[Merlin] Y los sueños, sueños son (Prólogo)

Dec 11, 2011 21:00

Título: Y los sueños, sueños son (Prólogo)
Fandom: Merlin
Advertencias/Spoilers: podríamos decir que es un reincarnation!au o algo por el estilo, pueden haber spoilers generales de todas las temporadas, en especial las primeras. Rating Disney (G) de momento.
Personajes/Parejas: Nimueh (POV), Balinor y todo dios que forme parte de la primera generación de Camelot
Resumen: Cuando era niña, Nina tenía pesadillas casi todas las noches y pasaba largas horas en vela o llorando en el regazo de su madre. Pero nunca le dio importancia. ¿Para qué? No eran más que sueños que no podían dañarla…
Notas: este monstruo a continuación no es otra cosa que el regalo de cumpleaños de nyaza. Diez mil y tanto de palabras para desearte el mejor día a pesar de los exámenes y el poco tiempo, ojalá lo disfrutes porque va con todo mi cariño, no tienes que leerlo todo ya que sería una tortura lololol pero deseo que pases un día maravilloso porque te mereces eso y mucho más.
Y mil millones de gracias a sara_f_black que es algo así como la beta/madrina del fic, no sería la mitad de fantabuloso sin su valiosa ayuda ♥♥

Prólogo | Parte 1a | Parte 1b

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Lo que más recordaba de aquella noche era el portazo que provocó su madre en la habitación, despertándola de golpe, con un respingo del susto. Sentía el corazón desbocado, e intentaba inútilmente buscar en las penumbras el rostro de su madre. El silencio era incómodo y abrumador, cada segundo que pasaba acrecentaba la sensación que algo realmente terrible había sucedido.

-¿Mamá?- susurró con cierto temor, revolviéndose entre las sábanas, que parecían ahogarla por momentos.

-Nina, la abuela acaba de morir…- dijo por fin su madre, con voz ahogada y pausada.

Nina se quedó quieta, sin saber qué hacer o decir en un momento como ése, era la primera vez que se enfrentaba a la muerte de un familiar tan cercano como era su abuela. Llevaba meses bastante enferma, y aunque toda la familia estaba esperando lo inevitable nunca se estaba del otro preparado para la pérdida. Así que en su desesperación tan sólo pudo tantear en la oscuridad, hasta apretar con firmeza la mano de su madre. Ambas se quedaron así durante largo rato, o tal vez fueron unos segundos, ella no podría decirlo a ciencia cierta.

-Viajamos a Gales mañana temprano, para que prepares tus cosas…-

Su madre se despidió con un rápido beso en la frente, apresurando los pasos rumbo a la puerta. Cuando se quedó sola de nuevo, Nina dejó escapar un largo suspiro, recostándose sobre el colchón. Cerró los ojos, aún cuando sabía que resultaría inútil conciliar el sueño, no podía dejar de pensar en su abuela, en todos los veranos de su infancia que pasó en Gales entre risas, galletas recién horneadas y emocionantes e interminables historias antes de la hora de dormir.

Fue la época más feliz de su vida, y ahora parecía esfumarse de sus manos gracias a un puñado de palabras.

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Hasta ese momento, no sabía lo que era asistir a un funeral. La parte más difícil resultó ser recibir las condolencias en casa de sus abuelos, esas paredes que estaban llenas de recuerdos felices de su infancia, ahora estaban manchadas para siempre.

Nina no era una persona particularmente sociable, de hecho se le daba bastante bien eso de ser invisible en una multitud. Con el pasar de los años perfeccionó el arte de pasar desapercibida y se valió de ello para alejarse lentamente del centro de la muchedumbre que estaba dando el pésame a su madre y sus tías, escabulléndose por la puerta trasera que estaba en la cocina, hasta salir al patio.

Saberse sola le produjo una sensación liberadora, dejó escapar un profundo suspiro y se colocó mejor la bufanda, sintiendo el frío a su alrededor. Antes sólo estaba pensando en salir fuera, al estar en el patio supo exactamente dónde dirigirse.

Se coló en los establos, sintiendo un remanso de paz infinito casi al instante. Cuando era niña, y ambos abuelos vivían, solían tener al menos cuatro caballos, uno para cada uno de sus nietos, primos a los que Nina apenas veía en la actualidad. Al crecer se espaciaron las visitas a Gales, y ella apenas tenía cosas en común con ellos, lo único quizás era compartir sangre.

Pero aún cuando hubiera pasado casi dos años desde la última vez que visitó este lugar, Nina se aproximó con paso seguro hasta el tercer establo de la derecha. El animal se movió casi al instante, sacando la cabeza fuera del corral, como si hubiera adivinado su presencia. Nina sonrió automáticamente, extendiendo su mano para tocar las crines del caballo. Su pelaje era negro, y tenía una mancha blanca en la frente.

Recordaba el día exacto en que había nacido, unos siete años atrás, muchas veces estuvo rodeada de caballos en su infancia, pero éste fue el primero que tuvo la oportunidad de ver nacer, y por eso su abuelo permitió que ella le pusiera nombre. Nina estaba tan extasiada en ese momento, que el nombre salió de sus labios casi sin darse cuenta, provocando risas en sus abuelos, quienes permitieron por supuesto que el caballo conservara el nombre a pesar de lo pintoresco.

-Hola Merlin… ¿Me extrañaste?- susurró, hablándole con naturalidad como si el animal pudiera entenderle.

-Tú nunca cambias. Siempre te dije que no perdieras el tiempo hablando con quien no te puede responder…-

Soltó un respingo tan repentino que por poco perdió el equilibrio. Giró en dirección a aquella voz, que reconocería en cualquier sitio de Gales, y del mundo. El joven tenía un hombro apoyado en el umbral de la puerta, y a pesar de la distancia y su silueta a contraluz, Nina podía darse cuenta que estaba sonriendo. Hacía casi dos años que no se veían, y él no parecía haber cambiado ni un ápice a como ella lo recordaba.

-Ben…- susurró su nombre, todavía incómoda en su presencia pues él parecía conservar la mala costumbre de aparecer en los sitios y momentos más inoportunos.

Los padres de Ben eran vecinos de sus abuelos y tenían una entrañable amistad de muchos años, por lo que no era extraño que él pasara horas en su casa sin sentirse como un intruso y viceversa. Se conocían desde niños, de hecho él fue la primera persona ajena a sus abuelos que conoció en este lugar, en una tarde lluviosa.

Él venía de correr en el patio contiguo y por no fijarse chocó contra ella, que venía perfectamente arreglada, con un vestido blanco que adoraba y que quedó manchado de lodo casi por completo. Según su abuela, Nina lloró por horas, y le gritó cosas horribles a Ben, todo eso desde la perspectiva de su abuela porque ella tenía recuerdos borrosos pues no debía tener mucho más de cinco años. Estaba segura que él sí lo recordaba mejor, puesto que era al menos un par de años mayor que ella.

Nina no podía afirmar que eran amigos porque esa era una palabra que le quedaba demasiado grande, pero de hecho a veces sentía que él la conocía mejor que muchos de sus compañeros del colegio a pesar que convivía con ellos prácticamente a diario durante varios meses.

Ajeno por completo a sus pensamientos, Ben se aproximó un poco más. Llevaba las manos en los bolsillos de la chaqueta y sus movimientos eran pausados, como si tuviese todo el tiempo del mundo de su parte. Ella permaneció en la misma posición, cerca de Merlin y por ridículo que sonara, era casi como si el animal pudiera sentir la incomodidad en el ambiente.

-Lamento mucho lo de tu abuela, Nina…-

Ella no supo qué decir durante unos instantes, pero supo reconocer que esa simple frase sonaba mucho más sincera que la decena de pésames elaborados que llevaba escuchando desde esa mañana.

-Gracias…- se encogió de hombros, encajando la vista en el suelo. Continuó acariciando la crin del caballo, con los ojos entrecerrados y recibiendo la paz que le transmitía aquel contacto tan simple.

Sintió a Ben acercarse a ella, y aunque le incomodaba ligeramente su presencia no dijo nada, permaneció estática en el mismo lugar. Él se acercó hasta quedar a su lado, y para su sorpresa terminó extendiendo su mano hasta tocar el rostro del animal. Nina siempre había sido especialmente cariñosa con los caballos de sus abuelos, aunque no recordaba que Ben les hubiera tenido ningún afecto desmedido.

Merlin se removió un poco, pero terminó por aceptar las caricias de buena gana. Por lo general era un poco receloso con los extraños, así que le sorprendió que terminara aceptando la presencia de Ben. Quizás el muchacho venía aquí más a menudo de lo que ella pensaba, pero se guardó las ganas que tenía de hacer preguntas.

-Vale, creo que sí te extrañó un poco…- aceptó, con una sonrisa. Su voz sonaba tan infantil que a Nina le arrancó una carcajada sin darse cuenta.

-La abuela solía decir que si ves un caballo nacer, hay un vínculo que los une para siempre. Merlin fue el primero de todos, fue casi al final del verano, hace siete años… estaban los dos conmigo y el abuelo dijo que yo podía ponerle nombre. Llevaba leyendo historias del Rey Arturo y la mesa redonda durante tres noches seguidas, no pude ponerle otro nombre más que Merlin y yo creo que le pega bastante…- se encogió de hombros sin perder la sonrisa. Aún no estaba segura por qué había dicho todo eso, normalmente no iba por allí contando recuerdos de su infancia, ni siquiera a Ben, con quien compartía muchos de ellos.

Él guardó tanto silencio, que Nina se giró para encontrar sus miradas. Los ojos de Ben estaban fijos en ella, no parpadeaban y aunque no iba a admitirlo se sentía ligeramente intimidada por su presencia, que parecía examinarla con sumo detenimiento.

-Estás hablando en serio…- dijo él, en un tono tan incrédulo y genuinamente sorprendido que Nina se ofendió un poco. ¿Es que estaba dudando de su palabra?

-¿Y por qué habría de mentirte?- replicó en un tono algo molesto. No entendía por qué él iba a poner en duda la veracidad de una historia tan nimia como esa, Nina no ganaba nada mintiendo.

Lo miró una vez más, él continuaba con la misma expresión y ella empezaba a cansarse de su actitud. Frunció el ceño, alejándose un poco aunque eso significara dejar a Merlin, pero se quedaría hasta mañana por la tarde y aún tendría tiempo de estar a solas con su caballo, sin que vecinos molestos la interrumpieran.

Estaba dispuesta a irse pero sintió un tirón en su brazo, y se giró para encontrarse de nuevo cara a cara con Ben. Ella intentó zafarse, pero él estaba aferrando su brazo con bastante fuerza, lo cual no ayudaba en nada a calmarse.

-Nina, espera… no te enojes. Es sólo que todo este tiempo pensé que le pusiste ese nombre porque… porque era tu forma de decirme que…- ahora su tono era distinto, estaba de hecho balbuceando frases que para Nina no tenían sentido alguno- tú sabías… que recordabas…-

-¿Saber qué cosa?- preguntó sin dejar de hacer esfuerzos por librarse de su agarre. Si no daba resultado en los próximos segundos optaría por gritar o por darle una bofetada, hasta ahora trataba de ser civilizada pero no parecía estar funcionando- ¿Qué es lo que te pasa? ¡Déjame!- lo empujó con fuerza, librándose de él finalmente. Escuchó a Merlin removerse en su establo, el sonido de su relincho quizás presintiendo que algo estaba pasando.

-Nina, escúchame…-

-¿Nina?- nunca la voz de su madre le resultó tan placentera. La escuchó a lo lejos, en el patio, y antes que Ben pudiera agregar algo más que ella ya no quería oír, dio media vuelta para alejarse de allí corriendo. Alcanzó la puerta del establo, y estuvo a punto de acudir al llamado de su madre, a la que veía a lo lejos, pero antes se giró por última vez.

Ben estaba en el mismo sitio, mirándola con una expresión que parecía casi de angustia, nunca antes lo había visto así y por unos segundos dudó si quedarse, pues era mucha la curiosidad que sentía. Pero escuchó la voz de su madre una vez más, y decidió correr hasta ella, dejando a Ben atrás.

No volvió a verlo al día siguiente, ni tampoco hizo esfuerzos por buscarlo a pesar que sabía perfectamente el camino a su casa. Esa tarde regresó con su madre a Manchester, a casa de una de sus tías donde se quedaron por unos días. Tampoco volvió a pensar demasiado en Ben, sino hasta casi tres años después, cuando ya habían pasado un par de meses desde su cumpleaños número dieciocho.

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Durante una época tuvo pesadillas recurrentes que no la dejaban dormir. Por ese entonces debía tener unos siete años y era normal que al menos tres o cuatro veces por semana despertara a media noche llorando inconsolable. No conseguía calmarse hasta que su madre la acunara en su regazo y le explicara una decena de veces que sólo eran sueños, que estaba en casa y que nada iba a pasar. Conforme fue creciendo, las pesadillas empezaron a disminuir gradualmente, hasta que por fin pudo conciliar el sueño sin demasiados problemas, que agradeció para sus épocas de exámenes en el bachillerato o la falta de sueño habría terminado volviéndola loca.

Pero a veces las pesadillas volvían y era como retroceder en el tiempo.

Casi siempre eran sueños recurrentes que la acosaban por una semana o dos, hasta que desparecían por un tiempo. Ahora por ejemplo, llevaba una semana soñando con fuego. Eran llamas de un calor abrazador, tan vívido que despertaba bañada completamente en sudor, agitada como si hubiese estado corriendo para alejarse del fuego.

El sueño era básicamente el mismo, ella siendo envuelta por las llamas. Podía verse a sí misma rodeada de aquel fuego que no parecía quemarla pero tampoco extinguirse. El mismo sueño, una y otra vez; hasta que finalmente en una ocasión se quedó mirando con más detenimiento al centro de las llamas. No le tomó más que unos segundos darse cuenta de los dos enormes ojos que se distinguían entre las llamaradas de fuego. Dos enormes ojos que brillaban con suspicacia, fijos en ella. Nina dejó escapar un grito cuando un par de centímetros más abajo reconoció también un par de orificios nasales, dos óvalos que despedían un denso humo que empezó a asfixiarla.

-¡Nina! ¿Nina… estás bien?-

La voz se escuchaba tan lejos, pero poco a poco fue recuperándose, enfocando la vista en los ojos calmos de la persona que estaba a su lado en el colchón. Se encontró con la sonrisa sincera de Imogen, su mejor amiga a quien conocía desde la infancia y precisamente por eso, sabía casi todos sus secretos.

-¿Una pesadilla?- preguntó, aferrando con suavidad su mano.

Nina asintió, inspirando hondo en un esfuerzo por normalizar poco a poco su respiración. Aún sentía todo el cuerpo entumecido y se llevó una mano al rostro, frotando su frente con insistencia y fue recuperando a cuentagotas la noción del tiempo y el espacio. Estaba en casa de su amiga, ambas esperaban los resultados de admisión a la universidad y quedaron de pasar juntas la noche, se acostaron tarde por lo que debía ser entrada la madrugada.

-¿Qué era esta vez?- Imogen hablaba en susurros, como si temiera perturbarla en algún sentido. Sus miradas se encontraron y aunque normalmente no le gustaba hablar demasiado de sus pesadillas, sobre todo cuando era una sucesión de imágenes inconexas que resultaba imposible explicar. Pero ahora recordaba con perfecta claridad los enormes ojos clavados en ella, no podía estar equivocada.

-Dragones…-

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Dragones.

No ha dejado de pensar en ellos desde la noche anterior, y de tanto pensar resultó inevitable tomar lápiz y papel en un vano intento por calmar sus nervios.

Trazo a trazo fue desahogándose; dibujó el majestuoso cuerpo del animal sin ninguna referencia a mano, tan sólo utilizando su destreza e imaginación. Cuando terminó el cuerpo y las alas, se enfocó en los ojos, lamentándose no tener sus lápices de colores consigo, ya que sólo con el lápiz no pudo darle el efecto que quería. Los ojos estaban allí mirándola, pero inertes y sin guardar parecido al dragón de sus sueños.

-No sé cómo piensas que no te van a aceptar en la escuela de arte…-

Se giró sobresaltada, encontrándose con el gesto afable de Terry, uno de los hermanos de su amiga. Terry era rubio como su hermana, y si le preguntaban a Nina, ambos tenían idéntica sonrisa. Un gesto que cargado de sinceridad y que contagiaba de cierta alegría sin importar el estado de ánimo que uno tuviese.

-Tampoco es para tanto…- apreció ella, mientras volvía a mirar el dibujo que tenía entre las manos.

-No digas tonterías, eres buena...- volvió a decir él, con tanta seguridad que ella no tuvo ánimos para contradecirle.

Desde pequeña tuvo talento innato para el arte o al menos eso le gustaba decir a su madre y a su mejor amiga. Lo repitieron tantas veces que Nina acabó por creérselo y tomar el gusto por el dibujo, la pintura y hasta la escultura. Su madre solía decir que tenía manos mágicas, que cualquier cosa que tocaba podía convertirlo en una obra de arte. Ella sabía que estaba exagerando, pero con los años el pasatiempo se convirtió en costumbre y decidió que si iba a escoger otra profesión, no podía ser otra. Pero entrar a una Academia de Arte no era particularmente fácil, así que ella estaba nerviosa de igual forma.

-Estás igual de nerviosa que mi hermana, van a conseguir ponerme de los nervios a mí también…- la voz de Terry le sacó una vez más de su ensimismamiento y volvió a mirarlo, forzando una pequeña sonrisa.

-Si sobrevives a esto cuando sea tu turno será pan comido…- se encogió de hombros. No le costó darse cuenta que Terry estaba mirando todavía el dibujo que ella tenía en su regazo. Sonrió mientras extendía el papel, esperando que el chico lo tomase. Él dudó unos segundos, pero luego aceptó de buena gana el dibujo, e hizo un gesto de agradecimiento.

Guardó silencio, contemplando el dibujo ahora en sus manos con mucho más detenimiento. Tenía una expresión serena en su rostro y a Nina nunca le resultó tan parecido a su hermana mayor como en ése momento.

-¿Por qué un dragón?- su tono de voz era genuinamente curioso.

Nina se encogió de hombros, jugando con el lápiz entre sus manos.

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Llevaba una semana dibujando dragones, de diferentes formas y tamaños, pero siempre haciendo énfasis en los ojos. Ya tenía más de una decena de dibujos y no parecía que su productividad disminuiría en los próximos días. Quizás hubiera sido capaz de dejarlo de una buena vez si las pesadillas no hubiesen regresado con tanta intensidad.

Siempre era más o menos el mismo patrón, lo único concreto que podía recordar eran dragones. Empezaba a creer que ya no eran tanto pesadillas sino su imaginación que empezaba a obsesionarse con el tema.

La aceptación de la universidad llegó un par de días después, su madre estallaba de felicidad y Nina seguía ocupada dibujando dragones como para emocionarse demasiado con alguna otra cosa. Evidentemente la obsesión estaba evolucionando poco a poco.

-¿Tienen que ser dragones? ¿Por qué no pruebas algo nuevo? ¿Qué tal un unicornio?- sonrió Imogen una tarde, cuando las dos estaban en una heladería a un par de cuadras de su casa. Si otra persona lo hubiese dicho, Nina se habría ofendido de verdad, pero su amiga pronunció “unicornio” con una emoción casi infantil que no pudo más que reírse y aceptó hacer un esfuerzo por dibujar el dichoso unicornio.

Esa noche decidió hacer un esfuerzo por su mejor amiga y aunque puso todo su empeño, falló miserablemente.

Que el bosquejo de un simple unicornio le costara tanto resultaba muy irónico tomando en cuenta que había pasado buena parte de su infancia y adolescencia rodeada de caballos. Desistió al tercer intento y volvió a su zona segura.

Trazó un borrador de un enorme dragón, con sus alas extendidas en el cielo. Pintó sus ojos con un tono ligeramente dorado y quedó satisfecha. Miró el dibujo durante unos segundos y una parte de sí supo que no estaba terminado del todo. Afiló nuevamente el lápiz, e hizo unos cuantos trazos en la parte superior de la bestia. Trazos finos y delicados, construyendo lentamente la silueta de una persona montada con destreza en el lomo del dragón. Al principio tuvo el absurdo arrebato de dibujarse a sí misma sobre el lomo, un extraño delirio de grandeza. Pero al final optó por una figura claramente masculina, con la vista al frente.

Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, los dragones no fueron los únicos protagonistas de sus sueños.

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Cuando despertó esa mañana todavía era capaz de recordar con detalle todo lo que había soñado, y precisamente por eso pensó que estaba volviéndose loca. Sin embargo recordaba el sueño tan vívidamente que resultaba imposible equivocarse.

Recordaba el rostro familiar en sus sueños. En la sonrisa afable y los ojos brillando a la luz de las estrellas, la mano extendiéndose hasta ella, como si estuviera invitándola a acercarse. Incluso era capaz de recordar sus palabras exactas.

“Y yo creía que alguien como tú no temía a nada…” no entendía ni una sola palabra de la frase, pero la voz de Ben era inconfundible.

Ben.

Hacía mucho que no pensaba en él, y repentinamente recordó el incidente después de la muerte de su abuela. La extraña discusión que tuvieron, sin un motivo aparente o al menos uno que Nina comprendiera. Pero sobre todo recordó la forma tan desesperada en que él la miraba, como si quisiera explicarse pero sin encontrar las palabras adecuadas.

¿Por qué ahora reparaba en ello otra vez?

-¿Mamá tienes el número de los Dowell?- preguntó esa tarde, antes que su madre saliera de regreso al trabajo. Ella se quedó mirando a Nina con cara de extrañeza, como si no supiera exactamente a quién se refería, así que debió agregar- los vecinos de los abuelos… en Gales… ¿tendrás su número de casualidad?-

-No estoy segura, pero puedes buscarlo en nuestra agenda telefónica, si no están allí…- su madre seguía sin entender el porqué de la pregunta, pero al menos le dio una pequeña esperanza.

Buscó la vieja agenda de su madre, la tenía desde hacía años y allí habían anotados cientos de números de teléfono. En su casa, Nina era la única que confiaba en las tecnologías, su madre seguía anotando los números y direcciones en esa agenda a pesar que su celular tenía capacidad para hacer exactamente lo mismo.

Allí en la agenda tal y como su madre le advirtió, encontró los datos de los Dowell, y se quedó releyendo los datos tantas veces que terminó por memorizar el número telefónico. Pero decidió llamar casi media hora después, luego de ensayar algunas excusas para no sonar como una completa acosadora.

-¿Ben? Oh, pero él ya no vive no nosotros, cariño…- la madre de Ben sonaba bastante alegre, como Nina la recordaba. Podía imaginar perfectamente su rostro afable y los ojos cafés brillando de sorpresa al escuchar su voz al otro lado de la línea. Seguro que estaba muriéndose de curiosidad por esa llamada tan repentina, pero era una mujer demasiado educada como para preguntar- pero si gustas te puedo dar su teléfono…-

Nina lo pensó por unos segundos, pero decidió que sería una tontería negarse cuando ya se había tomado la molestia de llamar hasta Gales, al menos haría valer los minutos de larga distancia. Así que aceptó de buena gana la dirección y el número telefónico.

Después de todo, eso no significaba que de verdad iba a llamarlo. Una vez que lo pensó mejor, se dio cuenta que había sido una completa estupidez seguir sus impulsos. Sólo había sido un sueño, no tenía nada de especial. Si la gente hiciera caso de todos los sueños que tiene, el mundo estaría de cabeza.

-¿Pudiste conseguir lo que querías, Nina?-

-No. Dejé la agenda en su lugar…-

Por eso resultó tan fácil mentirle a su madre esa noche, después de la cena. Sin embargo antes de irse a dormir, guardó en uno de los cajones de su escritorio el papel donde anotó todos los datos que obtuvo de la madre de Ben.

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Deseó por tantas noches no tener más pesadillas, que vio su deseo cumplido de la peor manera: insomnio. Cuatro noches seguidas sin poder conciliar el sueño con propiedad y empezaba a desesperarse. La quinta noche, Imogen la acogió en su casa, su amiga seguro pensaba que una noche de palomitas y películas conseguirían atraer el sueño lo suficiente. No dudó ni un segundo en aceptar, pero mientras preparaba la mochila con sus cosas personales, llevó también el cuaderno de bocetos.

Sólo por si acaso, pues llevaba dibujando seguido todas esas noches en vela. Aunque ya no dibujaba únicamente dragones, su obsesión seguía un curso evolutivo bastante curioso.

-¡Ahora ya sé por qué llevas tantas noches sin dormir!-

Estaba saliendo del baño, ya en ropa de dormir, cuando encontró a su amiga con el cuaderno en la mano. Su sonrisa lo decía todo y por primera vez en mucho tiempo Nina sintió sus mejillas arder de vergüenza. ¿Cómo había sido tan tonta de llevar el cuaderno a casa de Imogen y dejarlo a descubierto? ¿Y por qué se llevó los bocetos de Ben con ella? ¿Por qué?

-Tienes que contarme absolutamente todo, no quiero excusas…- su amiga estaba ajena a sus pensamientos, continuaba hablando con los ojos brillantes de la emoción y sin soltar el boceto de Ben a medio terminar en sus manos. Ese lo dibujó anoche, quedándose hasta altas horas de la madrugada tal y como las últimas cuatro noches de esa semana.

-No hay realmente mucho qué contar…- intentó defenderse con un hilo de voz, quedándose pegada al marco de la puerta del baño. Pero la cara de su amiga lo decía todo, no iba a desistir y las preguntas no cesarían en toda la noche.

¿Qué iba a decirle? No podía decir simplemente que llevaba soñando con un conocido de la infancia era lo más cercano a la verdad, pero sonaba demasiado perturbador en su cabeza y en voz alta seguro que era mucho peor.

-Sabes que éste es el momento en que voy a ser la más insoportable de las amigas hasta que me cuentes ¿cierto?- se acercó hasta ella, tomándola del brazo y sin dejar de reír. Le recordó a cuando eran niñas e intercambiaban risitas cómplices lejos de las miradas de sus madres.

Nina dejó escapar un suspiro, sintiéndose derrotada por las circunstancias.

-Es sólo un conocido… hace mucho que no lo veo. Dudo que lo vea pronto, en realidad, vive en Gales- explicó encogiéndose de hombros. Omitió la parte en que tenía su dirección y teléfono guardados en su mesita de noche. Probablemente Imogen no entendiera y malinterpretaría todo de nuevo. La conocía lo suficiente para saber que ella incluso se ofrecería a acompañarla, con tal de asegurarse que se reencontraría con Ben.

Aquella idea era aún más perturbadora.

-Creo que piensas demasiado en él para ser un simple conocido- el tono de su amiga era demasiado sugerente como para ser ignorado. Aún así Nina hizo su mejor esfuerzo, frunciendo el ceño y dejándose caer en la cama. Sin embargo las palabras de Imogen no dejaban de dar vueltas en su cabeza.

Ben no era su amigo, eso era cierto, pero no menos cierto era que lo conocía desde hacía años y se sentía más cómoda con él que con casi todos sus compañeros del colegio, exceptuando a Imogen por obvias razones. Ben, quien muchas veces aceptó jugar con ella sin poner malos modos a pesar que él era mayor y con seguridad terminaba aburriéndose de hacer caso a una niña pequeña.

-Aunque así fuera, es del tipo de chico que sabes que es demasiado bueno para ti- se encogió de hombros, pensando que con esa respuesta su amiga se quedaría tranquila y pareció funcionar, quedando satisfecha.

Esa noche acunada en cama de Imogen finalmente consiguió dormir sin problemas y volver a soñar, pero esta vez no había dragones, sólo estaba él. Ben.

Ben tomándola del brazo con firmeza, mirándola a los ojos con un gesto de autoridad que ella nunca había visto antes. Ambos estaban solos, a su izquierda una especie de fogata con unas brazas tenues que estaban apagándose gradualmente.

“No lo hagas” dijo él, con los labios apretados y la mirada tensa.

Nina sentía el peso de sus ojos, tenía un nudo en la garganta y una recóndita parte de su subconsciente quería despertar. No quería que él la mirara de esa manera, porque percibía un aire de decepción que no sabía cómo manejar.

“No sé cómo te enteras de tantas cosas si apenas pasas tiempo en el castillo” respondió ella con un tono evasivo.

Él no dijo nada, pero pronunció la sonrisa y se acercó un poco más. Un viento frío les envolvía y Nina deseaba irse de allí, pero sus pies estaban anclados al suelo.

“No lo hagas. Sé muy bien que eres capaz de hacer maravillas, pero hay ciertas reglas que no pueden romperse. Todo tiene un límite…” recitó, con un tono tajante pero ella en el fondo sabía que no era enojo. Sabía que sólo era preocupación encubierta.

“No hay límites, Balinor. Sólo tienes que estar dispuesto a pagar el precio…” fue su única respuesta, en un tono que no daba derecho a réplica.

Nina despertó muy temprano aquella mañana, pero no lo hizo agitada ni ansiosa como en tantas otras ocasiones. De hecho se levantó con tanto sigilo que Imogen continuó dormida, abrazada a su almohada tenía un aspecto aún más inocente que de costumbre. Caminó casi de puntitas, hasta acercarse a la ventana y abrirla lo suficiente para que el viento diera de lleno en su rostro.

Inspiró hondo y cerró los ojos, recordando el rostro de Ben en sus sueños. Era él, pero sus gestos tenían un porte más pausado e intrigante. Era como si de verdad estuviera mirando a otra persona, sólo que con un parecido físico que rayaba en lo absurdo. Pero era él, aferrando su mano y hablándole con tono de advertencia.

Se quedó en la misma posición incontables minutos, y cuando abrió los ojos supo exactamente lo que tenía que hacer.

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Faltaban pocas semanas para que terminaran las clases, y la ventaja que tenía Nina era que se había eximido en casi todos sus exámenes. Era lo que tenía ser una alumna bastante aplicada, su reputación de ratón de biblioteca le precedía pero ya era un estatus que había superado con el tiempo. Sabiendo que sus calificaciones estarían bien, se atrevió a hacer esa locura.

-Mamá… me voy a Gales por unos días, espero que no te moleste- anunció una noche mientras ambas estaban cenando, como quien habla del clima.

Su madre se quedó mirándola en silencio, con el ceño fruncido y los labios separados en una exclamación de asombro. Nina trató de mantenerse serena, pero lo cierto era que estaba demasiado nerviosa por la reacción de su madre. Esperaba que no le pusiera muchos problemas, ya tenía dieciocho pero aún se sentía muy ligada a la autoridad materna, era inevitable luego de tantos años tratando de seguir al pie de la letra sus reglas.

-¿Vas a ver a Ben, verdad?- preguntó ella, en un tono neutral. Por suerte quien estaba frente a Nina en la mesa era su madre y no su mejor amiga, quien estaría dando saltos de emoción, tomando todo por el doble sentido. Así que asintió un poco con la cabeza, esperando el veredicto con ansiedad.

El silencio a continuación no resultó incómodo porque en cierta forma, Nina sabía que su madre estaba tranquila. Ella había sido una buena hija durante todo este tiempo, casi nunca tomaba decisiones impulsivas y aunque ahora estaba diciendo en lo que parecía un arranque que se iba a Gales, se trataba de ir con Ben, un chico a quien su madre tenía en buena estima.

-Llámame cuando estés allí para saber que llegaste bien. Y sólo unos días, no vas a terminar la escuela mal luego de tantos años de esfuerzo ¿entendido?- fue lo único que dijo, con una pequeña sonrisa implícita que indicaba su permiso para ir.

Nina sonrió y contuvo el impulso de abrazarla como si tuviera cinco años. No era buena idea hacer eso cuando intentaba demostrar a su madre que estaba tomando decisiones acertadas y maduras.

Llamó a Imogen desde el aeropuerto, lamentando mucho despedirse de ella de aquella manera, rogando porque su amiga lo entendiera. Ella más que entenderlo, chilló un poco emocionada desde el otro lado de la línea. Lo único que le pidió tajantemente era que estuviera de vuelta para el baile de graduación o según sus palabras, jamás se lo perdonaría en la vida.

Nina le aseguró en al menos tres ocasiones que estaría para esas fechas. Su parte racional le decía que tampoco iba a demorarse en Gales una eternidad. Pero su parte instintiva, la que guiaba sus pasos en esta extraña e irracional aventura, le susurraba constantemente que quizás todo este asunto le tomara más tiempo del que imaginaba.

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Estando en el avión se preguntó al menos una decena de veces si hizo lo correcto al venir sin avisar. Pero luego pensó que no tendría idea qué demonios podía decirle a Ben por teléfono que sonara medianamente convincente. Además, no habían quedado en buenos términos la última vez que se vieron. Lo mejor era haber venido directamente, así no le resultaría tan fácil a Ben deshacerse de ella si es que llegaba a considerar aquella idea.

Aterrizó en Cardiff y le pidió al taxista que lo llevara a la dirección que tenía anotada. Ella nunca había estado en esa ciudad sino en Flintshire, de donde eran originarios sus abuelos, y no podía evitar sentirse ligeramente intimidada. El corazón le latía ansioso y pensó que había sido una completa estúpida al venir sola. ¿Y si el taxista la dejaba en otro sitio? Se encogió en el asiento del taxi, algo temerosa.

Pero cuando el coche enfiló hacia esa zona residencial, que según el conductor se encontraban justo en el centro de la ciudad, supo que ya no había marcha atrás. Si ya estaba allí y había gastado el dinero de los boletos, ayudada por su madre así que al menos haría valer el precio de los pasajes y se plantaría en casa de Ben.

Agradeció al taxista con una pequeña sonrisa, el hombre le ayudó con la pequeña maleta que trajo consigo. La cargó hasta las puertas del edificio y Nina agradeció dejándole una propina extra por su amabilidad. Cuando el taxi arrancó de nuevo y ella se quedó sola, se sintió mucho más diminuta que de costumbre frente a la fachada del edificio. A simple vista parecía que tuviera unos ocho o diez pisos, y parecía bastante viejo, o al menos que necesitaba con urgente una buena capa de pintura.

Lo primero que hizo fue acercarse al portero, un señor de edad media bastante canoso y con un bigote bastante prominente. Preguntó por Ben, y se llevó una enorme desilusión cuando el hombre le dijo que había salido temprano y tampoco supo decirle a ciencia cierta si iba a tardar o no.

Quizás debió reflejar algo de desesperación en su rostro porque el hombre pareció apiadarse de ella y le sugirió con una pequeña sonrisa que bien podía esperar en el lobby del edificio. Nina lo pensó durante unos segundos y decidió aceptar la propuesta, tomando asiento en un raído sofá, que estaba algo más apartado de la puerta principal, porque ya no quería seguir llamando la atención, había sido suficiente por el día de hoy.

Al principio estaba sentada en el sofá, moviendo sus piernas con ansiedad y mirando constantemente a la puerta, sintiendo su corazón encogerse cada vez que ésta se abría. Pero conforme avanzaron los minutos su cuerpo fue relajándose, víctima del cansancio y terminó recostada, con la maleta entre sus piernas. Dejó escapar un bostezo o dos, pero se negaba a dormir. Sería ponerse en una posición demasiado vulnerable en una ciudad donde sólo podía acudir a una sola persona, que ni siquiera sabía que ella estaba aquí. ¿Cómo fue tan tonta?

Habían pasado casi tres horas desde que estaba allí, luchando con el cansancio y el sueño, escuchando música con sus audífonos para mantenerse entretenida. Tenía el móvil en la mano, dispuesta a rendirse y llamar a Ben porque sentía que estaba en el límite de sus fuerzas y sobre todo, de su cordura.

-¿Nina…? ¿Pero qué…?-

Al principio, pensó que lo estaba imaginando. Pero cuando se quitó los audífonos y enfocó la vista al frente, reconoció a Ben, quien la miraba completamente perplejo.

Nina se puso en pie, sintiendo el cuerpo todavía entumecido y se dio cuenta que estaba sin palabras. Llevaba soñando con él por semanas, llevaba en su cuaderno decenas de bocetos suyos, tomó un avión para venir a verlo y ahora que finalmente lo tenía frente a ella no sabía exactamente qué decir. Se dio cuenta que ésta cruzada personal más bien parecía el delirio de una mocosa que estaba trastornada.

-¿Cuánto tiempo llevas aquí?- preguntó él, ligeramente escandalizado. Ella se encogió de hombros, conociéndolo lo suficiente para saber que estaba preocupado por su bienestar. Ben era justo como lo describió a su mejor amiga hacía un par de semanas atrás. El tipo de chico que sabías que era demasiado bueno para ti. Le escuchó suspirar hondo, acercándose hasta ella y sin pedir permiso tomó la maleta que todavía estaba a un costado del sofá- ven conmigo… creo que ya has pasado suficiente tiempo en ese sofá…-

Aunque hubiera querido, no tuvo voluntad para oponerse. Simplemente siguió a Ben con paso apresurado y ambos subieron en el ascensor sin decir nada.

Nina sentía que el corazón le palpitaba con tanta fuerza que en cualquier momento estallaría.

--

El apartamento de Ben era pequeño y bastante sobrio en la decoración, pero relativamente cómodo para una persona. Nina se dio cuenta que hasta ese momento ni siquiera se planteó la posibilidad que Ben estuviera viviendo con alguien. Simplemente asumió que vivía solo porque cuando llamó a su madre ésta nunca le dijo lo contrario. Tuvo suerte, si no sabía cómo lidiar con él y estaban solos, no quería imaginarse la tortura que hubiese sido encontrarse con un compañero de piso o peor, con alguna novia. Se habría muerto de vergüenza de verdad.

Para su alivio Ben no continuó con el interrogatorio, sino que dejó la maleta a los pies del pequeño sofá que estaba en la sala y se excusó diciendo que iría a la cocina un momento. Nina aprovechó ese momento para llamar a su madre, no quiso hacerlo hasta saber que estaba con Ben en un sitio seguro. Ella se escuchó aliviada y mandó muchos saludos para Ben, sin sospechar que apenas habían cruzado palabras.

Él regresó con una humeante taza entre sus manos, extendiéndola hasta ella. Nina percibió el aroma a menta y sonrió automáticamente. Té de menta, era su favorito y no supo si había sido casualidad o Ben recordaba ese detalle; muchas veces su abuela les servía té a ambos cuando estaban juntos en casa y empezaba a caer la noche, el suyo siempre era de menta porque a Nina le encantaba.

-Gracias…- agradeció con una tímida sonrisa, mientras soplaba sobre la taza.

Con un gesto, Ben la invitó a sentarse en el sofá y a pesar de llevar varias horas recostada en uno, no dudó en hacerlo. Sabía que lo mejor era estar sentada para tener esta conversación, especialmente porque no tenía la más mínima idea de cómo iba a terminar. De hecho, ni siquiera tenía idea de cómo empezar.

No pasó por alto que él se quedó en pie frente al sofá durante unos segundos, como dudando si tomar asiento a su lado. El sofá era de dos puestos, y él terminó decidiéndose por una pequeña butaca que estaba a la izquierda de Nina, quizás pensando que no quería invadir su espacio personal. Eso sonaba razonable y Nina se sintió algo más tranquila, dándose cuenta que a pesar de llevar algunos años sin verse, hasta ahora seguía siendo el mismo Ben que conocía de toda la vida.

-Sé que… sé que estás preguntándote qué demonios hago aquí. Y te juro que tiene una explicación, pero…- se calló, sosteniendo con fuerza la taza de té entre sus manos. Miró a Ben a los ojos, sin ser capaz de descifrar el gesto que él tenía, lo cual era aún más desesperante. No estaba mintiendo, pero que tuviera una explicación no implicaba que ésta tuviera sentido- honestamente no sé cómo explicarte sin que creas que me estoy volviendo loca…-

Los labios de Ben se curvaron lentamente en una sonrisa. La luz de la ventana daba en su rostro y Nina pensó casi sin darse cuenta que así quedaría perfecto para una pintura.

-¿Por qué no simplemente me cuentas? Como mejor te parezca, prometo que escucharé hasta el final…- dijo con un tono tan sincero que ella le creyó, a pesar del creciente temor que cuando él escuchara la tomaría por una loca.

Se quedó en silencio, reflexionando un poco qué demonios podía decirle que no sonara tan ridículo o peor, psicótico. “Verás Ben, llevo soñando contigo las últimas semanas, pensaba que quizás podíamos retomar esa extraña plática que tuvimos aquella vez en el establo, ¿te importaría?” esa frase dicha en su cabeza ya sonaba lo bastante insana como para pronunciarla en voz alta. Pero tampoco podía quedarse en silencio eternamente, ya estaba aquí frente a Ben, al menos el pobre merecía alguna respuesta.

Entonces recordó que llevaba sus cuadernos de dibujo en la maleta, supuso que quizás era mejor un ejemplo ilustrativo de lo que estaba pasando. O tal vez no, pero al menos era un punto de partida así que decidida a ello dejó la taza de té en una mesita que estaba frente a ella. Por suerte los cuadernos estaban en el bolsillo externo de la maleta y a la mano.

Abrió el primer cuaderno de par en par, colocándolo también sobre la mesita. No pasaron más que unos segundos hasta que Ben tomó el cuaderno de bocetos entre sus manos, mirando su contenido con detenimiento.

Miró los ojos de Ben moverse de una hoja a otra, sus manos pasando las páginas cada cierto tiempo. El silencio era francamente aterrador para Nina, pero aguantó sin hacer ningún tipo de comentario, apenas y moviéndose, casi que conteniendo la respiración. Los primeros dibujos, en los que Ben estaba deteniéndose como si tuviera todo el tiempo el mundo, eran de los dragones. No había arrancado ninguno del cuaderno, excepto aquel que le obsequió al hermano de Imogen, así que estaban ordenados en orden cronológico.

De un momento a otro, dejó de escuchar el sonido de las páginas y supo que Ben había llegado hasta los dibujos que él era protagonista. Nuevamente contuvo la respiración, porque la expresión de su rostro seguía indescifrable, los ojos fijos en el papel.

Al cabo de unos instantes que le parecieron interminables, sus miradas se encontraron y para su sorpresa, Ben estaba sonriendo. ¿Por qué sonreía? De todas las reacciones que podía esperar, la última era una sonrisa. Nina quiso decir algo, pero sentía un nudo en la garganta, era una sensación parecida a la que tenía en aquel sueño, cuando ella y Ben estaban solos, hablando de algo que parecía importante pero que no terminaba de entender.

-Espero honestamente que esa no sea una sonrisa de “oh pero qué loca que está Nina” porque ya lo pensé bastante en el viaje de avión, y durante todas las semanas que llevo soñando con lo mismo…- dijo de repente, en un tono casi desesperado, tropezando las palabras. Inspiró hondo, tratando de serenarse un poco antes de continuar- digamos que eso que tienes ahí es mi diario de sueños, sólo que yo soy incapaz de escribir, así que en lugar de eso, dibujo…-

Ben pronunció la sonrisa, Nina se quedó aún más perpleja y si hubiera podido, le habría lanzado algo, tan sólo para desquitar la frustración que sentía. ¡Sentía que estaba burlándose de ella!

-En realidad puedes tomarla como una sonrisa de “Nina tiene mucho talento”…- comentó en un tono de voz más alegre, sin cambiar el gesto.

Nuevamente ella se quedó sin palabras, sintió sus mejillas sonrojarse de la vergüenza esta vez. No era la reacción que estaba esperando, pero al menos no se estaba burlando de ella ni pensaba que estaba loca al mostrarle todo ese montón de dibujos. Eso era un avance.

-Gracias, pero en realidad…- seguía con las palabras atoradas en su garganta, no tenía la más mínima idea de cómo continuar y ya no había más dibujos para usar de catalizador. Que Ben estuviera tan apacible no ayudaba en nada y empezaba a desesperarse otra vez- vine hasta aquí porque llevaba semanas con lo mismo dándome vueltas en la cabeza, y pensé que tal vez…- no pudo terminar la frase, no podía decirle de buenas a primeras “pensé que tal vez podías ayudarme” porque no sabía si eso era posible.

-¿Qué es lo que quieres saber, Nina?- aquella pregunta la dejó sin aliento. Recordó aquella vez en el establo, la forma tan desesperada en que él hablaba. Él pensaba que Nina recordaba “algo”, y aunque trató de bloquear eso todos estos años, ahora el tema volvía otra vez sobre la mesa.

Nina repasó la pregunta muchas veces en su cabeza, mezclándose con sus pesadillas, que después se convirtieron en sueños y después… después no sabría definirlo, pero una parte de Nina sabía que no eran exactamente sueños. Sabía que tenían un significado oculto y que Ben también lo sabía, quizás ya lo sabía tres años atrás, cuando ella no dejó que se explicara.

Miró a Ben a los ojos, que parecían un extraño remanso de paz del que no quería escapar en este momento. La mirada que aparecía en sus sueños era ligeramente diferente, sus ojos brillaban con tal autoridad que cautivaban. Era Ben, pero al mismo tiempo no lo era; incluso Nina le llamaba de distinta manera.

Balinor. Eso sí que lo recordaba, hizo la anotación en uno de sus cuadernos, en la esquina inferior de una de las páginas.

-¿Quién eres?- preguntó, guiándose por sus impulsos que al fin y al cabo eran los que la trajeron hasta este punto exacto.

Ben continuaba impasible, con el cuaderno entre las manos y volvió a sonreír, no pasó por alto que sus ojos brillaban de una manera especial. Era como si hubiera estado esperando esa pregunta desde siempre, aunque eso no tenía ningún sentido.

-¿Me estás preguntando quién soy ahora o quién fui en el pasado, Nina? Porque son respuestas ligeramente diferentes…-

Nina no supo cómo responder a eso, separó sus labios pero no tenía palabras, se habían agotado.

-Balinor…- la respuesta fue automática, con tanta seguridad que ella misma se sorprendió por su tono. Pero no podía equivocarse, a eso era lo que estaba refiriéndose Ben- así te llamabas…- la última frase también salió de sus labios sin que ella pudiera evitarlo. “Así te llamabas” era tajante, y pensaba que ahora sí Ben al echaría fuera, pero en lugar de eso se fijó en que él estaba sonriendo de verdad, como si Nina no hiciera otra cosa más que darle las respuestas correctas.

-Hacía realmente mucho tiempo que no escuchaba ese nombre en voz alta…- dijo mientras se ponía en pie. Extendió su mano hacia Nina, invitándola a hacer lo mismo- Nina ven conmigo, yo también quiero mostrarte algo…-

Ella lo pensó unos instantes pero le tomó de la mano, poniéndose también en pie. Ben la llevó por el corto pasillo, hasta la puerta que con seguridad debía ser la de su habitación. Después de las horas de viaje y de esta conversación tan surrealista, Nina ya no estaba asustada y estaba preparada literalmente para todo. Hasta para encontrar un dragón dormido encima de la cama de Ben.

No encontró un dragón dormitando, por supuesto, y aunque no pensaba decirlo en voz alta eso fue ligeramente decepcionante. Tantas semanas soñando con dragones sí que la habían trastornado aunque fuera un poquito. No había dragones, pero Ben el mostró otra cosa igual de interesante.

-Toma, es esto… temo que vas a tener que leerlo, yo no puedo dibujar tan bien como tú…- dijo él con una pequeña sonrisa. Puso en sus manos un viejo cuaderno, con forro de cuero y que parecía algo gastado con el uso frecuente. Nina no comprendió muy bien de qué se trataba el asunto hasta que lo abrió y empezó a leer su contenido.

No se lo esperaba, pero Ben llevaba su propio diario de sueños.

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Encontró una posición cómoda en cama de Ben y allí se quedó, pasando las páginas del diario con sumo cuidado. Permaneció en silencio durante incontables minutos, sin hacer otra cosa más que leer en aquel cuaderno un montón de nombres y referencias que ella no alcanzaba a comprender del todo. Reconocía ciertos nombres propios y de lugares, después de todo su abuela solía leerle muchas historias cuando era niña, pero a Nina nunca se le ocurrió relacionar todas esas fantasías con ella misma. De hecho si no hubiera sido por sus constantes pesadillas, ella estaría pensando que necesitaban verse con un psiquiatra.

Ben permaneció en silencio, también recostado en la cama pero más rezagado en una esquina del colchón. En cualquier otro momento Nina le habría preguntado si de verdad esperaba que ella creyera una sola palabra de lo que estaba escrito allí, pero había hecho todo un viaje desde Inglaterra. Estaba allí porque necesitaba creer en algo.

-¿Hace cuánto tiempo que…?- humedeció sus labios, sin saber exactamente cómo decirlo- ¿Hace cuánto tiempo que lo sabes?- ahora que comprendía su encuentro en el funeral desde otra perspectiva, era obvio que Ben llevaba teniendo sueños recurrentes mucho antes que Nina siquiera pudiera darles un significado en concreto. ¿Por cuánto tiempo?

-Desde los quince, más o menos…- respondió él, para que después Nina hiciera cuentas en su cabeza. ¿Cuántos años tenía exactamente Ben? Debía tener unos veinte como mínimo, así que eso hacía unos cinco años de recuerdos transformados en sueños. Cinco años. Ella llevaba cuando mucho unas semanas y ya sentía que estaba agobiada y al borde del colapso.

¿Cómo se sentiría él? O quizás ya estaría acostumbrado.

-Eso es mucho…-

-¿En serio? Yo creo que es muy poco…-

Nina sonrió volviendo la vista al cuaderno, donde rezaba “Nimueh” en letras grandes en la parte superior de la página. Releyó el nombre con detenimiento un par de veces, cada vez que lo hacía un sentimiento de pertenencia se apoderada cada vez más de ella.

Empezó a leer con mayor detenimiento los párrafos que había en esa sección. Ciertamente no eran párrafos muy elaborados, algunos tenían tachones y anotaciones en el borde de la página, como si hubiera tenido alguna revelación en un sueño posterior. Se giró hasta Ben, quien la contemplaba fijamente y parecía estar conteniendo la respiración. Nina nunca en toda su vida se había sentido tan conectada a otra persona, ni siquiera con Imogen a quien conocía desde temprana edad y conocía todos sus secretos.

O casi todos.

-Nos conocíamos…- no era una pregunta, juntando todos sus sueños esa era una de las pocas conclusiones que tenía. Aún así se sintió un poco más tranquila cuando él asintió con un movimiento de su cabeza- ¿Éramos amigos?- esa otra parte ya no estaba tan clara, pero a ella tampoco le parecía que eran enemigos. Porque no lo eran ¿verdad?

-No creo que ése sea precisamente el término adecuado. Pero nos conocíamos… y yo te respetaba, eso lo recuerdo muy bien… tu presencia infundía respeto y admiración…- lo dijo con un tono de voz tan tajante que Nina no tuvo más remedio que creerle.

Respeto y admiración. Era la primera vez que alguien se refería a ella de aquella manera y debía admitir que no le desagradaba. Tantos años luchando para no ser el centro de atención y parecía ser que tiempo atrás ésa era su rutina.

Volvió a releer las notas del apartado de Nimueh y se dio cuenta que casi al final estaba su nombre en mayúsculas, incluso subrayado varias veces. Más abajo estaba una frase escrita en una letra más pequeña. “¿Recuerdos? ¿Contactar con ella?” pudo leer con claridad, y entonces se dio cuenta en realidad todo el daño que había causado aquella tarde en el funeral de su abuela. Debió haber hecho caso a sus instintos en ese entonces y escuchar lo que él tenía que decirle. Recordó con claridad el rostro compungido de Ben y sin poder evitarlo sintió un vacío en el estómago.

Pocas veces se había sentido tan culpable en toda su vida.

-Lo siento mucho, lo de aquella vez, no quería comportarme de esa forma…- dijo con gesto arrepentido. Ben debió darse cuenta de su ansiedad, porque negó suavemente con la cabeza como si quisiera dejar zanjado ese asunto de una vez.

-Ya no importa, Nina…-

Ella quiso disculparse otra vez, pero lo descartó por temor a sonar repetitiva y ridícula por lo que volvió a concentrarse en el cuaderno. Pasó las páginas sólo por fingir que hacía algo, porque no podía dejar de pensar en que todo este tiempo Ben estuvo carcomiendo ideas en su cabeza completamente solo. Esas páginas llenas de anotaciones y tachones eran la prueba fehaciente que desde los quince años no había dejado de pensar en lo mismo. Ella sólo unas semanas y se sentía tan aislada e incomprendida, no quería imaginarse cómo debió sentirse Ben durante tantos años.

-¿Quién es Hunith?- preguntó en un impulso, dándose cuenta que estaba en la última sección del cuaderno, que ocupaba bastantes páginas.

Cuando miró a Ben, pudo notar cierta tensión en su rostro e instintivamente se mordió el labio inferior. Quizás había tocado un tema sensible y ni siquiera se había dado cuenta, en su afán por pensar en otra cosa que no fuera la potencial soledad de Ben.

Se quedaron en silencio y comenzó a sentirse incómoda otra vez, con ganas de irse, pero sabía que ya era inútil utilizar esa táctica. Tendría que quedarse allí hasta el final, el problema era que Nina no sabía exactamente a qué “final” se estaba refiriendo.

-Creo que sonaría muy cursi decir “el amor de mi vida” pero la amé mucho, los recuerdos más vívidos que tengo siempre son los suyos…- susurró, desviando la mirada y Nina dejó escapar una exclamación de sorpresa porque no se esperaba esa revelación.

Volvió la vista al libro, leyendo los párrafos que contenían todos los recuerdos que Ben tenía de esa tal Hunith. Sí que eran mucho más detallados que el resto, incluso había una descripción física que abarcaba casi ocho líneas. Sí que debía recordarla bien, pero aunque buscó en cada palabra algo que pudiera relacionarla con ella, no encontró absolutamente nada. Era obvio que ella jamás la había conocido y eso en cierta forma la decepcionó un poco; no sabía exactamente por qué.

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Tenía dinero suficiente para quedarse en un sitio, no precisamente en un hotel cinco estrellas pero al menos tenía dinero para un par de días antes de regresar a Inglaterra. Debió imaginar que eso quedaría fuera de discusión nada más sugerirlo, Ben discutió durante casi diez minutos seguidos hasta que finalmente Nina aceptó pasar la noche allí. No estaba muy convencida, porque su vuelo partía en tres días exactamente y sabía que se quedaría allí hasta entonces. De hecho su sentido común le decía que Ben era capaz de acompañarla hasta el aeropuerto aún cuando ella le dijera mil veces que no era necesario.

-Tampoco vas a dejar que duerma en el sofá ¿cierto?- preguntó esa noche, con una vocecita un tanto inocente. El gesto de Ben decía todo, estaba sorprendiéndose de lo testarudo que podía llegar a ser si se lo proponía.

-Por supuesto que no, eres mi invitada y punto. No te preocupes, el sofá y yo la pasaremos muy bien juntos- dijo bromeando antes de despedirse de ella. Eran pasadas las doce de la noche, era relativamente temprano de acuerdo a los estándares de Nina pero aunque su mente estaba bastante lúcida, su cuerpo estaba muy agotado y la cama de Ben lucía demasiado acogedora.

Cuando quedó a solas en la habitación, se sintió un poco incómoda porque estaba en pijama invadiendo el espacio de Ben. Pero cuando se acurrucó entre las sábanas, toda incomodidad anterior pareció disiparse enseguida. Entrecerró los ojos, sintiendo cómo el sueño la invadía poco a poco.

Esa noche los sueños no contenían ni fuego, dragones o a Ben. Tan sólo estaba ella, arrodillada frente a lo que parecía ser un altar de piedra. Estaba nerviosa y tensa, podía sentirlo; tenía una angustia alojada en su pecho pero no comprendía por qué. Era una angustia amarga, que sólo parecía acrecentarse a cada segundo que pasaba. No pasó demasiado tiempo (o eso creyó) hasta que se dio cuenta que había otra silueta que la acompañaba. Era una silueta masculina, pero estaba a sus espaldas, a unos cuantos metros y no alcanzaba a distinguir su rostro.

“Sí puedo hacer lo que me pides… pero eso no implica que quiera hacerlo. No tienes idea el precio a pagar para obtener lo que quieres…” hablaba en susurros, con voz queda y todo lo que obtuvo a cambio fue un rotundo silencio. Sin embargo no estaba sola, podía escuchar la respiración pausada de su acompañante, quien permaneció en su posición en todo momento.

A la mañana siguiente despertó con un ligero dolor de cabeza, con las escenas de sus sueños todavía frescas, así que se tomó unos considerables minutos para desperezarse un poco, salir de la cama y posteriormente de la habitación. La recibió un característico olor a café y tostadas, eso bastó para abrir su apetito en unos cuantos segundos.

Se asomó con cierta timidez hasta la cocina, y allí estaba Ben frente a la tostadora. Él ladeó el rostro cuando notó su presencia y le regaló una sonrisa.

-¿Dormiste bien?-

-Más o menos- se encogió de hombros para adentrarse en la cocina, quedando a la par de él. Estaban muy cerca, y sólo entonces reparó en la diferencia de altura entre ambos, Nina se consideraba de estatura promedio pero Ben la hacía sentirse realmente diminuta.

-¿Tienes hambre?- preguntó el con una media sonrisa y Nina ni siquiera se esforzó en disimular, asintiendo casi enseguida.

Nina siempre tomó por cierta esa idea preconcebida que los hombres no sabían cocinar, pero Ben preparó un desayuno realmente delicioso, o quizás era que ella en verdad tenía mucha hambre. Ambos hablaron de temas un poco más triviales mientras terminaban las tostadas y su torta de huevo, Nina le mandó los saludos de su madre e incluso le comentó que había sido aceptada en la universidad y que si todo salía bien, estudiaría artes plásticas.

-No dudo que entraras, eres muy buena. De hecho creo que a mí me favoreciste más de lo necesario, mi ego lo agradece no te creas…- aunque era consciente que él lo decía en broma, a Nina le resultó imposible no sonrojarse por ese comentario.

-Eres un exagerado…- susurró todavía apenada.

Aunque Ben trató de impedirlo, Nina terminó por lavar los trastes, necesitaba sentirse algo útil a pesar de estar en calidad de invitada. Al terminar de lavar toda la vajilla, se acercó hasta la sala en donde estaba Ben sentado en el sofá, repasando sus anotaciones. Se veía tan concentrado que ella se quedó mirándolo en silencio por unos minutos. Todavía le parecía completamente increíble todo lo que había ocurrido desde ayer. Se sentía distinta, como si mirara al mundo de distinta forma sin que pudiera evitarlo.

Con cuidado se acercó hasta él, tomándose el atrevimiento de sentarse a su lado. Ben no pareció incomodarse en lo absoluto, pero tampoco hizo ademán de prestar mucha atención a los movimientos de Nina. Hubiera dado cualquier cosa por saber qué pasaba por su mente en ese momento.

Del mismo modo también le hubiera gustado decir algo que rompiera un poco el silencio y que distrajera a Ben porque tenía el pequeño presentimiento que había algo que lo estaba molestando. Tenía una expresión bastante seria y tomándola desprevenida, se giró, encontrando sus miradas. Nina tragó en seco, sintiéndose ligeramente intimidada pues los ojos de Ben estaban fijos en ella, como si no existiera nada más.

-Necesito recuperarla, Nina. Sé que si tú y yo estamos aquí, juntos, ella también debe estar allá afuera, en algún sitio…-

Le tomó unos segundos comprender con exactitud de qué estaba hablando Ben. Luego se sintió una estúpida por no haberlo pensado antes. Hunith. Aquella mujer de quien él estuvo tan enamorado.

-Si quieres… si quieres yo puedo ayudarte…- Nina ni siquiera estaba segura de qué estaba balbuceando. Quizás sólo lo decía porque quería animar a Ben un poco- no tengo idea cómo empecé a recordar, fue algo espontáneo… pero como tú dices, estamos juntos en esto, pienso que algo podremos hacer…-

Y en el fondo, quizás más de lo que estaba dispuesta a aceptar, Nina quería saber más. No quería navegar en sueños que no comprendía o despertar en medio de horrorosas pesadillas. Quería más respuestas y era mucho mejor hacerlo en compañía de Ben que completamente sola.

-Gracias, Nina…-

Ella quiso decirle algo, una simple frase que restara importancia a la especie de pacto que acababan de hacer. Pero tenía un nudo en la garganta, así que tan sólo extendió su mano para entrelazarla con la de Ben.

Él correspondió el gesto, apretando la mano entre las suyas.

( continuará )

fandom: merlin, rating: g, fic: ylsss, personaje: balinor, personaje: nimueh

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