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Parte I ---
Salió de la boca de metro tropezándose con un par de estudiantes que se apresuraban a resguardarse de la lluvia que comenzaba a caer con fuerza sobre Madrid, ni siquiera les pidió disculpas. El día había sido un completo desastre, las clases con los de primero habían sido más duras de los normal, y los de cuarto que solían animarle con sus progresos habían estado distraídos por el estúpido examen que Vázquez les habían puesto para la semana siguiente. Y por si fuera poco el jefe del departamento le había pedido que se encargase de dos tesis más, como si no tuviese suficiente ya con las tres que llevaba, las clases en la facultad, las extra en Medicina y sus becarios que últimamente no hacían más que sacarle de quicio.
No, aquél no estaba siendo un buen día, y para colmo se había puesto a llover como si el diluvio universal fuese a caer aquella misma tarde. Caminaba resguardándose bajo los tejadillos que sobresalían de las fachadas de los edificios, evitando a quienes intentaban hacer lo mismo y a quienes trataban de agredirle con sus paraguas. Para cuando había llegado al portal de su casa esta calado hasta los huesos, el portafolios también estaba empapado y sólo esperaba que los trabajos que había recogido a segunda hora no se hubieran dañado porque sería la perfecta excusa para muchos de sus alumnos para pedirle más nota de la que se merecían.
Rebuscó en el bolsillo de su abrigo las llaves, pero las manos húmedas hicieron que se le resbalasen entre los dedos.
-Trae, que te ayudo. -Juan se presentó ante él, igual de calado, pero con una amplia sonrisa en el rostro extendió la mano tendiéndole las llaves que acaban de caérsele.
-Gracias -musitó-. ¿No deberías ir a clase?
-Íbamos a salir a hacer el esbozo de un exterior, pero con este día...
-Ya -ambos entraron, Carlos se detuvo mirándole un segundo- Tengo unos trabajos que revisar y…
-No importa, tengo cosas que preparar para las clases de mañana, no te molestaré. Después podemos cenar y ver una película, ¿quieres?
Carlos le miró un segundo. Quería estar solo, regocijarse en la miseria de día que había tenido y si podía pagarlo con alguno de sus estudiantes mejor que mejor, pero Juan, Juan estaba ahí con su sonrisa, su pelo mojado, y sus ojos azules que le escrutaban buscando una razón que él no podía darle.
-Supongo… -susurró.
-Perfecto, prometo no quedarme dormido esta vez - comentó alegremente abriéndole la puerta del ascensor.
Después de prestarle una toalla para que se secase y dejarle algo de ropa, Carlos tendió la ropa de Juan cerca de un radiador para que cuando decidiese irse al menos no estuviese tan empapado. Los pantalones viejos que le había prestado le estaban grandes y se le formaban arrugas a la altura de los tobillos haciendo que pareciese que tenía unas piernas mucho más anchas. La camiseta le estaba un poco menos holgada porque a Carlos se le había encogido una de las muchas veces que la había lavado, pero se la había comprado en su primer viaje a Viena y le tenía tanto cariño que le era imposible deshacerse de ella.
Juan se empeñó en prepararle el té, sabedor de sus costumbres, Carlos no quería que lo hiciera, porque disfrutaba de sus costumbres y su rutina pero una mirada y un ligero puchero había servido para disuadirle, así que después de cambiarse y ponerse algo más cómodo y sobre todo seco, se había sentado tras su escritorio dispuesto a revisar al dedillo cada uno de los veintidós trabajos que le habían entregado esa mañana.
En ello estaba cuando un estruendo le llegó de la cocina, apenas tuvo tiempo a ponerse de pie cuando Juan apareció ante él.
-Lo siento, lo siento… lo siento mucho -repetía una y otra vez- Ha sido… no se como ha pasado… yo… lo siento
-¿Qué?
-La tetera y… luego… yo sólo quería servirlo y… Mierda… lo siento.
Carlos pasó junto a él, recorriendo la distancia que les separaba en apenas dos zancadas. Juan le miraba ansioso pero no se detuvo prosiguió su camino hacia la cocina, donde se encontró con un verdadero desastre. Había trozos de porcelana por todas partes, y el agua había salpicado el suelo y las paredes.
-Lo siento… te compraré otro juego de…
-No puedes. No puedes.
-Pero... ahorraré, si es por dinero.
-No es… -Carlos se agachó y recogió un trozo entre sus dedos- Me lo traje de un viaje, de Japón. Era un regalo para alguien.
-Oh…
Carlos volteó el rostro y le miró. Tenía las mejillas sonrojadas por la vergüenza y estiraba las mangas de la camiseta hasta taparse con ellas las palmas de las manos. Algo burbujeó en su interior, algo que no creía que volvería a sentir, que pensaba que Juan le haría sentir. Se puso en pie, tan rápido que Mata se asustó reculando hasta pegar la espalda contra la pared. Marchena se acercó a él, despacio, tanteando el terreno, con los ojos clavados en los suyos. Le vio tragar saliva con lentitud, alzó una mano y la puso en el hueco entre su cuello y su hombro, apretó con ligereza.
-¿Carlos? -preguntó Juan un poco asustado ante la intensidad de la mirada de Carlos y sobre todo ante su proximidad.
Él le sonrió y se inclinó para besarle, obligándole a ahogar un gemido en ese primer beso, acelerado y profundo, tanto que Juan sintió que se mareaba y tuvo que llevar las manos al pecho de Carlos y agarrarse a su camiseta con fuerza, notando el algodón entre sus dedos. Marchena se inclinó un poco más, presionándole contra la pared, colando una pierna entre las suyas y llevando la mano que tenía libre hacia la camiseta, levantándola con celeridad para tocar la piel de Mata.
Carlos parecido liberado por fin de cualquier duda, de cualquier inhibición de las que le habían retenido con anterioridad. Ahora solo deseaba poder tocarle, besarle y que el tiempo se detuviera permitiéndole disfrutar de aquel momento con la misma intensidad una y otra vez.
-Juan… -susurró- Juan, vamos… vamos a mi cuarto. -Mata abrió los ojos para encontrarse con que Carlos volvía a mirarle fijamente. Asintió con vehemencia y dejó que Marchena le tomase de la mano y le condujese por el pasillo hasta la habitación.
No era la primera vez que estaba allí, incluso había dormido una noche después de una cena y una película, pero ahora el dormitorio le parecía enorme y la cama en el centro, ya no parecía un lugar seguro y confortable. Estuvo a punto de detenerse en el umbral de la puerta, pero Carlos tiró de él, atrayéndole hasta unir sus cuerpos, abrazándole, rodeándole con ambos brazos y volviéndole a besar con la misma obstinación que minutos antes, aquello le robaba la concentración, la capacidad de raciocinio y sólo podía pensar en que quería más, deseaba más.
-Carlos, ¿vamos a…? -murmuró contra sus labios, porque si esa vez era como las otras en las que su novio recuperaba la razón y se echaba atrás no sabía si podría soportarlo. Porque Juan le quería, pero también le deseaba.
-Si, si…quieres… ¿no quieres? -preguntó un poco confuso.
-Si, por favor. Sí -respondió mordiéndose el labio.
Carlos volvió a besarle, justo antes de darles la vuelta y empujarle contra el colchón.
Juan se había sentido un poco estúpido imaginándose como sería su primera vez, como si aquello fuese solo cosas de chicas, como si él no tuviese derecho a, ni siquiera, pensarlo. Pero las veces que lo había hecho, siempre había pensando que sería al atardecer, en su casa de veraneo en Cudillero, con el olor a mar colándose por sus fosas nasales.
Y ahora que estaba allí, en mitad de aquella enorme cama, con Carlos desnudándole asombrosamente lento, parándose casi en cada trozo de piel que quedaba al descubierto para admirarla y besarla no podía dejar de pensar que aquello era mucho, mucho mejor. A pesar de estar embriagado por las sensaciones que Marchena iba despertando en su cuerpo, por el calor que iba inundando su cuerpo no podía dejar de percatarse de otros pequeños detalles, como el sonido de las sabanas cuando su cuerpo serpenteaba sobre ellas, o el ruido que las gotas de lluvia producían contra la ventana cerrada. Quería recordar todas y cada unas de aquellas cosas, pero si Carlos seguía así, tan lento, tan desesperadamente despacio lo único que iba a conseguir recordar es como acababa por perder los nervios.
-Ya…por… por favor…
-Shhhh…. -musitó contra el interior de sus muslos, ya sin los pantalones, separándolos con delicadeza.
Carlos estaba dispuesto a hacer de aquella primera vez de Juan una experiencia única e inolvidable, no importaba lo que le costase, puede que hubiese estado a punto de mandarlo todo al traste en varias ocasiones, pero había sido capaz de contenerse y pensaba seguir haciéndolo un rato más, lo justo para seguir viéndole culebrear, para observar como se derretía entre sus manos, suplicando. Repitiendo entre gemidos su nombre antes incluso de estar dentro de él. Estaba siendo una tortura para ambos, Marchena era consciente pero también lo quería en cierto modo, habían esperado para llegar hasta allí, ¿por qué no alargarlo un poco más?
La mano de Juan apresó su nuca con fuerza, jalándole hasta que sus narices casi se tocaban.
-Han sido suficientes preliminares -dijo con voz serena, aunque había en ella un ligero tono de amenaza-, creo que podemos pasar a la siguiente fase.
Carlos se río con naturalidad pero asintió deslizando su cuerpo, vestido sólo con sus pantalones sobre Juan, que vibró simplemente de anticipación, estirándose hacia la mesita de noche y alcanzando el segundo cajón, Mata siguió su brazo con la mirada y le observó sacar un bote de lubricante y un preservativo. “Aún está a tiempo de echarse atrás” pensó Carlos, una fracción de segundo antes de sentir las manos de Juan en sus caderas deslizando su pantalón, arañándole la piel, le vio incorporarse ligeramente para terminar de quitarle la ropa con las manos algo temblorosas, mientras que sus labios depositaban pequeños besos en su clavícula.
Un instante después Carlos estaba separando las piernas del joven estudiante una vez más, deslizando sus manos por el interior de sus muslos, se curvó hacia delante y engulló el pene de Mata. Su lengua se movía apenas, sus labios se deslizaban arriba y abajo casi al compás de los jadeos de Juan, pretendía relajarle lo más posible y prepararle para evitarle el dolor, y después, y si las fuerzas se lo permitían, pretendía darle placer largo rato. Mientras su boca seguía trabajando sobre Juan, destapó con su mano derecha el bote y untó un par de dedos, deslizándolos enseguida hacia la entrada de su pareja. Encontró apenas resistencia, un poco de tensión, y un quejido que Mata enseguida ahogó con un largo jadeo y se mantuvo así dándole placer doblemente durante varios minutos, hasta que fue demasiado incluso para él.
Cuando se separó de él, Juan le miró con los ojos entrecerrados, embriagado de placer y con una sonrisa en los labios, extendió una mano hacia él y Carlos la tomó enseguida, entrelazando sus dedos, se incorporó sobre él, entre sus piernas y fue haciéndolo muy despacio, con los ojos abiertos para no perderse ni uno solo de los gestos y las expresiones que el rostro de Juan producía. Su ceño frunciéndose, sus dientes clavándose en el labio inferior, la boca entre abierta y el largo gemido cuando por fin estuvo dentro.
-Te quiero -murmuró entonces.
Juan sonrió sin abrir los ojos y Carlos empezó, por fin, a moverse dentro de él.
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No era la primera vez que iban a comer juntos en la facultad, ni siquiera la primera que Villa llevaba la comida. Su madre les preparaba algo y él se acercaba hasta allí en su Peugot y comían en el atestado comedor de la facultad; pero esa tarde había más gente de lo normal y no había encontrado hueco y aún hacía demasiado frío para comer a la intemperie así que lo único que se le había ocurrido a David era esperarle junto al coche y comer allí dentro.
Estaba más nervioso de lo que quería reconocer, temía que Silva no se tomase bien su marcha, que pensase en ello como algo personal y no como algo que David necesitaba hacer por él mismo. Mientras conducía rumbo al campus había estado repasando mentalmente una y otra vez las palabras que usaría, la manera adecuada de iniciar la conversación, pero ahora que la gente comenzaba a salir del edificio principal de Medicina ya no recordaba nada.
Silva iba como casi siempre junto a Nigel, caminando despacio y hablando sin levantar apenas la vista del suelo. Llevaba las manos a la altura del pecho, cogidas a las asas de la mochila donde cada mañana metía sus libros con paciencia y siempre en el mismo orden “voy a echar de menos eso” pensó Villa entonces. Como iba a echar de menos la manera en la que David se desperezaba con los ojos cerrados y frotaba la mano contra su nariz, y después se acurrucaba contra él, dejando que Villa le abrazase unos segundos hasta que la cordura llegaba a él y le decía “tengo que levantarme” y le besaba el mentón, y después en los labios.
David ya no estaba tan seguro de querer irse.
-Nos vemos mañana. -Silva se despidió de su compañero y se acercó a él acelerando el paso, sonriéndole. -Hola. -Casi se lanzó sobre él, colgándose de su cuello y abordando su boca desesperadamente.
Villa supo entonces que había tenido un día duro, que las clases o las prácticas no habían ido bien. O que algo estaba rondándole la cabeza, dejó que sus manos rodearan su cintura para abrazarle.
-He hecho macarrones -dijo, satisfecho.
-Seguro que están muy ricos, gracias.
-No había sitio, tendremos que comerlos en el coche, ¿te importa? -Silva negó con la cabeza y volvió a besarle.
-¿Qué tal tu día?
-Marujeando -reconoció-. ¿Y tú?
-Podría haber estado mejor -se separaron lentamente y cada uno se dirigió a una de las puertas traseras del coche-. Me muero de hambre.
-Espero que estén calientes -le dijo mientras dejaba que se quitase la chaqueta y sacaba el tupper para pasárselo.
-Mmmm…-olisqueó el recipiente de plástico-. Huele de maravilla.
-No tienes que hacerme la pelota, ya me acuesto contigo.
-Idiota -pinchó con el tenedor que David acaba de pasarle y se lo llevó a la boca-. Si llegó a saber que cocinas tan bien te hubiera pedido que vinieses a vivir conmigo mucho antes.
De repente Villa había perdido el apetito. Observaba como Silva devoraba la comida, con una amplia sonrisa y él era incapaz de tragar saliva. Lo único que quería era no estropear las cosas, pensaba que si se iba las cosas estarían mejor, podían ir despacio y así no les pasaría como a Raúl y Álvaro. No quería presionar a Silva, sabedor el ritmo de vida que llevaba, del tiempo que necesitaba para todo lo demás. Y ahora parecía que la decisión que había tomado no era la correcta.
-¿Estás bien? -preguntó limpiándose los labios con una servilleta.
-Sí.
-No has probado bocado.
-No tengo mucha hambre.
-¿Estás bien? -repitió-. Tú siempre tienes hambre, ¿seguro que no estás enfermo?
-No me pasa nada -mintió.
-David… -le puso una mano sobre el brazo-, si es por tu padre, se le pasara, lo sabes. Eres su hijo, su ojito derecho. Sólo tienes que darle tiempo.
-Lo sé - tapó el recipiente y lo guardó en la bolsa en la que lo había traído- Esta mañana me ha llamado Geri, quiere que le ayude con un coche después.
-Bien, necesitas hacer algo más que limpiar el polvo.
-Pensé que te gustaba como te limpiaba el polvo -respondió con un ligera sonrisa, Silva no le dijo nada pero sus ojos brillaron un instante. A Villa también le gustaba eso, poder hacerle sonreír así, con la mirada, cuando acababan de hacerlo y él siempre tenía un comentario jocoso que añadir y David no le respondía, porque sabía que era su forma de liberarse del resto de la tensión y eran ellos, con sus pequeños gestos y manías en la cama, o en cualquier otro lugar de la casa lo que más iba a echar de menos.
-David… ¿Me estás escuchando?
-¿Qué? Perdona, yo…
-Estás empezando a asustarme. ¿Te pasa algo?
-No… -mintió en voz baja-. Sólo pensaba en el coche que tengo que arreglar con Piqué.
-Ya… -Silva seguía sin tenerlas todas consigo pero había aprendido a darle su tiempo y sus espacio a Villa, cuando estuviese preparado le diría lo que rondaba por la cabeza. Así que siguió comiendo mientras le contaba el resto de sus clases.
Mientras intentaba centrarse en lo que Silva estaba contándole no podía dejar de pensar en si estaba o no haciendo lo correcto. Porque puede que Álvaro hubiese hecho aquello por una buena razón pero cuanto más lo pensaba, David se daba cuenta de que lo único que estaba haciendo era huir. Escaparse de la realidad a una mucho más cómoda. Pero ¿qué culpa tenía él si Geri se lo había propuesto? Si el destino se había planteado de esa manera tenía que ser por una buena razón, y pensándolo mejor no estaba huyendo, sólo le daba el espacio que Silva había tenido, por el que tanto había peleado y que tanto necesitaba. No le agobiaría con su presencia a todas horas, tendría tiempo para estudiar, y también para verse. Serían una pareja normal, como todas esas que salían en las películas y en las series, que compaginaban sus vidas diarias y su relación. Y Villa no era tonto, sabía que no todo podía ser un camino de rosas pero siempre se podía allanar el camino.
-Esta noche voy a cenar con Geri -le interrumpió.
-Mmmm… vale, así podré terminar un trabajo que tengo pendiente, ¿Quieres que te espere despierto? -Silva hizo a un lado sus cosas y las de David y se inclinó sobre él.
-Lo cierto es que me ha invitado a pasar la noche, y como tenemos que hablar de lo del taller…
-Oh, claro. Vale -le dio un perezoso beso esperando respuesta aún con los labios sobre los suyos.
-En realidad -repuso poniéndole las manos sobre el pecho y separando sus cuerpos- Creo que… bueno, lo cierto es que en casa de Geri hay una habitación de invitados y, bueno, sus padres están encantados con la idea de tenerme por allí una temporada y, bueno, está cerca del taller y también del instituto y…
-¿Vas a…?¿Quieres irte a vivir con Piqué? -preguntó confuso.
-No voy a irme a vivir con él -replicó molesto-, sólo serán unas semanas, hasta que encuentre otra cosa.
-¿Otra cosa? ¿Piensas irte a vivir solo?
-Sí, bueno… supongo… ¿qué otra cosa puedo hacer? No voy a volver a casa.
-Ya. -Silva guardó silencio.
-Escucha, no tiene nada que ver con nosotros ¿vale? -le explicó-. O sí, quiero decir, las cosas están genial ahora y no quiero joderlas. No quiero que se joda.
Silva le miró aún sin decir nada y asintió tentativamente. Después fijo la vista en el exterior, se mordió el labio y comenzó a recoger las cosas.
-Está bien, tienes razón.
-David…
-Tengo que volver a clase -le dijo apartando el brazo que intentaba cogerle.
-No te enfades, joder. Venga, por favor. Joder -gruñó llevándose las manos a la cara.
-David -musitó, haciendo que Villa le mirara apartando alguno de sus dedos- No seas bobo, no estoy enfadado.
-¿De verdad?
-Claro, supongo que tienes razón. Íbamos demasiado deprisa. Vamos a volver a tomar las cosas con calma -suspiró, y volvió a inclinarse para besarle en la mejilla-. Gracias por traerme la comida.
Salió del coche poniéndose el abrigo, con la mochila entre las piernas.
-Mañana puedo volver, si quieres -exclamó sacando medio cuerpo por la ventanilla del coche.
-Tengo prácticas hasta las cuatro.
-Pues vendré a esa hora, y te invito a merendar.
-Vale -se echó la mochila al hombro y comenzó a andar, dejando que el viento helado le azotase en el rostro. Su día iba de mal en peor.
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Villa caminaba detrás de Gerard. Habían dejado el coche aparcado sólo a unos metros de la puerta del chalet en el que la familia Piqué vivía desde hacía unos años. Piqué caminaba a grandes zancadas, moviendo las manos mientras le explicaba como había descubierto que el problema que tenía el Megane era que las pastillas de freno se habían gastado de tal manera que el disco de freno había empezado a consumirse y eso producía el ruido horrendo que hacía que el padre de familia que les había llevado a su coche tuviese a su mujer quejándose todos los días desde hacía más de un mes. Lo cierto era que David había escuchado esa historia al llegar al taller y también mientras iban hacia casa de Silva a recoger sus cosas, donde por cierto su novio no había aparecido en la media hora larga que les había llevado meter la ropa y algunos útiles de primera necesidad en la bolsa de deporte que Villa usaba como maleta, pero no iba a quejarse. Su amigo iba a acogerle en su casa durante un tiempo indefinido y además estaba el factor Cesc, que venía a ser que en un par de días Geri tenía una cita para intentar arreglar las cosas con el pobre empanao y estaba que se subía por las paredes.
-… y entonces, justo en ese momento, ahí cuando pensaba que se me iba a pasar.
-¡Hostia puta! -le interrumpió. -Vale ya. Cojones. Vale ya… que ya me la sé la historia de memoria.
-Jo -Geri, que se había dado la vuelta, le miraba como un cachorro abandonado-. Vale.
-Tío, o arreglas las cosas con Cesc, o pillo yo al empanao por banda y le canto todas y cada una de tus virtudes. Pero en serio que necesitas pensar en otra cosa.
-No estaba pensando en…
-Lo que sea. Me meo, ¿abres la puerta? -le preguntó.
-Vaya mierda de invitado -se quejó mientras abría-. Estamos en casa, ¡Montse! ¡Joan! Mama… -gritó, esta vez con más fuerza.
-Por dios, hijo, deberíamos haberte metido a clases de canto.
-Ja, que gracia. Montse, el Villa. Villa, la Montse -les presentó sin mucho protocolo-. Vamos, mi madre.
-Los mejores colegios de la ciudad para esto -se quejo su madre sonriendo-. Pero vamos, Geri ¿dónde están tus modales? Coge ahora mismo esa maleta y súbela al cuarto de invitados, Carmela ha puesto sabanas limpias y hemos bajado un par de mantas del desván -dijo, pasando del catalán al castellano sin darse ni cuenta-. ¿Crees que será bastante?
-Sí, claro. No tenía que molestarse.
-¡Ma! -gritó Piqué- No hay toallas en el baño.
-Saca las toallas azules del armario. Pero las azules, ¿eh?
-Qué si, que mujer refunfuño mientras bajaba las escaleras y abría un pequeño armario que había a la entrada-. ¿El Joan?
-Tu padre no ha llegado aún, tenía una reunión en Barcelona y su vuelo se ha retrasado.
-Oh, ¿ha pasado a ver a la abuela?
-Ha ido a trabajar.
-Bueno, yo que sé… Podía haber ido a por cocas. Mmmm… cocas -dijo mientras se relamía los labios-. En fin, tú -le dijo a David-. Tira para arriba.
Ambos subieron esta vez las escaleras y caminaron por el pequeño pasillo en el que se distinguían varias puertas.
-Mi habitación -le dijo señalando la puerta blanca del fondo-. Esta de aquí es la de mis padres. Esta es la tuya. Puedes usar la cama que quieras -le indico al ver que tenía dos-. O unirlas, aunque con lo pequeño que eres... Cuando viene el Busi si que tenemos que hacerlo pero a ti con una te sobra.
-Que gracia, maricón -le dio un codazo y se acercó a la bolsa que su amigo había dejado sobre una de las dos camas.
-Juas, mi madre debe de pensar que eres un guarro, te ha comprado hasta un cepillo de dientes -le dijo, tirándoselo a las manos- Tienes todo lo que necesitas en el baño, menos condones, porque a tu novio te lo follas en tu casa. Mi casa es sagrada. -Villa soltó una risotada-. No estoy de coña, en mi casa no se folla.
-No jodas, ¿nunca?
-Nunca. Uno tiene unos principios.
-¿Prin... qué? ¿Tú? Hostia, macho. Quien te ha visto y quien te ve… ¿eras así antes de que llegara Cesc? Porque yo no lo recuerdo.
-Si me vas a tocar los huevos te doy puerta, ¿eh?
-No creo que tu madre te deje -se mofó.
-A la Montse la tengo comiendo en mi mano, chaval.
-Vaya manera de tratar a tus padres.
-Eh, cuidado. Que yo a mis padres les respeto y mucho -dijo, esta vez en tono más serio- . Tengo todo lo que quiero, me consiente y me miman más de lo que deberían no me oirás quejarme. Pero es que uno tiene su carisma y se los sabe trabajar.
-Ya, claro - dijo mientras comenzaba a meter la ropa en el armario.
-No, tío, en serio. Lo que te pasa con tu padre, es que los dos sois muy brutitos y tiráis por la calle del medio, y así no se puede. Tienes que ir por las bandas, así -dijo, mientras se meneaba a un lado y a otro -como el Barça, tiki taka, hay que sobar el balón y no tirar siempre que se tiene la bola.
-Que genio de las metáforas -se mofó.
-Lo que quieras, pero yo de mis padres consigo lo que quiero.
-Macho, que es seas un pijo y un niño de papá no tiene que ver con tus dotes con el balón.
-Que poco me conoces, pero que sepas, que lo del taller me lo tengo muy trabajado. No te creas que les hacía mucha gracia que su hijo, el fruto de sus carnes, se metiese a mecánico. Pero con mi cara bonita, mis ojitos -dijo mientras pestañeaba rápidamente- y la labia que tengo... Camelaos.
-¿Sí? -preguntó incorporándose-. ¿Tanto como para invertir en un taller?
-Claro.
-¿Ahora mismo?
-Tío, ¿de qué hablas?
-Pep me ha ofrecido su taller.
-¿Qué? ¿A ti? No me jodas, que soy yo el que lleva allí tres años trabajando.
-¿Trabajando?
-Bueno, casi…. Pero, ¿en serio? Tío, que fuerte. ¿Y te ha dicho por qué?
-La verdad es que no le pregunté. Estaba demasiado flipado. ¿Te das cuenta, Geri? ¿Un taller? Para ti y para mí, además me ha dicho que nos haría un buen precio, y yo tengo unos ahorros, y si tus padres…
-Hostia, tío. Joder. Que fuerte. Mi propio taller.
-Nuestro -le corrigió
-Lo que sea -Piqué se tumbó en la cama de al lado-. Supongo que podría acelerar las cosas, además mi madre está deseando que haga algo de provecho con mi vida.
-Entonces…
-Entonces, tío -dijo dándose media vuelta y apoyando la cabeza en la mano-, vamos a por ese taller.
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La tele estaba encendida, con un videojuego en pausa. De la cocina salía un olor parecido a pizza recalentada, y la luz de la habitación de Raúl estaba encendida. Lo último que necesitaba ese día es que Álvaro estuviese en casa.
-Ey -el chori salió limpiándose las manos a los costados de su camiseta -Tu novio ha estado esta tarde aquí.
-Ya -respondió sin ganas caminando hasta su habitación.
-Se ha llevado sus cosas.
-Lo sé.
-¿Habéis discutido o algo?
-No.
-¿Entonces?
-Entonces, nada. Se va a vivir con Geri. ¿No te lo ha dicho?
-Sí, pero quería que me lo dijeses tú. Que me lo explicases tú -concretó apoyándose en el quicio de la puerta.
-No hay nada que explicar, Raúl -refunfuñó peleándose con el jersey mientras se lo quitaba.
-Hostia, Pony. Que tu novio se va de casa, algo habrá que explicar.
-Tu novio también se fue y no había nada que decir al respecto ¿no?
-Era distinto -se defendió cruzando los brazos sobre el pecho.
-Ya, seguro.
-¿Estás bien?
Silva azotó la mochila con la que acaba de tropezarse al otro lado de la habitación, lanzando un aullido de frustración. Raúl pegó un bote, asustado por la reacción de su amigo.
-He suspendió, Raúl. He suspendido un puto examen.
-Bueno, a todo el mundo le pasa, ¿no? -trató de calmarle-. Yo he suspendido más exámenes de los que he aprobado en mi vida, seguro.
-Mi primer examen desde… ni siquiera puedo recordarlo, y David decide que es el día oportuno para irse. Lo único que quería es que me abrazara, quedarme dormido entre su brazos y que se metiera conmigo, que me prometiera que le partiría las piernas al estúpido profesor si hiciera falta -dijo con las lágrimas rodando por sus mejillas-. Que dijese que estaba aquí, que estuviese aquí. Y ya no está, porque de repente todo va demasiado rápido. Y para mí todo iba bien, porque cuando vi la nota, no pensé en que podía haber estudiado más, o que había pasado demasiado tiempo con él, sólo que él estaría ahí para que todo fuese más fácil. Pero no está, no está.
Raúl le miraba aturdido, sin saber muy bien que hacer o que decir. Había habido más veces en que lo había visto así, pequeño, indefenso pero aquella vez parecía roto como se alguien hubiese cogido una figurilla de cristal y la hubiese lanzado contra el suelo, haciéndola resquebrajarse en cientos de pedazos. Y de repente se sintió un poco menos solo, un poco más comprendido.
-Jo… Pony… -dijo casi lagrimeando-. Joder… No llores que sabes que acabo yo también llorando -y se acercó para abrazarle-. Que idiota eres, que Villa va a estar ahí, ya lo verás… si ese bobo te quiere. Nos quieren -murmuró.
-¿Y por qué se ha ido?
-Por eso, porque nos quieren mucho.
-¿Estás hablando de Álvaro también , verdad?
-Sí. Claro.
-Ah, vale -dijo más tranquilo.
-Ya verás como luego es mejor. Él no va a dejar de estar cuando le necesites, y mientras llega desde casa de Geri, estaré yo. Y yo soy más grande, seguro que doy unos abrazos mucho mejores, no es por nada -bromeó, tratando de hacerle sonreír-. Venga, vamos, que te dejaré que me ganes al FIFA y cenaremos tofu o basura de esa que te gusta.
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-Pedro, por Dios...
Cesc perseguía a su primo con una camiseta azul en la mano, del baño al salón y de ahí a la habitación, pero Pedrito siempre se escapaba, saltando sobre las camas y los sofás y desesperando al pobre Cesc.
-Venga, que ha dicho Gerard que no nos va a esperar, que como no estemos cuando llegue se va solo.
-...y los koalas y los tigres, y las jirafas, que están en el mismo sitio que las cebras porque son muy amigas...
-Vale.
-Ya verás, va a estar chulísimo.
-No lo va a estar si no te vistes. Y todavía tenemos que desayunar.
-¡Y los delfines! ¿Alguna vez has visto delfines y leones marinos? Son muy graciosos.
Xavi apareció por allí con dos vasos de Cola-Cao y unas galletas, aún en pijama. Miró a su sobrino y se rió de su irritación.
-¿Qué pasa, gordo? ¿Vas a ir al Zoo así?
-¿Puedo?
-No, me parece que sólo puedes entrar si llevas ropa.
-Quiero llevar la camiseta de los leones.
-Está para planchar. Pero la camiseta azul mola un montón, y además es el color favorito de los osos pandas.
-¿Y eso cómo lo sabes?
-Porque tengo amigos en China, que me lo han dicho.
-¿Seguro?
-Segurísimo. Venga, pórtate bien con Cesc, que si no no te va a comprar algodón de azúcar.
-Joer.
-Y tomaos el desayuno -dijo, dejándolo sobre la mesita del salón.
Consiguió al fin que se vistiera, no sin dificultad, y aún estaban mojando galletas en la leche cuando el claxon de un coche sonó en la calle.
-Creo que ya está aquí tu amigo -informó Xavi, asomándose a la ventana.
-No es mi… -empezó Cesc, sólo por costumbre-. Vamos, enano, coge el abrigo.
Dos minutos después ya estaban saliendo por el portal, abrigados hasta las orejas y muy nerviosos, cada uno por una razón distinta.
-Hola -saludó Gerard, extendiendo la mano para que Pedrito la chocara. Él la miró un poco interrogativamente y la chocó con desgana, sólo por no hacerle un feo. Abrió la puerta trasera del coche y entró, poniéndose el cinturón para salir ya de una vez-. Hola, Cesc.
-Hola.
Piqué le miró un momento, preguntándose cuál era la manera correcta de saludarle. Un abrazo estaría fuera de lugar, y un beso, que era lo que realmente quería darle, sólo le haría ganarse un tortazo, así que se escabulló antes de que fuera inevitable el acercamiento y rodeó el coche para ir a abrirle la puerta del copiloto.
-Gracias.
-Me alegro de que te decidieras a darme una oportunidad.
-Sólo lo hago porque eres más rápido que el autobús. No te crees falsas expectativas.
-Vale.
-Vamos, tortolitos -gritó Pedro desde dentro-, que tenemos prisa. Está Bo esperando.
-¿Quién?
-Tenemos que recoger a un amigo de mi primo -contestó, entrando en el coche. Piqué cerró la puerta y se dirigió hacia su lado del coche.
-Primo, me ha dicho papi que tengo que cuidarte.
-¿Sí?
-Sí, para que Geri no te haga daño.
-Es un detalle.
-Seguro que es como Bojan y te da pellizcos, como él. Me hace un montón de daño. -Pedro se calló justo cuando Piqué entró al coche y arrancó, y tras un momento dijo casualmente-: ¿Sabes, Gerard, que pego unas patadas en la espinilla súper fuertes?
-Va a ser un día interesantísimo -musitó, para el cuello de su camisa.
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No encontraron mucho atasco de camino al Zoo, y enseguida estaban estacionando en el aparcamiento y comprando las entradas, con Bojan y Pedro correteando a su alrededor, a cada cual más espídico. Les dieron sus entradas y dejaron que fueran los primeros en pasar por los tornos, mientras los mayores les seguían a un par de metros. Piqué bostezó.
-¿Saliste ayer? -preguntó Cesc, y no pudo evitar sonar un poco molesto.
-Sólo un rato, me volví a casa enseguida. ¿Por qué? ¿Te importa?
-No, me da lo mismo.
-Ya. ¿Tú saliste?
-No, estoy de exámenes.
-Oh. Ya. Nunca me has dicho qué es lo que estudias.
-Nunca me has preguntado.
-Joder, Cesc. No seas así.
-¡Vamos, los papagayos empiezan en media hora! -les espoleó Pedro.
-Montan en bici y todo -añadió Bojan, como si eso fuera a hacerles ir más rápido.
Los dos echaron a andar en silencio, unos pasos por detrás de ellos, pero sin perderles de vista. Pedro había cogido un mapa y les dirigía a través del zoo como si llevara allí toda la vida. Iba haciendo planes con su amigo, decidiendo qué animales verían antes, y la mejor hora para ir al espectáculo de los delfines.
-Turismo -dijo Cesc.
-¿Qué?
-Que estudio Turismo. Estoy en tercero.
Los papagayos resultaron ser unos bichos muy graciosos, y realmente sabían montar en bicicleta sobre un cable. Mientras iban a ver a los tigres de bengala, Pedro le estuvo explicando a su primo que los pájaros ponían huevos, pero que los tigres eran como las personas y no ponían huevos porque tenían tetas.
-Lo hemos estudiado en clase de ciencias. ¿Tú te sabías eso?
-Más o menos.
-Geri seguro que no se lo sabía -dijo Bojan.
-No tenía ni idea -bromeó-. ¿Entones los tigres cómo tienen hijos?
-Pues reproduciéndose, tonto -contestó Pedro, como si fuera algo totalmente obvio. -¿Tú crees que un tigre ganaría a un león en una pelea? -le preguntó a Bojan.
-Seguro que no, porque el león es el rey de la selva.
-Los leones ni siquiera viven en la selva. Lo pone aquí -dijo, señalando el mapa-. Viven en las sábanas.
-¿Las sábanas de qué?
-No sé. Primo, ¿en qué sábanas viven los leones?
-En la sabana, en África. Es donde viven las cebras y los antílopes.
-¿Y las hienas?
-Sí.
-Jo, las hienas son súper chulas -dijo Pedro, entusiasmado-. ¿Crees que una hiena ganaría a un león en una pelea?
-Qué va. Los leones son mucho más fuertes. Nadie ganaría a un león.
-Un T-Rex ganaría a un león.
-Bueno, un robot del futuro con escopetas en los ojos ganaría a un T-Rex -replicó Bojan, cruzándose de brazos con chulería.
Llegaron al pasadizo en el que estaban los tigres, detrás de un grueso cristal. Los niños se abrieron paso entre la gente para ponerse en la primera fila, y observaron al tigre, tumbado contra la pared de hormigón del fondo, lamiéndose una pata con desidia.
-¿Por qué están encerrados en esta caja? Los demás animales están en la calle.
Cesc miró a Piqué, buscando una solución.
-Porque son más peligrosos -contestó él-. Los tigres pueden escalar y saltar mucho, así que si les dejan sueltos como al resto podrían saltar la valla y comernos a todos.
-Ooh -dijeron los dos al unísono, muy impresionados.
Cesc le echó una mirada incrédula.
-Veo muchos documentales de National Geographic. Para echarme la siesta -aclaró.
Siguieron el recorrido establecido por Pedro, que llevaba un ritmo demencial. Quería verlo todo a la vez, y mientras estaba con los pandas rojos se le ocurría irse a por los reptiles, y no les quedaba más remedio que seguirle.
Mientras esperaban a que fuera la hora del espectáculo de los delfines, el preferido de Bojan, pararon a comerse una hamburguesa en uno de los restaurantes, sentados en unos bancos de piedra bajo la sombra de algunos árboles.
Cesc fue con Bojan al baño, y Gerard se quedó fuera con Pedro, esperando sentados en un banco a que salieran. Los pies de Pedrito no llegaban al suelo, y se dedicaba a balancearlos alternativamente mientras arrancaba trozos de su algodón de azúcar con los dedos.
-¿Mi primo y tú sois novios? -preguntó de repente, girándose hacia Piqué.
-No. Antes lo éramos, más o menos.
-¿Y por qué ya no? ¿No os queréis más?
-Es un poco complicado -replicó, encogiéndose de hombros.
-Dice Cesc que tú te portaste mal.
-Sí.
-¿Qué hiciste?
-Pues... Cuando estás con alguien se supone que no puedes estar con nadie más, y yo eso no lo sabía.
-¿Por qué no? Todo el mundo lo sabe.
-Ya, pero a mí se me olvidó.
-Pues eres un poco idiota.
-Sí.
-¿Hacíais el amor? -preguntó calmadamente.
-¿Qué?
-Mi papá me ha dicho que la gente cuando se quiere hace el amor. A veces también cuando no se quieren, pero que es mejor de la otra manera.
Piqué sintió su cerebro cortocircuitarse lentamente. Podía notar las conexiones entre sus neuronas sobrecargándose como si fuera un tostador.
-¿Q-qué?
-No hay nada de malo en eso -le dijo con tono resabidillo, inclinando la cabeza hacia un lado, casi con condescendencia.
-Me parece que eres un poco joven para ir hablando de esas cosas.
-Papá dice que es mejor hablar que callarse.
-Tu padre es un tipo interesante -murmuró con cierto cinismo, mientras veía acercarse a Cesc y Bojan. El mayor se secaba las manos en la pernera del pantalón, y llevaba un trozo de papel higiénico pegado a la suela de la zapatilla. Gerard no pudo evitar sonreír como un estúpido, y cuando Cesc llegó a su altura se lo echó en cara.
-¿Y a ti qué te pasa?
-Te he echado de menos -dijo sencillamente, y no lo hizo porque fuera lo que él esperaba oír o para echar un polvo fácil. Realmente le había echado de menos, y le daba lo mismo parecer un blando por confesárselo.
-Vamos a llegar tarde a lo de los delfines -replicó él.
-Cesc, se supone que hemos quedado aquí para hablar, ¿no te acuerdas? -insistió, andando tras él-. Estoy intentando hablar contigo.
-No. Esto no es hablar; es ser cruel y destrozarme por dentro.
-Fui cruel y la cagué, y eso no me lo quita nadie, pero estoy tratando de arreglarlo, porque te echo de menos. Y echo de menos cosas que ni siquiera sabía... -Piqué suspiró, mirando alrededor y bajando ligeramente el tono-. No era sólo sexo, ¿vale? Aunque quisiera que lo fuera. Y lo echo de menos.
-Geri, por favor, nos está mirando todo el mundo.
-Esa manera que tienes de reírte, cuando no puedes parar y acabas soltando como un gruñido de cerdo. Eso me encantaba.
-Para, por Dios -le pidió, revolviéndose incómodo.
-Y la manera en la que me hacías sentir, como si no pudiera pasarme nada malo, y seguro que es porque soy un cabrón egoísta, pero no quiero perder eso. Así que te estoy pidiendo que me des una oportunidad que no me merezco.
-Joder, Geri -farfulló, cruzándose de brazos. Miró a Pedro y Bojan, que estaban boquiabiertos uno a cada lado de Gerard, y no supo qué decir. Ni siquiera supo cómo sentirse después de eso.
-Vale, pues ya está -concedió Piqué-. Te dije que si me dejabas hablar contigo te dejaría en paz, así que... Este soy yo, dejándote en paz.
-No. Te dije que lo haría si te explicabas -le corrigió-. ¿Sabes una cosa que no voy a echar de menos? Estar constantemente preguntándome si vas a volver a enrollarte con otro, y eso es lo que va a pasar si te doy otra oportunidad.
-No voy a volver a hacerlo.
-¿Y cómo puedo estar seguro?
-Porque yo sí estoy seguro ahora de que no quiero volver a hacerte sufrir.
-¿Y por qué lo hiciste, entonces? -preguntó lastimosamente.
-Porque se supone que es lo que hago. Utilizo a la gente, me enrollo con ellos y no les vuelvo a llamar, y mantengo la cuenta de cuántas veces lo hago con cada uno, porque soy un gilipollas, y eres la primera persona con la que quiero estar día tras día. Y es una excusa de mierda, pero tuve que intentar ponerte los cuernos para darme cuenta de que no quería hacerlo.
-Es una excusa de mierda.
Cesc miró en dirección al delfinario y al a gente que se iba congregando en la puerta, y Gerard pilló la señal.
-Vale. En otra situación me iría a casa humillado, pero como os he traído en coche... Os espero en el aparcamiento hasta que acabéis de verlo todo, ¿vale? -dijo, metiéndose las manos en los bolsillos y dando un par de pasos hacia atrás, hacia la salida-. Pasadlo bien con los delfines.
Cesc le miró colocarse la capucha del abrigo y regatear entre la gente para perderse entre ellos, y notó algo pinchándole en el pecho.
-Joer, primo, qué pena -dijo Pedrito, tomándole de la mano-. ¿No?
-Mierda -masculló él, cogiendo a Bojan y colocándole junto al otro niño como si fueran dos muñecos articulados-. No os mováis de aquí o me dará un infarto -dijo antes de comenzar a correr hacia Piqué-. ¡Espera!
-¿Qué haces?
Cesc se colocó por fin a su altura, con el corazón latiendo a mil por hora, y no sólo de la carrera. Agarró con una mano uno de los lados de su capucha y cerró los ojos para besarle, rápido y con los labios cerrados. Notó la sonrisa de Gerard contra su boca.
-Que sepas que sólo lo he hecho porque me apetecía. Esto no significa nada.
-Vale -contestó él, sonriendo con todo el cuerpo.
-No te he perdonado -insistió Cesc.
-¿Y vas a hacerlo?
-Puedes intentar convencerme, pero no va a ser fácil -le aseguró, y Gerard supo que no exageraba-. Ahora vamos a ver los putos delfines.
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