En Madrid no hace falta que sea un día nublado para ver el cielo gris. Uno ya se habitúa al olor, y al color, de los motores. Y cuando sale fuera se queja del nauseabundo olor de las algas en las pequeñas calas del cantábrico, o llama ruido al canto de las chicharras. Porque salir fuera es irse de Madrid. Ser de Madrid es ser de dentro. Yo soy de
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