Título: We Will Break Our Own Hearts
Autor:
hoomygothFandom: Gossip Girl
Personajes | Pairings: Dan, Chuck, Vanessa, Nate, Rufus | Dan/OMC, Dan/Chuck (one-sided), Chuck/Blair pasado.
Longitud: 16.000~
Spoilers? 3x18
Rating | Advertencias: M | Palabras malsonantes, sexo, alcohol.
Notas: Sigue el canon hasta el 3x18 excepto en todo el asunto D/V, que no se llega a producir nunca. Ligeros spoilers de Rebecca, peli de Hitchcock o novela de Daphne Du Maurier, que si no habéis leído/visto tenéis que hacerlo YA.
There's no right and there's no wrong, there's just the balance of the things you know.
Dan se considera una persona inteligente. Tiene sus momentos, como todo el mundo, pero por lo general es un tipo listo, con sentido común y con sus buenos dos dedos y medio de frente. Pero, como en todo en este mundo, hay algunas excepciones. Anomalías, las llama él. Para ser sinceros, sólo hay dos: la absenta y Chuck Bass.
La primera la descubrió con él, precisamente, mientras experimentaba su mundo de drogas y mujeres y fajos de billetes. La segunda, a él, le encontró algo antes. Cinco años, para ser exactos, cuando con doce se le acercó para preguntarle si había hecho el trabajo que tenían que entregar para clase de Lengua. Llevaba su pequeña corbatita de rayas y el pelo repeinado, era muy pequeño para su edad, y aún así tenía una mirada extrañamente adulta. Dan dejó que lo copiara, palabra por palabra, sin ni siquiera saber por qué. Con la edad se fue dando cuenta, porque le daba lo mismo que le robara el almuerzo, que se riera de él frente a sus amigos y que, más tarde, decidiera ignorar su simple existencia, de que Chuck Bass le gustaba. Le había gustado desde el primer momento en el cayó en la cuenta de que el ser humano estaba preparado para una vida en pareja.
Cuando se para a pensarlo, Dan se da cuenta de que lo que es es un gilipollas como la copa de un pino.
Le gusta pensar que esto que le pasa no afecta a su vida normal. Es sólo una de sus muchas características como ser humano. Tiene el pelo oscuro y la nariz puntiaguda y es escritor de vocación y le gusta más la lasaña que los canelones y está enamorado de Chuck. Ha tenido novias, y ha tenido… no exactamente novios, pero ha tenido cosas, y la gente que le presta un poco de atención sabe que es tirando a bisexual, porque no es como si necesitara ocultarlo (y porque es terroríficamente amanerado cuando se emborracha). Sólo es algo que está ahí en el fondo de su cabeza, latente como un mal virus. Acecha cada vez que capta su imagen entre la gente en una fiesta, o cuando su nombre sale en una conversación, o cuando él se acerca y le llama por su apellido y le habla demasiado cerca en ese tono de voz suyo tan irritantemente sexual. La cantidad de veces que se ha masturbado pensando en él roza el absurdo, pero aparte de eso, hasta este momento ha podido vivir perfectamente con ello.
Ya no.
Chuck ha hecho cosas terribles en sus dieciocho años de vida. Probablemente es la peor persona que conoce, y hasta ahora ha sido capaz de dejarlo pasar. Es un manipulador, abusa de sustancias y de personas, contrata los servicios de mujeres de dudosa reputación que cobran más por una noche con él de lo que Dan ha ganado trabajando de camarero en todo un año, y ha tratado de aprovecharse de su mismísima hermana. Y Dan lo entiende. No lo perdona, ni lo olvida, pero lo entiende. Porque Chuck es, además, la persona más triste que conoce. Huérfano de madre, con un padre ausente y frío, criado para creer que el dinero lo soluciona todo y que los que carecen de él están un escalón por debajo en la escala evolutiva. Entiende que una persona que ha pasado por lo que a él le ha tocado pasar tenga tan poca consideración por la vida ajena. Esa es otra de las pruebas irrefutables de que Dan es idiota.
De todas maneras, desde que está con Blair, Chuck es totalmente distinto. Es una mejor persona, es menos ególatra y casi parece feliz. Es también menos divertido, menos interesante y menos atrayente, pero eso es algo que Dan está dispuesto a soportar.
Y entonces…
-Así que, vamos a ver si lo estoy entendiendo -dice Vanessa, con el café en la mano casi sin tocar-. Para recuperar su hotel, que perdió por ser básicamente lo más ingenuo sobre la tierra, ha ofrecido a su novia a su tío Jack, el violador.
-Eso es -responde Dan, y no puede evitar una sonrisilla rebelde que se le cuela por la comisura de la boca, porque pensar en Chuck como alguien ingenuo es una novedad para él.
-Y no sólo se la ofrece, sino que lo hace de tal manera que ella acaba creyendo que lo hace por voluntad propia, por amor. Y mientras tanto, Chuck incluso le ha comprado el vestido con el que su tío se la tiene que tirar.
-Sí -contesta Dan, asintiendo lentamente con la cabeza. Esta es una de esas dos o tres veces al año que Dan se reúne con Vanessa en su cafetería de siempre para que ella le convenza de que Chuck no merece la pena. Nunca funcionan, pero intentar rara vez mató a nadie. Vanessa es la única que sabe de su situación, y aunque nunca le ha comprendido, siempre ha estado ahí para él, porque le conoce lo suficiente como para saber que si no tuviera a quién acudir le daría vueltas a las cosas hasta que el cerebro le implotara.
-Voy a vomitar.
-Lo sé.
-Es lo más ruin, lo más despreciable, lo más…
-Vanessa -la interrumpe-, créeme, lo sé.
-Dan, es que me parece que no lo sabes. No alcanzas a comprender el grado de depravación que algo así precisaría. Sólo pensar en llevarlo a cabo ya es infame, pero hacerlo… ¡A la persona a la que…! O sea, ¡que Blair estaba dispuesta a acostarse con ese tío!
-Y asumo que lo hizo.
-Oh, por favor -dice, estremeciéndose-. Dan, esto ya es demencial. Y si encuentras una puta excusa que ponerle te juro que te llevo a que te hagan terapia de electroshock o algo así, para despegarle de tu cerebro.
-No quiero encontrar excusas, V. Este es el punto de no retorno -dice, tratando de convencerse a sí mismo tanto como a ella.
-Eso dijiste hace dos años cuando trató de violar a tu hermana, te recuerdo.
-No vuelvas con esas. Ya te he dicho que eso no era él, eran las drogas.
-Lo que sea -bufa ella-. Es que de verdad pienso que estás mentalmente incapacitado para tomar tus propias decisiones cuando se trata de este tipejo. No piensas con claridad.
-Ahora sí. Lo veo todo claro y cristalino. Quiero pasar página, ¿sabes?
-Pero aún te gusta.
-Bueno, sí -reconoce, como si fuera una obviedad-. Pero es que estas cosas no se le pasan a uno de la noche a la mañana.
-Claro que sí. Cuando te das cuenta de que él no es un hombre, sino el mismísimo hijo de Satanás, se te pasa. -Chasquea los dedos. -Así de rápido.
-¿Y qué quieres que haga?
-Dan, si tuviera una solución ya te la habría dado hace tres años.
-No es como si a mí me gustara estar en esta situación.
-Claro que te gusta. Llevas media vida convenciéndote de que seríais la pareja perfecta, que tú le comprenderías y le arreglarías y le harías más feliz que nadie en el mundo, y… -deja la frase inacabada-. Lo cierto es que no sé qué crees que te aportaría él a ti.
-Esto no funciona así.
-Dan, te conozco desde que te meabas en la cama. Eres el tipo de persona que se monta la película, que ve vuestro futuro juntos, con un par de niños indios y una casa en el campo y unos perros tumbados frente a la chimenea.
-No… -trató de interrumpir.
-¿Sabes lo más triste? -dice ella, señalándole con un amenazador dedo-. Que sé perfectamente que no es eso lo que te imaginas. Que no habría niños, y sería un apartamento en el West Side con montones de libros y que él te despertaría cada mañana con un beso y tú le leerías tus historias en voz alta cuando él estuviera tumbado en el sofá con su cabeza en tu regazo. Y me parece un futuro perfecto y espero que tengas algo así con alguien, de verdad -dice, y suena tan sincero que a Dan le da miedo-, pero sé que con Chuck Bass no será. Porque él es una mala persona y tú eres probablemente la mejor que yo conozco, y lo vuestro puede que durara una noche o una semana o un mes, pero al final te darías cuenta, o él trataría de jugártela, o cualquier cosa, y acabarías destrozado. Y no quiero que te pase eso.
Dan guarda silencio mucho tiempo. Da vueltas a su café, ya frío, sin atreverse a levantar la mirada.
-Ya.
Lo sabe. Hay momentos de claridad en los que lo sabe. Chuck y él son tan distintos en absolutamente todos los aspectos que nunca podrían funcionar. Eso sólo pasa en las comedias románticas y en las malas novelas. Él está tan convencido de que le quiere que ya no recuerda por qué lo hace. Ha buscado razones hasta debajo de las piedras. Que les gusta la misma literatura, porque una vez le pareció ver un libro de Nick Hornby asomando de su mochila en octavo. Que el periodo favorito de ambos es la Guerra Fría, porque parecía menos aburrido de lo habitual cuando tocaba estudiarlo en Historia. Que los dos son más de los Beatles que de los Rolling, más de Joy Division que de los Sex Pistols y más de Radiohead que de cualquier otra cosa en el mundo.
Lo cierto es que en los últimos cuatro años ha hablado con él una docena de veces, y más de la mitad han sido discusiones. Lo único que sabe de él es gracias a años de espionaje y una noche en un calabozo. Pero eso le parece suficiente. Le parece más que suficiente. Está convencido de que le querría aunque no supiera ni su nombre. Es una reacción animal, física, como si Dan supiera que él es esa persona que fue creada para encajar con él, para completarle. Como si él pudiera arreglar todas las cosas que están mal en su vida, todas sus neuras y sus fobias y sus inseguridades, todas esas noches en las que se tumba en su cama y no puede dormir porque se siente tan solo que no lo puede soportar.
Vanessa pone la mano sobre la suya en la mesa, y no hace falta que diga nada. Ella también lo sabe.
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Se ha propuesto cambiar. Ha dejado de ir a esas fiestas pijas en las que sabía que le encontraría, ha dejado de escribir sobre él, ha dejado de buscarle en Gossip Girl. Cuando se para a pensarlo, su comportamiento de los últimos años es muy parecido al de un acosador, y se da un poco de miedo a sí mismo, y un poco de pena.
No ha conseguido aún dejar de pensar en él, aunque no está seguro de si es él en el que piensa o es la idea que se ha hecho de él. Sabe que está haciendo lo correcto, pero no puede evitar darse cuenta que este Chuck, el que está roto y tiene miedo a querer a alguien y que hace daño antes de que puedan hacérselo a él, es el Chuck del que se enamoró en un primer momento. Es una idea horrible, y es el perfecto ejemplo de por qué olvidarle es lo mejor que puede hacer. Pero cuesta dejarlo. Se siente como si estuviera desprendiéndose de una parte de sí mismo, como cuando tiró todos sus peluches o sus cintas de vídeo con capítulos de Blossom. Sabía que los iba a echar de menos, pero necesitaba el sitio en la estantería para su nueva vida, para las películas de Soffia Coppola y los libros de la Universidad y su mundo de persona adulta. También necesita el sitio que ocupaba Chuck, porque ha conocido a alguien.
Lo cierto es que le conoce desde hace meses, de una tarde aburrida en la biblioteca, pero hasta ahora no le había llegado a ver. Quedaron algunas veces a tomar café, vieron una peli y se acostaron una noche en el loft, pero Dan nunca le dio una verdadera oportunidad, porque nunca se la había dado a nadie. Ahora lo está intentando. Y está siendo fácil, porque David tiene una sonrisa preciosa y la nariz llena de pecas, y aunque el pelo de su cabeza es castaño, en otros sitios es sorprendentemente pelirrojo, y eso a Dan le gusta. Y le gusta hacerle gracia, y le gusta la manera en la que le mira, como si no pudiera decidir si prefiere darle un abrazo o tirarle en la cama y follarle durante horas. Está estudiando Derecho, y es lo que se supone que tiene que hacer porque es terriblemente inteligente, pero su verdadero sueño es ser chef de repostería. Cuando se queda a dormir con él siempre hace tortitas para desayunar, y cuando se encuentran por la tarde la piel le huele a mantequilla fundida y a azúcar quemada y a chocolate amargo. Estar con él es fácil y es cómodo, porque a David le gusta de verdad, y se le nota, y Dan sólo tiene que dejarse. No siente nada especial, pero le gusta estar con él. Y es cierto que no es Chuck, que es el perfecto opuesto de Chuck, y puede que por eso le guste aún más.
Pasan mucho tiempo juntos, y cuando no quedan para tomarse un café a media mañana lo hacen para comer entre clase y clase, o para tomar algo a última hora de la tarde. Y casi siempre acaban la noche en la cama. Y el sexo es bueno. Para Dan es todo lo bueno que puede ser con diecinueve años, cuando aún está aprendiendo lo que quiere y lo que les gusta. Aún se sonroja cuando dice ‘házmelo así’ o ‘tócame aquí’, pero David lo encuentra adorable. Van dando pasos pequeños, pero nunca se paran.
Se acaba de despedir de él en el andén del metro, después de una tarde silenciosa en una cafetería en la que Dan escribía mientras David estudiaba Derecho Constitucional, y ni siquiera le da tiempo a escuchar una canción entera en su iPod antes de llegar a la puerta del edificio de Lily en el Upper East Side. Es una de esas noches en las que ella y su padre se empeñan en crear ambiente familiar, pero todo el mundo está deseando salir de allí. Serena apenas soporta la compañía de Lily, Jenny tiene sitios mejores en los que estar y Eric tiene a su nuevo novio en el cuarto piso, así que normalmente acaban Rufus y él jugando al scrabble como llevan haciendo la mejor parte de los viernes de los últimos diez años.
La noche empieza mal. Cuando sale del ascensor lo primero que oye son los gritos de Serena.
-No pienso cenar en la misma mesa que él, mamá. Te lo he dicho mil veces.
-Es tu hermano -contesta ella con tono cansado.
-Él no es mi hermano. No después de lo que hizo.
Por un momento se plantea volver a meterse en el ascensor y desaparecer de allí antes de que le vea nadie, pero no es lo suficientemente rápido y se topa con Eric, que viene de la cocina cargado con platos y cubiertos.
-Hola, Dan. Justo a tiempo -le dice, pidiéndole ayuda para llevarlo todo hasta el comedor. Él coge los cubiertos que están a punto de caerse y comienza a colocarlos, mientras Eric hace lo propio con los platos.
-¿Cuál es el conflicto hoy? -pregunta, aunque está seguro de que ya conoce la respuesta.
-Mi madre ha invitado a Chuck a cenar. -A Dan se le corta la respiración. -Y él por primera vez en dos meses ha aceptado.
-Vaya -consigue articular.
-Y, obviamente, Serena no está contenta.
Dan no está muy seguro de cuál es la postura de Eric al respecto, pero supone que está de parte de Chuck. O no exactamente de su parte, porque no hay a dónde agarrarse para eximirle de lo que hizo, pero está al menos en el lado que está dispuesto a escucharle. Serena, y Nate por extensión, le retiraron el saludo. Blair no puede ni oír su nombre.
-Blair es más familia mía que Chuck -sigue vociferando Serena, dando vueltas por el salón buscando su chaqueta para salir de allí.
-Recuérdame que modifique mi árbol genealógico entonces, hermanita.
Chuck sale del ascensor en el momento perfecto. Está más pálido y más delgado, y sus pómulos parecen irreales, marcados contra la piel tensa dándole un aire de distinción especial. Dan no sabe si parece veinte años más joven o más viejo que la última vez que le vio, en la fiesta de cumpleaños de Nate. También parece más triste, un poco vacío por dentro.
Serena se aleja airada en el mismo momento en el que Lily va hacia Chuck y le da un beso en la mejilla.
-Gracias por venir.
-Gracias por invitarme.
-No digas eso, esta es tu casa. Sabes que puedes venir cuando quieras.
Chuck apenas sonríe.
Dan vuelve a concentrarse en la importantísima tarea de doblar servilletas, y da tres o cuatro vueltas arreglándolas alrededor de la mesa redonda antes de decidir que ya ha hecho el ridículo lo suficiente. No se ha atrevido a levantar la mirada, pero sigue los pasos de Chuck por la casa, saludando a Rufus y hablando con Eric en voz baja. No puede evitarlo, pero sabe que no debería, porque está echando por tierra todo lo que ha conseguido en estos meses sin él.
No sabe cuál puede ser el mejor lugar para esconderse hasta que comience la tortura que va a ser la cena de esa noche, pero está bastante seguro de que no se encontrará a Chuck en la cocina, así que decide montar allí su campo base.
Un error, porque es justo donde él está. Cuando llega, le encuentra apoyado contra la encimera, tragándose una pastilla con la ayuda de un vaso de agua. No dice nada, y se queda parado mirándole un momento demasiado largo.
-Era una aspirina -dice él.
-No había preguntado.
Dan se acerca a la nevera, sólo para tener algún sitio hacia el que moverse. La abre, echa un vistazo sin realmente ver nada y la vuelve a cerrar. Chuck no se ha movido. Incluso tiene el vaso de agua aún en la mano. Está a medio metro de él, los dos apoyados en la encimera y mirando al frente, como si hubiera algo fascinante al otro lado de la cocina. El silencio se cierne sobre ellos, pero no es un silencio incómodo, porque Chuck ni siquiera está ahí. A Dan le gustaría decirle algo, pero todo suena trivial y ridículo y estúpido.
Es fácil olvidarle cuando no está cerca. Ahora que le ha vuelto a ver, con su traje siempre demasiado formal para una ocasión como esa, con su corbata de paisley azul y sus ojos negros, el corazón vuelve a darle un vuelco. Quiere rodearle con sus brazos, quiere besarle en la comisura de la boca muy despacio, y que él le tumbe en la encimera y le haga el amor con los ojos tristes, aunque esté pensando en ella mientras lo hace.
-¿Chuck…?
Él gira la cabeza justo antes de que se oiga la voz de Rufus llamándoles a cenar, y no espera a que Dan hable para salir hacia el comedor.
Tampoco es como si Dan pudiera haberle dicho nada.
La cena es tan incómoda como cabría esperar. Sólo Eric y Lily parecen emocionados con la presencia de Chuck, mucho más que él mismo, y tardan tres platos en cansarse de hacer preguntas y que él las conteste con vaguedades. Dan saca dos cosas en claro: que Chuck se está refugiando en el trabajo y que preferiría estar en cualquier otro sitio antes que sentado a esa mesa. El Chuck de antes se habría dedicado a incomodar a todo el mundo con referencias veladamente sexuales, como simple maniobra de defensa. En cambio, está siendo cortés y demasiado educado, e incluso pide las cosas por favor y da las gracias, y en su tono no hay ni un ápice de cinismo. Está irreconocible hasta el punto de preocupar a Lily.
Para cuando llega el postre Jenny ya no se molesta en ser discreta, y se dedica a mandar mensajes con el móvil obsesivamente. Dan y su padre se miran de vez en cuando, diciéndose ‘haz algo’ con los ojos, pero ninguno de los dos hace nada.
-Dan, ayúdame a recoger esto -le pide Rufus, echándole una mirada bastante significativa. Dan coge algunos platos y le acompaña hasta la cocina.
-¿Qué…?
-Llévale al cine o algo -le espeta en cuanto cierra la puerta tras él.
-¿Qué?
-A Chuck.
-Ya -dice Dan, dejando los platos sobre la encimera-. No puedo hacer eso.
-¿Por qué no?
Porque tengo novio, y es bastante estupendo, y no quiero echarlo todo a perder con él sólo porque estoy enamorado de Chuck como un estúpido. Y lo echaré a perder sólo con sentarme a su lado en el cine.
-Porque no, papá.
-Dan, no seas así. Ya sé que lo que hizo fue… -deja la frase sin acabar, y Dan ni siquiera había pensado en esa como una excusa para no pasar tiempo con él, pero es mucho mejor que la razón real-. Ahora necesita a su familia. Y ya has visto cómo se ha puesto Serena, ahora somos lo más parecido a una familia que tiene.
-Mala suerte.
-Dan…
-De acuerdo, de acuerdo -cede con desgana-. Pero no esta noche. Tengo planes con David.
-Gracias -dice Rufus dándole un pequeño abrazo, sin poder ocultar su alivio. Probablemente todo ha sido idea de Lily.
En cuanto su padre le deja solo, él saca su teléfono móvil y teclea con destreza.
Cambio de planes, necesito verte esta noche. Mi casa, 20 minutos.
Antes de salir de ático de los Van der Humphreys ya tiene la contestación.
Lo sabía :P
Le está esperando sentado en el descansillo de la escalera cuando llega. Tiene una sonrisa pícara en los labios, y sus ojos parecen más verdes de lo normal.
-¿Sabes que he dejado unos apuntes de Derecho Romano plantados para venir a verte? -dice David a modo de saludo.
-¿Por mí? Me halagas. ¿Quién se puede resistir al Derecho Romano?
-Eran unos apuntes muy sexies, desde luego. Y acababan de acceder a venirse a la cama conmigo.
Dan le da la mano para ayudarle a levantarse, y él aprovecha el impulso pasa acercarse a él y besarle. Los labios le saben a masa de galletas.
-Mañana tengo que madrugar. Recuérdame que ponga el despertador a las seis.
Dan abre la puerta y le mira. Tiene mucha más suerte de la que se merece.
-Eres el mejor novio del mundo. -David se ríe. Dan le toma de la mano y le arrastra hacia dentro, desabrochándose la camisa con la otra mano. -No dejes que lo olvide.
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David se va a las seis y media, pero Dan no se levanta de la cama hasta las diez, porque de todos modos no pretende ir a clase. Tiene asuntos de los que ocuparse esa mañana. Asuntos para los que necesita toda su fortaleza mental.
Se levanta con dificultad de la cama, porque tiene todos los músculos doloridos de la noche anterior, y por un momento se plantea no ducharse. Quiere seguir oliendo a David cuando vaya a ver a Chuck. Necesita poder recordarle cuando Chuck le mire de esa manera suya, como si se metiera dentro de él. Quiere poder cerrar los ojos y recordar a su novio, el peso de su cuerpo y el tacto de su piel bajo sus dedos. Pero se ducha y se lava los dientes y se afeita, y se pone aftershave del bueno, de todas maneras.
David ha dejado café hecho y masa de gofres en la nevera, y en la encimera una nota con una carita sonriente y un corazón.
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Dan llega al hotel Empire a mediodía, y aunque sólo ha estado allí un par de veces, visitando a Nate, recuerda perfectamente dónde están los ascensores y cómo se llega a la suite desde allí. Es un hotel con mucho encanto, con un aura de cine clásico muy elegante. Es la misma aura que desprende Chuck, es como un reducto de otro tiempo en medio del Manhattan moderno, hecho de acero y cristal. Él es madera de roble.
Se atusa la camisa y comprueba por enésima vez que lleva los libros que tiene que darle. Son la excusa para hacerle una visita. Llevaban una eternidad en casa, y Jenny le dijo una vez que se los había prestado Chuck y que tendría que devolvérselos en algún momento, pero siempre se le olvidaba. Son libros de fotografía, principalmente de moda. Dan se los ha leído tres veces, de la cubierta hasta el índice final, incluyendo notas y pies de foto.
Llama a la puerta muy débilmente y espera. Espera lo que le parece toda una vida y vuelve a llamar, esta vez más fuerte. Antes de que pueda golpear la puerta con los nudillos por segunda vez, se abre.
Chuck lleva un batín verde oscuro. Está mal abrochado, como si se lo hubiera puesto a toda prisa. Le ve el cuello desnudo y la clavícula derecha y el pelo en el pecho que siempre ha imaginado que tiene, y es perfecto a tantos niveles que no es capaz de apartar la mirada.
"Piensa en David" se repite, pero cuando lo hace ni siquiera es capaz de recordar su cara más que a trozos. Recuerda sus labios y el lunar que tiene bajo el ojo izquierdo, y el pelo que se le riza sobre la nuca y los hoyuelos en la parte baja de su espalda. Intenta centrarse en ellos.
-Pasa -dice Chuck sin más, y deja la puerta abierta. Está descalzo, y a menos que lleve pantalones cortos, es probable que esté desnudo bajo el batín de seda. Dan se estremece sólo de pensarlo. Seguro que duerme desnudo, porque de refilón ve la cama de sábanas oscuras deshecha, y toda la habitación huele a él. Está recién levantado y está desnudo, y huele a lo que Chuck huele antes de ducharse con su jabón de naranja y afeitarse y usar su aftershave y su perfume de Hermès. Es intoxicante.
Está teniendo una maldita erección, y reza para que pare antes de que empiece a notarse.
-Jenny me pidió que te devolviera esto -dice, señalando la bolsa que tiene en la mano.
-Siéntate -musita Chuck, indicándole un sofá blanco. Dan da gracias al cielo en silencio mientras él va hacia lo que supone que es la cocina y enciende su máquina de espresso. Bosteza. Se echa un buen chorro de whiskey en la taza, y Dan se llega a preguntar cómo va a entrar ahí el café después de eso.
Chuck actúa como si no estuviera allí. Ni siquiera parece sorprendido por su visita. Se prepara el café con calma y echa un vistazo al periódico, aunque sólo a la primera página y a las del centro de color salmón, las de economía. Cuando vuelve a acercarse parece más despierto. Se sienta en un sillón negro opuesto a Dan y cruza la pierna derecha sobre la izquierda. Dan observa sus rodillas y sus gemelos y sus tobillos.
-¿Qué haces aquí? -pregunta con tranquilidad.
-Los libros -contesta Dan, señalándolos de nuevo.
-La razón real.
-Mmm, bueno -tartamudea-. Ya sabes.
-Ya -dice, como si lo estuviera esperando. Se inclina hacia delante y le mira con intensidad y con el más sutil de los desprecios-. Verás, le puedes decir a Lily que estoy bien. Dile que te invité a comer a Faustina. Tú pediste el pollo a la parmesana, yo la lubina, pero estaba demasiado hecha. ¿Te gusta el vino?
-¿Sí?
-Bien, entonces bebimos algún vino italiano que no recuerdas.
-Chuck…
-Luego me fui a una reunión y te acerqué en la limusina hasta el Metropolitan, porque querías ver la exposición de William Kentridge.
-Chuck.
-Cállate -le espeta, y consigue sonar agresivo sin levantar la voz-. Durante la comida hablamos de lo mucho que echo de menos a Blair. Puedes decirle que se me humedecieron los ojos cuando dije que estaba mejor sola, porque se merece a alguien mejor que yo -dice con indiferencia antes de acabarse su café-. Confío en que puedas inventarte el resto.
-Chuck, no voy a hacer eso.
-Para eso has venido, ¿no? Es lo que necesita oír.
-¿Pero es la verdad?
-Obviamente no, porque no pienso llevarte a comer a ningún sitio -replica casi divertido.
-Me refiero a lo de Blair.
-¿Qué te hace pensar que voy a hablar contigo de Blair?
-Creo que ya lo has hecho. Creo que todo eso que me has dicho era la verdad.
-¿Estás psicoanalizándome? -se ríe-. Espero que aceptes cheques, porque creo que no llevo suelto.
-Estoy tratando de tener una conversación contigo. No quiero que me cuentes nada, sólo que sepas que puedes hacerlo si lo necesitas -le asegura Dan, tratando de sonar lo más comprensivo posible.
-Qué considerado por tu parte -se burla.
-Tómatelo en serio.
-Humphrey, me parece que eres tú el que no se lo toma en serio. Esto no es una oportunidad para que le demuestres a todo el mundo el grandísimo ser humano que eres. Esto es mi vida. Y no voy a compartir contigo detalles de mi vida porque no sé quién coño eres. Es la primera vez que hablo contigo en dos años.
-No estoy intentando… -suspira con hastío y se levanta del sofá sin preámbulos-. Ni siquiera sé qué hago aquí, en qué universo bizarro esto parecía una buena idea. Supongo que pensé que incluso tú merecías tener alguien con quién hablar, porque has pasado por mucha mierda últimamente -dice, riendo cínicamente-. Disculpa si mi gesto no es suficientemente egoísta para tu gusto, pero hay gente en este mundo que no sólo busca su propio interés, y puede que no te viniera mal juntarte con alguno de nosotros. Así a lo mejor se te pegaba algo, joder. -Dan se planta frente a la puerta en tres pasos furiosos-. De verdad, siento mucho que mi sincera muestra de interés haya interrumpido tu festival de autocompasión. No volverá a pasar, te lo aseguro.
-Bájate de tu pedestal -masculla Chuck-. No necesito caridad.
-Vete a la mierda -y cierra de un portazo.
Se queda en el pasillo un momento, tratando de asimilar. ¿Por qué sigue sorprendiéndose cuando Chuck se comporta como… bueno, como Chuck Bass? Dan sigue convenciéndose de que va a cambiar, de que algún día se abriría a él, como hizo aquella noche en la comisaría, y después de eso podrían llegar a ser amigos. Hace años que ha dejado de fantasear con que sean algo más, pero ya hasta la amistad parece algo impracticable con él.
Sabe que probablemente tiene cámaras en el hotel hasta entre los centros de flores, así que espera a salir a la calle para mandarle un mensaje a Vanessa.
Odio mi vida.
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Las semanas pasan y nada cambia demasiado. Llegan los exámenes finales y, aunque está convencido de que van a ser un desastre, como siempre consigue acabar en la lista de los mejores alumnos. Vanessa aprueba todo lo que tiene que aprobar sin esforzarse demasiado en las cosas que no le interesan, como ha hecho siempre, y las vacaciones se presentan maravillosas. Dan va a pasárselas escribiendo, escribiendo y escribiendo, y no se irá a los Hamptons ni por todo el oro del mundo.
-Eso es muy dulce por tu parte -dice David sonriendo, apoyando los codos en la encimera.
Dan prueba su última receta, un pastel de coco y chocolate con otras diez cosas que ni siquiera recuerda.
-No, esta tarta sí que es dulce.
-¿Demasiado? -Dan frunce los labios como toda contestación. -Mierda. No sé qué me pasa.
-Tampoco está tan mal -dice, tratando de arreglarlo y sin soltar el plato que David quiere arrebatarle de las manos, probablemente para lanzarlo contra alguna pared-. Es mucho mejor que cualquier cosa que yo pudiera haber hecho. David. ¡Para!
Él deja caer los brazos, rendido.
-Estoy así desde que empecé con los exámenes. No he horneado nada en un mes. Creo que he olvidado cómo se hace.
-No lo has olvidado. Sólo tienes un bloqueo de cocinero.
-Chef -le corrige a media voz.
-Perdona.
-Y no es un bloqueo. Es esta puta carrera. Cuatro años estudiando Políticas, y ahora otros tres de Derecho… Llevo uno y ya quiero pegarme un tiro. Y además tengo que pasarme el verano poniendo cafés en un bufete lleno de soplapollas -suspira profundamente y se sienta en la banqueta al lado de Dan-. Si en vez de perder el tiempo en la Universidad hubiera ido al Culinary Institute of America ya tendría un maldito premio James Beard. Bueno, puede que no, pero a lo mejor una nominación.
-He dejado de saber de qué hablas hace un buen rato.
-Da igual, lo que quiero decir es que es muy dulce que vayas a quedarte en Manhattan mientras estoy con esta mierda de trabajo de becario. Iba a proponerte que nos fuéramos unos días a algún sitio, pero no tengo ni el dinero ni el tiempo. Y no sé si llevar tres meses juntos es suficiente para planear vacaciones.
-Uhm… no sé -contesta, tratando de deshacer el nudo en su garganta-. Eres mi primer novio en época estival.
-Soy tu primero en muchas cosas.
-No tantas como te gustaría -replica Dan, tratando de sonar travieso.
-Suficientes. ¿Pedimos una pizza? No me apetece hacer la cena.
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Lleva comprobando el twitter compulsivamente, mirando artículos aleatorios en la wikipedia y mandando mails estúpidos a Vanessa desde hace tres horas, todo para evitar volver a la escena que trata de escribir desde hace dos días. Ha llegado al punto en el que el protagonista tiene que tomar una decisión que cambiará radicalmente el curso de la novela, que hará que gire sobre su propio eje para nunca volver a ser la misma y, como le pasa con todo en la vida, está aterrado de dar ese paso.
¿Sabes que la palabra 'angst' no tiene rima en inglés?
Estoy tan aburrido que podría sacarme los ojos.
Vuelve de Vermont YA.
Envía el mensaje y cierra la pantalla del portátil de un golpe, decidido a hacer algo con su vida. David está en el bufete, pero podría llamar a Nate e ir a dar unos toques con él al parque, aunque con ese calor podrían morirse.
Cuando se decide a ir a buscar su teléfono bajo la montaña de papeles en su escritorio, suena el timbre. Dan va a abrir la puerta con la esperanza de que sea su padre y venga acompañado de gofres.
-¿Sí? -pregunta sin gran interés, con el telefonillo sujeto entre el hombro y la oreja. Hay un largo silencio-. ¿Ho…?
-Soy Chuck.
Dan se queda tan paralizado que se olvida hasta de respirar.
-Hola -titubea.
-Hola, Daniel.
-¿Qué…? ¿Qué tal?
-Bien, gracias.
-Me alegro.
-¿Podemos tener esta conversación en tu casa?
-Sí, claro -contesta sin pensar-. Pasa. Está abierto.
Antes de darse cuenta ya está mirándose al espejo y asegurándose de que nada está demasiado fuera de lugar ni hay ropa sin planchar sobre el sofá ni platos sucios en el suelo de su habitación. Se le hace eterno el tiempo que tarda Chuck en asomarse por la puerta del loft, y cuando lo hace ya se ha cansado de fingir naturalidad y está parado en medio del salón como un idiota.
-Hola -repite.
-He traído comida china y Halo.
-¿Qué?
-Es un videojuego.
Oh. Mmm… no tengo consola.
-Es una suerte que yo haya traído la mía, entonces -replica, y junto a él aparece su chófer con una gran caja blanca.
-Oh -vuelve a decir Dan.
-Gracias, Arthur -le despide, y cierra la puerta tras él. Es admirable la capacidad que tiene Chuck para hacer que todo parezca casual, como si hubiera estado por el barrio y se le hubiera ocurrido pasar a saludarle sin darle más importancia.
-Chuck, ¿qué haces aquí?
-Jugar a esto solo no es demasiado divertido.
-Me refería a… -no se atreve a terminar la frase, porque Chuck le mira con ese gesto que viene a decir “los dos sabemos por qué he venido, no me hagas decirlo en voz alta”-. Tengo una coordinación ojo-mano pésima -dice en cambio.
-Podré soportarlo.
Dan le coge la bolsa de comida de las manos y busca platos y cubiertos mientras él conecta cables en la tele de los Humphrey.
-¿Tenedor o palillos? -pregunta desde la cocina, aún un poco desubicado.
-Palillos -contesta Chuck, como si la duda ofendiera. Para Dan es la respuesta acertada, y de repente sabe que no puede salir demasiado mal.
Mientras comen Chuck le explica a grandes rasgos el funcionamiento del juego, y Dan con lo único que se queda es con que tiene que liarse a pegar tiros como si no hubiera un mañana.
-Nate y yo formábamos un gran equipo de Halo. Él siempre era el gilipollas que se arriesgaba demasiado, y yo cubría su espalda.
Dan no dice nada. No necesita decir nada cuando está cerca de Chuck, porque él siempre dice tantas cosas en sus frases secas y sus silencios sutiles que, por una vez, le sobran las palabras. Sabe que él será el acojonado que se esconde tras una roca y espera a que todo acabe.
Resulta que no se le da tan mal como había esperado, pero aún así es bastante horrible. Chuck no dice gran cosa. Ni siquiera parece importarle ganar o perder. Parece menos miserable que la última vez que le vio, y eso para Dan es suficiente.
-Así que… -dice tentativamente después de que le maten por enésima vez-. ¿Esto es todo?
-Si sobrevivieras más de tres minutos…
-No -le interrumpe-, quiero decir que si esto es todo para lo que has venido a mi casa.
Chuck deja el mando en la mesa y le mira.
-Ya empezamos.
-He comido pollo con almendras y he hecho el ridículo al Halo. Ahora me toca a mí -dice, y suena como un niño pequeño que se ha cansado de las canicas y quiere jugar al pilla-pilla.
-No he venido aquí a que me juzgues.
-No voy a hacerlo -asegura.
-Es lo único que sabes hacer.
-Lo dices como si me conocieras.
Chuck suspira y se reclina en el sofá como si le perteneciera.
-No quiero hablar de Blair.
-¿Qué te hace pensar que yo sí?
Vuelve a coger el mando de la Xbox y el sonido de disparos empieza de nuevo. Dan se levanta a recoger platos y vasos y trae dos botellines nuevos de cerveza, y simplemente espera a que Chuck se decida a decir algo. Puede ver las palabras agolpándose en su garganta, que sólo necesitan un pequeño empujón para salir a trompicones.
Se acerca al iPod que tiene conectado al equipo de música de su padre y, como no está seguro de qué poner, lo deja en aleatorio, sonando muy bajito de fondo.
-Dan, ¿este tipo con el que sales…?
-Se llama David.
-¿Daniel y David? ¿Dave y Danny?
-No me llames Danny -dice sin ponerle mucho entusiasmo, volviendo a sentarse en el sofá a su lado.
-¿De qué le conoces?
-¿De verdad quieres hablar de esto? -Chuck se encoge de hombros, como si ese tema fuera tan válido como cualquier otro. Dan cede. -De la Universidad.
-¿También escribe?
-No, él… Le conocí en la Biblioteca -contesta, sin saber exactamente a dónde está tratando de llegar. Puede que a ningún sitio-. Ha empezado Derecho este año.
-Vaya. Así que tiene… ¿veintidós años?
-Veintitrés, de hecho.
-Ya veo -dice, y sonríe crípticamente.
-¿Qué se supone que significa eso?
Chuck niega con la cabeza, y Dan tiene que insistir para que lo suelte.
-Me resulta curioso que alguien de veintitrés que estudia Derecho se interese por ti, eso es todo.
-Vaya, gracias -ironiza, dando un trago a su cerveza.
-Sólo estoy tratando de entender qué ve en ti la gente, con tu actitud de autoridad moral y tu pedantería y tu sarcasmo.
-Tú tampoco eres un dechado de virtudes.
-No he dicho eso -replica, sin apartar la vista de la pantalla-. Pero tienes que reconocer que tienes algunas cualidades muy irritantes, y tengo curiosidad por saber con qué las suples.
-Esto es algún tipo de… ¿Quieres saber lo que hace la gente normal para tener relaciones funcionales? -pregunta Dan con sincera curiosidad.
-No trates de ver subtexto donde no lo hay, Humphrey.
-No, si lo entiendo. Me consideras una persona horrible y no entiendes por qué…
-Dan, no te considero nada -replica, mirándole por fin-. Me da igual. Sólo quiero saber por qué le gustas a la gente. Por qué mis amigos ahora son tus amigos y mi novia ahora llora en tu hombro.
-Eso no es así. No he hablado con Blair desde…
-Sólo contéstame, ¿vale? -le interrumpe.
-No lo sé -reconoce Dan, cansado-. Procuro ser buena persona. Hago lo que está en mi mano para que la gente a mi alrededor sea todo lo feliz que pueda. Lo normal.
-Suena agotador.
-Es bastante egoísta. Sólo lo hago porque me hace sentir bien. La felicidad ajena me hace muy feliz a mí, ¿sabes? Soy muy empático. -Chuck chasquea la lengua. -Aunque creo que al final sólo me soportan porque soy gracioso y bueno jugando al Trivial -bromea-. Y ocupo poco sitio. Eso dice David.
-Probablemente también eres bueno en la cama -añade casualmente.
-¿Qué? -dice Dan atragantándose con la cerveza. El corazón acaba de saltarle en el pecho.
-Se te ve en la cara. ¿Es esa Maria Callas? -Chuck pausa su juego y guarda silencio, y Dan tarda un momento en darse cuenta de que habla de la música que está sonando.
-Sí, creo que sí -contesta, pero realmente no tiene ni idea.
Los dos escuchan en silencio, aunque Dan está más pendiente de Chuck que de lo que oye. No sabría reconocer el aria (en ese momento no sabría reconocer nada), pero parece que Chuck sí. Tiene la cabeza gacha y, de vez en cuando, cuando alcanza una nota muy alta o una parte especialmente complicada, cierra los ojos y tensa la mandíbula, como si esperara que fallara.
-Maria Callas siempre me recordó a mi madre -dice en apenas un murmullo-. En la única foto que tengo de ella, se parece. Tiene esa cara de mujer inteligente, con clase, con mala hostia. Me gusta pensar en ella así. O en quien quiera que sea esa de la foto. Puede que viniera con el marco, y mi padre decidiera que daba el pego.
Dan traga saliva lentamente, sin atreverse a mover un dedo por si estropea el raro momento que se ha creado. Durante lo que parece mucho tiempo, no pasa nada. Chuck está ahí como en stand-by, y casi le puede oír pensar en un millón de cosas en una décima de segundo. Tiene ese gesto de “no sé por qué quiero hablarte de esto, y sé que no debería, pero lo haré de todas maneras”. No es la primera vez que lo ve.
-Mi padre me contó que tuvo un accidente estando embarazada de mí. De coche, como Grace Kelly -empieza a decir lentamente-. Fue un accidente importante, en una carretera secundaria al norte del estado. Ella acabó perdiendo mucha sangre y, bueno, los dos no podíamos sobrevivir del mismo cuerpo. O la salvaban a ella o me salvaban a mí. En todas las series de médicos hay algún capítulo así.
Él asiente, animándole a continuar, pero Chuck ni siquiera le está mirando.
-Bart estaba de viaje, y cuando consiguió llegar aquí ella ya había tomado una decisión. -Habla con indiferencia, como si no fuera de su propia vida, como si no se atreviera a hacerlo más personal. -Siempre pensé que mi padre estaba tan enamorado de ella que no pudo superarlo. Le daba la excusa perfecta para ser un hijo de puta conmigo.
Dan no sabe si se espera de él que diga algo. No tiene nada que decir, o tiene tantas cosas que no sabe por dónde empezar. Podría abrazarle, igual que deseó hacerlo esa noche en el calabozo cuando le contó la versión resumida y resentida de la misma historia.
-Tendría que haber supuesto que lo que me contó Elizabeth era mentira cuando dijo que mi padre me quiso en cuanto me vio -dice secamente, y por primera vez suena sincero y dolido y humano-. Si quieres a alguien no le destrozas la vida de esta manera. -Chuck coge su botellín de cerveza y vacía la mitad de un trago. -¿Tienes algo más fuerte?
-No -miente Dan.
Chuck resopla y vuelve a clavar la mirada en la pantalla.
-Mi madre me gustaba mucho más cuando sabía que estaba muerta -dice, y a Dan se le encoge el estómago de pena-. Me imaginaba que mis padres habían tenido unos cuantos años felices antes de que yo naciera. Si ella es realmente mi madre significa que Bart nunca fue feliz con nadie.
-Pero eso no quiere decir…
-Estoy cansado de oír que no soy mi padre -le corta, y realmente parece cansado-. No soy él, pero estoy cometiendo sus mismos errores, una y otra vez. No soy mi padre, pero me parezco lo suficiente. Y puede que eso no sea malo. Fue uno de los hombres más importantes de la capital del mundo, fue un tipo con éxito. ¿Qué más da que estuviera solo?
Dan tiene que morderse el interior de las mejillas para contener las lágrimas. Le gustaría que Chuck viera todas esas cosas que Dan ve en él, todo lo que significa esa determinación y esas ganas de ser mejor y más duro y más grande que nadie. Y su miedo a no serlo. A perderlo, a perderse. Que viera que sus defectos sólo le hacen más fuerte y más humano, y que cuando es humano es tan hermoso que casi no lo parece. Le gustaría que supiera que Chuck Bass sólo es un nombre, y que debajo de él está todo lo que a Dan le gusta. Todo ese humor negro, esa inteligencia punzante, su instinto de supervivencia y su lealtad a sí mismo, fruto de una infancia en pedazos. Le gustaría que viera todas esas cosas que ni siquiera Dan entiende, esa especie de grandeza que parece destilar.
-Debería irme.
-No. Quédate -dice, un poco demasiado necesitado, y se da cuenta tarde de que le ha puesto una mano en el antebrazo. La canción ha cambiado, y Maria Callas ha dado paso a algo vagamente folk, y Chuck parece avergonzado. Cuando Dan se prepara para disculparse porque su cuerpo piensa antes que su cabeza, la estridente melodía de su teléfono le interrumpe.
No sabe si está aliviado o molesto por que hayan roto el momento, porque él llevaba la camisa arremangada hasta los codos y ha tocado su piel. Ha sido un momento fugaz, además de una muy mala idea, pero ha sentido la calidez de su piel, ha notado su carne amoldándose a la ligera presión de sus dedos, y los músculos tensándose con la incomodidad de ser tocado de improviso. Y porque probablemente la última vez que tocó a Chuck fue para darle un puñetazo. Y porque le habría gustado besarle.
Dan se levanta sin volver a mirarle siquiera, y encuentra su teléfono.
-¿Sí? -dice al descolgarlo, y le contesta la voz entusiasta de David.
-Hola.
-Hey.
-¿Estás haciendo algo?
-Mmm… jugando al Halo -dice Dan, y no es exactamente mentira.
-¿Te apetece ir a comer a algún sitio?
-Ya he comido -replica con tono de disculpa, y mira a Chuck, que está abrochándose los puños de la camisa y buscando su cárdigan, y sabe que es inevitable que se marche. Va a marcharse y lo único que va a recordar es que el primer intento de conectar con otro ser humano en meses ha sido un fracaso absoluto.
-Vaya, ¿puedo ofrecerte algo dulce? -Oye que le sugiere David, y Dan no sabe si se refiere al postre o a sexo, pero honestamente prefiere que sea lo primero, porque si es lo segundo sólo podrá pensar en Chuck mientras lo hacen, y odia cuando le pasa eso.
-Espera un segundo -replica, y tapa el auricular con una mano-. Chuck, no tienes por qué irte.
-Tengo cosas que hacer. Volveré otro día y trabajaremos en tus habilidades con las armas automáticas -dice, señalando la Xbox que sigue conectada a su tele-. Nos vemos.
Dan espera hasta que Chuck ha cerrado la puerta tras de sí para contestar a su novio.
-Algo dulce suena bien.
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El tiempo pasa rápido en verano. David pasa casi todas las noches en su casa, y su vida está llena de cotidianeidad y rutina y cosas pequeñas, y es maravilloso. Le encanta sentirse como una mujer florero cuando él se marcha al bufete y le deja desnudo en la cama recién follado, con su sabor aún en la boca y sin más planes para todo el día que escribir unas páginas y quedar a tomar cafés con Vanessa o ir al cine con Serena o a jugar al fútbol con Nate. También sigue viendo a Chuck, de vez en cuando y sin avisar. Aparece en su casa y entra sin llamar, o le manda un mensaje con una hora y un lugar, sin preguntar siquiera si le viene bien. Dan siempre acude.
Suelen jugar a videojuegos y comer cosas sacadas de cajas de cartón, y con el tiempo Dan acaba mejorando. No hablan de cosas demasiado personales, Chuck se encarga de ello. Dan tampoco lo intenta, porque nunca ha sido de esos que presionan a la gente para que hable. Cree en las historias contadas poco a poco y sin querer, en los pequeños detalles con los que va quedándose cada vez que Chuck le lleva a un sitio y dice ‘aquí me fumé mi primer porro con Nate’, y se fuman uno juntos, o cuando acaban como por casualidad en una tienda de discos antiguos y le obliga a comprarse un vinilo de Fleetwood Mac que él acaba pagando. Chuck le sorprende así a veces, dejándole entrar en su vida milímetro a milímetro, y Dan atesora cada uno de ellos.
Le gusta estar cerca de él. Le gusta decir algo gracioso o estúpido o cruel y pillarle desprevenido, y que no pueda evitar una sonrisa de esas que le suben hasta los ojos. Le gusta observarle cuando cree que nadie le mira y se atreve a bajar las defensas. Le gusta darse cuenta cuando repite de camisa, y que siempre parezca nueva. A veces se siente culpable cuando David vuelve a casa y le besa y le pregunta qué ha hecho en todo el día, porque Dan contesta “nada, sólo he estado un rato con Chuck”, y él no le da más importancia. Se da cuenta de que una mirada de Chuck empieza a parecerle algo mucho más íntimo que cuando David le abraza desnudo en la cama. Y sabe que está siendo injusto con él, pero no es capaz de dejar de hacerlo.
Una tarde está tumbado junto a Nate en la hierba en Central Park. Hace demasiado calor para jugar al rugby como tenían planeado, así que simplemente están descansando a la sombra de un gran árbol.
-¿Cómo van las cosas con David?
-Bien -contesta Dan desganado-. ¿Y con Serena?
-Bien -dice Nate, y probablemente los dos están simplificando la realidad, pero eso es lo bueno de hablar con Nate, que todo es simple y fácil-. Ya conoces a Serena.
Él sólo asiente con la cabeza.
-¿Qué tal está Chuck? -pregunta tras un momento, como si supiera que no debería hacerlo.
-Bien. Te echa de menos.
-¿Te lo ha dicho él? -indaga, apoyándose sobre un codo para mirar a Dan.
Él se ríe.
-Claro que no.
-¿Crees que debería perdonarle?
-No creo que tengas nada que perdonarle -replica-. Lo que hizo no te lo hizo a ti. Tienes que averiguar si el Chuck en el que se convirtió al hacerlo sigue siendo una persona de la que quieres rodearte. -Nate parece confuso, así que Dan trata de explicarse mejor. -Fuiste su mejor amigo toda su adolescencia. Estoy seguro de que hizo cosas muy jodidas en ese tiempo. Estamos hablando del tipo que desvirgó a tu novia en una limusina.
-Serena dice…
-Serena siempre va a estar de parte de Blair, y Blair no le va a perdonar. Y si lo hace es que es seriamente gilipollas.
Y así es como consigue que Nate llame a Chuck, y no tardan ni una hora en volver a ser los de siempre, con Nate metiéndose en líos y Chuck sacándole de ellos, con Chuck cometiendo errores y Nate no juzgándole. Son buenos el uno para el otro, y para Dan es suficiente con saber que ha sido de ayuda.
Un día recibe una llamada, y aunque el nombre en su pantalla es “Chuck - Hotel”, el que habla es Nate.
-¿Por qué no te vienes y echamos una partida al Left 4 Dead?
-Porque soy un incompetente con los videojuegos.
-Chuck dice que ya no eres tan malo.
-¿Estás con Chuck?
-Sí.
-¿Y él está… de acuerdo con que me llames?
-Dan, tío…
-Sí -oye a Chuck decir de fondo, y suena como si simplemente hubiera oído la conversación por error, aunque sabe que no es así.
-No te hagas de rogar -añade Nate.
Y una hora más tarde está allí. Chuck le ofrece una cerveza según entra por la puerta, sin dirigirle una palabra, y Nate le llama desde el cuarto de estar y le pasa un porro a medio fumar. Dan acepta porque la situación es incomodísima de repente.
Hay un sofá enorme frente a la televisión, también enorme, y le parece imposible decidir dónde debería sentarse. ¿Debería ir Chuck en el centro? Dan quiere tener a Nate cerca, porque siempre es fácil apoyarse en él, pero siempre se ha sentado a la izquierda de Chuck para jugar a la consola, y esa es una costumbre que le gustaría mantener, porque ese perfil suyo es perfecto. No quiere tener que elegir al lado de quién sentarse, pero tampoco quiere estar él en el centro, porque le gusta pegar las rodillas contra el pecho y hacerse pequeño en una esquina del sofá. De repente lo único que quiere es no estar allí, porque es demasiado complicado. Él es amigo de Nate, y es algo de Chuck, y ha aprendido a sentirse cómodo con los dos por separado. Juntos, no tanto. Sólo con mirar a Chuck sabe que él tampoco. Está con todas las defensas armadas, y aunque es perfectamente cordial, no es la persona a la que Dan se ha acostumbrado en los últimos meses.
Nate es tan naïve que ni siquiera se da cuenta, pero la tensión es insoportable. Él se sienta en la alfombra y dice que necesita nachos con queso. Chuck hace que el servicio de habitaciones los suba antes de que cargue la pantalla de inicio del videojuego.
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[Parte 2 y final -->]