Los últimos románticos (14.1/?)

Sep 05, 2011 02:19

Los últimos románticos, capítulo XIV | Anteriores
Longitud: 15.000~ este capítulo | 175.000~ totales.
Rating/Advertencias: M | Palabrotas, sexo más o menos explícito.

Nota de autor: No estábamos muertas. Sentimos muchísimo no haber actualizado en una eternidad, pero nos habíamos quedado un poco atascadas, y no queríamos forzar la máquina y escribir sólo por publicar algo. Ahora hemos vuelto con fuerzas renovadas, con ganas de escribir los mil capítulos siguientes, y prometemos que no os haremos esperar tanto. Ahora nos tenéis que prometer que vais a seguir leyendo :) Por si habéis olvidado dónde nos habíamos quedado (que es algo muy lícito, nos habíamos olvidado hasta nosotras), os hemos preparado un pequeño resumen:



- Villa tuvo una pelea descomunal con su padre y se vio obligado a salir de casa un tiempo, lo que acabó en unas vacaciones pagadas en Chez Silva.
- Álvaro decidió ralentizar las cosas y volverse a Fuenla, dejando al pobre Raúl más abandonado que un perrete en la puerta de una pizzería.
- Xabi y Marchena fueron a una exposición donde conocieron a Esteban Granero, amigo de Mata y perroflauta en general, que hizo muy buenas migas con el donostiarra.
- Juanín, por su parte, sigue frotándose contra Carlos cada vez que se le presenta la oportunidad.
- Piqué se medio enrolló con un sueco en las mismas narices de Cesc, lo que les convenció a ambos de que lo que tenían realmente significaba algo. Buscando redención, Geri accedió a acompañar a Cesc al zoo.
- Pep, en su búsqueda mística del significado de la vida, le ofreció a Villa su taller por un precio más que asequible.
- Torres vive una etapa confusa y frustrante de su vida. Ramos está muy confundido (y sexualmente frustrado) con Fernando.

XIV. (parte i)---

El reloj sobre la mesa marcaba apenas las nueva y media de la mañana pero Carlos no pudo resistirse más. Descolgó el teléfono y marcó tan apresuradamente que se equivocó un par de veces antes de dar con el número correcto. Escuchó varios tonos, demasiados para su esquilmada paciencia y cuando estaba a punto de colgar la voz de Xabi le llegó en la lejanía.

-¿Sí?

-¿Dónde estabas? -espetó.

-En la ducha, ¿qué pasa? ¿Cuál es la emergencia?

-¿Estabas solo en la ducha?

-¿Qué clase de pregunta es esa?

-Una de las que yo te hago -replicó rápidamente-. Bueno, ¿estabas solo o no?

-Claro que lo estaba, ¿con quién iba a estar?

-No sé, pues… con… no sé. Con alguien -mintió.

-Ya, claro.

-En fin, pues nada. Te dejo.

-He salido en mitad de mi ducha, creo que me merezco una explicación por tu repentino interés acerca de mis hábitos higiénicos.

-Pura curiosidad -murmuró Carlos.

-Eso, querido amigo, no hace sino preocuparme más aún por tu salud mental.

-Nos hemos levantados jocosos, ¿eh?

-No más de lo habitual, sin embargo de ti diría que te has levantado con tu vena curiosa alterada, o debería dejarlo directamente en que te has levantado cual portera de barrio.

-No más de lo habitual -repitió con sorna-. Te dejó no te vayas a enfriar, y a tu edad esas cosas no son buenas.

-¡Cobarde! -exclamó-. No huyas, y dime el por qué del cuestionario.

-Mira que eres… -Carlos resopló al otro lado de la línea, se acomodó en la silla y siguió hablando-. Anoche parecías bastante interesado en Esteban.

-Acabáramos -musitó-. ¿Y creías que me aprovecharía de un jovenzuelo como él?

-No es como si no lo hubieses hecho nunca -le recordó.

-Debo tener en cuenta no contarte detalles como esos nunca más. -Xabi dudó unos segundos. -Nos quedamos tomando otro café, cerca de una hora más -concretó-, y después cada uno se fue a su casa.

-¿Sólo eso?

-¿Qué querías que pasara? ¿Qué me lo follara en los baños?

-Era una opción, tan plausible como cualquier otra.

-¡Por Dios, Carlos! Apenas le conozco, además tengo otras cosas por las que preocuparme, o en las que perder mi tiempo.

-Por eso mismo, no te vendría mal una distracción.

-Tengo una vida social normal, Carlos, cuando llegue a tu extremo te prometo que también me buscaré un joven y tierno amante.

-Muy gracioso -dijo entre dientes.

-No, de verdad, te lo prometo. ¿Puedo volver a la ducha ahora?

-No.

-¿Por qué?

-Porque en un mes vas a volver a Liverpool, a ver a Steven, a vender la que fue vuestra casa. Y necesito que vayas allí con la cabeza centrada en cualquier otra cosa, porque sino lo haces cometerás una tontería.

-¿Qué tipo de tontería? ¿Vender la casa más barata? ¿Tomarme un fish and chips en Herny’s?

-Volver con él.

Xabi guardó silencio varios segundos, tantos que a Carlos se le hicieron eternos.

-Sabes que soy tu amigo, que te apoyo en todo, que haría casi cualquier cosa por ti y que, joder, de verdad, Xabi… estaré ahí cada vez que me necesites. Pero no puedo volver a verte pasar por eso.

-No voy a volver con él. No podría. No sabría como mirarle -suspiró lentamente-, no sabría como quererle sin pensar en lo que me hizo. Nos hizo.

Fue Carlos quien guardó silencio entonces, quería creer en las palabras de su amigo, deseaba hacerlo, pero le conocía mejor que nadie y sabía todo lo que Steven le hacía sentir, lo que su relación había significado, como había hecho cambiar la forma de pensar y de verla la vida de Xabi, como le había hecho crecer y ser mejor. Como Steven había conseguido que Xabi fuese el hombre que era en aquel momento, para lo bueno y para lo malo. Y también sabía que. pese a todo, pese a los fallos y a los errores, pese al daño, Xabi seguía queriéndole y aunque Stevie y él no se conocían tan bien, no tenía duda alguna, sabía que él haría cualquier cosa para recuperar a Xabi. ¿Quién en su sano juicio no lo haría?

-Está bien. Lo siento. No debí dudar de ti.

-No, lo comprendo. Está bien que lo hagas, eso me hacer recordar que tengo que ser fuerte; sólo por llevarte la contraria, ya sabes -bromeó al fin.

-Me alegro, entonces no deberías volver a ver a Esteban.

-En realidad hemos quedado el domingo, hay una exposición que quería ver y resulta que él también.

-¡Oh!

-Carlos, no hagas conjeturas, no dejes que Juan te contagie y termines de celestino.

-¿No es lo que hiciste tú conmigo?

-No es lo mismo.

-¿Por qué no?

-Acabo de salir de una relación que no ha terminado especialmente bien, no necesito volver por ese camino.

-No estoy diciendo que te cases con él, ni siquiera tienes que salir con él. Sólo, ya sabes…

-¿Estás sugiriendo que me aproveche de él?

-Dicho así suena bastante peor… De todas formas, no creo que él se quejarse. Al menos anoche no parecía que fuese a hacerlo. Estaba como hipnotizado mirándote cada vez que hablabas.

-Estaría fumado.

-Tal vez, pero cuando te levantaste al baño y te miró el culo no parecía pensar en dragones amarillos.

-Deja de azuzarme- se quejó- Estás vendiendo al pobre Esteban como un trozo de carne.

-¿Esteban? Bueno, es un paso, ha dejado de ser el jovenzuelo, o el crío.

-Gilipollas -murmuró.

-No deberías desaprovechar la oportunidad. Nos hacemos mayores.

-¿Insinúas qué es mi último tren?

-Para nada, pero creo que es una estación en la que deberías apearte.

-Estás fatal. Necesitas acostarte de una maldita vez con Juan.

-¿Qué? ¿Cómo…? ¿Cómo lo sabes?

-Porque a tu novio -dijo con retintín- sólo le falta frotarse contra tu pierna. No se como no te ha violado, pero aún no sé como es que tú no lo has hecho.

-Es difícil.

-No tanto, es como montar en bici, una vez has aprendido no se olvida.

-Cabrón, no me refiero a eso.

-¿Entonces?

-Juan, él… es… bueno…

-¡Hostia!- exclamó cayendo en la cuenta- ¿De verdad? Joder, no pensaba que quedasen de esos.

-¡Dios santo! Deja de pasar tanto tiempo con tus alumnos, te estás convirtiendo en uno de ellos.

-Lo dice alguien que sale con uno crío de dieciocho años.

-No es un crío, es bastante más maduro de lo que aparenta -dijo defendiéndole-, es inteligente, divertido y locuaz. Puede que parezca algo infantil pero eso también tiene su encanto.

-¡Qué pillado te tiene!

-No sé, puede… -río Carlos.

-De todas formas por muy maduro que sea, ese paso sigue siendo importante. Vas a marcarle de por vida.

-Gracias por quitarme presión, ¿eh?

-Lo digo en el buen sentido. Me parece bien que os toméis vuestro tiempo, pero no esperes demasiado.

-¿Por qué? -preguntó curioso.

-Porque puede que tenga dieciocho, que sea un poco infantil y sobre todo virgen pero sigue siendo un tío con dieciocho y las hormonas alteradas. Si no le das lo que quieres…

-Lo sé, lo sé. Sólo estoy esperando el momento oportuno.

-Eso no existe. Eso tiene que darse. Cuanto más lo prepares, peor será.

-No me gusta dejar las cosas al azar.

-Lo sé, pero creo que esta vez vas a tener que hacerlo.

Carlos cambió el auricular a la otra oreja mientras pensaba en las palabras de su amigo, bien sabía que estaba en lo cierto pero también sabía que salirse de lo estipulado era algo casi imposible para él. Era un hombre de rutinas, al que le gustaba tener las cosas preparadas y no dejar que nada ni nadie le sorprendiese.
-Será mejor que vuelvas a la ducha o no llegarás a tu primera clase -dijo al fin.

-¿Ahora me dices eso? Escurrir el bulto se te da demasiado bien.

-Es algo que llevo perfeccionando durante años, es todo un estilo de vida.

-No lo dudo. En fin, espero noticias de tu momento oportuno.

-Y yo de tu exposición.

-Dentro de nada nos mandaremos mensajes de texto con caritas sonrientes y nos haremos una cuenta en una red social donde subiremos fotos de nuestros abdominales hechas en el baño de algún pub.

-Vaya, espero con ansia a que ese día llegue. Venga, ve a terminar de ducharte, y hazte la primera foto.

-Te la mandaré por privado a Twitter.

-¿A dónde?

-Nada, hombre del pleistoceno. Buenos días, prometo que te llamaré el lunes y te contaré todo detalles.

-No con demasiados, espero. Buenos días.

Carlos colgó el teléfono y se levantó del sofá, vagó por el salón unos minutos estirándose perezosamente, aún llevaba puesto los pantalones de pijama y la vieja camiseta que usaba para dormir, pero se había puesto una chaqueta de punto encima, en el bolsillo tenía su reloj, lo consultó. Había sido media hora larga de charla con su amigo, había conseguido saber un poco más de lo sucedido entre Xabi y Esteban y podría calmar la curiosidad de Juan, pero también se había planteado un pequeño problema.

Su amigo tenía razón, el momento oportuno no existía, la perfección no podría ser alcanzada y todo lo que esperaba darle a Juan quizás era demasiado. Estaba esperando demasiado de si mismo, ¿qué podía darle él? La primera vez de Juan tenía que ser especial, pero no por el momento sino por la persona, debía compartir ese instante con alguien que fuese a significar algo en su vida, alguien que quizás le fuese a cambiar para siempre. Al llegar a la cocina su ánimo había decaído tanto que ni siquiera tuvo fuerzas para prepararse un café. Se apoyó contra la encimera pensando si estaría a la altura de la situación, de las expectativas; apenas unos segundos después el teléfono móvil que llevaba en el otro bolsillo.

1 Mensaje nuevo.
Juan:

B.Días. Te quiero :)

---

Aunque era muy pronto, demasiado pronto para estar despierto en uno de sus días libres, Fernando estaba de buen humor. A pesar de que hacía mucho frío, el día era soleado y alegre. Su madre le había preparado un zumo de naranja recién hecho y una tostada con tomate para desayunar, y él había decidido bajar al parque andando, aunque normalmente lo hacía en autobús. Sergio ya estaba allí, estirando los gemelos sobre un banco de madera.

-Hola, capullo.

Ramos ni se molestó en decirle que llegaba tarde, porque no iba a servir de nada, así que sólo le saludó con la cabeza y cambió de pierna.

-He tenido un sueño súper jodido hoy, ¿sabes? -le comentó, mientras estiraba perezosamente-. Estábamos en un barco nosotros dos y Vin Diesel, que era muy colega nuestro. Y nadie tenía pelo.

-Qué mal rollo.

-Y entonces llegaba una especie de pulpo gigante que trataba de comernos, pero tú le metías una patada giratoria y él se ahogaba. Pero antes se llevaba a Vin Diesel y le convertía en una sirena. Pero bueno, se lo tiene merecido por haber hecho la peli esa de Un canguro súper duro. El caso es que nos salvabas, vamos. También pasaban más cosas, pero no me acuerdo de ellas. Y comíamos galletas de dinosaurios mojadas en paté.

-Qué cerdada.

-Bah, no estaban mal -replicó, encogiéndose de hombros.

-¿Un par de carreras, hasta los columpios y vuelta?

-Vamos a empezar despacio, macho, que acabo de desayunar.

-Vale, vamos tranquilos y a la vuelta hacemos sprint desde la fuente esa -sugirió, señalando un punto a unos cien metros de allí.

-Vale.

Sergio echó a correr y Fernando no tardó en ponerse a su altura, trotando a su lado.

-No sé si presentarme a las opos -dijo a media voz, cuando llevaban ya casi medio camino recorrido-. Son el mes que viene.

-No pierdes nada por intentar -contestó Ramos, sin dejar de mirar al frente.

-¿Qué pasa si apruebo? ¿Si me cogen?

-¿No es la otra posibilidad la que tiene que preocuparte?

-¿Crees que sería un buen picoleto?

Él tardó un momento en contestar, concentrándose en su respiración, en el movimiento de sus piernas, en el ritmo de sus pulsaciones.

-Creo que sólo los gilipollas y los hijos de puta se hacen guardias civiles.

-Macho, que mi padre…

-La generación de nuestros padres era distinta. Ahora sólo la mierda se mete a la Policía. La gente que quiere una excusa para llevar armas y liarse a hostias con la gente. Para sentirse superior. Y tú eres mejor que eso.

-¿Por qué es la primera vez que me dices eso? -preguntó, frenándose y cogiéndole de la camiseta para obligarle a hacer lo mismo.

-Porque es la primera vez que te veo dudar.

-¿Y por qué coño me dejas perder el tiempo de esta manera? -le reprochó, jadeando, aunque apenas llevaban diez minutos corriendo-. Llevo meses preparándome para unas oposiciones que crees que son para gilipollas.

-Hacer ejercicio nunca le ha venido mal a nadie.

-Sergio, hostias, que estoy hablando en serio.

-No lo sé, Niño. Es tu puta vida -le reprochó-. ¿También tengo que elegir yo lo que quieres ser de mayor?

-Eres mi mejor amigo, sólo te pido un poco de sinceridad. Que me digas cuando crees que estoy cagándola.

-No hay horas suficientes en el día -le espetó, antes de poder pararse a pensarlo.

-Eres un hijo de puta -replico-. Eres un cabrón, Sergio.

-Niño, no quería decir eso -trató de disculparse, cogiéndole del brazo para evitar que se fuera. Él se deshizo de su agarre y apretó el paso-. ¡Fernando, joder!

-Vete a la mierda -dijo, girándose para encararle-. Yo he sido el que he estado contigo cuando peor lo has pasado. El que estudiaba contigo cuando repetiste segundo de Bachillerato, y nunca, ni una sola vez, se me ocurrió hacer algo que no fuera apoyarte.

-Lo siento.

-¿De qué me vale eso ahora?

Ramos se acercó hasta él lentamente.

-Ferna… -pero no tuvo tiempo de acabar, porque Torres cerró los ojos y le lanzó un puñetazo, sin estar muy seguro de que fuera a impactar. Lo hizo de lleno en el pómulo de Sergio, y un dolor agudo le recorrió desde los nudillos al codo, como una descarga eléctrica.

-Me cago en la hostia -gritó, presionando el brazo contra su pecho. Tardó un segundo en levantar la vista y fijarse en Sergio, que estaba apoyado contra un árbol con los ojos oscurecidos por un velo de decepción o sorpresa o algo entre medias-. Mierda. ¿Estás bien?

Tardó en contestar, en reponerse de la impresión.

-¿Qué coño ha sido eso?

-Perdona. Lo siento -se disculpó casi al borde del llanto-. Joder, no sé qué… qué me ha pasado. Lo siento mucho.

-¿Te has hecho daño?

-He sido yo el que te he dado a ti.

-Pegas como una niña -contestó, llevándose una mano a su pómulo enrojecido. Se acercó a su amigo con cautela y tomó su mano para examinarla-. ¿Te duele?

-Sí -tuvo que reconocer.

-Se te pasará.

-Lo siento mucho.

-No pasa nada.

-Lo siento mucho, tío -repitió, rodeando su cintura con los brazos y apoyando la frente sobre su hombro-. Lo siento.

-Me lo merecía -replicó, acariciando su pelo con suavidad, tratando de calmarle-. Como vuelvas a levantarme la mano te voy a dejar la cara como un mapa.

-Vale.

-Perdóname por lo que te he dicho. Sabes que no lo creo de verdad.

-Lo sé.

Se quedaron así durante un buen rato, abrazados en silencio a un lado del camino, ignorando las miradas curiosas de las mujeres paseando perros y llevando carritos de bebé. Fernando cerró los ojos y acompasó su respiración a la de Sergio, aspirando el aroma de su after-shave.

-No sé lo que estoy haciendo -dijo por fin, frotándose los ojos. Trató de separarse, pero Ramos volvió a atraerle hacia su cuerpo-. Hasta cuando intento avanzar, lo único que hago es ir hacia atrás. Sólo quiero algo en mi vida que funcione, porque parece que haga lo que haga la estoy jodiendo. Siempre la estoy jodiendo.

-No digas eso.

Apoyó la frente sobre el hombro de Ramos y estrechó su cintura con más fuerza, sin que le importara la imagen que daban allí abrazados como dos idiotas.

-Empecé una carrera y la dejé, empecé un módulo y lo dejé. Ningún trabajo decente me dura más de tres meses, y siempre acabo volviendo al puto Carrefour, y me dan ganas de ir un día con un lanzallamas y matar a todo el mundo, porque lo odio más que a nada en el mundo -dijo, sin levantar la vista para no tener que cruzarla con la de Sergio-. Y ni siquiera consigo que una tía me aguante durante más de diez días. Y hoy estaba teniendo un día de puta madre, de esos en los que piensas que vas a hacer cosas buenas, y no son ni las diez y mírame. Soy un puto chiste.

-Sólo es una mala racha.

-Un par de meses jodidos es una mala racha. Cuando llevas así tres años empieza a ser otra cosa. Cuando todo el mundo te dice que eres inteligente y que puedes hacer grandes cosas y que la vida está ahí esperando a que la cojas por los huevos… pero tú lo único que sientes es que eres un fracaso, que cuanto más lo intentas más abajo caes. No sé qué es esto, pero no es una mala racha.

Sergio puso las manos en sus hombros con firmeza y le obligó a mirarle con sus ojos oscuros y tristes.

-Fer, sabes que estoy aquí para ti, y voy a estar siempre para lo que necesites, aunque ni siquiera sepas lo que es.

-Ya lo sé.

-Sé que lo sabes, pero a veces se te olvidan las cosas. Como se te olvida que eres la única persona que puede hacerme reír recién levantado, o que cuando sonríes y se te hacen arrugas alrededor de los ojos la gente se tropieza por la calle porque no pueden dejar de mirarte, o que hay veces que tienes que dejar de pensar en lo que necesitan los demás y empezar a pensar en ti, porque yo te quiero, pero no sé cómo se hace esto. -Fernando se restregó un ojo con la palma de la mano y apretó la mandíbula. -No soy como tú y no sé sacar a la gente a flote como tú hiciste conmigo -siguió Sergio-. Y lo intento, y sólo quiero que te des cuenta de que lo importante no son las carreras que tengas o tu trabajo, lo importante es el tipo de persona que eres, y no conozco a una mejor y que se merezca ser feliz más que tú, pero yo no sé hacerlo.

-Pero eso no es labor tuya, es algo que tengo que hacer yo solo.

-No tienes por qué estar solo en esto, Niño. Yo no recuerdo ni un solo día en mi vida en el que tú no hayas estado ahí haciéndolo todo mejor. Y no soporto no saber cómo ayudarte.

-Deja de creer en mí -contestó, buscando su paquete de tabaco en el bolsillo de la sudadera-. Es el mejor favor que me puedes hacer. Deja de crearme expectativas tan altas que nunca voy a poder cumplir, y convéncete de que soy un fraude, porque creo que eres el único que no lo sabe aún.

-Nadie te conoce tan bien como yo, y no me conoces a mí si crees que voy a hacer eso.

-Pero es que estoy harto de fallar.

-Vendrán tiempos mejores. Te lo juro.

-No lo puedes saber.

-Lo sé, porque creo que a la gente buena le pasan cosas buenas, Niño. Si no, ¿qué clase de mundo es este?

Fernando suspiró entrecortadamente, sin fuerzas para decirle que era un mundo sin sentido, que su Dios hacía tiempo que pasaba de él.

-Me voy a ir a casa. No estoy de humor para esto.

-No te vayas solo. Ven conmigo a desayunar y te invito a unos churros.

-Sergio...

-Déjame que lo haga -le cortó-, y no reniegues porque no va a servir de nada. No hay nada que no se pueda arreglar con un chocolate con churros -insistió, cogiéndole del brazo y arrastrándole por el parque en dirección a la churrería favorita de Torres-. ¿Te acuerdas aquella vez que te caíste de la bici y casi te abres la cabeza con un bordillo?

-Sigo teniendo lagunas.

-Bueno, pues yo no, y recuerdo que te traje a comer churros.

-En vez de llevarme al hospital -repuso él, casi sonriendo por fin.

-Bueno, tenía trece años, ¿qué quieres?

Anduvieron en silencio un rato, muy cerca el uno del otro, hasta que Fernando volvió a hablar.

-Gracias.

---

Álvaro y Raúl habían quedado para ir al cine, que era algo que no habían hecho nunca desde que estaban juntos. Parecía una cita de verdad. Arbeloa le había recogido en casa y habían salido fuera, al mundo exterior. Cenaron, vieron una peli bastante mala y compartieron palomitas. Ya eran casi las doce cuando decidieron que era hora de volver a casa, cada uno a la suya, y cogieron el autobús que les llevaba de vuelta a Argüelles. Iba casi vacío, al ser uno de los últimos autobuses de línea regular en un día de diario.

Se sentaron en dos asientos contiguos, y sus manos se juntaron casi sin pensarlo en el espacio entre sus cuerpos.

-Es raro esto, ¿no? -preguntó Álvaro-. Pero está bien.

-Sí.

-No lo dices muy convencido.

Raúl se encogió de hombros y se recostó sobre la ventana, apoyando la sien contra el frío cristal. No estaba enfadado -y cuando lo estaba Álvaro lo sabía-, pero la situación no le apasionaba. Estaba más bien triste. Había aprendido a dormir amoldándose a él, a tenerle allí al despertar y al volver a casa por la tarde, y lo echaba de menos. Los dos lo hacían, a decir verdad, pero Álvaro sabía que ralentizar las cosas era lo más lógico, y que a largo plazo sería lo mejor. Apretó su mano entre sus dedos y le miró, buscando una pequeña sonrisa.

-Dale al bicho este -dijo él, señalando el botón de solicitar parada-. Es ya la siguiente.

-Oye...

-No me pasa nada -dijo antes de que él pudiera siquiera hacer la pregunta-. Sólo estoy cansado, y mañana madrugo otra vez y no estoy durmiendo bien estos días.

-¿Por mi culpa?

-No te lo tengas tan creído -contestó, sonriéndole por fin.

Salieron del autobús y caminaron hasta el portal de Raúl. Sacó las llaves y Arbeloa se apoyó en el capó de su coche, aparcado justo frente a la puerta. Raúl toqueteó el llavero un momento, como queriendo hacer tiempo, y Álvaro le observó. No tenía ninguna gana de irse a casa solo esa noche.

-¿Mañana que vas a hacer?

-Biblioteca todo el día -dijo, poniendo cara de aburrimiento-. Pero podemos quedar a... merendar, por ejemplo.

-Bueno -replicó con resignación-. Mañana te llamo.

Raúl se acercó para despedirse con un beso pero, cuando fue a apartarse para meterse en casa, Álvaro le agarró del abrigo y le pegó más contra él, acariciando su mejilla con la otra mano helada. Se besaron lentamente un buen rato, sin preocuparse de que alguien fuera a verles. Se exploraron con los labios con pausa, casi sin moverse, con los ojos cerrados. Era la primera vez que hacían algo así, que tenían que andar con cuidado para no sobrepasar el límite de lo que sus cuerpos eran capaces de aguantar antes de comenzar a colarse bajo la ropa en medio de la calle.

-Es tarde -musitó Albiol contra sus labios. Él respondió con un gruñido ahogado y otro beso con la boca entreabierta y un asomo de lengua. Bajó una mano por su espalda hasta que notó la goma de su ropa interior y la cinturilla de sus pantalones vaqueros.

-¿Puedo subir?

-No sé, fuiste tú el que pusiste las normas -contestó, con algo de maldad.

-Puedo subir siempre y cuando no me quede a dormir más de una vez por semana -negó con la cabeza-. No preguntaba si era legal que subiera, sino si tú querías que lo hiciera.

-Claro que quiero -protestó, arrastrándole hacia dentro del portal. Se besaron con desenfreno en el ascensor, y para cuando entraron en casa ya iban desvistiéndose. El piso estaba a oscuras y en silencio, pero ellos ni repararon en ello. Entraron a la habitación y Raúl cerró la puerta con el pie mientras Álvaro se iba quitando la sudadera.

-¿Te vas a quedar a pasar la noche? -preguntó según se desabrochaba los pantalones.

-No sé. No sé si el otro día cuenta como la semana pasada o como esta.

-Sabes que no me voy a enfadar si rompes un poco las reglas -se rió Raúl, sin preocuparse por si sonaba necesitado o desesperado, a la vez que le empujaba sobre la cama. Se sentó a horcajadas sobre él, y Álvaro coló las manos bajo su camiseta, incorporándose para morder su cuello.

Lo hicieron con la luz encendida y a medio camino entre el suelo y la cama, sin necesidad de decir ni una palabra coherente. Todo fueron quejidos y gruñidos con el fondo de la garganta, y a Raúl por primera vez esa noche le pareció que volvían a ser ellos mismos.

Álvaro seguía abrazado a su espalda cuando él se tapó con el edredón y rescató la almohada del suelo para colocarla bajo su cabeza. Se revolvió hasta encontrar la postura perfecta en la cama, haciéndose un ovillo contra su novio y amoldándose a todos los ángulos de su cuerpo.

-¿Te vas a dormir ya? -preguntó, con la voz ligeramente ronca, respirando contra la piel de su hombro.

-Mañana tengo que madrugar, así que vas a tener que irte -le picó-. Levántate, vístete y coge el coche para volver a Fuenlabrada. A casa de tus padres. Con el frío que hace.

Álvaro se pegó aún más contra él, que era justo lo que Raúl estaba esperando que hiciera.

-Creo que voy a usar el comodín esta noche.

-¿Seguro?

-Sí. -Raúl sonrió y se estiró a apagar la luz. -Pero no me robes las mantas, porque siempre lo haces y acaban todas en el suelo y yo con el culo contra la pared. Y está fría.

-Duérmete, imbécil.

Álvaro se rió contra su cuello, con la nariz pegada a su piel, y Raúl entendió por primera vez las ventajas de estar separados. Así cuando estaban juntos era muchísimo mejor.

---

Álvaro ni siquiera se dio cuenta cuando sonó el despertador y Albiol se levantó para meterse a la ducha. Sólo lo notó cuando volvió a la habitación envuelto en el albornoz y se sentó sobre la cama un momento para coger fuerzas. Era demasiado pronto aún. Odiaba las mañanas.

-¿Qué hora es?

-Las siete y cuarto -contestó, debatiendo entre ponerse la chaqueta del traje o cambiarla por el jersey verde de Lacoste que le había regalado su abuela, y que Xavi consideraba que le daba a la empresa el toque elegantemente juvenil que necesitaba. Se acercó hasta el armario y dejó caer el albornoz al suelo mientras cogía unos calzoncillos y unos calcetines del primer cajón. Álvaro le observaba desde la cama con los ojos apenas abiertos.

-Buen culo tienes -masculló.

-¿Sabes que no te puedo dejar solo en casa, no?

-Uhm.

-Porque no vives aquí. Así que en media hora estás de patitas en la calle.

-Eres un rencoroso y un vengativo. Y me da igual, porque he decidido que te voy a llevar al curro hoy. Para que veas quién es el buen novio aquí y quién es la mala víbora.

-¿Me vas a llevar hasta Aravaca y luego te vas a ir a Fuenla?

-Sí.

Cogió los pantalones y se volvió a sentar en el borde de la cama para ponérselos. Álvaro se arrastró hasta allí, coló dos dedos bajo el elástico de los calzoncillos de dibujos y tiró de ellos hasta que descubrió la zona de piel aún más pálida. Se acercó con la boca abierta y cerró sus dientes sobre ella, haciendo que Albiol pegara un respingo.

-¿Me has mordido el culo?

-Siempre he querido hacerlo -replicó, antes de depositar un beso donde antes había clavado los dientes-. Es que está ahí, ¿sabes?

-No como el tuyo, que lo tienes en la cara -bromeó.

Álvaro se rió a regañadientes y se dejó caer otra vez sobre la cama, estirando su cuerpo fibroso hasta que las manos chocaron contra la pared sobre su cabeza.

-Venga, si te vas a duchar hazlo ya, que no quiero llegar tarde.

-En coche llegamos en cinco minutos -le aseguró, tomándole de la muñeca y arrastrándole con él a la cama, obligándole a tumbarse casi sobre él.

-Álvaro -refunfuñó, alargando las vocales y tratando de zafarse de él sin mucha convicción. Él le inmovilizó con algo que parecía una llave de judo, que era ridícula desnudo como estaba-. Joder...

-Chori, escúchame una cosa.

-¿Y me dejas acabar de vestirme?

-Sí.

-Venga -cedió, dejando de resistirse y relajando los músculos. Arbeloa le besó con delicadeza en los labios.

-Sabes que no estoy haciendo esto porque no quiera estar contigo, ¿verdad?

-Sí...

-En serio -le cortó-. ¿Sabes que lo estoy haciendo para que dure para siempre? ¿Porque te quiero?

-Joder, macho.

-Bueno, ahora lo sabes -zanjó, dejándole ir por fin-. Voy a ducharme y voy a hacer café. -Se levantó de un salto y abrió la puerta de la habitación, sonriéndole una última vez. -Tú vístete.

No pasó ni un segundo antes de que se oyera la voz de Villa en el salón.

-Hostia, Trufas, estoy harto de verte la chorra.

-¡Coño, que no sabía que estabas aquí! ¿Qué, te mola? -Y la puerta del baño cerrándose tras él.

---

-Te dije que iba a haber atasco. Siempre lo hay -se quejó Raúl, hundiéndose más en el asiento del copiloto.

-Tómatelo con calma, Chori -le intentaba tranquilizar su novio, mientras buscaba una canción en el mp3 conectado a la radio del coche.

-Tú sigue con la coña, pero como llegue tarde ya verás. Que hoy tengo mucho lío.

-Siempre puedes bajarte y coger el bus, si te parece mejor idea.

-Lo que tiene el bus, listo, es que va por el carril bus y no pilla estas mierdas de atascos.

-Pues hala, hasta luego.

-No me voy a bajar -refunfuñó, cruzándose de brazos.

-Entonces cierra la boquita, Raúl. -Álvaro movió el coche diez metros y volvió a pararse, pegado al parachoques del monovolumen que tenía delante. -Entonces, ¿qué es lo que tienes que hacer hoy tan urgente?

-Pues a las diez hay reunión, así que tengo que hacer copias de toda la documentación y organizarla y tal. Y preparar el proyector y eso.

-Y hacer cafés.

-Sí -admitió a media voz.

Álvaro pasó un par de canciones hasta que encontró la que quería, y tarareó las primeras estrofas mientras repiqueteaba con los pulgares en el volante.

-¿Te gusta trabajar ahí? -dijo de repente.

-Bueno, supongo que no me disgusta. O sea, no es lo que quiero estar haciendo dentro de diez años, pero de momento está bien.

-¿Y qué es lo que quieres hacer en diez años?

Raúl echó una mirada por su ventanilla, evitando la pregunta.

-Mira, ese es mi bus.

-¿El 162?

-Sí.

-Oye...

-Son las ocho y pico de la mañana -le cortó, con tono hastiado-. ¿Puedes evitar la chapa?

-Siempre es alguna hora, Raúl. No te voy a decir nada, pero ahora que tengo intención de hacerme viejo contigo me veo en la obligación de preocuparme por tu futuro. Sólo me aseguraba de que te dabas cuenta de que esto no es permanente. No debería serlo.

-Vale -gruñó.

-¿Qué significa eso?

-Que no me he olvidado de ello. Que pienso en el año que viene.

-¿Y qué piensas?

-Que no hay nada que se me de suficientemente bien como para hacer carrera de ello. Nada que se parezca a un trabajo.

-Ahora casi todo lo que se te ocurra puede ser tu trabajo, si te lo montas bien. Ya no es sólo cosa de abogados, médicos y periodistas.

-¿Podemos hablar de otra cosa? -preguntó, suplicante.

Álvaro suspiró y rodó los ojos bajo sus gafas de aviador, antes de pasar tres o cuatro canciones más hasta encontrar una que no le disgustara del todo.

-¿Quieres que te enseñe lo que he hecho hoy en el baño? -dijo por fin.

-Pues no -contestó Raúl con una mueca de asco.

-No es eso, imbécil. Iba a ser una sorpresa, pero como con esto de mis exámenes no sé cuándo será la próxima vez... -se abrió el botón de los vaqueros y tiró de ellos hacia abajo.

-Álvaro, por Dios, no sueltes el volante.

-Estamos en un atasco, Chori. No nos estamos moviendo.

-Da igual -insistió, pero no pudo evitar seguir con la mirada los movimientos de sus manos, los dedos colándose entre la piel y la tela-. Esos gallumbos son míos.

-Sí -y también los bajó.

-¿Qué cojones? -se rió Raúl-. Espera, cómo... ¿Has usado mi maquinilla de afeitar? ¿Ahí?

-Sólo lo he recortado un poco. Creo que me hace parecer más... elegante.

-Elegante como un actor porno. Súbete los pantalones, anda -le pidió, sin dejar de mirar.

-¿No te parece gracioso?

-Me parece que te vas a descojonar cuando eso empiece a picar.

Álvaro se encogió de hombros y volvió a mover el coche en cuanto fue capaz de avanzar, esa vez casi 100 metros seguidos.

-¿No quieres tocar? Estoy suavecito.

Raúl no pudo evitar sonreír.

-A lo mejor en otro momento.

-Tú verás, pero que sepas que voy a estar muy ocupado estudiando los próximos días -le picó.

-Estoy hasta los cojones de tus exámenes.

-Pues aún no han empezado.

-Ya -dijo, hundiendo los hombros con resignación-. ¡Mierda! Es esa salida.

-¿Qué? Cago en diez -masculló Álvaro, poniendo el intermitente y metiendo el morro en el carril a su derecha, ganándose un par de bocinazos-. ¿Por aquí?

-Sí, pasando el banco ese. El edificio blanco.

-¿Ese tan... pequeño?

-No es una puta multinacional.

-Lo imaginaba distinto.

-Aparca aquí -le indicó Raúl, señalando un lado de la calle.

-Oye -se aventuró una vez más, mientras echaba el freno de mano frente a la puerta-, hay muchas cosas que se te dan bien. No te preocupes por eso, porque...

-Álvaro, en serio -gruñó-. Creí que habíamos dejado el tema.

-Sólo quiero que lo sepas. Y ya está.

-Vale, ya lo sé -bufó, saliendo del coche y buscando el paquete de tabaco. Lo miró un segundo y se lo guardó de nuevo, arrugando los labios. Álvaro bajó la ventanilla y le llamó para que se acercara-. No, no estoy cabreado -dijo, antes de que pudiera preguntar.

-Vale, porque no quiero que te vayas cabreado a trabajar. Porque soy capaz de quedarme aquí todo el día hasta que me perdones.

-¿En el coche?

-Sí.

-¿No tenías que estudiar?

-Tengo los apuntes aquí -dijo, señalando el asiento de atrás.

Raúl tardó un momento en caer en la cuenta de lo que había dicho.

-¿Así que reconoces que eres tú al que hay que perdonar? -se regodeó-. O sea, que tengo razón.

-Bueno, mi truco para hacer que esto funcione es asumir siempre la culpa de todo, aunque la tengas tú, porque eres un cabezota.

-Qué fuerte, qué mentiroso eres.

Álvaro sonrió, tratando de parecer inocente sin conseguirlo.

-Qué momento tan bello -se burló Xavi, apareciendo por allí de sopetón y dándole a Raúl el susto de su vida-. Trayendo a su novio al trabajo, despidiéndose a través de la ventanilla… Es de película.

-Me voy a callar porque eres mi jefe -masculló, fingiéndose enfadado.

Él sacó un maletín del asiento del copiloto y cerró el coche con un clic metálico. Al pasar a su lado le dio una palmada en el hombro a Raúl, aunque casi tuvo que ponerse de puntillas para hacerlo, y se acercó a la ventanilla.

-Alvarito -saludó alegremente-. Contigo quería yo hablar. A ver si dejas tranquilo al chico, que no descansa nada por las noches y luego se nos queda dormido en el almacén, tumbado sobre las cajas de tóner.

-¡Eso es mentira, nunca me he dormido! -se defendió.

-Bueno, pero no por falta de ganas.

-Haré lo que pueda, Xavi. No te prometo nada -contestó Arbeloa.

-Bueno. Venga, tú, a currar -dijo, subiendo los escalones de la entrada.

-Voy -respondió Raúl, y se giró de nuevo hacia su novio-. ¿Hablamos más tarde? -preguntó, acercándose a darle un beso.

-Qué tierno, el amor juvenil.

-Te voy a demandar por depredador sexual, Xavi -amenazó Albiol.

-No muerdas la mano que te da de comer -le advirtió con sorna-. Y no demandes a un abogado, chaval.

-Te llamaré en cuanto me aburra de estudiar, ¿vale? -dijo Álvaro, quitando el freno de mano y metiendo la marcha atrás. Raúl se apartó un par de pasos y se despidió de él con un gesto de la mano, hasta que le vio desaparecer al doblar la esquina.

-Vamos a tomarnos un café antes de que lleguen los demás -le dijo Xavi, sujetando la puerta para que pasara al hall de entrada-. ¿Viste ayer la serie esta nueva de Antena 3?

-No. ¿Está bien?

-Es tan mala que es buena. Seguro que te gusta.

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Dejó las bolsas de la compra sobre la encimera de mármol antes de quitarse la chaqueta. El reloj del horno marcaba las doce y veintitrés, aún tenía tiempo.

Aquel sería su cuarto día en casa de David, después de la pelea con su padre. Había sido Dori la que, mediando entre ambos, había decidido que su hijo se ausentase de casa unos días, lo justo para que los aguas volvieran a su cauce y las cosas entre los hombres de la familia Villa se suavizasen lo suficiente como para tener una convivencia pacífica.

Pero lo cierto era que David empezaba a sentirse fuera de lugar en su casa, por mucho cariño y comprensión que su madre le brindase, la falta de apoyo de Mel empezaba a resquebrajar la coraza que se había autoimpuesto durante los años anteriores. Con veintisiete recién cumplidos empezaba a sentir el peso de los años, la falta de motivación y además veía demasiado lejanos sus proyectos de futuro, todo ello formaba una nube negra sobre su cabeza que le impedía, algunas veces, pensar con claridad. Afortunadamente, no todo iba tan mal. Su relación con Silva fluía con una naturalidad sorprendente, el paso de las semanas les unía más aún, y no parecían atisbarse tormentas en el horizonte, aunque Villa sospechaba que era cuestión de tiempo, y más ahora que se había trasladado, temporalmente sí, pero trasladado a casa de David. Pese al corto tiempo que llevaban de relación había comprendido que su novio necesitaba su tiempo y espacio, que sus estudios requerían gran parte de su atención y que pese a haber llegado a un punto de equilibrio, éste era tan frágil que podría romperse en cualquier momento.

David empezó a colocar la compra que acababa de hacer, distribuyéndola entre los armarios de la cocina y la nevera. Desde que había discutido con su padre no había vuelto a la tienda, por orden directa de su madre, así que los dos primeros días se los había pasado vagueando entre la cama de David y su sofá. Había conseguido retenerle con él algunas horas, pero no todas las que su cuerpo le pedía. Para los siguientes días se había comprometido a echar una mano con las tareas de la casa ya que ni Silva ni Albiol le había permitido pagar una parte proporcional del alquiler, por lo que durante el día anterior había limpiado la cocina y recogido la habitación de su novio. Raúl había intentado colarle también la suya pero al final no había caído. Y esa mañana, después de hacer que Silva llegase tarde a su primera clase enredándose con él entre las sabanas, había salido a hacer la compra al supermercado cercado con el fin de cocinar algo y ejercer de buen novio y llevarle a David un tupper de macarrones con queso, la receta de su madre, que haría que su novio se ablandase por haberle retrasado esa mañana. Mientras buscaba una olla, donde hervir el agua, el himno de Asturias se filtró desde el bolsillo interior de su chaqueta, llegó a cogerlo justo cuando la primera estrofa llegaba a su fin.

-Dime -dijo al descolgar.

-¡Hey!, ¿dónde coño andas? -le preguntó Gerard-. Acabo de llamar a la tienda y tu madre me ha dicho que estás de vacaciones.

-En casa de David.

-Vaya mierda de vacaciones.

-No estoy…¿a ti qué cojones te importa dónde estoy o no?

-Para estar en casa de tu novio me parece que estás follando poco.

-Para tener veintidós años me parece que sigues pensando con la punta…

-Vale, vale. Hagamos un pacto de no agresión.

-¿Quién cojones te ha enseñado a ti eso? -volvió a la cocina, y puso el la olla sobre la placa vitrocerámica. Añadió un poco de sal y aceite y esperó apoyado en la encimera mientras hablaba con su amigo.

-Lo vi el otro día en un peli de Steven Seagal.

-Ya me extrañaba a mi. Bueno, ¿qué quieres?

-Hablar con un amigo, hostia macho. Estás muy agresivo. Bueno, más de lo normal.

-Estoy intentando hacer la comida, no quiero que me la jodas por distraerme con tus gilipolleces.

-¿Haciendo de Arguiñano para tu novio?

-Joder, Geri ¿quieres decir para qué me has llamado?

-Vale, coño, vale -respondió indignado-. ¿Estás libre esta tarde? Es que Pep tiene un Megane aquí que hace un ruido rarísimo, creía que eran las pastillas de freno pero no.

-Pensaba llevarle la comida a David -la carcajada de Piqué resonó contra el auricular-. Deja de reírte, maricón.

-Hostia, es que eres un cursi de mierda. Esto te pasa por mezclarte con el matrimonio dentro de poco, pisito y niñas del Nepal.

-Si me vas a tocar los cojones, te va a ayudar tu puta madre.

-Ahí, ahí, con tranquilidad y educación.

-Geri…

-Ok. De acuerdo. Entonces, ¿sobre las seis?

-Supongo- después de vaciar el paquete de macarrones en la olla David fue a sentarse al salón- ¿Salimos a cenar después?

-¿Eso no deberías preguntárselo a tu novio?

-Tiene un examen dentro de unos días y no quiero molestarle.

-¿Molestar? -preguntó con curiosidad

-David necesita tiempo para estudiar, además esta no es mi casa. No quiero andar rondando por aquí todo el día.

-Macho, échate una partida con el Chori a la play y haces tiempo hasta que tus deberes conyugales te llamen.

-El Chori no está para partidas a la play.

-¡Coño! ¿Y eso?

-Está medio mosca con el Trufas, bueno no mosca, pero el Trufas ha vuelto a su casa.

-Joder, vaya movida -exclamó, sorprendido-. Pero, ¿ha pasado algo?

-No, vamos, nada serio. Dice Alvarito que van muy rápido.

-Vaya mariconada.

-No, tío. Creo que tiene razón. Las cosas hay que tomárselas con calma si no quieres meter la pata.

-Acabas de sonar como mi madre, bueno más basto, pero en esencia lo mismo.

-Supongo que me hago mayor.

-Estás empezando a darme miedo.

-Gilipollas.

-En serio. Es como si de verdad estuvieras pensando eso.

-Lo hago, sólo que no lo comparto.

-¿Ni con David?

-Con él menos, bastante tiene.

-Es tu novio, mamón, no soy un experto pero supongo que estas son la clase de cosas que deberías hablar con él.

-Puede, pero no ahora. Creo que es suficiente con que haya colonizado su casa.

-No creo que el Pony tenga mucho problemas con eso -respondió con socarronería.

-Puede que ahora no, pero en unos días necesitará más tiempo para estudiar o espacio para él y no me daré cuenta y…

-Hostia, tío. Como vidente no tendrías precio. Deja de decir gilipolleces, ¿quieres? Este enano te quiere y no se va a agobiar porque te quedes en su casa.

-Quizás…

-A no ser que seas tú el que se agobia.

David no contestó, pensado en si Gerard tenía o no razón, mientras volvía a la cocina.

-Joder David, no me seas mamón -prosiguió-. Que las cosas están de puta madre, no vayas a joderlo ahora.

-Eso es precisamente lo que no quiero hacer.

-Venga ya…

-Macho, es que no sé, pienso en lo que ha hecho el Trufas y creo que tiene razón. Es mejor tomarse las cosas con calma y esas mierdas.

-Y vas a volver a casa.

-No, no puedo. He tenido una bronca con mi padre, y ahora mismo no creo que sea lo mejor. He llegado a un punto en el que no puedo estar allí.

-¿Y qué vas a hacer?

-No sé, tío. No me agobies.

-Joder, macho. Eres tú el que se quiere largar de casa de su novio con el rabo entre las piernas.

-No es así.

-Entonces…

-Creo que necesitamos nuestro espacio.

-¿Y el tuyo dónde coño está?

-No tengo ni puta idea.

-Pues si que… coño, espera.

-¿Qué?

Pero Gerard parecía haber soltado el teléfono y no podía oír nada más que la radio de fondo. Aprovechó para escurrir los macarrones y comenzar a preparar la salsa de queso.

-Ya está. Ya tienes espacio.

-¿Qué mierdas?

-Que pilles tu ropa hortera y la mierda de gomina que te echas en el pelo y te vengas para mi casa.

-Pero…¿y tus padres?

-Están encantados. Lo de tener visitas les apasiona.

-¿De verdad?

-Que sí, coño.

-Supongo que podría….

-Déjate de mierdas. Te espero esta tarde en el garaje, me ayudas con el coche y tiramos para casa.

No le dio tiempo a responder, puesto que Piqué había colgado antes de que pudiera replicar. La opción de vivir con su mejor amigo no era algo que le extasiase, pero se sentía más liberado, podría seguir pasándose por casa de David siempre que quisiese y su relación no iría a marchas forzadas, podrían tener un ritmo normal. Cada uno tendrían su tiempo y su espacio.

Ahora sólo tenía que decírselo a David.

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Sigue en: Parte II

fic: los últimos románticos

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