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Jan 05, 2014 00:45



Las horas pasaban en la sastrería y Jenn seguía con el diario sobre las piernas. Era incapaz de apartar su mirada de las hojas blancas, llenas de garabatos, frases, palabras y recuerdos, escritos a tinta, imborrables pero estropeados debido al paso del tiempo. Tenía solo dos días más para vaciar la sastrería de su abuelo y no se veía capaz de levantarse del suelo.



Frotó sus cansados ojos, notando la humedad de los párpados en sus dedos. Dejó el diario dentro de su bolso, donde lo había llevado durante todo el camino hasta la tienda. Se levantó del suelo y miró a su alrededor: debía ordenar todo aquello. Soltó un suspiro y ató su pelo en una coleta.

-Manos a la obra - dijo mientras empezaba a quitar cosas de los estantes.

Jenn trabajó durante seis horas seguidas, hasta que le dolían las manos y la espalda y casi no era capaz de andar, pero por muy ocupada que estuviera no era capaz de sacar de su mente la historia de su abuelo. De camino a casa se preguntó cuantas de esas historias se habían olvidado y perdido ante la ausencia de un diario con palabras eternas que las recordara.

Do Kyungsoo recordaba 1947 como el año en que Christian Dior introdujo su primera colección de alta costura, presentando al mundo su famoso traje Bar (chaqueta entallada, hombros caídos, falda majestuosa). También fue el año en el que el piloto estadounidense Chuck Yeager rompió la barrera de sonido a bordo de un Bell X-1 y se estrenó “Un tranvía llamado Deseo”, de Tennessee Williams. Pero el recuerdo que más mella hizo en su memoria fue el verano de ese mismo año, en el que había vivido su primer amor sin él saberlo.

Los años le dieron la experiencia que necesitaba y que le había faltado cuando había conocido a Kim Jongin. La emoción que había sentido por su amigo, las ganas de conocerle, de saber más de él y de pasar a su lado las calurosas tardes de verano habían sido recordadas y consideradas como algo más a medida que algún que otro amante pasaba por sus sábanas. “Es amor bien pobre el que puede evaluarse” había dicho William Shakespeare en una de las obras que había leído en uno de los largos viajes de Donaldsonville a Nueva Orleans. Kyungsoo se había sentido extrañamente identificado con esa frase. Era por eso que no sabía exactamente qué estaba pasando con Jongin, por qué sentía tanta curiosidad, por qué se había quedado destrozado sin su compañía.

Ahora, a sus 26 años, Kyungsoo miraba el mundo con otros ojos. Poco a poco iba olvidando lo malo del pasado, quedándose con los buenos recuerdos, guardándolos en su interior celosamente. Era ahí donde estaba Jongin y su verano juntos, donde guardaba sus sentimientos juveniles, la emoción incipiente y la atracción inocente. Reía cada vez que recordaba cómo se ponía nervioso cuando sus manos se rozaban, o su corazón daba un vuelco cuando Jongin le abrazaba (aunque fuera para levantarle del suelo y tirarle al río “de una maldita vez”).

A veces se pasaba tardes enteras delante de la seda, dibujando el patrón sobre la fina tela, pensando en el pasado y riendo por los momentos ahora solo vivos en la memoria. En muchas ocasiones, acababa con los ojos llorosos, tal vez por los ataques de risa repentinos, o tal vez por el vacío que había sentido después de fallar en su misión de devolverle el libro de poesía a su amigo.

Pero dicen que el tiempo cura, y Kyungsoo sentía que estaba curado. Ahora tenía una nueva vida. Nueva Orleans se había mostrado preciosa desde su llegada. El esfuerzo de modernización de los años 20 había hecho mella en la ciudad y las calles estaban como nuevas. Las hermosas casas, uno de los objetos de adoración por parte de Kyungsoo cuando había llegado a la ciudad, eran cada día más numerosas. Coches brillantes circulaban por las calles, niños sonrientes jugaban en los parques y señoras cotillas hablaban en las mesas de los cafés. Y qué decir del jazz, que sonaba a todas horas en la hermosa Nueva Orleans.

Kyungsoo había conseguido finalmente cumplir su sueño de ser un sastre, abriendo su negocio en Royal Street, en el Cuarto Francés, justo al lado de un restaurante italiano. El pequeño comercio se erguía ahora orgulloso tras seis años desde su creación, y su dueño no podría estar más contento.

Todo era perfecto.

Jenn se tiró sobre su cama. El cuerpo le dolía por completo y estaba segura de que tendría ampollas en las manos al día siguiente. Pero debía seguir leyendo, así que la sugerencia barra orden que había recibido de su progenitora para descansar y dormir iba a tener que esperar porque el diario de su abuelo estaba en la bolsa y Jenn no podía esperar más.

Tenía sueño, sí. Estaba cansada, también. Pero la emoción que le provocaba saber el final de esa historia no le dejaba dormir, aunque también pasaba las páginas con temor, saboreando la historia con cierto miedo al final. Le recordaba al día que había recibido la carta de su universidad y le había dicho a su madre que le leyera en su lugar. Deseaba que alguien le dijera si era un final bueno o malo, porque así sabría a lo qué atenerse.

Pero estaba sola en eso, así que cogió el diario y se volvió a sumergir en la lectura.

Los seis años que habían pasado desde la despedida de su abuelo con Jongin (sin “el tal”, porque Jenn ya sentía que lo conocía tanto como su abuelo) habían sido narrados de forma rápida, apresurada, como haciendo un salto temporal dejando un delgado hueco para recuerdos y reflexiones repentinas e improvisadas. Pero entonces llegó el verano del 53 y segundos volvieron a ocupar hojas enteras.

Kyungsoo se había levantado esa calurosa mañana de julio con la misma sonrisa de siempre. Le agradaba el verano porque el sol le recibía cuando se levantaba y las calles estaban más vivas cuando iba a su trabajo. Cogió su café habitual en el Café du Monde, un acogedor bar en su misma calle, Burgundy Street, y el pequeño Charlie le dio su The Magnolia Times a cambio de unos cuantos centavos.

Una de las cosas que más le gustaban a Kyungsoo de ir por la calle disfrutando del pausado rumor de la ciudad era ver a la gente y preguntarse a dónde irían. Si bien no había demasiada gente a esa hora, era más que en invierno y suficiente para él. Kyungsoo solía ver a una pequeña niña, con un vestido de un color diferente cada día pero siempre igual en forma, paseando a su perro (un pastor alemán enorme pero de aspecto tierno). También solía encontrarse con unos cuantos trabajadores que como él iban al trabajo, corriendo para coger el tranvía a falta de un coche, y unas amas de casas que acudían a la tienda a por provisiones para el típico desayuno sureño: casi se podían oler los huevos sardou y las torrijas.

Kyungsoo llegó a Royal Street justo cuando su café se había acabado, y lo tiró sin más miramiento en la papelera que había cerca de la entrada de su humilde tienda.

-Buenos días, señor Do - le saludó con un fuerte acento italiano el camarero del restaurante de al lado.

-Buenos días, señor Macario - respondió Kyungsoo con una sonrisa.

-Hace hoy un día maravilloso, ¿verdad?

-Sí que lo hace - respondió Kyungsoo mirando al cielo, feliz por escuchar un día más la frase propia del señor Macario.

Se despidió inclinando un poco la cabeza al mismo tiempo que levantaba ligeramente el sombrero de su cabeza, dando los buenos días a la señora Macario, una hermosa dama vestida con un vestido de la moda prêt-à-porter, con cuello halter, cintura estrecha y falda ancha. Kyungsoo se quedó con el color rojo de sus labios, que hacía que las flores rojas de su vestido blanco destacaran todavía más.

“Las damas de está ciudad saben cómo vestir”, pensaba para sí mismo a medida que subía las escaleras. Recordaba al mismo tiempo la mujer de pelo moreno ensortijado que había visto la noche anterior, mientras bebía whisky en el porche de su amigo Baekhyun. La mujer llevaba un jersey de cuello vuelto negro, unos pantalones de corte estrecho y unos zapatos de tipo ballet. Tenía una clase que Kyungsoo había visto en pocas mujeres de su ciudad, y había dejado a ambos hombres encandilados con su aroma, que recordaba al perfume Chanel nº5 (tal vez un regalo de un novio soldado).

-Buenos días, maestro.

A Kyungsoo lo volvió a sacar de su trance alguien deseándole los buenos días. Esta vez era una voz más infantil, menos robusta, al igual que la persona que se lo estaba diciendo: esta vez no era un alto y moreno italiano, sino un pequeño y delicado niño de piel blanca como la leche.

-Buenos días, Sehun.

Kyungsoo abrió la puerta con su llave y dejó que el pequeño entrara primero. El niño de 14 años cogió el sombrero que entonces estaba en la mano de su maestro y lo dejó en el perchero de caoba de la entrada, poniéndose de puntillas para poder alcanzar el lugar indicado. Kyungsoo sonrió.

-Todavía te queda beber mucha leche para poder crecer.

-Pero ya le he dicho al lechero que traiga más leche y dice que no quiere - protestó Sehun en todo infantil y con un ligero puchero en sus carnosos labios.

-Poco a poco, pequeño - dijo Kyungsoo mientras revolvía con su mano los castaños mechones del niño y sus recuerdos del Luhan de Donaldsonville le volvían a la memoria.

Oh Sehun pertenecía a una familia humilde que también vivía en el Cuarto Francés y había llegado a Nueva Orleans debido a la emigración masiva de matrimonios coreanos en los 50 como producto de la guerra. Kyungsoo se había encontrado un día de invierno al salir del trabajo a una pequeña figura, de no más de metro cincuenta y cinco, sentado en las escaleras que llevaban al portal de su lugar de trabajo. Era temprano todavía, las cuatro de la tarde según recordaba Kyungsoo.

-¿Que haces aquí tú solo, pequeño?

-Mis padres están trabajando.

-¿Y no deberías ir a la escuela?

-No.

Así habían pasado varios minutos, Kyungsoo preguntando y el niño enfurruñado respondiendo de forma cortada. Minutos que se convirtieron en horas y que hizo que Kyungsoo lo ofreciera al niño un helado antes de ir a casa cuando el sol se comenzó a ocultar. Fue entonces cuando descubrió que se llamaba Sehun y que le gustaba el color azul. También fue el momento en el que vio al menor sonreír. La expresión de su cara parecía forzada, como si los músculos de su cara no estuvieran realmente preparados para una sonrisa, pero Kyungsoo vio dientes blancos y una pequeña lengua roja siendo mordida y se contagió.

-¿Qué es lo que tenemos que hacer hoy, maestro?

El pequeño se había empeñado en llamarle maestro cuando empezó a aprender de él, y Kyungsoo no lo evitó porque no lo veía realmente como un problema.

-Tenemos que terminar el traje del señor Jenkins.

-“Pasará a recogerlo a las siete” - leyó Sehun del gran libro donde apuntaban todos los pedidos.

-Debemos apresurarnos pues.

Sehun emitió una risita traviesa y empezó a buscar el material necesario para la manufactura del traje. El niño había estado con él solo un año, pero Kyungsoo sentía como si hubiera estado allí toda su vida. Realmente sentía que era como su hijo.

Uno de los muebles favoritos de Jenn era el perchero de la entrada, pero este tuvo que ser destruido por culpa de las termitas cuando su abuelo todavía vivía. Suspiró resignada cuando los empleados de la empresa de mudanzas comenzaron a mover los muebles sin darles mayor importancia.

“No tiene ni idea de lo que han vivido esos muebles”, pensaba la joven. “No tienen ni idea de la de sangre, sudor y lágrimas que se han vertido en esas mesas. No saben que los diferentes rasguños de la madera no fueron hechos solo por tijeras o alfileres. Desconocen que los muebles han sido los testigos de una historia que convirtió a dos hombres simples en dos hombres que amaron con toda su alma”.

Tal vez Jenn se estaba adelantando a los acontecimientos ya que Jongin aún no había vuelto a aparecer, pero guardaba la esperanza porque todavía quedaban páginas del diario escritas. Tal vez se estaba precipitando. Tal vez no.

El 4 de julio Kyungsoo se levantó sonriente. Ese día no necesitaba coser hasta que perdiera el tacto en las yemas de sus dedos. Ese día no necesitaba trabajar. Lo único que hizo fue coger dos botellas de vino que había comprado el día anterior, una botella de licor que guardaba para ocasiones especiales (su amiga Josephine iba a hacer tarta de manzana, y eso sí que era una ocasión especial) y la cesta con la comida que había preparado esa misma mañana.

La celebración se iba a realizar en el City Park, una enorme explanada llena del árbol representativo de Nueva Orleans, el ciprés, junto con otras hermosas y frondosas especies. En el tranvía, Kyungsoo se encontró con su buen amigo Baekhyun, leyendo un artículo sobre los premios de la academia de ese año.

-¿Que haces leyendo un artículo de mayo? - fue el saludo de Kyungsoo.

-Encantado de verte a ti también, Kyungsoo - respondió Baekhyun con una sonrisa resplandeciente -. El suceso que tanta congoja te provoca tiene que ver con mi desconocimiento sobre los ganadores de esta edición. Mi editor casi me corta la cabeza ayer por no saber que Gary Cooper ganó el premio a mejor actor principal. ¿Acaso es tan importante la vida de esas personas?

-Sí, desde que ganan un premio tan importante y la gala en la que lo hacen es televisada por primera vez en la historia. Ha sido como el acontecimiento del año, Baekhyun.

-Tonterías. La única persona a la que interesará en el futuro será a un ratón de biblioteca obsesionado con el cine.

-¿Entonces lo estás leyendo simplemente porque tu editor te ha mandado que lo hagas?

-Claro que no. Deberías saber que yo soy un hombre de principios - dijo con retintín en tono de molestia -. Lo estoy leyendo porque no puedo quedarme sin saber los ganadores de unos premios que me importan más bien poco porque el cine destruye la literatura con sus imágenes, ya que construyen a un espectador que carece de imaginación o creatividad. También porque aparece una foto de Gloria Grahame.

Kyungsoo decidió no decir nada más al respecto y preguntarle a Baekhyun sobre algún libro que estuviera leyendo en ese momento. Tuvo que aguantar una hora de Farenheit 451 y cómo nadie iba a recordar esa historia en el futuro por ser demasiado disparatada.

Llegaron a la explanada en la que se iba a desarrollar el evento. Montones de manteles estaban extendidos en el suelo y las familias se sentaban en círculo, compartiendo la deliciosa comida que llenaba el ambiente con su olor. Aunque lejos del hogar familiar, Kyungsoo también había encontrado a su pequeña familia. Por una parte estaba Josephine Liu, una hermosa y elegante dama que acostumbraba a vestir pantalón únicamente, aunque alguna vez había sido convencida para ponerse un vestido (pero solo si era de la línea H). Baekhyun era el amigo con el que se podían hacer estupideces un minuto y al siguiente compartir largas charlas sobre el sentido de la vida. Por último, Sehun también se incluía en el pequeño grupo, ya que su familia estaba demasiado ocupada como para asistir a la celebración.

Kyungsoo era como el hermano grande de todos, huérfanos de algún modo por la falta de atención de sus familias o el deterioro de las relaciones con ellas, como en el caso de un escritor que se había fugado de casa para perseguir su sueño y no había muerto de hambre de milagro (dicho personaje respondía al nombre de Byun Baekhyun y era un bajito moreno y sonriente en exceso).

-He hecho judías rojas con arroz - dijo Baekhyun mientras sacaba un plato de su cesta.

Todos miraron la bandeja, con demasiado líquido y arroz y muy pocas judías. “¿Es eso comestible siquiera?”, susurró Sehun, a lo que Kyungsoo tosió incontrolablemente, tratando de ocultar su sonrisa.

-Tenéis que admitir que he mejorado mucho en la cocina, desde el gumbo de hace tres años.

Todos reprimieron una arcada ante el recuerdo de dicho alimento, si podía llamarse así. Kyungsoo cogió una de las cucharas traídas por Josephine y se llevó a la boca unas pocas judías y mucho arroz mientras todos le observaban. Por suerte, el arroz estaba hecho; sin embargo, a las judías todavía les faltaba mucho y la salsa no tenía la consistencia que debería, pero nadie le había enseñado a cocinar al amateur de su amigo, así que sonrió diciendo “qué rico”. La sonrisa del moreno hizo que el extraño sabor que el plato había dejado en su boca se viera recompensado.

Continuaron comiendo y hablando, disfrutando de los maravillosos platos que Kyungsoo había preparado gracias al libro que le había comprado a Mamá Chull, la hechicera de la ciudad (y una viejecita encantadora). El plato fuerte llegó con el postre, cuando todos pudieron saborear la rica masa de la tarta de manzana y su interior tierno con un ligero toque a canela. Sehun pudo gastar su tarde jugando con la cometa de un niño rubio de grandes y curiosos ojos azules que se ofreció a dejársela un rato (a lo que él respondió con esa sonrisa que parecía forzada pero que al mismo tiempo no era forzada). Baekhyun abrió su libro y se dispuso a citar en alto las oraciones que más le llamaban la atención, destacando la genialidad del autor.

-¿No decías que el libro era demasiado disparatado?

-Disparatadamente genial, diría.

Kyungsoo rió mientras su amigo seguía absorto en la lectura, usando sus muslos a modo de cojines. “Escritores, quién los entiende”. Miró a su alrededor y vislumbró a Josephine hablando con un grupo de chicas que llevaban elegantes vestidos de colores vibrantes y estaban sentadas sobre una manta de cuadrados rojos y blancos. Todas soltaban grititos y hablaban en voz baja. Los rumores se extendían entre las mujeres de Nueva Orleans como el polen por el aire en primavera.

Observó a los distintos grupos de gente y distinguió al señor Macario junto a su extensa familia, todavía en aumento, y lo saludó alzando su mano derecha. Reconoció a algunos clientes de su sastrería y disfrutó la ligera brisa relajadamente, observando a la gente e imaginando cómo serían sus vidas, al cobijo de la sombra del alto ciprés que se erguía orgullosamente tapando su mantel.

Se quedó mirando la trayectoria de la cometa del niño rubio, hasta que una ráfaga de viento especialmente fuerte la mandó directamente contra la copa de un árbol. Kyungsoo vio a Sehun girarse repentinamente, con cara de susto, mirando a su maestro como pidiendo clemencia. El sastre se levantó del suelo pese a las quejas de Baekhyun de que necesitaba un apoyo y fue a ayudar a los dos chicos. Tocó el hombro del treceañero como para indicarle que realmente no pasaba nada, que no le iba a comer, y este se relajó instantáneamente. Sehun siempre parecía preocuparse por todo demasiado, como si cada vez que hiciera algo mal fuera a ser castigado severamente.

Por suerte, la cometa no había acabado en un árbol demasiado alto, pero sí que se situaba a una altura de unos tres metros. Kyungsoo miró a los dos niños, que dirigían sus tristes ojos desilusionados a la cometa. Tragó saliva y sacó todo el coraje que pudo para trepar el árbol, sin pensar en lo que estaba haciendo. Cuando ya estaba casi en la rama indicada, escuchó gritos de ánimo de niños curiosos que se habían acercado ante la extraña imagen de un hombre adulto ayudando a coger una cometa de un árbol. Ignoró el hecho de que le temblaban las manos y le estaba empezando a faltar la respiración y siguió subiendo. “No mires abajo, Kyungsoo. No mires abajo”.

Cuando hubo llegado al lugar en cuestión, Kyungsoo solo tuvo que empujar la cometa con un poco de fuerza para que las hojas la soltaran de su agarre y esta acabara de nuevo en manos del rubio y el moreno que tenía por aprendiz.

Ahora llegaba la parte complicada. Bajar. “No mires abajo”, se repetía a sí mismo al mismo tiempo que miraba arriba, pero así era imposible que pudiera volver a su amada tierra. Cerró los ojos tratando de pensar qué hacer, pero sentir sus pies colgando hacía que su respiración se acelerase y una capa de sudor se empezara a formar en su frente.

-¡Salta! ¡Yo te cojo! - gritó una voz grave.

Voz grave. Kyungsoo abrió los ojos de pronto y miró abajo para cerciorarse de que no se había imaginado la voz, dando lugar a que se mareara por la altura y cayera de la rama como un fruto maduro. Colisionó con un cuerpo, llevándolo consigo al suelo. Durante unos segundos estuvo como ido, sin saber exactamente qué había pasado, hasta que escuchó un gemido de dolor que no venía de su boca y notó en su cintura unas manos que no eran las suyas. Se incorporó rápidamente, apartándose del cuerpo ajeno como si el contacto le quemase. Se puso de rodillas al lado del hombre tumbado, y cuando confirmó quién era se vio incapaz de ponerse de pie. Las piernas le temblaban.

-Hola, Kyungsoo.

Todo el cuerpo le temblaba.

Sonrisa amplia, piel morena, ojos marrones.

-¿Jongin? - preguntó en un hilo de voz.

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reto: sn, r: pg-13, p: kaisoo

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