Sepultada tras una montaña de lunares su espalda se arquea, mientras le observa los pequeños océanos que se forman entre clavícula y clavícula. Una jauría de huesos entrechocando, el marfil contra la piel, conviviendo la amalgama de sentidos y el abandono de los mismos. De las rocosas de la cadera al mar en tan sólo una cuarta, siendo cada vena
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