Hundido en las arenas movedizas de las dudas más obsesivas, ofrezco una mano a la Esperanza y otra a Caronte para que uno de los dos me libere de este fango moral que me engulle lentamente. Y mientras me hundo, los observo indolentes al otro lado de las vías y me atormenta la idea de que sólo aceptarán ayudarme cuando sea yo el que decida qué mano
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Muy bien escrito, como siempre.
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Gracias!
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Ñi.
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