[<-- Parte 1] ---
Es sábado, y Dan lleva toda la mañana en la cama, porque David no tiene que trabajar. Le gusta la calma que se respira los fines de semana con él, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Duermen hasta tarde, y a mediodía él se levanta y cocina algo, una de esas recetas que tardan horas, y Dan se revuelca entre las sábanas que huelen a él.
-Ven a probar esto -le dice desde la cocina, y Dan tarda un rato en levantarse de la cama y rescatar los pantalones de pijama del suelo. Toda la casa huele a mantequilla dorada y a canela. Está cocinando sólo con sus pantalones vaqueros, y él se le acerca por detrás y le besa en el cuello.
-¿Qué has hecho? -pregunta, mirando por encima de su hombro la fuente que acaba de sacar del horno.
-Tarta Tatin. Tarta de manzana caramelizada al revés -aclara-. Y nata montada.
-Mmm…
-Ahora te la doy a probar. Siéntate -le pide, y Dan se impulsa con sus brazos para elevarse hasta el lado de la encimera que hace de barra, y le observa desde allí, con los pies colgando a unos palmos del suelo. A Dan le gusta observar a la gente, sobre todo mientras hacen algo que les gusta o se le da bien o que Dan no tiene ni la menor idea de cómo hacer. Es fascinante la pasión que él dedica a montar nata o a darle la vuelta a la tarta al sacarla del molde, y el cuidado con el que la corta y la deja en el plato, como si fuera una valiosísima obra de arte, casi con adoración.
-Vale -dice, dándose la vuelta con el plato en la mano y un tenedor en la otra. Corta un pedacito y lo pasa por la nata. Dan abre el ángulo de sus piernas y le invita a colocarse entre ellas-. Ten cuidado, estará caliente.
David le acerca el tenedor como si fuera un niño pequeño, y Dan abre la boca muy despacio. Le gusta hacer eso, porque puede ver cómo él le imita sin querer, probablemente sin darse cuenta, y separa también los labios y su lengua se asoma húmeda y roja y lujuriosa.
La tarta está caliente y es dulce y ácida a la vez, y el caramelo, la mantequilla y la canela se derriten en su boca. Gime bajito, y es casi un ronroneo con el fondo de la garganta.
-Está bueno.
-¿Sí? -pregunta David, y puede ver el orgullo en sus ojos. Corta otro pedazo y se lo da.
La nata cremosa y densa y fría contrasta con el calor y la intensidad de las manzanas, y para el tercer bocado Dan ya tiene las manos alrededor de la cintura desnuda de David, y sus piernas se cierran en torno a sus mulsos y le atraen más contra él.
-Tendrías que hacer esto profesionalmente.
-Ya -dice, separando otro bocado.
-No, esto. Darme de comer -añade Dan, y le da un beso pequeño en los labios antes de volver a abrirlos para recibir otro trozo de tarta-. Dios -dice, y le besa otra vez, manchando su labio superior de nata para luego limpiarlo con la lengua. Oye el ruido del plato golpeando la encimera antes de sentir las manos de David en su cuerpo, una en su cintura y la otra en el cuello, atrayéndole hacia sí, dejándole en precario equilibrio sobre la barra. Dan tiene que agarrarse a él para no caerse. Sube las manos hasta sus hombros fuertes, y hace más estrecho el abrazo de sus piernas en torno a su cadera. David besa su cuello y sus clavículas y su pecho, y Dan baja las manos hasta el borde de sus vaqueros y cuela los dedos bajo la tela.
-No tengo tiempo, Dan -musita David.
-Uno rápido -suplica.
-Tengo que ir a comer con mis padres.
-Joder -se queja en un susurro, capturando su labio inferior entre los dientes un momento-. Te quiero dentro de mí. Ahora. Espero que pienses en eso mientras comes con tus padres.
-Vaya -oyen decir casualmente, y una puerta que se cierra. Dan se gira como en un acto reflejo para mirar quién es, y con sólo verle de refilón suelta una especie de aullido de terror y se encoge contra el pecho de David.
-¿Qué coño haces aquí, Chuck! -grita, y aunque queda amortiguado contra el cuerpo de David, está seguro de que lo ha oído.
-¿Interrumpo algo?
-¿A ti qué te parece!
-Vaya. Volveré en otro momento.
-¿Qué tal si pruebas a llamar a la puerta antes de entrar? Y tú deja de reírte -le dice a David dándole un golpe en el costado.
-No te preocupes -dice, y Dan supone que está hablando tanto con él como con Chuck-. De verdad tengo que irme.
-No te atrevas a dejarme así ahora, cabrón -dice entre dientes.
-Tranquilo -susurra contra su oído-, estaré pensando en ti durante toda la comida.
-No lo estás arreglando -susurra de vuelta, antes de que David se separe de él y vaya hacia la habitación a ponerse una camiseta.
Dan tarda un momento en recuperar la compostura y reunir fuerzas para bajar de la encimera y enfrentarse a Chuck.
-Siento la interrupción.
-No puedes hacerte una idea de lo mucho que te odio ahora mismo.
-Eres consciente de que no llevas camisa, ¿verdad?
-Que te den.
Chuck se ríe.
-Iba a decir algo tan soez que habría sido impropio hasta de mí.
-En serio -lloriquea, pasándose una mano por la cara con desesperación.
David sale de la habitación ya vestido y peinado y sonriente, y se acerca a Chuck.
-Encantado de conocerte, por fin -dice, y le ofrece su mano. Chuck la estrecha.
-Suficiente. No hables con él, David -aparece Dan por detrás y le arrastra hacia la puerta. Él se ríe, y es insoportable que tenga tan buen humor-. ¿Me llamas esta tarde?
-Claro -contesta, y Dan le da un casto beso en los labios, esperando que Chuck no tenga la poca vergüenza de estar mirando-. ¿Dan?
-¿Sí?
El estómago le cae hasta los pies, y las palabras se le congelan en la garganta. Lo va a decir.
-Te quiero.
No es como si fuera una sorpresa, porque sabe que David le quiere desde hace tiempo. Se lo ve en la cara, en la manera en la que le mira y le besa y sonríe sin venir a cuento. Pero oírlo con todas sus letras y en voz alta de repente da mucho miedo.
-Yo…
-No digas nada -le frena, poniéndole una mano en el pecho, y sonríe con calidez-. Ya lo harás. No tengo prisa.
David le vuelve a besar, y Dan siente la necesidad de que sea el mejor beso del mundo, porque aunque esté asustado, una buena parte de él se alegra de que le quiera. Es reconfortante.
Se separa como si odiara tener que hacerlo, como si no quisiera separarse nunca de él.
-Me voy. Sé bueno -dice, mordiéndose el labio-. Y vístete, anda. No quiero tener que estar celoso de Chuck.
Dan se despide y no cierra la puerta hasta que ve a David bajar dos pisos de escaleras a saltos. Se apoya contra la vieja puerta de madera y suspira.
-Lo sabía -dice Chuck, que se ha sentado en el sofá, ha puesto los pies sobre la mesita de café y se ha agenciado un trozo de tarta de manzana.
-¿Qué cosa? -pregunta, sin prestarle mucha atención.
-Que eres el bottom. Siempre lo he sabido.
-Punto número uno, no siempre lo soy. Punto número dos, ¿a ti qué coño te importa? -ladra, mientras entra a su habitación a buscar una camiseta.
-Bueno, yo soy top exclusivo -dice Chuck como quien no quiere la cosa-. Nunca le he encontrado la gracia…
-Obvia… -le interrumpe, antes de caer en la cuenta. Asoma la cabeza por la puerta y le mira con los ojos como platos-. ¿Quieres decir con hombres?
-Sí.
-¡Chuck! No puedes soltarme esta bomba en este momento. No puedo alucinar todo lo que debería.
-Lo sabe todo el mundo.
-¿Qué?
-Que me acuesto con hombres. Lo sabe todo el mundo.
-Chuck, en serio, ahora no -suplica lastimosamente-. O sea, David acaba de decirme que me quiere.
-¿Y eso es malo?
-Para empezar -dice, mientras se pone una camiseta azul que no recuerda si está limpia-, me ha dicho que me quiere -repite, como si fuera la peor ofensa del mundo.
-Pareces bastante querible. ¿Cuál es el problema? -pregunta él con indiferencia.
-Espera un momento, ¿qué? -exclama-. Hace no tanto tiempo no sabías ni por qué caigo bien a la gente, ¿y ahora me llamas querible? Ni siquiera creo que esa sea una palabra de verdad.
-Eres poco complicado.
-Y eso me hace querible.
-Para el público adecuado, asumo que sí -replica, encogiéndose ligeramente de hombros.
-Lo que sea -replica-. Me ha dicho que no necesita que yo se lo diga porque, yo que sé, ¿da por supuesto que yo no le quiero?
-Ya veo.
-Y, bueno, ese es otra señal de que debería quererle, ¿no? ¿Chuck?
-Comprenderás que estos temas no sean mi fuerte. Vanessa sería una persona más receptiva.
-Pero Vanessa no está aquí. Y tú sí.
-Esta tarta está realmente buena.
-Oh, Dios mío, me va a dar algo -masculla, masajeándose el puente de la nariz.
-Daniel, ¿qué quieres que te diga? Tienes suerte de que David sea una persona que entiende que el amor no se mueve para todo el mundo a la misma velocidad. No necesita que se lo digas porque sabe que, cuando te des cuenta de que le quieres, se lo dirás. Yo ni siquiera te conozco demasiado, y sé qué eres ese tipo irritante de persona que no se saca esas palabras de la boca.
-Es que es eso, yo soy de los que dicen 'te quiero' hasta al cartero. ¿Y por qué a él no? -se lamenta, dejándose caer en el sofá-. Me gusta estar con él, y me gusta la persona que soy cuando estoy con él y, sinceramente, el sexo es la hostia, pero eso es todo. ¿Y si sólo quiero que sea mi mejor amigo… con beneficios? ¿Y si no puedo quererle como él me quiere a mí?
-Él parece buen tío, aunque tenga un tatuaje de una cupcake rosa en el antebrazo -dice, completamente en serio-. Aprenderás a hacerlo con el tiempo.
-No se puede aprender a querer.
-Claro que sí. Es inevitable, es cuestión de tiempo y de auto-persuasión. Querer a alguien no tiene mérito. Puedes hacerlo sin conocerle siquiera.
-Eres un romántico -ironiza.
-Déjame acabar -le frena-. Estar enamorado, en cambio, tiene mucho más valor. Seguir enamorado día a día, incluso cuando odias tanto a esa persona que podrías matarla, es lo que de verdad merece la pena decirse como si fuera ese gran acontecimiento en una relación. Pero lo bueno es que ni siquiera hay necesidad de hacerlo.
-Wow. Eso es bastante… -Chuck mira hacia otro lado y le quita importancia con un gesto de la mano. -No estoy muy de acuerdo, pero es bastante profundo. Eres un romántico -repite, pero esta vez está convencido de que es verdad.
-Lo cierto es que no -responde él secamente.
Dan le observa juguetear con un hilo suelto de la tapicería del sofá, y sabe que es ahora o nunca. Está cansado de dar vueltas, de evitar el tema aunque le queme en la lengua.
-¿Sigues enamorado de Blair?
Chuck se ríe con cinismo.
-No creo que las malas personas puedan enamorarse.
-¿Qué clase de respuesta es esa?
-Es una respuesta perfectamente clara -replica él.
-Pero yo no creo que seas una mala persona. Sólo… una persona sin escrúpulos en una mala circunstancia.
Chuck suspira con cansancio y sonríe enigmáticamente. Es una sonrisa un poco triste.
-Me has perdonado cosas que ni yo mismo me he perdonado aún.
-Ya se lo dije a Nate, la única que tiene que perdonarte es Blair, y no creo que lo vaya a hacer. Y tú tampoco lo harás nunca -dice, sin poder evitar sonar un poco pedante-. Ni él, ni mucho menos yo, somos quién para juzgar.
-¿Desde cuando Dan Humphrey no es quién para juzgar cualquier cosa?
-Ya, yo también estoy sorprendido -se ríe, y consigue aliviar la tensión un momento. Chuck mira su reloj y parece considerar algo.
-¿Has comido? Conozco un italiano muy bueno por aquí cerca.
-¿En Brooklyn?
-Qué puedo decir, os estáis civilizando -se burla.
-¿Te importa si me doy antes una ducha?
-Celebraré que dejes de oler a él.
-Oh, cállate, David huele genial -contesta casi riendo.
Se da una ducha tan rápida que ni siquiera da tiempo a que la caldera caliente el agua, pero el frío le viene bien, le despeja la cabeza y le borra los últimos rastros del calentón de antes con David. Mientras se enjabona hace una lista mental de todas las razones por las que debería de querer a David: por su risa contagiosa, por su lunar, porque le hace reír, porque le hace gritar, porque es bueno e inteligente y tiene las manos grandes y suaves y del tamaño perfecto para agarrar su culo. La lista podría seguir durante días, pero nunca llegaría a superar la de 'razones por las que no puedo querer a David', que sólo cuenta con un elemento.
No me hace sentir las mariposas en el estómago que siento con Chuck.
Mariposas en el estómago, el peor de los lugares comunes, el más manido de los clichés. Pero es cierto. No puede evitar sentir ese aleteo cada vez que él se acerca demasiado. Ya no es como en sus años de adolescencia, un zumbido constante detrás de su ombligo. Ahora es más raro pero más intenso. Como aquella vez que se inclinó casualmente junto a él y llegó a olerle el pelo, o cuando sus dedos se rozan ligeramente al pasarse algo, o cuando se acerca a él por la espalda y le susurra su nombre al oído. En momentos como ese, Dan juraría que algo invisible agarra su estómago y lo saca de su cuerpo con un zarpazo. No son mariposas, es una maldita bandada de cuervos destrozándole por dentro.
Se pone unos vaqueros y una camiseta blanca, y ni siquiera se molesta en secarse un poco el pelo con una toalla. Hace demasiado calor en la calle, de todas maneras.
-¿No odias la ciudad en verano? -pregunta Chuck cuando dejan el loft. La limusina se ha quedado aparcada en la calle de Dan, y caminan hombro con hombro por las calles abrasadoras.
-La verdad es que no la odio nunca -contesta sonriendo, aunque el calor le abofetee en la cara con cada paso que da-. ¿Por qué no te vas a los Hamptons?
-Los Hamptons son de Blair. Como todas las zonas buenas. Lo menos que puedo hacer es dejar que se las quede.
-¿Y a ti qué te ha tocado en el reparto?
-Además del hotel, tengo Queens, Staten Island y Brooklyn, y el Upper East Side sólo los días impares.
-En los días pares estoy de suerte, entonces.
-No subestimes el encanto de Queens, Humphrey -contesta con media sonrisa.
Caminan en silencio durante tres manzanas, y es un silencio perfecto. Le gusta la sensación de ir junto a él por la calle, y le gusta la manera en la que les miran. Sólo puede imaginar el efecto que producen, él con sus vaqueros de segunda mano comprados en Canal St. y Chuck con su traje de verano de color azul tinta.
Chuck se para frente a un restaurante en el que Dan nunca ha reparado antes, pese a estar en su barrio. Tiene ese aspecto de negocio familiar antiguo, que lleva cincuenta años usando los mismos manteles a cuadros rojos y blancos.
Chuck le sujeta la puerta para que pase, y desde dentro les saluda un italiano de protuberante barriga, que le da a Chuck unas palmadas en el hombro, como si se conocieran de toda la vida. Parece un lugar tan impropio de Chuck que Dan no se lo habría creído de no haberlo visto.
-No te he llegado a dar las gracias por haber hablado con Nate -dice Chuck mientras se dirigen a su mesa-. Espero que te guste la lasaña, es la especialidad de Fabio.
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Ha quedado a tomar algo con Nate, a no hacer nada en especial. Él tiene esa costumbre extraña de no hablar de sí mismo que Dan agradece cuando está saturado de los dramas de Jenny y Serena y su madre y hasta Rufus. Y de los suyos propios, porque Nate también tiene una capacidad inusitada para escuchar problemas durante horas. Nunca da grandes consejos, eso es cierto, pero él lo intenta lo mejor que puede.
Dan le ha hablado de cómo va su novela, del partido del Arsenal que pilló el otro día en la tele, del maratón de capítulos de Más Allá del Límite que se ha dado el fin de semana y de cualquier tontería que se le pasa por la cabeza. De todo menos de lo único que le preocupa realmente.
Nate lo nota, aunque tarde en echárselo en cara. Después de que Dan de vueltas durante más de una hora a temas insustanciales y le pregunte tres veces por Serena, Nate se harta.
-Vale, Dan. ¿Qué?
-¿Qué de qué?
-Que qué te pasa.
Dan bufa y se estira en la silla. Le crujen los huesos de la espalda.
-Tú siempre has estado enamorado de Serena, ¿no? -pregunta por fin.
-¿A qué viene esto?
-Has estado enamorado de ella pero has estado saliendo con otra gente.
-Supongo que sí -contesta Nate tentativamente.
-¿Y cómo vivías sabiendo que estabas con alguien a quien no podías querer como debieras, porque siempre tenías a otra persona en la cabeza?
-¿Te ha pedido Vanessa que hables conmigo?
-No. ¿Qué? No. Es… Son cosas mías.
Nate se inclina hacia él sobre la mesa y apoya la barbilla en la palma de su mano.
-Cuéntamelo y ya está, Dan. Estás deseándolo.
-Joder, tío. Da lo mismo -replica, dando un par de vueltas a su café con hielo.
-¿Tienes posibilidades con el otro? O la otra, lo que sea.
-Ninguna. Pero eso da igual. Quiero decir… a estas alturas, ponerle los cuernos a David no sería mucho peor que lo que he estado haciendo. Porque empecé a salir con él para olvidarme de… del otro, y ha sido aún peor. No me he acostado con nadie más, pero le he estado engañando todo este tiempo, ¿sabes? ¿Eso te pasaba a ti?
-La verdad es que no -contesta Nate, encogiéndose de hombros.
-Joder.
-Tienes dos opciones. O te olvidas del otro y tratas de que lo tuyo con David funcione, o vives el resto de tu vida esperando a que te haga caso.
-Cuando lo pones así parece tan sencillo…
-Es sencillo. Hay que sacarle partido a las cosas que te da la vida. Tienes un buen novio, que te haría feliz si le dejaras.
-Ya.
-¿Y qué más quieres?
-Quiero al otro.
-Querer cosas imposibles nunca ha servido de mucho.
-Ya -repite, y arruga la boca-. Pero lo tuyo con Serena ha acabado funcionando.
-Joder, Dan, tío, ¿qué quieres que te diga? No merece la pena cargarte una buena relación por algo que no tiene… no sé. Piensa en ello -dice, levantándose-. Tengo que ir al baño.
Típico de Nate.
-Yo me tengo que ir de todas maneras -replica, un poco descorazonado-. He quedado con mi padre. Hace diez minutos, de hecho.
-Vete -le dice, con un gesto de la mano como empujándole hacia la puerta-, ya pago yo.
-¿Hablamos mañana?
-Claro. Por cierto, tengo que preguntar -susurra confidencial, medio riendo-: ¿le conozco?
Dan piensa un momento, colgándose la cartera marrón al hombro.
-No. Creo que no le conoce nadie.
Nate sólo sonríe como lo hace él, aparentando más inocente de lo que es.
-Vale.
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Chuck se presenta en el loft a media tarde de un día cualquiera, con una película en una mano y una petaca en la otra.
-¿Has visto Rebecca?
-Hola a ti también -replica Dan cuando él se abre paso hacia el sofá. Ya ni siquiera se sorprende porque se haya presentado sin avisar-. No, no la he visto.
-Pues es una historia maravillosa.
-Me he leído el libro, si eso vale.
-No vale, Dan. Tienes que ver la película conmigo -insiste, dejándose caer sobre el sofá. Alguien que no le conociera tan bien como Dan no se daría cuenta de que está borracho, pero él lo sabe. Es esa manera en la que se mueve o habla, tan distinta de su elegancia habitual, como si por primera vez cada uno de sus movimientos no estuviera estudiado al milímetro. Da dos golpes a su lado en el sofá, invitándole a ocupar su sitio, y Dan obedece.
-¿Por qué has estado bebiendo?
-¿Por qué te gusto? -replica él, a bocajarro.
-¿Perdona?
-No hablo de gustar, sino de gustar. Llevo años dándole vueltas. No hay nada en mí que debiera gustarte, pero sin embargo…
-Chuck -musita, como suplicando.
-No intentes fingir que no. Lo sé desde siempre. Yo sólo me aprovecho de los que se dejan, y tú siempre estabas tan… dispuesto.
-Porque soy…
-Porque eres un estúpido, Daniel -le interrumpe.
-Sí, probablemente -reconoce él, evitando su mirada.
-Y eres inteligente y guapo y generoso y honesto, y tienes que estar con alguien que lo merezca.
-Y ya lo estoy -contesta.
-Eso le haces creer a él.
-¿Qué quieres decir?
-Dan, sabes perfectamente de lo que estoy hablando.
-Me parece que eres un poco engreído -dice, hinchando el pecho para fingirse más seguro de sí mismo-. ¿Crees que no puedo enamorarme de David porque me gustas tú?
-Tus palabras, no las mías.
-Puede que hubiera algo hace tiempo, pero ya se acabó -farfulla-. Está totalmente superado. No te hagas ilusiones.
-No eres muy bueno mintiendo.
-¿Si no quieres que mienta por qué me haces estas preguntas? -dice, tan molesto como nervioso, sentado al borde del sofá.
-No me importa que me mientas -le corta-, pero te mientes a ti mismo.
-Chuck, cierra la puta boca porque no entiendes de lo que hablas -le espeta-. Y eres un hipócrita. ¿Si lo sabes desde siempre por qué me sigues dando bola?
-Nunca ha sido mi intención darte a entender…
-Nunca haces nada por error -interrumpe-. Sabes lo que siento y lo aprovechas, porque yo soy el único suficientemente gilipollas como para aguantarte después de lo que le hiciste a Blair. Es de un ruin que da miedo.
Chuck se pasa una mano por el pelo y apoya los codos en las rodillas.
-¿Sabes cómo en esta película, aunque Rebecca no salga ni en un plano, sigue siendo la protagonista? -dice tras un momento, señalando la caja del DVD sobre la mesa-. ¿Cómo todo el mundo piensa que Maxim sigue enamorado de ella, porque es lo lógico, porque todos lo están?
-No me cambies de tema, Chuck.
-Si me escucharas entenderías lo que trato de decir, Daniel -replica él-. ¿Recuerdas cómo acaba la historia?
-Sí -contesta tímidamente. Chuck sólo asiente-. ¿Esto convierte a Dorota en la señora Danvers? -bromea torpemente.
-Nadie entiende qué ve Maxim en alguien como la protagonista, tan insulsa y asustada, tan ajena a ese mundo -sigue Chuck, inclinándose cada vez más cerca de Dan en el sofá-. Puede que sea eso lo que le ve, que es todo lo contrario a Rebecca.
-Chuck, no sigas por ese camino.
-Y ella, la segunda señora de Winter, se merece a alguien mucho mejor que Maxim, con menos problemas y menos pasado, y él no deja de ser un poco egoísta al robarle la oportunidad.
-Chuck, por favor.
-No puedo evitarlo -musita.
Sale de la nada. Dan ni siquiera se entera hasta que ya ha acabado, cuando Chuck se separa de él y se da cuenta de que tiene los ojos cerrados y sus dedos clavados en la nuca. Aún siente el fantasma de sus labios contra su boca.
-No puedes hacer esto -dice Dan.
-Ya lo sé -contesta, y junta la frente con la suya. Chuck huele a whiskey y a crema hidratante.
-No puedes besarme, porque no significa lo mismo para mí que para ti.
-Lo sé.
-Y tengo novio. Soy tan gilipollas que le dejaría si me lo pidieras.
-No te voy a pedir que hagas eso.
-¿Pero quieres que lo haga?
Le besa de nuevo, un simple roce de labios, un poco desesperado y triste.
-No lo sé.
-Joder, Chuck -dice, agarrando con una mano su cuello, con las yemas de los dedos entre su pelo. Sus labios se buscan sin querer, y sus lenguas se rozan un instante antes de que Dan encuentre la fuerza de voluntad para apartarse.
Se levanta y se va. Le gustaría poder decir algo, pero lo único que sale es 'joder, Chuck, te quiero'.
Se da cuenta demasiado darte de que ha huido de su propia casa.
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Durante una temporada que parece eterna, Dan se dedica a evitar a todo el mundo como si le pagaran por ello. A David le dice que necesita concentrarse en su novela; a Chuck directamente no le coge el teléfono, y él no parece atreverse a bajar a Brooklyn. No le ha visto desde aquella tarde, y lo que parecía una buena idea, una especie de cortafuegos para separar la parte de su relación con David que había ardido de la que aún seguía sana, se ha convertido en un festival de melancolía. No ver a Chuck no le ayuda a olvidarle, sólo le hace recordar lo mucho que le gusta estar con él. Simplemente estar, sentarse a su lado en el sofá y jugar a un videojuego y oírle respirar, compartir con él un cartón de fideos con curry y pasarle las gambas a su plato sin decir una palabra, que él le regale cosas sin decírselo siquiera, sólo dejándoselas sobre la encimera de la cocina con una tarjeta blanca con una enorme ce mayúscula escrita a mano. Le gusta ver esas cosas que nadie ve, le gusta que las haga sólo para él, como si fueran secretos sólo entre los dos.
Y no es capaz de mirar a su novio a la cara. Ve el amor en sus ojos, la preocupación porque sabe que hay algo que no está bien con él, y se siente tan culpable que tiene náuseas. No por haber besado a Chuck, porque realmente no fue su culpa, sino porque ese beso le ha dado la vuelta a su mundo.
Lleva toda su vida racional convenciéndose de que su devoción por Chuck es como una tragedia griega, uno de esos amores no correspondidos que tiñen todo de gris oscuro. Puede que sólo sea una sosa comedia romántica, puede que arriesgarse con él realmente merezca la pena, y que lleve media vida siendo desgraciado en vano. Puede que a Chuck simplemente le guste Dan, y esa sea la culminación de la historia, así de simple y así de aburrida.
Vanessa es la única compañía que Dan soporta, porque ella lo sabe y lo entiende y conoce sus dudas. Se sienta con él y calculan los pros y los contras una y otra vez. Sí, puede que Chuck le haya besado, pero él está tan asustado por ello como Dan. Chuck no es el tipo de persona que simplemente acepta que alguien no le coja el teléfono. Él iría a su casa y le obligaría a descolgarlo. Pero no lo está haciendo, porque probablemente no quiere hablar con él, después de todo.
-Sabe que él te gusta desde siempre, Dan -dice Vanessa, sentada en la alfombra con las piernas cruzadas-. Que probablemente es más que gustar, y eso da mucho miedo, porque él no está en ese punto aún.
Dan asiente con la cabeza, escuchando muy atento.
-No sabes en qué punto está. No sabes si quiere algo contigo o sólo…
-Ya -le corta él.
-¿Y qué vas a hacer?
-¿Qué puedo hacer? No es como si pudiera fingir que no ha pasado nada. Porque ha pasado, y me siento como una mierda. Si se lo cuento a David probablemente me perdone, porque es ese tipo de persona, pero no sé si quiero que lo haga. Es un tío estupendo, y mataría por poder quererle, ¿sabes? -Vanessa asiente, como si no fuera la décima vez que oye ese mismo argumento. -Pero no puedo. Y se merece a alguien que le haga feliz de verdad.
-Dan, a veces tienes que pensar en ti mismo. Olvídate de todos los demás, ¿qué es lo que quieres tú?
-Quiero intentarlo con Chuck. Aunque sea una locura.
Vanessa levanta las manos en el aire, como si acabara de encontrar la solución a todos los problemas del mundo.
-Pues ya está.
-Pero me siento fatal por David.
-A veces es inevitable hacer daño. Cuanto más lo alargues más doloroso va a ser.
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Cuando Dan se atreve a mirar su móvil tiene tres mensajes. El primero es de David, diciendo que va de camino. El segundo, de Vanessa, para que le llame cuando acabe de hablar con él. El último es de Chuck.
Tómate una copa conmigo. Esta noche en el hotel
Odia esa manera que tiene de dar órdenes, como si él nunca fuera a negarse. Lo borra, y no tarda ni un segundo en arrepentirse. Lleva un mes recibiendo mensajes así, emails y llamadas perdidas. Sólo dice eso, que se tome una copa o un café, o que vaya a comer o cenar a tal sitio al que le llevó una vez. Nate ya debe de saber lo suficiente como para no preguntar por qué sus dos mejores amigos ya no se hablan, porque después de un par de días dejó de intentar sonsacarle información. Dan nunca contesta los mensajes de Chuck, y nunca acude a la cita, pero él no ceja en su empeño. No tiene ni idea de lo que pretende, pero no está dispuesto a caer. Aún no.
Ha intentado tener la conversación con David varias veces. Él se tiene que oler algo, porque siempre tiene esa mirada de ‘esta podría ser la última vez’. Dan no lo soporta. Nunca es capaz de hacerlo, aunque ha reescrito el discurso tantas veces que se ha convertido en su obra maestra. Es la mezcla perfecta entre arrepentimiento y esperanza, con una dosis de ‘esto es lo mejor para los dos’ que espera que quede creíble. Pero cuando va a hacerlo le mira a los ojos y se congela. Él le quiere, y le quiere tanto y de esa manera tan incondicional que se siente un cabronazo sólo pensando en dejarle. Así que cenan y ven una peli y hacen el amor, y Dan sabe que sólo lo está empeorando, pero no tiene ni idea de cómo arreglarlo.
Cuando llama a la puerta ya está en la quinta fase de la concienciación. Abre y trata de sonreír, aunque lo que le sale es más bien una mueca.
-¿Por qué no te sientas? -le dice, después de que él se haya acercado a por un beso-. Quiero decirte una cosa.
Todo con tal de evitar el fatídico ‘tenemos que hablar’. David coge su sitio favorito en el sofá, y Dan se sienta en el sillón frente a él, justo en el borde, para no estar demasiado cómodo.
-Dispara.
-Verás… Esto es un poco difícil.
David sonríe, y es tan triste que a Dan se le encoge el estómago.
-Venga, Dan. Soy perro viejo.
Él se olvida de todo lo que quería decir, y sólo es capaz de articular:
-A veces hay que elegir entre lo que es bueno para nosotros y lo que realmente queremos. Y es una mierda, porque tú eres bueno, tú eres mejor que nadie que yo haya conocido.
-Pero… -musita, invitándole a seguir.
-Pero yo soy idiota. Y nunca tendría que haber salido contigo, porque siempre ha habido otra persona. Y eso no es justo para ti.
Hay un silencio largísimo, y David tiene los ojos brillantes. Carraspea antes de hablar.
-Así que me vas a dejar.
-De verdad que lo siento. Ojala hubiera sido todo distinto. Ojala pudiera olvidarme de él y tener una vida de verdad junto a ti, pero no puedo.
No pregunta quién es él, o si se han acostado juntos. No pregunta nada de lo que cabría esperar. Sólo se levanta e inventa algo sobre que llega tarde a algún sitio.
-No sé si servirá de algo -dice, cuando ya tiene la puerta en la mano-, pero me dijiste que te recordara que soy el novio perfecto.
-No lo he olvidado. Eso sólo lo hace más difícil -responde Dan-. Tú te mereces a alguien que te pueda querer de verdad, David. Todos estos meses he sido muy egoísta, y lo siento mucho. Comprendo que ahora me odies, pero en algún momento espero que podamos volver a ser amigos.
-No te odiaría ni aunque pudiera -es lo último que dice.
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El camino hacia el hotel Empire no es más que una mancha borrosa en el tiempo. Coge el metro y antes de darse cuenta ya está allí, llamando al ascensor ansiosamente. Ni siquiera sabe qué le ha llevado hasta allí. Puede que haya dejado a David sólo por la posibilidad remota de que Chuck quiera algo con él, lo que sería indeciblemente estúpido, pero sabe que es lo correcto, que aunque sea un error, es lo que tiene que hacer. Si sale mal, con suerte acabará por superar lo suyo con Chuck. Y si sale bien…
Llama a la puerta con tres golpes tan fuertes que podrían haberla echado abajo. No sabe qué va a decirle, no sabe ni por qué está allí. El tiempo se hace eterno y nadie abre la puerta, y es entonces cuando se acuerda.
Llama al ascensor cuarenta veces en tres segundos, y probablemente tiene aspecto de demente, pero sólo tiene una cosa en la cabeza. Baja hasta la primera planta y camina hasta el bar como un autómata. Le busca entre la gente, y le reconoce en la barra, con una copa de whiskey en la mano y un sitio vacío a su lado.
Cuando le ve se levanta de su taburete, y parece a punto de decir algo, de burlarse de él por haberle dado plantón tantas noches. Dan le besa sin pensárselo. Pone una mano en su pecho y le empuja hacia la barra hasta que se la clava en la espalda, y le besa con los labios muy exigentes, casi con violencia. Chuck no tarda en responder, buscando su lengua y colando las manos bajo el borde de su camiseta, como si llevara toda la tarde (o toda la vida) preparado para que Dan hiciera algo así.
Casi suspira de alivio cuando Chuck le arrastra fuera del bar, le mete en el ascensor y le lanza contra la pared posesivamente. No hace preguntas, porque le da igual lo que ha llevado a Dan hasta allí después de tanto tiempo, y eso le gusta. Le gusta que no se preocupe por ese tipo de cosas. Él lleva una mano hasta su cuello, y el dedo pulgar acaricia descuidadamente el lóbulo de la oreja de Chuck mientras los otros dedos se clavan en su nuca con rabia. Chuck cuela una pierna entre las suyas y le muerde el labio inferior, haciéndole gemir. Sus manos le trepan por los costados bajo la camiseta y acarician sus pezones con rudeza.
Chuck vuelve a besarle con ansia, con avidez, como bebiéndoselo. Besa de verdad, con todo el cuerpo, como si quisiera rendirle milímetro a milímetro.
-Esta noche sólo es sexo -dice Dan cuando llegan a la suite y él le arrastra hacia la cama-. Y puede que mañana por la mañana también. Pero yo acabo de dejarlo con mi novio, y no quiero ser uno de esos que empiezan a salir con alguien justo…
-Vale -contesta, y se coloca sobre él en la cama, besándole mientras se quita la camisa apresuradamente.
-O sea, tú me gustas y quiero que esto funcione -jadea, y él también se saca la camiseta-. Pero podemos tomárnoslo con calma. Quiero decir, si tú quieres.
-Dan, llevo meses saliendo contigo. Ahora mismo eres la relación más larga que he tenido en mi vida. Cállate.
Se calla, y deja que Chuck le muerda y le lama y clave los dedos en la cadera, y parece que están así toda una vida, presionándose el uno contra el otro a través de la tela de sus pantalones mientras sus manos recorren la piel desnuda.
Dan descubre que no es como había imaginado durante todos esos años en los que fantaseaba con él. No sabe si es mejor o peor, pero es real. Sus dedos son de verdad, sus labios y su lengua y la suavidad de los brazos a los que se aferra, todo es de verdad, y está tan bien. Es el momento perfecto en el lugar perfecto, como si todo estuviera de repente en el sitio correcto en el universo, y Dan piensa que podría volver a enamorarse de él desde el principio, del Chuck de verdad. Que esto realmente podría funcionar.
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Ha pasado el tiempo, una cantidad indeterminada de meses. Los suficientes para que Dan tenga una carrera y Chuck haya dejado de vivir en un hotel y tenga un apartamento, en el que pasan casi todas las noches. Hace frío, y puede que sea febrero, porque aún hay nieve en las aceras, y su respiración se convierte en vaho cuando habla. La mano de Chuck está en el bolsillo de su abrigo, cogida a la suya como quien no quiere la cosa. Ese es el tipo de persona que es Chuck, que puede ser romántico cuando quiere, pero sólo lo es para ti, sin que nadie más se de cuenta.
-¿Qué te juegas? -pregunta burlonamente.
-Yo no apuesto.
-Porque sabes que tengo razón y vas a perder.
-¿Sí? -replica Dan-. Cien millones de dólares.
-Eso no es justo. Tú no tienes cien millones de dólares.
-En las apuestas con gente normal nadie tiene cien millones, Chuck. Por eso no apuesto contigo.
-Y porque sabes que tengo razón, porque siempre tengo razón.
-Eso es rotundamente falso.
-Entonces apostemos. Una cantidad que sea asequible para tu bolsillo de becario. ¿Veinte centavos?
-Eres hilarante -ironiza, pero no puede evitar reírse.
-¿Dan? -oye decir, y los dos giran la cabeza hacia el frente. Le cuesta un momento reconocerle, porque se ha dejado barba y está más delgado.
-¿David? Dios mío -exclama. Se ríen y se abrazan, y en cuanto ha pasado la euforia todo es un poco extraño-. Hacía siglos que no te veía.
-Ya -contesta él, y los dos saben cuándo fue la última vez, cuando Dan le dejó-. Te veo bien.
-Tú también estás genial. Bueno, ¿recuerdas a Chuck?
-Claro -dice, extendiendo la mano derecha. Dan sonríe un poco incómodo, como queriendo decir ‘sí, era él’.
-Y, en fin, ¿cómo te va? Dejé de verte por el campus…
-Dejé la carrera.
-No jodas.
-A veces tienes que decidir entre lo que es bueno para ti y lo que realmente quieres, ¿sabes? -dijo, y los dos sonrieron con su broma privada-. Por fin me metí en el Culinary Institute. Mi padre casi me mata, pero ha sido la mejor decisión de mi vida. Ahora trabajo aquí -dijo, señalando el edificio a su espalda.
-¿En serio? ¿Tú eres el que hace el biscuit de higos de Spoon? Podría comer kilos y kilos sin cansarme.
-Me alegro de que te guste.
-Vinimos aquí hace poco, a celebrar mi cumpleaños -recordó, cogiendo a Chuck del brazo para hacerle partícipe-, y podría haberlo tomado de entrante y de plato principal y hasta de bebida.
David se rió con la misma risa que recordaba de hacía años, tan infantil y tan contagiosa.
-Pues la próxima vez que vengáis, avísame.
-Tenemos que tomarnos una cerveza algún día. ¿Tienes mi teléfono?
-Sí, sí, aún lo tengo -se apura a contestar.
-Pues úsalo. De verdad.
-Lo haré.
Se miran sin decir nada, y los dos ven la cadena de acontecimientos que les han llevado hasta allí. Todas las casualidades y los errores y las malas decisiones, pero también los buenos momentos y los ratos compartidos. David tiene la mirada triste, un poco nostálgica, cuando dice:
-Bueno, tengo que sacar unas tartaletas del horno. Me he alegrado de verte.
-Yo también -contesta Dan, y se despiden con unas palmadas en el hombro y promesas vacías de llamarse para tomar algo.
Chuck vuelve a meter la mano en el bolsillo de Dan y a coger su mano. Tiene una sonrisa enigmática en la cara.
-¿Qué pasa ahora?
-Nada. Vámonos a casa.
FIN.
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Notas:
- En el sistema universitario estadounidense, para acceder a la carrera de Derecho antes hay que completar otra carrera cualquiera y luego pasar ciertas pruebas.
- Odio las palabras 'activo' y 'pasivo' para referirse a los roles en una relación homosexual. Implican ciertas cosas que no me gustan, así que he preferido usar los términos en inglés.