Los últimos románticos (13.1/?)

Feb 19, 2011 23:16

Los últimos románticos, capítulo XIII | Anteriores
Longitud: 17.500~ este capítulo | 160.000~ totales.
Rating/Advertencias: T | Palabrotas, exceso de comida, bable.

Nota de autor: Mejejejeje!

XIII. (parte i)---

Raúl se levantó de buen humor. Llevaba algo más de una semana trabajando en el bufete de Xavi, y la verdad era que estaba funcionando bien. Cuando Silva le dijo que le había encontrado una entrevista de trabajo, se asustó. Puede que estuviera preparado para trabajar en un McDonalds o en un Zara, pero aquello era serio, y tenía mucho miedo de cagarla.

La entrevista fue bastante desastre, y Raúl salió de allí pensando que había sido demasiado sincero. Había reconocido que su peor defecto era que muy despistado, que nunca había tenido un trabajo ni repartiendo flyers en la puerta de una discoteca, y que había dejado la carrera por falta de motivación. Pese a todo, algo debió de gustarles, porque al día siguiente le llamaron y le pidieron que empezara enseguida, cuanto antes se hiciera a su nuevo puesto, mejor. Puede que sólo estuvieran desesperados.

Lo único que tenía que hacer todo el día era coger el teléfono y hacer recados de poca importancia, como una especie de secretario de todo el mundo, y se podía pasar el tiempo en el foro del World Of Warcraft trolleando, que era básicamente todo lo que hacía cuando se quedaba en casa. Lo de llevar traje y madrugar aún no lo llevaba demasiado bien, pero se acostumbraría.

A Álvaro también se le hacía raro verle de aquella manera. Tan responsable, tan centrado. Se levantaba de su estrecha cama, se ponía la corbata y se iba a su trabajo en el bufete de abogados. Todos y cada uno de los días.

Mientras decidía cual de las dos camisas que tenía limpias estaba menos arrugada, le hizo una pregunta que no se habría esperado en un millón de años.

-Oye, ¿por qué no te vienes a vivir aquí? -dijo, y consiguió que sonara desenfadado y casual. Álvaro se frotó los ojos con el dorso de la mano. Eran las siete y pico de la mañana, no podía tener esa conversación en ese momento. Nunca, de hecho. Era una de esas conversaciones que, directamente, no se tenían.

-No creo que al Pony le hiciera mucha gracia.

-Ya vives aquí casi todo el tiempo, y nunca se ha quejado.

-Porque es un santo. Pero tendría que pagar alquiler y… No sé. No tengo un duro.

-Yo tengo pocos gastos, ¿sabes? Podría pagar la parte de los dos, supongo.

-Raúl, en serio.

-Mira, mira… He estado viendo camas de matrimonio en el catálogo de Ikea, y si movemos la mesilla hacia allí -dijo, señalando el lado opuesto de la habitación- entraría casi sin problemas. No son demasiado caras.

-¿De matrimonio? -repitió, sopesando el significado de la palabra.

-No es que no me guste compartir una lata de sardinas contigo, pero un poco más de colchón no haría daño.

-No sé.

-Te haría sitio en el armario, así -insistió, apartando todas las perchas a un lado de golpe-. Y tendrías una balda en el baño, y un cajón en la cómoda.

-Para el carro.

-Ya te pasas aquí todo el tiempo. Tampoco sería tanto cambio, ¿no?

Puede que no lo fuera teóricamente, pero era vivir juntos, una frase que sonaba demasiado adulta, demasiado seria. No sonaba a ellos.

-¿No podemos hablarlo cuando no esté dormido?

-Te lo estoy preguntando en serio, ¿sabes?

-Por eso mismo. Es una cosa un poco jebi como para decidirla así a la buena de Dios. Podrías, no sé, hacerme una presentación de PowerPoint con los pros, los contras, los datos financieros...

Raúl se rió, como si él hubiera estado bromeando.

-Anda, que llego tarde. Luego hablamos -dijo, poniéndose la chaqueta.

-No trabajes mucho.

-Bueno, como si eso fuera un problema.

-Espera -le frenó mientras abría la puerta de la habitación-. Dame un beso antes de irte.

Él se acercó y le dio uno rápido en los labios. Álvaro acarició su mejilla recién afeitada y sus dedos rozaron el nacimiento del pelo en su nuca, aún húmedo después de la ducha.

-Estás que te rompes con este traje -murmuró.

---

Cesc sabía que había sido una mala idea agregarle al Facebook, porque no podría evitar ver todas las fotos en las que le etiquetaban. Con chicas, con chicos, con uno a cada lado, pasándoles las manos alrededor de la cintura y sonriendo para la cámara. Y sabía que era una idea aún peor no haberle borrado, porque no podía resistir la tentación de entrar a su perfil compulsivamente para enterarse de con quién hablaba, las cosas que hacía o los grupos a los que se unía. Empezaba a ser enfermizo. Sobre todo porque eran las ocho de la mañana y si no se ponía las pilas iba a llegar tarde a clase, pero no podía cerrar la página.

A Gerard Piqué Bernabeu le gusta Shakira meneando el buyate y diez grupos más.

Cuando Cesc se preguntaba qué parte de la antomía de la cantante colombiana sería exactamente el buyate, un sonido agudo y demasiado alto le sobresaltó.

Gerard: oye

-¡Coño, mierda! -exclamó, apartando la silla de la mesa del escritorio con un empujón que le mandó deslizándose contra los pies de la cama-. Joder.

Gerard: estás?

Era una hora intempestiva de la mañana, su primo dormía al otro lado de una fina pared, y no sabía por qué los altavoces estaban puestos al máximo de volumen, y cada vez que Piqué le hablaba sonaba como una explosión nuclear. Silenció el ordenador y se recompuso un momento. ¿Qué hacía conectado al Facebook a esas horas? ¿Y qué hacía despierto? Era imposible que él supiera que estaba viendo su perfil. Había tenido que ser una coincidencia. Eso quería pensar.

Gerard: eo
Francesc qué?
Gerard: hola!
q tl?
Francesc bien, tú?
Gerard: bien
estudiando la obra pictorica d dalí

Dios, cómo le odiaba cuando bromeaba.

Francesc: ok...
Gerard: q haces?
Francesc: iba a irme a clase
se me hace tarde
Gerard: oh vaya
:(
Francesc: ...
Gerard: me aptcia hablar ctigo
Francesc: ...
Gerard: q
Francesc: que no sé si tengo mucho interés en lo que tienes que decirme
Gerard: :(
Francesc: las caras esas me están cabreando
Gerard: perdona

Cesc no era el tipo de persona que se ponía hostil, y mucho menos en el maldito chat de Facebook, pero Geri era capaz de sacarle de sus casillas con las cosas más triviales.

Gerard: perdona por los emoticonos
y por lo demás
Francesc: joder
Gerard ha qdado bien, no?
casual
lo e dejado caer...
Francesc: se nota que lo sientes de verdad
Gerard: stas siendo ironico?
Francesc: sí
Gerard: ok ok
sq como no e oido el tono...
Francesc: qué quieres?
Gerard: q t tomes algo cmigo
yo invito!
Francesc: pfff
Gerard: eso s un si?
iba a poner un emoti de una carita sonriendo
Francesc: no
Gerard: joder
aver q quieres q haga?
pq si no quieres hablar cmigo y no m dejas xplicar nada...
Francesc: explica
Gerard: no no
en persona
Francesc: es que tampoco veo que tengas que explicarme tanta cosa
me vas a contar lo que haces con el tipo ese con el que te pillé?
y con todos los demás con los que no te pillé?
Gerard: joder cesc
Francesc: porque no quiero saberlo
Gerard: me lo stas poniendo dificil
Francesc: no intento ponerlo fácil tampoco
Gerard: puedo llevarte al dunkin donuts q hay cerca d tu casa?
y ablamos
Francesc: que no
que no quiero quedar a solas contigo, porque sé cómo eres
y te crees irresistible y te pondrás a hacerme la pelota y la liarás
y acabaremos peor
Gerard: pues ven al taller
para q este pep d testigo
si qieres
Francesc: ...
Gerard: ostias
n serio q solo qiero ablar
xplicarte
Francesc: si no empiezas a usar vocales apago el ordenador y que te den
Gerard: explicarte
quiero explicarte lo q pasó
POR QUE pasó
cuantas veces tengo que decirte q me gustas de verdad
y mucho
un huevo
dame la oportunidad d explicarme
y luego si qieres ya me ignoras el resto d tu vida
y no diré nada mas LO JURO
pero habla cmigo

Cesc suspiró, estirando la espalda contra el respaldo de su silla y haciendo que crujieran todos sus huesos. Intentaba buscar una explicación racional a sus ganas de verle, pero no la encontraba. Sólo deseaba que, de verdad, Piqué le diera una buena razón y se disculpara y le dijera algo bonito y le regalara una flor, a lo mejor, o un peluche. Quería que volviera a ser sencillo.

Gerard: estás?
Francesc: zona neutral, pública, acompañados
Gerard: ok
Francesc: mi primo me quiere llevar al zoo el sábado
Gerard: uhm
Francesc: lo tomas o lo dejas
Gerard: vamos al zoo
Francesc: recógenos el sábado a las 10, ok?
ahora me voy

Ni siquiera le dio tiempo a contestar, porque cerró el navegador y la pantalla del portátil como si tuviera miedo de que Gerard saliera por ella como la niña de The Ring.

-La madre que me parió.

---

Arbeloa llevaba un buen rato levantado. Había desayunado y se había vestido, pero no estaba seguro de lo que quería hacer. La idea llevaba toda la mañana rondándole la cabeza, pero se sentía como un auténtico hijo de puta sólo pensando en ello. Cogió su móvil y le hizo una perdida a Raúl, una de esas que significaba 'llámame cuando puedas'.

A los cinco minutos, su teléfono vibró sobre la mesa, y en la pantalla se iluminó un número de tantas cifras que parecía venir del espacio exterior.

-¿Sí?

-¿Don Álvaro Arbeloa Coca?

-Sí -contestó, siguiendo el juego.

-Le llamo de Hacienda. Nos debe usted una cantidad de pasta acojonante.

-Hola.

-¿Qué tal? -saludó Raúl-. ¿Qué querías?

-¿Qué tal la mañana? -preguntó, tratando de ganar tiempo.

-Bien. Movidita. ¿Qué pasa?

-Nada, sólo... He estado hablando con mi madre, y quiere que vaya a cenar hoy a casa, ¿sabes? Para estar todos juntos y eso -mintió.

-Ajá.

-Y, nada, eso. Sólo para que supieras que hoy dormiré allí.

-Ah, vale.

-Y eso es todo.

-Bueno.

-¿Vale?

-Sí, sí.

-Oye, Raúl... -Tomó aire y lo soltó de carrerilla-: Te quiero mucho, ¿vale?

-¿Tengo que firmarte aquí?

-¿Qué?

-No, eso no era para ti -le aclaró, divertido-, era para el mensajero de SEUR. ¿Qué me has dicho, que no lo he pillado?

-Nada, no te preocupes.

-¿Seguro?

-Sí, sí. Oye, te dejo, que estás muy liado. Ya hablamos.

-Hasta luego.

-Hasta luego -respondió con voz queda, antes de colgar el teléfono-. Muy bien, Álvaro. Ha salido todo a pedir de boca -se dijo a sí mismo, antes de dejar caer la cabeza sobre la mesa hasta que golpeó con la frente en ella. Sin levantarla buscó el número de Fernando y pulsó el botón de llamada.

-Tufelas, ¿qué hay? -fue su saludo, con su buen humor habitual.

-Fer, insúltame, por favor -masculló con la boca contra la madera de la mesa del comedor.

-Hijo de puta, mamón. ¿Qué te pasa?

Álvaro suspiró hasta que notó los pulmones arrugados dentro de su pecho.

-¿Tienes algo que hacer hoy?

-¿Aparte de currar, quieres decir?

-Supongo que sí.

-¿Te he dicho que tengo que currar? -contestó, mordaz.

-Necesito tomarme una cerveza y ni siquiera es la hora de comer.

-Pues mala suerte. Yo estoy yendo de camino al Infierno, y no salgo hasta la noche. Llama a Sergio, tío.

-Este es uno de esos momentos en los que necesito un punto de vista racional.

-Uff. Ya veo -replicó, intentando encontrar una solución-. Mira, van a acabar despidiéndome en dos meses de todas maneras, así que ven al Carrefour y me cuentas lo que sea mientras repongo latas de atún en escabeche.

-Hostia, gracias, tío.

-Hoy por ti y mañana por mí, tronco. Que no se te olvide, que me la apunto.

-Gracias, gracias, gracias -repitió, levantándose y buscando sus zapatillas para salir de allí sin perder un minuto más. Cogió las llaves del coche y se puso camino al centro comercial de Fuenlabrada antes de que pudiera pensarse bien lo que estaba haciendo.

Aparcó bastante cerca de la puerta, porque a esas horas no había mucha gente de compras. Entró en el hipermercado, cogió una cesta y buscó la zona de las cervezas, haciendo antes una parada estratégica en la de las patatas fritas. Cuando sus necesidades básicas estuvieron cubiertas buscó a una de las chicas jóvenes que trabajaban allí.

-Oye, perdona, estaba buscando a un amigo... Fernando. Es reponedor aquí.

-¿Fernando? -contestó ella, mascando chicle.

-Sí, es así alto, muchas pecas, guapete...

-Ah, vale. Le he visto en el pasillo doce.

-Gracias.

Le encontró justo donde había dicho, sacando paquetes de servilletas de una gran caja de cartón.

-¿Tan mal está la cosa? -preguntó él nada más verle, echando un ojo al contenido de su cesta.

-Estoy jodidillo -contestó, encogiéndose de hombros.

-Si no te conociera juraría que sufres mal de amores.

-Supongo que lo puedes llamar así. ¿Pasará algo si abro las patatas?

-Haz lo que quieras. ¿Qué coño le has hecho a Raúl?

-¿Por qué tengo que haber sido yo?

-Porque él no ha sido, macho. ¿Cuándo fue la última vez que hizo algo malo?

Álvaro se metió un puñado de patatas en la boca y masticó con rabia.

-Me ha pedido que vivamos juntos.

-Vale.

-Y le he dicho que ya lo hablaríamos. Y he recogido mis cosas y me he ido de casa.

-Muy bien -ironizó Fernando, haciéndole un gesto para que le siguiera por el pasillo-. Eres todo un hombre.

-¡Me he acojonado! ¿Tú sabes lo que significa eso? Tendría que hacer mudanza y llevarme a Mulder, porque mi madre está harta de sacarle todas las mañanas a pasear, y... Tío, que viviríamos juntos. Compartiríamos cama todas las noches, nos levantaríamos todas las mañanas uno al lado del otro.

-Creo que lo he pillado, Álvaro.

-Y, vale, llevamos así un par de meses, y nada debería ir mal...

-No, si te entiendo -le cortó Torres, colocando unos paquetes de papel higiénico en la balda superior del lineal-. Te preocupa que lo vuestro no funcione a largo plazo. Que hayáis jodido la amistad por eso.

-No, joder. Es todo lo contrario. Claro que funciona. Le quiero. Y no de esa manera tonta en la que dices que quieres a alguien con dieciséis años, sólo porque no ves sus defectos y estás tan cegado por la novedad de todo eso, o lo que sea, que no ves más que lo que quieres ver. -Tomó aire. -Yo le quiero de verdad, con sus defectos. Y muchas veces gracias a ellos. Porque si los comparas con todas las cosas buenas que tiene se quedan en nada.

-¿Cuál es tu puto problema?

-¿Con el Chori?

-No, en general, con tu cerebro.

-Cállate, que esto es serio. Es que…

-Va, suéltalo.

-Es que… Va a sonar muy gay, así que no digas nada, ¿vale? Pero me preocupa haber encontrado demasiado pronto al amor de mi vida. -Fernando le miró, pestañeó lentamente un par de veces y cogió otro paquete de papel higiénico ultra-acolchado. -No me estás ayudando, macho.

-¿Qué cojones quieres que responda a eso? ¿Felicidades?

-Es que es todo muy raro. Muy… Él se va a trabajar con su traje comprado de oferta en el Corte Inglés, y cuando yo vuelvo de clase por la noche cenamos comida recalentada viendo la tele, y él acaba durmiéndose porque siempre está cansado, y yo me pregunto desde cuándo somos un puto matrimonio. Y ahora dice que si vivimos juntos. Estoy un poco acojonado.

-A ver, conoces al Chori desde antes de nacer. ¿Tú le ves como ese tipo de persona? Esa fase le va a durar cuatro días. Déjale que se sienta adulto un rato, que luego ya volverá a tener tres años mentales.

-Es que me da vértigo. Porque ahora es compartir piso con David y con él, y luego será irnos los dos solos, y luego comprarnos una consola a medias, y luego adoptar una niña en Senegal a la que llamaremos Alba Albiol Arbeloa.

-Hostia, no le hagáis eso.

-Que voy a pasar con él el resto de mi vida, tío. Que sólo tengo veintidós años. No puedo haber encontrado a la persona con la que voy a hacerme viejo. ¿Quién coño se casa con veintidós años hoy en día?

-¿Los futbolistas?

-Torres, joder, estoy hablando en serio. Estoy teniendo una puta crisis ahora mismo. Crisis existencial. Y esto lo hablaría con el puto Chori, pero no puedo hacerlo. ¿Sabes por qué? Porque está ahí con su traje en un rascacielos pensando que quiero irme a vivir con él, y no quiero decirle que no. Ni siquiera sé si quiero o no quiero, ahora mismo estoy demasiado acojonado. Dios, así que esto es lo que se siente cuando hiperventilas. Necesito una bolsa de papel -dijo, sentándose en el suelo, con la espalda apoyada contra un montón de paquetes de rollos de cocina. Fernando se puso de cuclillas frente a él, con una mano en cada hombro.

-¿Has probado a decirle que vais demasiado rápido?

-Es que no quiero hacerle daño.

-Y es mucho mejor para él que le mientas y le pongas buena cara y luego vengas a tener un ataque de ansiedad al pasillo de los artículos de celulosa del Carrefour.

-Ni siquiera sé si vamos demasiado rápido. Hemos ido tan lento hasta ahora que ni siquiera sé cuál es el ritmo normal.

-El ritmo con el que tú te sientas cómodo.

-¿Y cómo descubro cuál es?

-Estás preguntándole al que se aburre de tener novia a las dos semanas.

Álvaro resopló.

-Lo que pasa es que parece que él ha cambiado tanto en este tiempo… No de una manera como… Como si ya no fuera él, pero ha crecido. Y antes estaba aquí -dijo, poniendo la mano a la altura de su pecho- y ahora está aquí -y subió la mano todo lo que se estiró su brazo sobre su cabeza-. Le ha plantado cara a sus padres, y ha dejado la carrera, y ha encontrado trabajo; y de repente es esta persona tan responsable y tan adulta, cuando hace nada parecía un crío.

-Pero eso es lo grande de Albiol, tío. Que nunca dejará de ser un idiota que se sigue riendo cada vez que dices ‘teta’, por muchas corbatas que lleve a trabajar. Joder, yo llevo currando desde los diecisiete y soy un puto capullo, pero todo el mundo crece. Hay gente como tú, que lo hace poco a poco, constantemente. Hay algunos como el Chori que al salir del tuto casi decrecen, y de repente, BAM, pegan el estirón. ¿Sabes?

-¿Y si se da cuenta de que ya no me necesita?

-Todas esas cosas que has dicho sólo las ha hecho porque tú has estado a su lado para ayudarle, porque sabía que aunque todo saliera como él culo, tú ibas a seguir allí. Además, aunque no te necesite, te quiere. Te quiere, Trufas, y eso es mucho más importante. ¿Tú te das cuenta de lo que significa eso?

-Supongo.

-Pedirte que viváis juntos es su manera de decirte que va a estar ahí cuando le necesites. Es lo único que puede hacer para demostrártelo, porque tú... Tu familia es cojonuda, la carrera de va de puta madre... Parece que nada nunca te va mal, y él sólo quiere que sepas que quiere hacer por ti lo que tú haces por él.

-Tío...

-Ya. Te quejas de vicio, hijoputa -le reprochó con una sonrisa, dándole un par de tortas cariñosas en la mejilla antes de levantarse y volver al trabajo.

Álvaro se metió otra patata en la boca ante la atenta mirada de un ama de casa que buscaba su marca de papel higiénico. Le saludó con la cabeza.

-¿Necesitas mi asistencia para algo más? -preguntó Fernando-. Porque tengo lío.

-No. Creo que voy a irme a un parque a beberme las cervezas. Y luego procuraré mearme encima, para darle más dramatismo a mi situación.

-Suena divertido.

-Sí -reconoció, riéndose un poco de su propia broma mientras sacaba el teléfono móvil, que vibraba en su bolsillo-. Anda, me llama Sergio. ¿Qué pasa? -contestó.

-Oye, ¿dónde estás?

-En el Carrefour con Torres.

-Mierda. No le digas que soy yo el que llamo.

-Tarde -repuso, encogiéndose de hombros ante la pregunta silenciosa de Fernando-. ¿Qué te pasa?

-Necesito hablar contigo de unas movidas.

-Pues habla.

-No, no. Por teléfono no.

-¿Temes que la línea no sea segura? -se mofó.

-Trufas, coño. Ven a comer a casa, que mi madre está haciendo filetes empanados. Y patatas fritas. Y hay sopa de cocido de ayer.

-Ahí donde duele.

-Venga, por favor.

-Me estás acojonando. ¿Has dejado preñada a alguien?

-Deja de reírte, que lo estoy pasando mal, macho.

-Vale, vale, voy para allá, joder -dijo al fin, resignándose.

-¿Qué le pasa? -preguntó Torres, visiblemente preocupado, en cuanto colgó el teléfono.

-No sé, dice que tiene unas movidas.

-¿Y por qué te llama a ti?

-¿Estás celoso?

-Joder, yo le habría llamado a él, no a ti.

-Gracias, ¿eh?

-No te ofendas.

-No sé, a lo mejor tiene que ver contigo. A lo mejor se ha tirado a tu hermana y no sabe cómo decírtelo -bromeó.

-¿Qué clase de cabrón haría eso? -musitó, apartando la mirada y esperando que Álvaro no se fijara en el rubor en sus mejillas.

-Venga, tío, me voy. Luego te pego un toque -se despidió, dándole un par de palmadas en el hombro. Pagó sus cervezas y su bolsa de patatas a medio comer y salió hacia el centro de Fuenlabrada. Aparcaría el coche en la plaza de garaje de su padre e iría andando hasta casa de Sergio, que tampoco estaba tan lejos.

---

La mano de Juan se deslizó lentamente por su pecho hasta yacer inmóvil sobre sus muslos. Carlos agachó la vista y sonrió, la película apenas había alcanzado la mitad y él ya se había dormido. Había tratado de convencerle, sabía que estaba cansado por la proximidad de los exámenes y que tumbarse con él en el sofá a ver Adiós a las armas no era el mejor de los planes, ni siquiera el más apropiado -probablemente- para alguien de su edad. Pero Juan se había empecinado, quería ser partícipe de la vida de Carlos en cualquiera de los aspectos en los que él fuese a dejarle. Así que se habían acomodado en el sofá, Carlos en un extremo y Mata acurrucado junto a él. Poco antes del final de los créditos iniciales, Juan ya había bostezado una vez, y para cuando Gary Cooper había caído herido la cabeza del joven estudiante estaba acomodada en el regazo de Marchena.

Carlos acarició la mejilla de Juan, notando al instante el cosquilleo en las yemas de los dedos, el hormigueo en su estómago y esa sensación de vértigo que le producía la mayor parte del contacto físico con Juan. Le resultaba estremecedor el poder que dichas acciones ejercían sobre él, cómo una caricia o un abrazo desataban sensaciones que pensaba olvidadas. En aquellas pocas semanas en las que habían empezado a amoldarse el uno al otro, en lo que parecía -por mucho que quisiera negarlo- la relación más seria que había mantenido en años, Carlos había dado más pasos adelante de los que nunca hubiera imaginado. Si alguna vez tuvo reparos en acercarse a Juan, en verle como algo más que el primo de David, el joven tímido que apenas se atrevía a levantar la vista del suelo las primeras vez que había puesto un pie en su casa, habían quedado olvidados debido a las miradas intensas de Juan, sus acercamientos y su forma de allanar el terreno de la manera más simple que conocía: entregándose completamente. O casi.

Había un paso, uno que aún no habían dado y no porque no se hubiese presentado la oportunidad, ni siquiera porque Juan presentase algún tipo de reticencia. Simplemente Carlos había hecho de tripas corazón, había hecho acopio de toda su paciencia y saber hacer para exponer los hechos ante el joven estudiante.

-Carlos… -gimoteó Mata tironeando de su camisa para sacarla fuera de sus pantalones- Carlos… -repitió clavándole los dedos en la nuca mientras él se afanaba en lamer su cuello- Va… vamos… por favor… -susurró cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás permitiendo que Marchena tuviera mejor acceso a su piel.

-Tranquilo -murmuró-. Tenemos todo el tiempo del mundo.

Juan se revolvió entre sus brazos, molesto ante la negativa a su petición, frotándose contra él, insinuándole la verdadera razón de sus prisas. Carlos sonrió sin conceder un sólo centímetro entre sus cuerpos, si se movió fue sólo para apresarlo con mayor firmeza contra la mesa. Hacía apenas una hora que Mata había subido con el último pedido que había hecho a la tienda de sus tíos, le había ayudado a colocar los alimentos en la despensa y después le había acompañado hasta el salón. Habían hablado unos minutos, hasta que Carlos se había sentado tras su escritorio dispuesto a corregir los últimos trabajos sobre Historia de la Ciencia que le quedaban, pero Juan había rodeado el mueble y se había apoyado a un lado. Habían seguido hablando un rato más, hasta que Carlos le había preguntado por sus exámenes y él no había contestado. Cuando Marchena había levantado la vista de los folios que tenía en la mano, Juan estaba mirándole fijamente con las mejillas fuertemente coloradas y los ojos vidriosos.

-¿Qué?

Juan se había inclinado sobre su boca, con una lengua ansiosa y unos labios finos y suaves que se deslizaban sobre los suyos. Carlos respondió al ataque, con un jadeo involuntario y un gesto rápido la mano sobre la sudadera de Juan, un tirón que había hecho que el joven se moviera hasta quedar sentado sobre sus piernas, y ambos tuvieran un mayor acceso al otro.

Y allí estaban con la ropa ligeramente fuera de lugar, los labios hinchados y el calor haciéndose insoportable.

-Carlos. -Juan había interpuesto una mano entre sus cuerpos, presionándola contra el pecho de Marchena a fin de separarles. Él le había mirado confuso. -Quiero… vamos… -balbució-. Vamos a tu habitación, por favor.

Inmediatamente había vuelto a besarle a fin de no dejarle tiempo demasiado tiempo para pensar, confiando en que su cuerpo respondiera ante las atenciones que pensaba darle y que su petición fuese por fin tenida en cuenta. No es que la hubiera sugerido en muchas otras ocasiones, en realidad sus encuentros se habían limitado a unos besos ansiosos y a ambos dándose por satisfechos a fin de no presionar al otro. Pero para Juan ya no era suficiente, y deseaba de todo corazón que para Carlos tampoco.

Afortunadamente para él, a Marchena aquello tampoco le parecía suficiente. Cuando separó sus labios de los de Carlos, pudo verlo en sus ojos, velados por el deseo y las ganas, sobre todo las ganas. Aún así, el profesor había sido capaz de comedirse lo justo como para sonreírle e instarle a levantarse. Una vez en pie le había cogido de la mano y le había guiando por la casa rumbo a la habitación. Juan evitaba mirar a cualquier otro lugar que no fuese esa mano que le sujetaba con fuerza, pensando en lo que estaba a punto de pasar, con una sensación pesada en el estomago y un nudo en la garganta. Un escalofrío le recorrió la espalda.

-Soy virgen -dijo antes de traspasar el umbral de la habitación de Carlos, que se había dado la vuelta rápidamente- Sólo quería que… Bueno... no pasa nada. Pero quería decírtelo.

-Juan…

-No escucha, de verdad. ¡Dios! -dijo llevándose las manos a la cara-. No tenía que haber, yo… Quiero hacer esto Carlos. Joder, que si quiero -dio un par de pasos más y se aferró a su cuerpo-. Me siento idiota, tú… y yo…

Carlos le devolvió el abrazo, notando como el pequeño cuerpo de Juan se estremecía entre sus manos. Suspiró cuando Mata acomodó su cabeza contra su cuello, notando arder el punto exacto donde su respiración incidía, deslizó una de sus manos hasta tomar la de Juan y entrelazó sus dedos. El joven levantó la cabeza, entornando la mirada para observarle.

-No quiero hacer nada que no pretendas. No quiero presionarte a nada, Juan. No tienes que hacer algo que no deseas simplemente porque quieres, no sé, agradarme.

-No lo hago, no lo haría por eso -se explicó.

-¿Estás seguro?

-Si te lo he dicho es porque simplemente quería que lo supieses, es algo importante para mí y quería compartirlo contigo -se sinceró.

-Lo sé -murmuró, acariciándole la mejilla, después depositó un pequeño beso en su frente-. Creo que es mejor que volvamos al salón.

-Pero…

-Juan, es tu primera vez, es algo… importante. Especial. No creo que éste sea el momento adecuado.

-No debí decírtelo -se quejó, separándose de él-. Lo he estropeado todo, si me hubiese estado callado ahora mismo estaríamos…

-¿Crees que no me hubiera dado cuenta? No es que sea un gigoló pero creo que sabría distinguir algo así -bromeó.

Pero aquello no fue suficiente para sacar una sonrisa del rostro de Juan, que se deshizo del abrazo y desanduvo el camino rumbo al salón. Carlos aguardó unos segundos antes de seguirle, y se lo encontró sentado tras su escritorio, con la silla vuelta observando la ciudad desde la perspectiva que el ventanal le daba. Se permitió el lujo de observarle en la distancia, tratando de encontrar las palabras correctas, la forma de adecuada de superar ese primer obstáculo que acaba de interponerse en su camino. Lo cierto era que la confesión de Juan no había caído en balde, era un paso muy importante y estaba dispuesto a darlo con él. Y Carlos no podía dejar de pensar que se merecía algo más, alguien con menos problemas, sin tantas cargas, menos incompleto. En definitiva, alguien que pudiera hacerle disfrutar, más allá de su primera vez, alguien con quien de verdad pudiese saborear la vida. Y no quedarse con él, que podría privarle de una existencia mucho más real.

Pero Carlos había empezado a ser egoísta, y Juan era el culpable, el que le hacía sentir realizado, le alegraba la vida con una pequeña sonrisa, con el simple roce de sus dedos sobre su piel. Por él estaba empezando a verlo todo de una manera completamente diferente.

Se acercó con paso lento.

-Creo que le estamos dando demasiada importancia a todo esto -se sinceró-. No es que no la tenga, pero en su justa medida. Es algo que tiene que suceder de forma natural, no quiero que tengas un recuerdo borroso de algo así, no quiero… -dejó que el aliento que tenía retenido en el pecho saliera por su boca- no quiero que me recuerdes así.

Carlos estiró la mano y tomó el mando para apagar la televisión. Aunque había tratado de ser lo más cauteloso posible, Juan se había despertado.

-Jo… -murmuró frotándose los ojos-. Me la he perdido, ¿verdad?

-No pasa nada.

-Es que estoy agotado -confesó.

-Lo sé -Juan se revolvió hasta quedar boca arriba, con la cabeza aún en el regazo de Marchena.

-Anoche me quedé hasta tarde, tenía que terminar de repasar los últimos temas de Teoría e Historia del Arte. ¿Estás seguro que no tienes ningún conocido en el departamento? -Carlos río suavemente-. ¿Qué? Mi primo dice que tengo que aprovecharme.

-¿De mí? -Juan asintió antes de incorporarse y moverse hasta quedar de rodillas.

-Claro, no todo el mundo sale con un catedrático de Historia -susurró acercándose a su boca.

-Así que, ¿de esto es de lo que se trata? -Mata asintió sonriendo tímidamente-. Ya me parecía a mí que era demasiado mayor y feo como para que alguien como tú se fijase en mí.

-Eres idiota -protestó pegándole un pequeño puñetazo en el hombro-. No eres tan mayor, y, definitivamente, no eres feo.

-Eso lo dices porque tú eres un artista y estás acostumbrado en apreciar la belleza en todo lo que ves -Juan se encogió de hombros y terminó con la distancia que separaban sus bocas.

-Es tarde -musitó Carlos contra sus labios-. Y tienes el examen pasado mañana, ni siquiera deberías estar aquí.

-Y he aquí los problemas de salir con un profesor -Mata suspiró-. No es tan tarde, y aún tengo todo el día de mañana para repasar.

-No quiero que suspendas por perder el tiempo conmigo.

-¿Sabes? Al final vas a conseguir que me ofenda -protestó-. ¿Por qué siempre hablas así? ¿Por qué no puedes entender que no estoy perdiendo el tiempo? Que estoy haciendo algo que realmente quiero.

-Juan…

-Es sólo que… -se puso en pie, dando unos pasos hasta quedar casi junto a la ventana del lateral del salón-. Cuando dices esas cosas, a veces… Me parece como si en realidad fueses tú el que está perdiendo el tiempo, que sólo lo dices para tratar de justificarte. Sé que no puedo pedirte que esto sea igual de importante para ti, ni siquiera que sientas lo mismo que yo.

-Lo siento, no pretendía hacer eso. -Carlos puso las manos sobre los muslos y rasgó con sus uñas la tela del pantalón. -A veces pienso que estoy haciendo algo realmente mal, que te estoy privando de una vida mejor, porque, ¿qué puedo darte yo? -preguntó sin esperar respuesta-. No tengo nada Juan, nada que de verdad tú puedas desear.

Juan volvió hacia el sofá y se sentó en el reposabrazos, Carlos levantó la vista y le miró esperando algún tipo de reacción, una respuesta que hiciese que ese incomodo silencio se rompiera pero, sobre todo, que la maldita sensación de estar haciéndolo todo mal desapareciera. Mata se mordió el labio un instante antes de alargar el brazo para meter su mano entre las de Carlos, que había dejado sobre su regazo. Después se había inclinado hacia él besándole en la mejilla, y en la línea de la mandíbula lentamente. Marchena había sonreído tímidamente entonces.

-Será mejor que me vaya, no quiero que mi suspenso pese sobre tu cabeza -le susurró al oído.

-Más te vale traer al menos un notable.

-¿Me castigarás si no lo hago? -preguntó con una pícara sonrisa mientras se levantaba a coger el abrigo que había dejado sobre uno de los sillones y se lo ponía.

-Creo que el propósito de un castigo es el de reprender una mala acción, no premiarla.

-Jop -protestó frunciendo los labios-. Tendré que sacar un sobresaliente entonces, para que me premies como es debido.

-Ya veremos, ya veremos… -comentó mientras le acompañaba a la puerta-. Primero, descansa esta noche y no te pegues la paliza mañana. Recuerda que para rendir mejor debes estar descansado.

-¿El consejo tiene algún tipo de mensaje oculto?

-¡Juan! Necesitas descansar, estás desatado.

-Es tu culpa -le dijo antes de colgarse de su cuello-. ¿Aún vas a acompañarme a la exposición?

-Claro, ¿por qué no iba a hacerlo?

-No sé, es una sala mediocre con obras de estudiantes de primero y segundo. No habrá nada demasiado interesante. Pero es una forma original para sacar dinero para la visita a París de finales de curso.

-Eso tendré que decidirlo yo.

-En fin, hablaré con mi amigo para que nos reserve las entradas. ¿Va a venir Xabi al final?

-Sorprendentemente, sí.

-Seguro que se lo pasará genial. Además le vendrá bien distraerse, el otro día parecía estar en otro mundo.

-Y probablemente lo esté -respondió con amargura-. De todas formas, hablaré con él y te confirmaré.

-De acuerdo. ¿No me das un beso de buenas noches y buena suerte? -Carlos puso una mano en su cintura y tiró de él, besándole nuevamente, quizás más efusivamente de lo que Juan esperaba-. ¿Sabes?, podría quedarme esta noche, y podrías ayudarme a repasar. Al fin y al cabo, es Historia del Arte. -Marchena negó con la cabeza. -Ya, me lo suponía.

Juan volvió a besarle y salió al rellano, caminó hasta el ascensor y mientras esperaba volteó el rostro para ver a Carlos apoyando contra el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos de su chaqueta de punto y una sonrisa bailándole en los labios. Quizás Carlos no pudiese ver todo lo que le daba, lo que era capaz a hacerle sentir, pero Juan no iba a rendirse e iba a demostrárselo costase lo que costase.

---

Álvaro subió las escaleras de dos en dos porque, para variar, el ascensor estaba averiado. Le abrió la puerta Carmen, la madre de Ramos.

-¿Qué tal, cariño? -le saludó mientras se quitaba el delantal, antes de darle un sonoro beso-. ¿Qué tal va la carrera?

-Muy bien, muchas gracias.

-Estuve hablando con tu madre ayer y me contó que estabas viviendo con Raulito y su amigo.

-Bueno, no viviendo…

-Tú no te descentres, ¿eh? Que para uno que nos ha salido serio y formal…

-Coño, mama, deja el interrogatorio -se quejó Sergio, apareciendo por el cuarto de estar.

-Pero si sólo estábamos charlando.

-¿No te tenías que ir a hacer no sé qué?

-Que te echen tus hijos de tu propia casa… -se lamentó melodramáticamente, cogiendo el chaquetón y el bolso-. Está la comida en el horno, para que no se enfríe. Cuando acabéis ponme el lavaplatos, Cuqui, no me lo dejes todo de cualquier manera.

-Vale, mama.

-Hasta luego, Álvaro, cariño -dijo, saliendo y cerrando la puerta tras de sí.

-¿Cuqui?

-Cállate. A saber lo que te llama a ti tu madre, capullo.

-Somos mucha gente, no tiene un nombre para cada uno. Nos llama por números, como en la cárcel -replicó-. He traído cerveza.

-Gracias a Dios.

-¿Me vas a decir qué es tan importante que tienes que echar a tu madre de casa para contármelo?

Sergio entró a la cocina y él le siguió. Abrió el horno y sacó un par de fuentes tapadas con platos de duralex ámbar, que tenían al menos veinticinco años. Colocó en la mesa de la cocina un par de vasos y dos cubiertos.

-Es por Fernando.

-Eso me lo he imaginado, más o menos.

-Últimamente… -comprobó que los filetes no se habían quedado demasiado fríos y se sentó a la mesa, antes de mirarle y suspirar sonoramente-. Voy a necesitar una birra.

Álvaro sacó dos latas de la bolsa que había llevado consigo y le pasó una.

-La cosa está rara, no hace falta ser muy listo para darse cuenta.

-¿Se nota mucho?

-Para el ojo entrenado…

Sergio echó un buen trago a la cerveza, cogiendo fuerzas.

-Me tiró la caña.

-¡Qué? -rió-. ¿Torres?

-Macho, que esto es muy duro.

-A ver, explica -dijo, tratando de tomárselo lo más en serio que pudo.

-En Nochevieja, tío. Estaba muy pedo y me dijo algunas cosas.

-¿Qué cosas? -preguntó Álvaro, convencido de que estaba sacando las cosas de quicio.

-Dejaría que me follaras -recitó, pronunciando cada palabra con precisión-, por ejemplo.

Arbeloa se atragantó con su filete de ternera, y necesitó un momento para recuperarse. No sabía si estaría mal reírse.

-¿Qué?

-Sí. Y trató de desnudarme y luego como que… me besó, más o menos.

Álvaro gesticuló con los brazos, incapaz de encontrar palabras que expresaran su sorpresa adecuadamente.

-¿Y tú qué hiciste?

-Le mandé a dormir con el Pony.

-Hostia, tú. Esto es muy grande -dijo, apoyando los codos en la mesa y mirándole con renovado interés-. ¿Y al día siguiente él te dijo algo?

-¡No! No sé si es que no se acuerda o hace como que no se acuerda…

-Fernando es un mentiroso de mierda, se le nota a leguas -le aseguró, recordando aquella vez que le juró en varios idiomas que no se había tirado a su hermana Marta en su propia cama-. Fijo que no se acuerda de nada, llevaba un moco que no veas.

-¿Tú crees?

-Seguro.

-Joder, esto es todo tu culpa.

-LOL, ¿qué?

-Sí. Si tú no te hubieras puesto ahí dale que te pego con Raúl él no habría dicho nada de follar.

-Todo eso tiene mucho sentido -ironizó-. Asumo toda la responsabilidad.

-¿Qué tengo que hacer ahora? -preguntó lastimosamente.

-Verás, según mi experiencia, lo mejor es dejarlo estar durante un año o así, haciendo referencias a esa noche cada vez que te tomes un cubata de más, hasta que él se dé por enterado.

-¿Qué?

-Nada -dijo, negando con la cabeza-. No sé, a lo mejor no fue más que una de esas gilipolleces que se dicen cuando se va muy pedo, y ni siquiera lo pensaba de verdad.

-Parecía bastante de verdad.

-Pues háblalo con él.

-Sí, eso va a ser una conversación muy fácil.

-Sí -rió Álvaro-. “Oye, a propósito de follar…” No, no sé. Tampoco veo por qué hay que hacer nada. Él no se acuerda y no lo ha vuelto a mencionar, y tú no es como si quisieras aceptar su oferta… -Sergio bajó la mirada y tomó otro trago de cerveza. -¡Oooooh!

-No… No sé lo que quiero.

-¡Tío!

-Fernando es mi colega, tronco -dijo con vehemencia-. Mi hermano, mi mejor amigo.

-Ya, bueno, eso decía yo hace no mucho, y mírame.

-Pero esto es totalmente distinto.

-Ya veo, ya.

-Vosotros tenéis ese rollo como muy de matrimonio, ¿no?

-Como tenga que volver a oír esa palabra hoy me voy a tirar a las vías del tren -masculló.

-Quiero decir que sois gente como… Menos… No sé.

-Ahá…

Ramos mareó un poco las patatas fritas de un lado a otro de su plato antes de volver a hablar.

-No quiero hacer algo y cagarla, porque no sé cómo coño se hace esto bien. Porque nunca he estado con alguien que me importe, ¿sabes? Y él es la única cosa que me importa, y de repente me dice esto y me hace pensar… Y sé que si fuera cualquier otra persona me acostaría con él y no le volvería a llamar, porque es lo único que hago -dijo, pasándose una mano por el pelo-. No sé cómo se hace para que algo así funcione.

-¿Algo así como una relación?

-Digo yo.

-Me parece que estás adelantando acontecimientos. No presupongas que él quiere ser tu puto novio sólo porque una noche se ha pasado con el ron y se ha puesto palote.

-Es que me parece que si hago algo la voy a cagar, pero si no hago nada también la estoy cagando. Y yo nunca le había visto de esta manera hasta que me dijo estas cosas. Y ahora, tío, puff -bufó, hundiendo la cara en sus manos.

-Vale -replicó Álvaro, no muy seguro de querer saber lo que había insinuado con eso.

-¿Cómo sabes que tu mejor amigo deja de serlo para convertirse en... no sé, esto otro?

-Es que no deja de serlo. Simplemente es tu mejor amigo y algo más.

-Estás ayudándome un huevo -dijo Sergio amargamente-. Se supone que tú tienes que saber de estas movidas.

-¿Qué quieres que haga? No te voy a decir que enrollarte con un amigo es la mejor idea del mundo, porque a lo mejor para vosotros no lo es. Nadie tiene dos amistades iguales ni dos relaciones iguales. Para mí, Raúl nunca fue lo mismo que Torres o tú. Es como si, de alguna manera, siempre hubiéramos estado preparando el terreno para lo que tenemos ahora, ¿sabes? Joder, hoy estoy especialmente amariconado -masculló, pegándole un trago a su cerveza.

-No, no, sigue.

-Es que tampoco sé qué quieres que te diga -dijo, encogiéndose de hombros-. ¿Piensas en él de la misma manera que piensas en mí? Y si la respuesta es sí, por favor, miénteme.

Sergio pareció considerarlo un momento, como si preocuparse demasiado por ello pudiera ser peligroso.

-¿Sabes cuando estás viendo la tele y dicen que ha habido un accidente o se ha caído un avión o lo que sea? -preguntó tentativamente-. Lo primero que pienso es 'hostia, espero que Fer esté bien'. Aunque el puto avión se haya estrellado en Alaska y sepa que él está en su casa porque le he visto hace diez minutos, siempre pienso en él. -Álvaro se sonrió, cortando cuidadosamente otro trozo de su filete. -¿Qué?

-Nada.

-No, Trufas, ¿qué ha significado eso?

-Tenéis un puto tatuaje a juego. Como que se veía venir esto, macho.

---

Sigue en: Parte II

fic: los últimos románticos

Previous post Next post
Up