Seichii Shitta 1# Inicio (Parte 2)

Jul 10, 2007 06:37

Tema: 1# Inicio (II parte)
Autor:
jandred
Personaje: Harold Sasamine, Jen Sasamine, Hicrok J. Shitta
Rating: NC-17 (violencia en esta segunda parte).
Tabla: Inteligencia Emocional
Advertencias: … *suspiro* Slash (hombre x hombre) y violencia.
Dedicatoria: A
anonimoed (Kokoro), que sé que adora la pareja y que me ayudó, a pesar de que son mis propios pjs, a comprenderles. Y porque es un poco musa y me inspiró en muchas escenas.
Notas del autor: Bien, esta es la segunda parte, shie. Comentarios aquí, por favor. Primera parte se puede encontrar aquí.

Okay, de nuevo, mañana doy retoques al formato, que tengo sueño y son casi las siete de la mañana X__X

IE: Inicio (II parte)

El hoy pronto se convierte en dos días y no llama a casa, no llama a Jen, no le dice nada, porque ambos saben. El sábado, salen, al fin, después de estar dos días encerrados en el hotel y Harold lleva la bufanda de Hicrok al cuello, porque es Enero, acaban de dar las diez y media de la noche y hace frío. No sólo es la bufanda, sino toda la ropa que lleva es de Hicrok y le viene grande, haciéndole ver algo más esbelto de lo que ya está. Y sobretodo, le viene largo de mangas, porque Hicrok es alto -demasiado, está casi seguro de que llega al 1,90 pero nunca se lo ha dicho. Hald piensa, con toda seguridad, que debe ser algo relacionado con lo de ser nórdico-.

Caminan, a pasos rápidos, uno al lado del otro, pero sin hablarse, sin mirarse y en un momento dado Hicrok se harta y le atrapa de la muñeca, atrayéndolo hacia él en un abrazo extraño, desesperado, un arrebato. Murmura algo entre dientes, algo que Harold no oye, y apoya los labios en su cabeza, aspirando el aroma de su cabello, que es menta, menta pura, menta fresca.

El abrazo dura unos minutos y la gente que pasa apenas les mira de reojo, con algo de curiosidad. Harold no corresponde, sólo se queda inmóvil y entrecierra los ojos, porque no comprende. Hicrok es reticente a soltarle y, cuando lo hace, aún le mantiene cerca. Le pasa un brazo por encima de los hombros cuando camina y murmura algo que le suena a hace frío, te vas a enfermar. Le arranca una sonrisa y ni él mismo sabe si es sincera.

En principio, sólo salieron a comprar tabaco y ahora que Hicrok tiene lo que quería, no vuelven. Caminan, se pierden en el parque, en el frío, cuando empieza a nevar y se sientan en el respaldo de un banco, con los pies sobre el asiento. Y en dos horas todo, hasta ellos mismos, está lleno de nieve. Harold estornuda y tiene la seguridad de que se resfriará, pero la verdad es que no le importa demasiado. Sin palabras, Hicrok le mira de reojo, y fuma, tapando el cigarrillo para que los copos de nieve no le afecten.

- Es tarde.

No lleva reloj y parece que sólo se da cuenta cuando ve que el parque está prácticamente vacío, en parte por la nieve y en parte porque sí, es tarde, casi van a dar la una de la madrugada. Harold asiente, distante, y el brillo verde de sus ojos se pierde en los copos blancos que caen; y no dice nada, porque siente el momento demasiado importante, casi regio, y no quiere interrumpirlo. Hicrok repiquetea con los dedos en el banco y, cuando acaba el cigarrillo, lo atrae hacia su cuerpo, obligándole a apoyarse en él. Harold mueve los labios, que están ya morados por el frío, y lo que dice le hace sonreír levemente.

- En Verona nunca nevaba. No era normal, al menos.

- Oh, cierto. Olvidé que ‘el señorito’ es mediterráneo. Y yo pensando que lo tuyo era grave, que te habías quedado hipnotizado o algo así.

- Idiota.

Quiere darle un puñetazo en el hombro, pero en esa posición es un poco difícil -imposible- así que desiste y baja la vista al suelo, ocultando la pequeña sonrisa. Porque la escena es familiar y el abrazo de Hicrok es cálido y no sabe qué hacer, porque ha vuelto a caer en el fondo del abismo y, por un momento, no es algo que le parezca tan malo.

En su mente, Londres se ve extrañamente bonito esa noche.

***

El domingo por la noche vuelven a salir, en un rato en el que los copos han dejado de caer. Harold camina con las manos metidas en los bolsillos y la mirada en el suelo. De repente el silencio es incómodo y hasta a él mismo le molesta porque todo lo que piensa es que quedan apenas dos días. No le ha preguntado a dónde va a ir y tampoco piensa hacerlo, no es que importe.

- ¿Por qué lo hiciste?

La pregunta llega de improvisto y lo cierto es que no la piensa antes de decirla. Hicrok le mira y por un momento parece desconcertado. Se lleva el cigarrillo a los labios y le da una calada, espera a echar el humo fuera de sus pulmones antes de contestar.

- ¿El qué?

- Acostarte con Jen. Por qué.

- Ah. Eso.

No le da la mayor importancia. Se encoge de hombros y da una nueva calada mientras sube la mirada al cielo, porque acaba de sentir un copo de nieve caer en su rostro. Harold espera, la mirada fija y, en realidad, todo está vacío, ni siquiera hay reproche.

- Ella es mía.

- Es mi esposa.

- ¿Me vas a montar ahora la típica escena del marido celoso, Hald? -, se acerca despacio, y la sonrisa es socarrona. Se obliga a mantenerse en el sitio y no importa que no haya algo sólido detrás, se siente acorralado. Hicrok es el cazador y él la presa. Más que susurrar, sisea, y Hald piensa que tal vez por eso, más que por cualquier otra cosa, acabó en Slytherin. Hicrok no tiene reparos, invade su espacio y sus labios casi tocan su oreja al hablar.- ¿Después de tenerte en mi cama gimiendo a ti también?

El empujón lo manda un par de pasos lejos y Hicrok sólo se ríe, a carcajadas, como si viera algo tremendamente divertido en la situación. Harold sólo le mira -vacío, sin expresión-, por segundos interminables y en silencio, apretando los puños a ambos lados de su cuerpo.

- Eres un capullo.

Escupe las palabras, como si le costara y se rehusaran a salir, porque, dentro de él, aún quiere creer en él y en la mirada pistacho. Hicrok sonríe, murmura algo -¿aún tenías dudas de eso?- y deja caer la colilla al suelo, que se apaga en la nieve. El silencio dura un par de segundos y Hicrok vuelve a acercarse, a pasos cortos, tanteando el terreno.

- ¿Y qué harás?

Harold entrecierra los ojos peligrosamente, mientras le mira, fijo y por un momento Hicrok distingue algo en la mirada verdosa, pero no sabe qué es. Sabe que está entrando en terreno vedado, que está llevando a Hald al límite, y va a pagar las consecuencias de hacerlo. Finalmente, se pasa una mano por el cabello, lo alborota, se lo vuelve a ordenar, y ahoga un suspiro amargo.

- Nada. No haré nada.

- ¿Nada?

Es un juego peligroso. Lo sabe y por alguna extraña razón eso le hace sentir casi poderoso. Cuando se acerca, le toma por los hombros y le besa, es violento y más que beso, es una pelea y sólo se trata de ver quién puede más. Hald le muerde el labio y siente la sangre en su propia boca y aún así no le suelta hasta segundos después. Tantea con los dedos y cuando las yemas se tiñen ligeramente de escarlata, lo que piensa es puto pijo.

- ¿Nada? -, repite y se limpia la sangre con el dorso de mano. Hay algo en su tono que hace que Harold retroceda, un paso, nada más, porque no va a darle el gusto.- ¿Te vas a reprimir hasta para esto?

Retrocede de nuevo, otro paso, y la mirada fija, el ceño ligeramente fruncido porque algo dentro de él grita peligro y no sabe quién de los dos va a acabar mal. Hicrok vuelve a acercarse y ya no se permite retroceder, en parte porque su espalda ha dado contra un límite, y no sabe qué es. Tal vez un árbol, o la verja que cerca todo el parque, no está seguro, no quiere comprobarlo.

- Basta.

Su voz sale extrañamente débil, como si no fuera suya. Hicrok sonríe y hay algo dañino en esa sonrisa. Apoya una mano a un lado de su cabeza y se inclina hacia él, hasta que sus labios rozan los suyos, y se deslizan por la mandíbula, logrando que casi se estremezca y le tiemblen las piernas.

- No juegues.

El tono amenazador que deseó usar se pierde en lo más hondo y sus palabras se disfrazan de súplica. Algo se rompe, un poco más, más hondo y no quiere saber qué es, en realidad, porque es algo importante.

- Aléjate.

Lame, justo en el hueco entre la mandíbula y la oreja, y Hald siente un peso que antes no estaba en el bolsillo. Cuando tantea dentro, no sabe lo que toca, pero es metálico y frío y filoso, y no se atreve a sacarlo porque está empezando a imaginar lo que es. Y cuando al fin saca la navaja ante sus ojos, sólo puede corroborarlo, con la mirada fija y puede ver sus ojos reflejarse en la hoja plateada.

- ¿Qué quieres que haga con esto?

El tono es neutro y la pregunta seria. Hicrok se encoge de hombros y musita algo que suena a lo que quieras seguido de un idiota burlón. Harold va a guardarla cuando la repentina presión en su muñeca se vuelve dolorosa y se lo impide.

- ¿No quieres matarme? Para eso sirven las navajas.

- No seas imbécil.

La situación le está empezando a asustar. Siente verdadero pánico y la navaja le tiembla en la mano porque Hicrok aprieta más su muñeca, se inclina y susurra, tan cerca que un escalofrío le recorre por completo.

- Sería fácil, ¿no crees? Un movimiento de muñeca directo al pecho. Luego dos, y todo habría acabado.

- Hicrok…

Cerca, demasiado cerca, Hicrok invade su espacio, se pega a su cuerpo y aún mantiene sujeta su muñeca. Y si aprieta más, se le escapará la navaja y será inevitable la herida.

- Hik… por favor. No hagas tonterías.

Cuando Hicrok clava las uñas en su muñeca, cierra el puño en torno a la navaja, para que no se escape, y es sólo un segundo lo que tarda en sentir el dolor. El corte es superficial en la palma y se va profundizando cuanto más aprieta, pero no la va a soltar. La sangre se desliza a través de los dedos y él se muerde el labio, porque duele y sobre la nieve no caen más que un par de gotas carmesí.

El movimiento es rápido, y no lo ve venir. Afloja un poco la presión y la navaja se desliza casi sola cuando Hicrok tira de su muñeca acercándola a su cuerpo. Lo puede ver, la sangre en la hoja, sangre que se mezcla con la suya y sólo es un momento hasta que la navaja cae al suelo, dejando apenas unas marcas rojas en lo blanco.

Se aleja. Una parte de él quiere salir corriendo porque sabe que le ha apuñalado, que es un delito y otra simplemente no sabe qué hacer. Hicrok sonríe, respira con dificultad porque el dolor es demasiado y cuando se lleva la mano al costado no puede detener la hemorragia. Es profunda y Harold intenta contener el impulso de colocar su mano sobre la de él, como si así pudiera evitar que la sangre corriese.

Pero no puede. Apenas ha acercado la mano cuando Hicrok entreabre los labios y murmura, débil pero su voz no ha perdido el tinte peligroso.

- Largo.

Le mira. Levanta la mirada, la aleja de la herida y al fin la clava en los ojos pistacho. Sorpresa, algo de miedo y la seguridad de que ha hecho algo imperdonable. El dolor en su mano es secundario aún cuando siga sangrando. Hicrok se va a morir. Se va a morir por mi culpa.

- Vete de aquí. Ahora.

No hace falta que se lo repita dos veces antes de salir corriendo, pasos en la nieve, y Hicrok sonríe, porque sabe que eso es su victoria, que la culpabilidad será una herida que va a estar abierta siempre, en el pecho de Harold, toda la vida. Ha terminado de atarle a él y eso, eso es algo útil.

Ahoga un suspiro y recoge la navaja, guardándola en el bolsillo del pantalón, húmeda, de nieve y sangre; y busca en los bolsillos de la chaqueta, el móvil, marcando un número de memoria. Sonríe, de nuevo, porque ha ganado, y apoya la espalda en el tronco del árbol.

- Michael, necesito que me lleves al hospital…

***

La puerta se cierra con pesadez detrás de él y tiene que apoyar las manos para que no haya portazo, ni ruido. Cuando mira el reloj, un rólex de oro demasiado lujoso que ahora está ligeramente manchado en rojo, las agujas marcan las tres de la madrugada. La sangre no es suya, porque la suya apenas se desliza ya, redibujando las líneas de su mano.

Por un momento, se siente débil, hace demasiado frío y se marea. Y sabe, demasiado bien, que apenas ha perdido sangre, no es por eso.

El lunes, cuando Jen baja las escaleras por la mañana, lo encuentra sentado en el último de ellos, el rostro entre las manos y encogido sobre sí mismo, pero no duerme, porque tiene pesadillas y no es continuo.

- Hald…

No recibe respuesta. No hay palabras y apenas levanta un poco la mirada, enfrenta el verde opaco al color casi amatista de ella. Sonríe, una sonrisa forzada que les rompe un poco por dentro. Ella se sienta, despacio, a un lado y sube la mano, enredando los dedos en el cabello rubio; y se recarga en él, despacio y muy cerca.

Cierra los ojos, con cansancio y Harold puede fijarse en las ojeras apenas marcadas. Jen tampoco ha dormido bien por lo menos en dos días.

- Vamos a estar bien. Ya lo verás.

Es un susurro apenas audible, casi en forma de suspiro. Cuando Jen baja la mano de su cabeza y se acurruca, él se obliga a rodearla con uno de sus brazos y mantenerla un poco más cerca de su cuerpo.

Y no entiende el llanto, por qué Jen se aferra a su camisa -que ni siquiera es suya-, lo hace con fuerza, temblando y murmura a media voz, que se rompe entre los sollozos.

- Estoy embarazada... Hald, estoy embarazada.

Sigue llorando, por un rato más, mientras Harold la acerca un poco más, la rodea con sus brazos y acaricia los mechones castaños que caen por su espalda. Lo único que quiere en ese momento es hacerla sentirse bien, protegida, perdonada. Aunque los dos estén destruidos.

***

personaje:seichii shitta, escritor:jandred, inicio

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