio- Del Pony me encargo yo.
-Vale.
-¡Hey! -Albiol movió la mano para que David pudiese verle, pero había demasiadas chicas delante de ellos y Silva, que no parecía tener muy claro dónde estaba o lo que estaba haciendo, no le hizo el menor caso-. ¡David! ¡Silva!
-Quita, copón -Álvaro le apartó de malas maneras y caminó hacia casi llegar a su destino-. ¡Pony! Baja, que te vas a caer.
-No…no… controlo -le dijo ladeándose tanto que Arbeloa tuvo que extender la mano y agarrarle de los pantalones para que no se cayera-. ¡Quita, bicho! -Le dio una patada consiguiendo que le soltase.
-Trufasssssss… -Torres se acercó a ellos y pasó una mano por la cintura de Silva-. No me toques al Pony ¿eh? Qué lo estamos pasando de puta madre, ¿a qué sí?
-De puta madre -farfulló Silva.
-La estáis montando fina -les recriminó-. Vamos a tener problemas si no os bajáis de ahí.
-Hostia, venga ya… no nos cortes el rollo.
-Eso… no nos cortes… -Silva tuvo que pararse en seco. Estaba empezando a marearse más de la cuenta. -Oh, Dios… creo que…
-Hostia, Torres. Que le va a dar un algo -espetó Álvaro nervioso, al darse cuenta de que David empezaba a palidecer-. ¡Eh, Chori! Ayúdame.
Raúl camino hasta ellos, y se subió a la barra de un ágil salto.
-Baja, que te ayude Sergio -le ordenó a Fernando. Este agachó la cabeza pero obedeció, tomando la mano que su amigo acaba de tenderle.
-Pony… vamos… ¿estás bien?
-No.
-No, claro, como vas a estar bien. Joder, macho, te dijimos que te lo pasaras bien, no que te bebieras hasta el agua de los floreros.
Con cuidado, Raúl le ayudó a sentarse en la barra y, después de esperar unos segundos Álvaro fue quien le bajó al suelo.
-¿Mejor? -le preguntó Arbeloa, pero David negó rápidamente-. No me vayas a vomitar encima ¿eh?
-Será mejor que le saquéis fuera. -Nigel apareció. Tenía cara de pocos amigos y llevaba una taza con la infusión en la mano.
-¿Qué cojones es eso? -espetó Ramos-. Mira que les has vigilado bien.
-Fue tu amiguito el que me pidió esto para David.
-Quizás se la podría tomar -comentó Raúl.
-No, no… no puedo… -comentó Silva desesperado.
-Vamos fuera, necesita aire o le dará un lipotimia. -Nigel apartó a Álvaro de malas maneras y se echó el brazo de David por encima de la espalda, agarrándole también por la cintura.
Antes de darse cuenta, estaban fuera del hotel, habían buscado un banco cercano y habían dejado que David se sentase allí. Con la cabeza entre las piernas.
-Quizás debería ir al hospital -comentó Nigel preocupado.
-Macho, está pedo, no a punto de morir -gruñó Sergio.
-Me siento… así…
-Eso te pasa por no beber -Fernando se sentó a su lado-. Es que bebes muy poco, Pony, me vives la vida de una manera… Mírame a mí. Voy pedo, pero podría beberme otra copa… o másssss.
-Callate, Torres -le ordenó Raúl.
-Tengo frío -protestó Álvaro- ¿No puede tomar el aire mientras vamos para casa?
-¿Y acabar con la fiesta? Nooo -contestó Torres, poniendo morritos.
-Con la fiesta ya habéis acabado hace un buen rato. Y haz el puto favor de ponerte el abrigo, que te vas a coger una pulmonía -le ordenó, mientras forcejeaba con él para que metiera los brazos por las mangas-. Ramos, ayuda un poquito.
-¿Soy su madre o qué?
-Ya es de día. ¡Feliz año nuevo!
Álvaro miró a Sergio con su mejor cara de psicópata, y él no tardó en darse cuenta de que si no empezaba a controlar a Fernando la cosa podía acabar en uno de los escasos pero temibles ataques de ira de Arbeloa. Sólo ocurrían en ocasiones muy señaladas, pero solían acabar con intervención policial.
-Vámonos, Niño. Vamos a casa y desayunamos…
-Churros, churros, ¡churros! -canturreó antes de que pudiera terminar la frase, mientras brincaba arriba y abajo por la acera.
-Voy a vomitar -gruñó David, con la cabeza aún entre las rodillas.
-Yo les mato hoy -masculló Álvaro-. De verdad que les mato.
-Uhm. No le diría que no a unos churros con chocolate, ¿sabes? -apuntó Raúl tímidamente.
-Tú no te pongas de su parte.
-Hostia, es que tengo hambre. Hemos cenado empanadillas congeladas hace… diez horas.
-¿Habéis cenado empanadillas congeladas? -preguntó Fernando, riendo-. ¿En Nochevieja?
-Ya no estaban congeladas cuando las hemos comido -le aclaró Silva, solemnemente.
-Ooh.
-¿Entonces vamos a por los churros sí o no? -cortó Sergio.
-A lo mejor a Torres se le pasa el pedo y David echa definitivamente la papilla -dijo Albiol, dándole a su compañero de piso unas palmadas comprensivas en la espalda-. Y todos contentos.
Álvaro suspiró con cansancio.
-¿Alguien se acuerda de dónde queda la churrería del año pasado?
Cuando estuvieron en condiciones de levantarse del banco, Raúl dejó a David en manos de De Jong y se acercó a Álvaro, que seguía tratando de que Fernando no saliera corriendo hacia la carretera, aunque en ese momento sus sesos esparcidos por el pavimento le parecían una bella estampa.
-Cuando volvamos a casa te lo compensaré -le dijo al oído.
-Eso es si llegamos a casa algún día.
-No te cabrees con ellos, joder.
-Es que siempre tiene que haber un gilipollas que se pone pedo y la lía.
-Ya. Normalmente sueles ser tú -comentó tranquilamente-. Y a mí me toca soportarte toda la noche y meterte en la cama e intentar que no te vomites encima.
-Yo no lloro ni bailo encima de la barra de ningún sitio. Y hace años que no vomito.
-Pero hablas sin parar, todo tonterías, y luego te quedas dormido de pie en cualquier esquina a mitad de una frase -le recordó.
-Sólo quería que esta noche fuera distinta, ¿sabes? -contestó Álvaro, lanzándole una mirada llena de significado.
-Sois unos moñas -susurró Torres, que había estado poniendo atención a toda la conversación-. Y unos ñoños. Ño. Ñoññños. Ñus.
-Cállate. Sergio, haz algo con éste -suplicó, lanzándole hacia él como un peso muerto.
-Me tratáis con muy poco respeto -se quejó, colgándose de los hombros de Ramos, intentando subirse a caballito a su espalda-. Me voy a comer una docena de churros yo solo, ¿vale? A ti a lo mejor te doy, pero al aguafiestas de Albelo… Arbeola. ¿Cómo coño se dice su nombre? A él no le voy a dar.
-Madre mía, Niño, estás fatal -dijo Sergio, bastante divertido.
-Tengo toda la fiesta encima. Podemos intentar colarnos luego en el Inn.
-Ya veremos -contestó, sabiendo que en media hora estaría tan agotado que no podría ni moverse.
Llegaron a la churrería, que en Año Nuevo hacía su agosto con los jóvenes resacosos que se sentaban a comer en el mismo suelo con tal de tener algo que llevarse a la boca a esas horas. El aire olía a fritanga, a dulce y al cansancio que destilaban todos, deseando llegar a casa y caer en la cama. Raúl y Sergio se acercaron a pedir mientras los otros encontraban un sitio en el que al menos Silva pudiera sentarse, que seguía pálido.
Cuando llegó la comida todos la atacaron sin mediar palabra. Sólo se oían los gruñidos de satisfacción y las quejas cuando uno recién sacado del aceite les quemaba la lengua.
-Yo necesito mojar -dijo Raúl. Fernando soltó una carcajada tan imprevista que a punto estuvo de atragantarse-. Mojar el churro, quiero decir -trató de aclarar, pero sólo lo empeoró.
-Eso tendrías que hablarlo con tu novio -replicó Ramos, aguantando la risa.
-Cerrad la puta boca -contestó él, poniéndose rojo.
-En lo que llevan juntos lo han hecho más que tú en toda tu vida -le comentó Silva a Ramos-. Ugh. A todas horas.
-Cállate, Pony, cojones. ¿Te dije yo algo cuando estabas dale que te pego con David todo el santo día? Nosotros al menos no gritamos como estrellas del porno.
-¡Yo no grito! -exclamó. Y girándose hacia Nigel insistió-: Yo no grito, de verdad.
-Gritos, gemidos, maullidos de gato. Llámalo como quieras. Voy a pedir un chocolate.
David se escondió de la mirada de su compañero de clase tras su café solo, que sabía a rayos.
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Acompañaron a Nigel hasta el metro. Casi se podía leer la vergüenza y el arrepentimiento en la cara de David cuando se despidió de él con un triste ‘nos veremos en clase’, que a De Jong le pareció poco premio para una noche tan difícil. No se había hecho grandes expectativas para la noche, pero sabía que en Fin de Año había alcohol y se olvidaban muchos tabúes y pasaban cosas que en cualquier otro día serían imposibles. Y habían pasado, desde luego, pero no como a él le hubiera gustado.
Los cinco fueron arrastrando los pies hasta casa. Sergio iba cargando con Torres, que había entrado en la fase de bajón y apenas podía andar. Silva trataba de aguantar el paso que llevaban Raúl y Álvaro, que lo único que querían era llegar a su habitación y perderles a todos de vista de una maldita vez.
-¿Creéis que debería mandarle un mensaje a David?
-No -contestó secamente Raúl.
-¿Por qué? Sólo para desearle feliz año nuevo -contestó haciendo un puchero.
-Él es un gilipollas y tú estás borracho. Y quita esa cara que te voy a dar dos hostias.
-Tenéis un… uh… concepto muy equivocado de él. Y estáis de un agresivo que no es normal.
-Lo que sea -masculló Arbeloa-. Acabarás mandándoselo y él pasará de tu cara y volverá a haber drama y llantos…
-Cállate, Álvaro -le interrumpió Raúl dándole un codazo.
-No, no, déjame -dijo, dándose la vuelta para encarar a Silva-. Las cosas no funcionan por una razón, y no van a empezar a hacerlo mágicamente sólo porque… No sé. A lo mejor no le gustas, y ya está.
-No sabes nada de lo que ha pasado.
-Sé que él te dejó plantado.
-Álvaro, en serio, para -le pidió su novio. David les miró a los dos, no sabían si enfadado o triste o todo eso mezclado con borracho.
-Pony, tío, lo siento, pero a veces las cosas no son tan complicadas.
-Qué sabrás tú -le espetó-, con tu novio perfecto y tu vida perfecta.
Casi sin darse cuenta habían llegado al portal. Raúl abrió y dejó que David pasara primero y fuera llamando al ascensor, mientras Álvaro y él esperaban a que los otros dos llegaran.
-Ya te vale -le reprochó Albiol, tratando de que Silva no les oyera. Álvaro sólo se encogió de hombros. Sabía que había sido un poco duro, pero estaba en su derecho a estar cabreado con él y, honestamente, le estaba haciendo un favor. Villa le caía mal, y no sólo por su estúpida perilla o su absurdo tono de voz, aunque por sí solas eran razones suficientes. No le gustaba cómo trataba al Pony, como si él le debiera algo. Y no le gustaba que su puto drama interfiriera en su vida, eso sobre todo.
Cuando se acercaron Sergio y Fernando, el primero iba explicando sus avances con una mujer cuarentona en la fiesta, que se habían visto frustrados por la crisis de Torres.
-Y me dijo que acababa de divorciarse y que tenía un hijo de mi edad. Y ahí dije ‘bingo’, porque no estaba mal para tener cuarenta y tantos. Estaba apretadita…
-Vosotros dos, moved el puto culo -le interrumpió Arbeloa.
-Menos humos, ¿eh, Trufas?
-No me hagas empezar contigo, Fernando, porque la liamos.
-Vale, vale -trató de conciliar Raúl-. Estamos cansados, hemos bebido, tenemos sueño. Vámonos a la cama antes de que digamos algo de lo que nos acabemos arrepintiendo.
Entraron en silencio en el ascensor, y nadie dijo ni una palabra hasta que estuvieron en casa. David se metió en su cuarto sin más preámbulos, y Álvaro hizo lo mismo. Raúl sacó la manta y la almohada para el sofá-cama y se lo dio a Sergio.
-¿Podrás con este idiota tú solo?
Ramos miró a Fernando, que estaba bebiendo agua a morro del grifo de la cocina.
-Sí, creo que sí.
-Entonces me voy.
Él le dio una palmada en el hombro y le vio meterse en su habitación y cerrar la puerta tras de sí. Oyó su voz y la de Álvaro, tratando de hablar en susurros.
-Venga, Niño, ayúdame a montar esto -dijo, empezando a abrir el sofá. Él se mojó la cara y la nuca con agua, resoplando.
-Oh, oh.
-No empecemos, tío. -Torres se convulsionó en una arcada, llevándose las manos a la boca. -Me cago en tu puta madre -maldijo Sergio, siguiéndole hasta el baño, al que se había marchado corriendo. Se arrodilló en el suelo y hundió la cara en el váter.
-Mierda -dijo, en cuanto pudo levantar la cabeza más de dos segundos.
-Se suponía que ya estabas bien -le dijo mientras trataba de quitarle la corbata.
-Cállate -se lamentó, apoyando la frente en la fría loza. Ramos le acariciaba la espalda rítmicamente, a lo largo de la columna, como a un bebé al que tratara de calmar-. No tenía que haberme comido una docena de churros.
-Échalo todo.
-Lo siento, tío.
-Sólo es una mala noche -le tranquilizó.
Eso siguió durante diez minutos, hasta que lo único que le quedó a Torres en el cuerpo fue el regusto del ácido en la boca. Las arcadas, que hacía tiempo que venían vacías, dejaron de atacarle como si algo demoníaco le estuviera poseyendo.
-A ver, nos vamos a levantar con cuidado -dijo Sergio antes de tirar de la cadena-, ¿vale? ¿Puedes?
-Sí -contestó él sin mucho convencimiento. Lo consiguió apoyándose en el borde de la bañera. A su lado estaba Ramos, preocupándose de que no perdiera el equilibrio. Todo daba vueltas.
-Vale, nos enjuagamos un poco la boca y nos vamos a dormir.
Tomó un trago de agua y lo escupió en el lavabo, antes de mirar su reflejo en el espejo. Estaba demacrado.
-Quiero lavarme los dientes.
Ramos suspiró.
-Vale. Rapidito.
Tomó la pasta y miró el vaso que contenía tres cepillos de dientes. Uno azul, uno rojo y otro rosa.
-¿Cuál uso? ¿De quién crees que será cada uno?
-No lo sé, Niño. Y me da lo mismo -contestó con cansancio.
-El rosa seguro que es del Pony. Los ponis son rosas.
Sergio no pudo evitar reírse.
-Vale.
-El rojo tiene que ser de Álvaro -dijo, cogiéndolo.
-¿De verdad necesitas usar cepillo? Hazlo con el dedo.
-Yo me tomo muy en serio mi higiene dental.
Ramos le observó en el espejo mientras se cepillaba los dientes con dedicación. Estaba pálido -más de lo habitual- y parecía agotado. No podía evitar sentir la necesidad de cuidarle, de protegerle. Siempre había despertado en él ese sentimiento, desde el primer día que se habían cruzado en clase. Aunque era mucho más maduro y más sensato que él, Sergio siempre le había tratado como a un hermano pequeño, porque había algo en él, una inocencia o una dulzura extraña, que era difícil de encontrar.
-¿Ya?
-Sí.
-Vale, vámonos.
Fernando se arrastró hasta el salón y se dejó caer sobre el sofá, que Ramos no había terminado de abrir.
-Levanta, que tengo que poner la cama. -Había cerrado los ojos, y lo más probable era que no tardara ni treinta segundos en dormirse tal y como estaba. -Fer, venga -le dijo, tratando de levantarle. Él rodeó su cuello con los brazos e intentó que se tumbara con él en el sofá.
-Shh, vamos a dormir.
-Habrá que poner la cama, ¿no? -preguntó, zafándose de él-. ¿Y vas a dormir en traje?
Fernando, sin abrir los ojos siquiera, comenzó a quitarse la chaqueta con dificultad. Incapaz de sacarse las mangas sin incorporarse tuvo que levantarse, tras debatir un momento la posibilidad de irse a la cama con ella puesta. Se peleó entonces con los botones de la camisa, una labor de precisión que se le antojaba imposible en su estado.
Sergio sacó la cama mientras él intentaba sin éxito abrirse los primeros botones de la camisa. Volvió a tumbarse en cuanto tuvo la oportunidad, aún luchando por desabrocharse.
-A ver, déjame -dijo Ramos inclinándose sobre él y abriendo los botones uno a uno con un movimiento rápido de dos dedos.
En el silencio que reinaba en la casa no pudieron evitar notar que los susurros que venían de la habitación de Raúl habían cesado, y habían sido sustituidos por un crujido de muelles bastante significativo, lento y suave pero constante. Torres se rió ligeramente, como para sí mismo.
-Qué cabrones. Tienes las manos frías -se quejó.
-¿Sabes que me gustas más cuando estás calladito? Pon un poquito de tu parte, anda -dijo, tratando de quitarle la camisa. Él, en cambio, estiró los brazos hasta alcanzar la camisa de Sergio para intentar abrirla. El primer botón saltó como movido por un resorte, yendo a parar al suelo.
-¿Qué haces?
-Pongo de mi parte.
-No era esa la idea, Niño. Levanta -dijo, tirando de sus brazos para incorporarle una vez más. Fernando no opuso ninguna resistencia, así que acabó golpeando con la frente en su pecho y dejando que los brazos colgaran muertos alrededor de su cadera-. No sé de dónde saco la paciencia para aguantarte -gruñó, más para sí mismo, mientras se peleaba con él para quitarle la camisa-. ¿También necesitas que te desabroche los pantalones?
-No voy a resistirme si quieres hacerlo -contestó, levantando la cadera. Un gemido ahogado proveniente de la habitación de Raúl pareció contestarle. Las paredes realmente eran de papel. Torres se rió con regocijo infantil-. ¿Qué crees que estarán haciendo?
-Prefiero no saberlo -replicó, quitándole los zapatos.
-¿Quién estará arriba? Eso es algo que siempre me ha dado mucha curiosidad.
-Niño -le dijo con tono suplicante, a la vez que le desabrochaba el cinturón y el botón de los pantalones del traje.
-Si nosotros folláramos, ¿quién haría qué?
Sergio levantó la vista y enarcó las cejas.
-Esa no es la mejor pregunta mientras te bajo los pantalones, ¿sabes?
Él se incorporó, apoyando su peso en los codos.
-Dejaría que me follaras, ¿sabes? -dijo con un tono de lo más casual-. Siempre me he preguntado si serías tan bueno como pareces.
-Hostia -musitó, apartándose de él instintivamente. Una nueva serie de gruñidos cruzó el pasillo, acompañado de más susurros ininteligibles.
-¿Crees que se dirán guarradas? ¿Está mal que esto me esté poniendo bruto?
-A lo mejor deberías dormirte -dijo Sergio, manteniendo la distancia. Todo eso le estaba pillando por sorpresa, y ni siquiera sabía si estaba bromeando o si…
-Sólo si te vienes a la cama conmigo.
-Torres…
-En plan colegas.
Acabó de quitarle los pantalones y los lanzó al suelo, dándose la vuelta para coger la manta que había dejado a los pies del sofá para taparle y que, con un poco de suerte, se durmiera antes de decir más tonterías. Cuando volvió a girarse se encontró a Fernando allí, a apenas unos centímetros de él, y no fue capaz de mover un solo músculo, aunque sabía que lo inteligente era apartarse mientras pudiera.
Estaba tan cerca que podía notar el olor a eucalipto de la pasta de dientes en su boca, el humo en su pelo, lo que quedaba de su perfume debajo del alcohol y el calor y el roce de la bufanda en su cuello. Fernando apoyó una mano en su cintura para mantener el equilibrio, estando como estaba de rodillas en la inestable cama. Sus narices se tocaron un instante.
-¿Qué haces? -preguntó Sergio a media voz.
-A veces me apetece besarte -contestó. Cerró los ojos y se mordió media sonrisa. El estómago de Ramos se había convertido en un nudo de nervios. Él ladeó la cabeza ligeramente, y sus ángulos parecían encajar a la perfección. No fue tanto un beso como un roce inocente de la piel de sus labios. Un poco tímido, un poco torpe.
Sergio no se atrevió a respirar. No parecía real, no parecían ellos, pero a la vez…
Torres entreabrió los labios y dejó que su lengua se aventurara a acariciar los suyos. Algo dentro de él se tensó y le obligó a apartarse de él de repente.
-¿Qué pasa?
-A lo mejor deberías… -empezó a decir Sergio, sin saber exactamente a dónde quería llegar-. ¿Sabes? No creo que debamos dormir juntos hoy. En la misma cama, quiero decir. Porque tú tienes que descansar, y… ¿Por qué no te vas a dormir con el Pony?
-Eh… Eso no tiene mucho sentido.
-No te lo parece porque estás borracho. Mañana te lo explico -repuso con desesperación-. Hazme caso.
-Vale.
-Vale -repitió Ramos, tirando de él para levantarle de la cama y arrastrándole por el pasillo hasta la puerta del cuarto de Silva. Abrió, asomó la cabeza y se aseguró de que David estaba dormido-. No le despiertes, ¿eh?
-No, no -le aseguró Torres, muy obediente. Fue d puntillas hasta la cama y palpó el colchón para asegurarse de no que no se iba a tumbar encima de David-. Buenas noches -susurró en la oscuridad. Silva gruñó algo en medio del sueño como respuesta y se revolvió en la cama.
-Buenas noches, Niño.
-Gracias por cuidar de mí.
Ramos no supo contestar a eso. Cerró la puerta con suavidad tras de sí y volvió al salón, quitándose la camisa por el camino. Se echó de espaldas en el sofá-cama y miró un momento la anticuada lámpara del techo, preguntándose qué coño se le había pasado por la cabeza. Se dio la vuelta, hundiendo la cara en la almohada, en la que ahogó una serie de improperios tan furiosos que le arañaron la garganta.
Apagó la luz y se concentró en tratar de que el hormigueo en su tripa le dejara dormir.
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Al menos estuvo dos horas deambulando de un lado a otro. No le apetecía demasiado volver con su primo y sus amigos, les había visto desde lejos, hablando y riendo bastante más relajados después del conato de discusión que él mismo había protagonizado. Así que antes del amanecer se hizo con un botellín de cerveza y salió al exterior. Hacía frío, pero no tanto como para impedirle sentarse en el murete cercano desde donde veía el merendero del llagar. Las mesas de piedra estaba en su mayoría vacías, había un grupo no muy lejos de él, y un par de parejas que trataban de aprovechar al máximo la noche sin importarles demasiado estar al aire libre o que pudiesen pillar una pulmonía por ello. Observó la botella unos segundos antes de darle un trago largo, después volvió a dejarla en el murete. Rebuscó en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó su teléfono móvil, jugueteó con él entre los dedos mientras miraba como el sol empezaba a despuntar. Bajó la mirada y observó la pantalla nervioso e indeciso. Tomó aire y se puso a buscar entre sus contactos. No había llegado a su destino cuando un mensaje parpadeó en la pantalla. El corazón le dio un vuelco.
Feliz Año Nuevo
Un cosquilleó le recorrió el cuerpo, desde las yemas de los dedos hasta el pecho. Silva acaba de escribirle y él no podía dejar de sonreír como un imbécil. Volvió a consultar entres sus contactos y le llamó.
-¿Hola? -preguntó Silva al otro lado. A Villa le pareció algo confuso.
-Hola.
-Hola.
Un silencio se instauró entonces. Unos segundos demasiado largos.
-Feliz año a ti también -consiguió articular Villa al fin.
-Ya… gracias -balbució.
-¿Qué… qué tal?
-Hmmm… -murmuró.
-¿Estás bien?
-Borracho -suspiró- Lo siento, no debí… olvídalo ¿vale?
No tuvo tiempo a responder. Silva ya había colgado y cuando intentó volver a llamarle el teléfono estaba desconectado.
¿Qué había sido aquello? ¿Por qué escribía y después le colgaba? Borracho recordó. Probablemente había sido solo eso. Estaba bebido y había sido un momento de debilidad. David estuvo a punto de lanzar el teléfono contra el suelo, pero se contuvo respirando lo más despacio que pudo. No iba a suponer nada, no iba a dar nada por sentado y tampoco a sacar conclusiones. Nochevieja no era la mejor noche para aquello.
-Hey -Piqué apareció de la nada, sentándose junto a él.
-Hey.
No se dijeron nada más. Villa tomó la cerveza y se la pasó a Piqué este dio un trago antes de volver a dársela. Después se quedaron, allí, viendo amanecer
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Lo primero que oyó esa mañana fueron los susurros de Álvaro y Raúl, y lo único que pudo pensar fue ‘otra vez no, por Dios, parad un poco’. Cuando Ramos abrió los ojos los encontró en el salón, mirando los dos un punto en la pared, nerviosamente.
-Pero esto no puede ser tan difícil, coño. Dale a la tecla para abajo.
-Hostia, don ingeniero informático.
-Cállate y dale.
-¿No te crees que ya se me ha ocurrido eso? Hay que girar la ruedita esa.
-¿Qué ruedita? Eso no es una puta rueda, cachocarne, es un botón.
-Pues dale, a ver qué pasa.
-¿Qué coño hacéis? -preguntó Sergio levantándose.
Los dos pegaron un bote al oírle, sorprendidos por haber sido pillados con las manos en la masa.
-No se lo cuentes al Pony -suplicó Raúl, pegando la espalda a la pared.
-¿Que no le cuente qué? -preguntó, sin entender nada-. Qué calor hace aquí, ¿no?
-Ese es el problema -dijo Álvaro-. Este lumbreras abrió ayer la ventana de la habitación para fumarse un cigarro, y luego se le olvidó cerrarla.
-Eso es, échame la culpa -le interrumpió.
-Y, claro, empezó a hacer un frío de puta madre, así que salió todo dormido a subir la calefacción… y ahora no sabe bajarla.
-Tú tampoco sabes, así que no te pongas chulo.
-Pero no es mi puta casa. Tú la has encendido, tú sabrás cómo se apaga.
-No me presiones, ¿eh? -dijo, volviendo a levantar la tapa para leer las instrucciones-. A ver, dale a set, y luego le das a prog. -La pantalla parpadeó un par de veces, pero siguió marcando 30ªC. -¿Y si reiniciamos el termostato?
-Eso sólo funciona cuando se te cuelga Windows.
-Macho, no estas ayudándome en nada.
-De verdad que sois muy tontos -masculló Sergio, acercándose hacia donde estaban. Les apartó y echó un ojo al aparato, tocando dos o tres botones.
-Cuidado, que es una máquina muy temperamental…
-¿Veintiún grados os parece bien?
Raúl miró la pantalla, luego a Ramos, y de nuevo a la pantalla.
-¿En serio? -Él se encogió de hombros. -¿Te lo puedes creer? -dijo Raúl mirando a Álvaro, aún sin dar crédito.
-Oye, ¿y Torres?
A unos metros de allí, Fernando acababa de despertarse, como si su nombre hubiera hecho sonar alguna alarma en su cerebro. Tardó un momento en darse cuenta de dónde estaba. Sólo notaba el calor, las sábanas pegándose a su cuerpo, la piel caliente de David contra la suya, su cabeza apoyada sobre su pecho.
-¿Qué? -exclamó, revolviéndose en la cama-. Hostia puta, hostia puta -susurró, tratando de levantarse, pero sólo necesitó echar un vistazo bajo las sábanas para darse cuenta de que no podía moverse hasta que aquello recuperara un volumen normal-. Hostia, Fernando, ¿qué coño has hecho? -se preguntó a media voz. Dios, ¿por qué tenía tanto calor?
Silva, notando el movimiento en la cama, abrió los ojos y parpadeó un par de veces, recorriendo con la mirada el cuerpo sobre el que descansaba. Levantó la cabeza y le vio. Fernando tenía los ojos abiertos como platos, y le sonrió ingenuamente. Él sólo volvió a dejar caer la cabeza sobre su pecho, tomándose un par de segundos para pensar.
-¿Qué coño haces aquí, y por qué hace tanto calor? -preguntó al fin.
-No estoy muy seguro. ¿Puedes sacar la mano de mis calzoncillos?
David se ruborizó hasta la raíz del pelo. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba allí.
-¿Puedes tú quitar la mano de mi culo?
-Sí, claro, perdona.
No habían levantado la voz, demasiado conscientes de que la casa estaba llena de gente y que, pasara lo que pasara, no querían que nadie supiera que se habían despertado así.
-Habrá que levantarse, ¿no? -sugirió Torres.
-Sí -contestó él, aunque no hizo amago de moverse. Moverse significaba tocarle, que sus cuerpos sudorosos se rozaran, que sus piernas se desenredaran bajo las sábanas, y por alguna razón eso era aún más embarazoso que seguir así, abrazados.
-No te ofendas, pero no recuerdo nada de ayer. No sé cómo acabé aquí -dijo Torres.
-¿Por qué me iba a ofender?
-Bueno, estoy seguro de que estuviste genial, aunque no me acuerde -se justificó-. Que eres un semental.
David se levantó como movido por un resorte, llevándose consigo la sábana que se había enganchado a sus pies, y aprovechó para cubrirse con ella. Torres flexionó las rodillas contra su pecho, poniéndose a la defensiva.
-¿Por qué ha tenido que pasar algo?
-Bueno, estoy en tu cama. Quiero decir… Yo no comparto cama porque me guste dormir abrazaditos, ¿sabes?
-Duermes con Sergio…
-Eso es distinto -le cortó-. ¿Tú recuerdas lo que pasó ayer?
David miró a su alrededor. Se acordaba de cosas sueltas, pero la noche en general era una gran laguna. Nigel y sus labios tan cerca de los suyos, Alejandro sobre la barra de un bar, un café solo en una churrería, una llamada…
-No -sentenció-. Pero seamos lógicos, íbamos demasiado borrachos. Es físicamente imposible…
-Uy, en peores ruedos he toreado yo, Pony.
-¿Qué?
-Créeme. Si te contara a la cantidad de gente que me he tirado estando mucho peor que ayer…
-¡Pero qué cojones! -exclamó, levantando la voz por fin-. Que no nos hemos acostado. Que no. Me niego.
Tres pares de pies trotaron hasta su puerta y la abrieron sin preguntar siquiera.
-¿Qué pasa, qué pasa?
-Coño, un poco de intimidad -se quejó Torres, encogiéndose más sobre sí mismo. Álvaro y Raúl lo miraron todo durante un momento, la cama deshecha, ellos dos medio desnudos, el olor a cuerpos humanos retozando; y empezaron a reírse al unísono, apoyándose el uno sobre el otro para no perder pie.
-Esto es épico. Lo que le faltaba ya al Pony -se rió Arbeloa.
-Esto es como los Pokémon, los va coleccionando a todos -dijo el otro.
-Me siento utilizado -lloriqueó Fernando, abrazando la almohada cómicamente.
-¿Hola? -gritó Silva-. ¡Que no ha pasado nada! ¿Y por qué hace tanto calor hoy aquí?
Los dos recuperaron la seriedad de repente, casi a mitad de una carcajada.
-¿Calor? -preguntó Raúl, tratando exageradamente de parecer inocente-. Yo no tengo calor. ¿Tú?
-Nooo, para nada -coincidió Álvaro-. Una temperatura óptima. Serás tú, que estás on fire.
David se paró frente a ellos, estirándose para mirarles a los ojos con solemnidad. Atravesó la puerta sorteándoles a los tres y fue hasta el salón para mirar el termostato. Con el ceño fruncido con sospecha y la boca muy apretada se giró y desanduvo sus pasos.
-Voy a darme una ducha -dijo, entrando al baño. Los dos chocaron las manos con disimulo, satisfechos con su hábil engaño-. ¡Aún no cantéis victoria, que sé que me la habéis liado!
Los otros cuatro se miraron alternativamente. Fernando a Sergio, Sergio evitó su mirada girándose hacia Álvaro, Álvaro de vuelta a Fernando.
-Coño, que se me queman las tostadas -exclamó Raúl, corriendo hacia la cocina. Arbeloa le siguió, ante la promesa de algo de comida.
-¿Dónde está mi ropa? -preguntó Torres, levantándose por fin.
Sergio carraspeó y trató de sonar casual sin conseguirlo.
-En el salón.
-¿Y cómo ha acabado mi ropa en el salón y yo aquí? De verdad que no me acuerdo de nada.
-No sé, Niño. La gente hace tonterías cuando va pedo. -Él asintió con la cabeza lentamente. -Anda, vamos a desayunar.