Tiempo de desafíos: La piedra en el camino - Parte 4/4

Jun 21, 2013 09:28


Y así, llegamos al final.

Parte 1 - Parte 2 - Parte 3

La piedra en el camino
Autor: Enia
Fandom: Hansel y Gretel - Cazadores de Brujas
Pairing: Hansel/OC
Rating: el máximo, por futuros momentos.
Beta: la talentosa mordaz
Resumen: La vida que tenemos es exactamente la que queremos. ¿O no?
Disclaimer: el personaje de Hansel no me pertenece. Su apellido fue elegido durante un chat con __marion__, así que tampoco puedo adjudicarme autoría. El personaje original es todo mío y cualquier parecido con una persona real, probablemente no sea una coincidencia.

&&&&&&&&&

Parte 4

A Hansel algunas cosas, básicamente, le daban igual.

Dónde dormían, qué comían, qué tipo de bruja mataban. En tanto tuviera un lugar donde apoyarse para dormir, algo que echarse en el estómago y se tratara de una bruja, para él los detalles sobraban.

Lo que a Hansel nunca le había dado igual era su hermana.

Gretel era su compañera de viaje, su amiga, su pareja en la batalla, su familia y su constante. Era quien curaba sus heridas cuando no eran superficiales, quien discutía con él los planes antes de lanzarse a cazar, quien permanecía a su lado cuando el miedo, la ignorancia o la estupidez volvía a la gente peligrosa y vociferante.

Era testaruda, fuerte, ágil, hábil, poderosa. Podía confiar en que pelearía a su lado, de igual a igual, sin quejarse, sin debilidades, sin acobardarse. Gretel era una guerrera fabulosa. La Boadicea de su ejército de dos. O de cuatro, ahora que contaban con Ben y Edward. Pero Boadicea al fin.

En su vida de batallas, lo que importaba era la siguiente cacería a emprender y que sobrevivieran sin mayores consecuencias. Todo lo demás, era secundario.

Cuando se cruzó con Mariam la primera vez, que ella no se molestara en indagar acerca de su arma tan inusual, o que no pidiera mayores detalles sobre la naturaleza de su trabajo, fue una experiencia nueva. Y una tentación muy grande. Una parte de él quiso ser honesto, revelarle quién era, qué hacía. Otra parte, más fuerte en aquel momento, lo convenció de aprovechar la oportunidad de ser alguien anónimo, normal. Cualquiera.

Ser alguien normal, con ella, era sencillo. Y tentador. Tan tentador, que salió huyendo con la intención de no volver jamás.

Cuando regresó a aquel pueblo, esperó que Mariam reaccionara ante su mentira. Que se ofendiera, o que hiciera alharaca. Que se mostrara interesada en el cazador o altanera con el hombre. Algo, lo que fuere que terminara con esa imagen de comodidad y normalidad que asociaba firmemente con ella.

Entonces leyó en el rostro femenino curtido por el trabajo al sol que ella comprendía que le hubiera ocultado su oficio. O que no le importaba. Que lo que él hacía para vivir, aquello que definía el modo en que él se relacionaba con el mundo, era secundario para ella. Y los pilares que cimentaban su visión de cómo debía ser su vida, se movieron.

Fue por eso que, en cuanto el padre de los niños desaparecidos estuvo en la comisaría, confesando sus pecados enfermos, fue a buscarla. Porque ese caso no se trató de brujas y él no necesitaba la furia de Gretel, fiel reflejo de la suya.

Tampoco necesitaba el espanto horrorizado de la gente del pueblo, que en un momento pedía justicia, y al siguiente era capaz de acusarlos a ellos de la depravación de otros. No sería la primera vez que les pasaba. Que recurrían a ellos esperando que solucionaran el problema y pelearan la batalla, para luego alejarse como si su mera existencia fuera ofensiva. Como si no fueran más que males necesarios.

Lo que necesitaba era aire. Espacio. Sentarse por un segundo y descansar. Que nadie lo juzgara por lo que a veces se veía obligado a hacer. No estaba seguro de que ella, como el resto, no fuera a condenarlo por lo descubierto. Y aún así, no fue capaz de cambiar el rumbo. Porque una parte suya, esa que era perversa y se empeñaba en abofetearlo, lo instó a seguir. Quizás si ella lo condenaba, entonces finalmente se libraría del hechizo. Esta imagen, esta sensación que lo impulsaba a regresar, se quebraría y podría irse sin volver a pensar en ella jamás.

La parte de él que sabía que ella era diferente, se regocijó cuando su plan fracasó. Porque ella no recriminó, no reclamó, no juzgó. Casi ni siquiera habló. Mariam se limitó a brindarle algo que nadie nunca le había dado: normalidad, comprensión y aceptación.

Hansel se pasó los siguientes dos meses arguyendo consigo mismo para no regresar. Besarla fue un error, porque aunque se supone que uno no extraña lo que nunca tuvo, las posibilidades pueden obsesionar al más cuerdo. Y ese beso fue suficiente para que él se percatara de todas las posibilidades.

Ella le ofrecía esa otra vida que él no parecía destinado a tener. Cenas calientes, trabajo de granja, charlas sobre cosechas o tormentas, silencios cargados de tranquilidad

Sabía que el comentario sobre cuándo pensaba sembrar, fue una invitación velada para que regresara. Sabía que no debía volver. Sin embargo, cuando Ben dijo que le intrigaba saber qué fue de los niños desaparecidos, él se encontró sugiriendo ir a averiguarlo antes de siquiera darse cuenta. Gretel lo había mirado, con una ceja levantada. Pero a pesar de la especulación patente en sus ojos, estuvo de acuerdo en regresar. Como si verificar el estado de sus clientes fuese algo habitual en sus vidas nómadas.

Para cuando se percató de cuán grande era la fogata con la cual estaba jugando, estaba enredado entre las piernas de Mariam, con el corazón martillándole en el pecho y el calor femenino envolviéndolo por completo. Había planeado ir a ver cómo estaba, saludarla, tal vez preguntarle si había podido completar la siembra, cenar con ella. Sólo una visita, una comida, y luego regresar a la posada donde había dejado a Gretel y Ben.

Terminó quedándose dos días completos. Esa primera noche, comieron muchas horas después que él llegara. Le hizo el amor casi con desesperación apenas llegó. Y con mucha más calma después de cenar. Y con languidez cuando despertó por la mañana. El sol se colaba por los postigos cerrados y un diminuto rayo aterrizaba justo en los hoyuelos encima del trasero de Mariam.

Por primera vez en su vida adulta, Hansel evadió su mundo. Se olvidó de su hermana, del trabajo, de las brujas, de todo. Y por cuarenta y ocho horas se perdió en ese universo alternativo que seguía pensando que no le correspondía habitar.

Dos días y dos noches durante los cuales descubrió que ella despertaba muy lentamente, como si le costara desembarazarse de las telarañas del sueño. Averiguó que desayunaba poca cosa y que disfrutaba de un buen baño caliente. Que tenía cosquillas y no le gustaba ordeñar. Que sus pecas dibujaban un extraño patrón en su cadera izquierda y su cabello era tan largo que cuando estaba suelto, casi le tapaba el trasero. Que reaccionaba de manera instantánea cuando la tocaba.

Pero lo más interesante de esos dos días, fue descubrir que se habría quedado mucho más. Que habría elegido esa casa y esa mujer por mucho más que unas horas. Que si ella le hubiera pedido que se quedara, se habría negado, pero en su interior se habría cuestionado esa negativa.

Jamás había sentido la necesidad de permanecer en ningún lugar. Y de hecho, el único lugar en donde siempre consideraba estar, era el lugar en donde su hermana estuviera. Porque Gretel no era alguien a quien pudiera abandonar.

Pero Mariam no le pidió nada. Y Hansel estaba convencido que merecía mucho más que lo que él podía ofrecerle.

Merecía constancia, presencia, ayuda, compañía. Que la amaran y la desearan. Que alguien le ayudara a cepillar su largo cabello por las noches, para luego enmarañárselo entre las sábanas revueltas. Que alguien cortara la leña o acarreara el agua para llenar el barreño de la habitación. Que alguien la cuidara si estaba enferma o descompuesta. Que alguien compartiera con ella los días, las noches, las comidas, las tareas, las charlas y los silencios.

Así que volvió a marcharse con su hermana, Ben y Edward.

Si Gretel estuvo intrigada de adónde pasó esos dos días, no lo dijo. Hansel conocía a su hermana lo suficiente como para saber que no ignoraba que algo sucedía. Sin embargo, no encontró el modo de contarle. De explicarle. Simplemente, porque las palabras no eran lo suyo. Y porque ni siquiera estaba seguro de qué podía decir.

Se prometió a sí mismo que no regresaría, porque hacerlo era egoísta y cruel. Para con él, que no podría obtener más que migajas de lo que podría ser. Para con ella, que valía muchísimo más que los pocos momentos que podían compartir. Para con el destino, que podía decidir que ella quedara embarazada y entonces, todo sería demasiado complejo y complicado. Y erróneo.

Hansel se consideraba a sí mismo un hombre calmo y controlado. Por eso era tan bueno en lo que hacía: porque en él ganaba lo racional. No era impulsivo y una vez establecido el mejor plan de acción, se atenía a éste sin replanteos innecesarios.

Cinco semanas después de dejar a Mariam en la puerta de su casa al amanecer, Hansel se había replanteado su promesa de no regresar incontables veces. La imagen de la joven, con el pelo desarreglado, los labios húmedos por un último beso, el rostro somnoliento y una aletargada sonrisa de satisfacción, lo perseguía por las noches. Imágenes de ella charlando, cocinando, limpiando, cortando leña, tomando un baño, canturreando desentonada mientras tejía cestos de mimbre, poblaban las horas de sus días.

Al final, se dio por vencido y le comunicó a Gretel que necesitaba reponer su medicina. Rechazó la oferta de ir todos a buscarla. Organizaron dónde encontrarse para el siguiente trabajo, en cinco días. Necesitó dos de esos días para ir y volver, pasando por el pueblo en donde vivía el boticario.

Los otros tres, los invirtió en Mariam.

No estaba muy seguro de qué haría al verlo, cómo lo recibiría, qué le diría. Cuando se despidieron, se cuidó de no prometer regresar, de no planificar otra visita, de no darle a entender que lo vería pronto. De no alimentar ninguna esperanza.

Al igual que la vez anterior, llegó al atardecer. Respiró profundo, intentó alisarse el pelo y sacudirse el polvo del camino de la ropa. Y golpeó, preparándose mentalmente para cualquier posible curso de conversación o acción, desde reproches a frialdad.

Mariam abrió la puerta, secándose las manos con un paño blanco, y como la vez anterior, lo miró en silencio. Estaba tan hermosa como la recordaba. El rostro más bronceado, las pecas de su nariz más notorias, el pelo en un rodete desordenado. Llevaba un vestido color pardo, en lugar de pantalones.

Como la vez anterior, se hizo a un lado para dejarlo entrar, sonriéndole apenas. Él había invertido varias millas en pensar qué iba a decirle. En mentalizarse que por mucho que deseara esta con ella, debía controlarse. Se había aleccionado a sí mismo acerca de respetos y cuidados merecidos; de lo inadecuado de lanzarse sobre una mujer con la que había compartido una noche de pasión, para luego marcharse por la mañana.

Ella se limitó a cerrar sus brazos alrededor de su cuello y besarlo, expresándole sin palabras que no tenía tiempo ni interés en respetos y cuidados.

Terminaron contra la puerta, ella con las piernas enredadas en las caderas de él, él con el rostro enterrado en el cuello de ella. Vestidos. Abrazados. Él apartó el rostro del cuello femenino para, con suavidad, despejarle el rostro de mechones de pelo y decirle hola. Ella le sonrió, radiante, y le preguntó si se quedaría a cenar.

Hansel recordaba los tres días que pasó con ella como una extraña superposición de momentos de calma y normalidad, con horas de pasión y deseo. Se le grabaron las risas, las pequeñas rutinas que a esa altura habían establecido. Él le contó algunas de sus cacerías más impresionantes. Ella le preguntó cómo hacía su hermana para deshacerse de la porquería en la ropa. Él le dijo que a Gretel, esas cosas no le parecían importantes. Ella declaró que Gretel le gustaba. Él deseó que ella le gustara a Gretel también.

Él intentó aprender a ordeñar una vaca y dejó un desastre de leche en el granero. Ella le preguntó por sus inyecciones y le pidió que le enseñara a aplicárselas. Él le preguntó si fue feliz en su matrimonio. Ella le dijo que mientras Thomas estuvo vivo, ella nunca sintió que era desdichada. Se lo susurró en el cuello, acurrucada en su regazo a la medianoche, mientras él se mecía en su mecedora favorita junto al fuego.

Esa vez, cuando llegó el momento de marcharse, se cuidó más que nunca antes de no prometer que volvería. No porque fuera a jurarse a sí mismo, de nuevo, que no iba a regresar, sino porque tenía miedo de que ese mundo de peligros en que vivía lo alcanzara. Y ella se quedara esperándolo.

Parados frente a la casa, la besó profunda y lentamente. Resistiéndose a terminar el beso, a marcharse, a dejarla una vez más. Ella se aferró a su espalda casi con desesperación, transmitiéndole con sus labios lo que no iba a decir en voz alta. Que regresara, que no le importaba si tardaba, estaría allí, que lo esperaría. Él hundió el rostro en el cuello de ella, aspirando el perfume de la piel y el pelo rojo. Ella lo abrazó con fuerza y besó la piel por encima del borde de su camisa abierta.

A bastantes metros, oculta en el follaje de un frondoso árbol, Gretel contempló a su hermano arrancarse de entre los brazos de la mujer pelirroja y alejarse hacia el camino. Observó cómo la mujer, cuyo nombre aún desconocía pero recordaba haber visto en la plaza del pueblo hacía meses, se abrazaba a sí misma y permanecía donde estaba, tiesa.

Y suspiró.

No necesitaba de más explicaciones para darse cuenta de qué era exactamente lo que le había estado pasando a Hansel los últimos meses. Y tampoco necesitaba darle muchas vueltas a los motivos que su parco hermano podía tener para haberle ocultado esa relación. Para mentirle con el sólo propósito de poder ver a esa mujer, sin tener que hablarle de ella.

Gretel era una mujer independiente, terca y voluntariosa. Sabía qué era, quién era, qué quería hacer. Y sabía que contaba con Hansel para respaldarla. No necesitaba que él le dijera en voz alta que no la abandonaría sola en la lucha. Que si ella insistía en ir al infierno a ver qué había allí, la acompañaría. Opinando que era una mierda de idea, pero igual iría.

Porque así era Hansel. Leal, fuerte, protector.

Pero su hermano no era feliz. Lo tenía claro desde hacía tiempo. Ahora podía ver cuál era el motivo de su talante taciturno y triste. Y también podía ver que él no haría nada por cambiar la situación.

Lo observó girarse hacia la casa y levantar el brazo, para recibir un saludo similar de la mujer que aún estaba parada bajo el sol, frente a la puerta. Y decidió que si él no iba a actuar, entonces lo haría ella. Porque sin importar cuánta satisfacción le provocara el exterminio de brujas, nada era más importante en su mundo que su hermano.

Hansel se ajustó el arma al hombro y sin atreverse a mirar atrás de nuevo, giró hacia el este y emprendió el camino que lo llevaría hasta el boticario. De regreso a su hermana, la cacería, las batallas, las noches frías. De regreso a un mundo en donde Mariam sólo existía en sus recuerdos. Cada paso que daba, sentía que una soga invisible lo jalaba de regreso. Con las manos cerradas en puños, siguió avanzando. Respirando hondo. Ignorando el nudo en su garganta. Negándose a abrigar la esperanza de poder regresar pronto. O simplemente, regresar.

Parada frente a la casa que Thomas Brandt había construido treinta años antes, con el sabor de la boca de Hansel aún impregnando sus labios y su calor evaporándose de su piel, Mariam se quedó quieta por mucho rato. Casi paralizada por el dolor sordo en su pecho. Sabía que debía moverse. Entrar, lavar los pocos trastos que usaron en el desayuno, tender la cama, dar de comer a las gallinas. Sabía que debía regresar a su vida y aún así, su cuerpo se insistía en permanecer donde estaba.

Observó a Hansel perderse a lo lejos, al doblar por la misma esquina donde se conocieron. Sintió que una parte de ella se iba con él. Quiso correr, alcanzarlo, abrazarlo sólo una vez más. Pedirle que se quedara. O que la llevara con él. No se movió, porque ninguna de esas opciones era realista. Porque él era quien era, y ella era quien era. Y en el fondo, sabía que en eso se basaba esa relación, por extraña que fuera.

Suspirando, acarició a Braco tras las orejas y entró en la casa.

Él siguió caminando, sintiendo que la posibilidad de no regresar jamás era tan real que lo asfixiaba.

Ella cerró la puerta, intentando controlar la horrible sensación de que esa podría haber sido la última vez que lo veía.

Una hora después, él ya había aceptado que cuando se trataba de Mariam, no estaba dispuesto a sacrificarse. ¿A quién engañaba? Iba a regresar. Pronto. Tan pronto como pudiera. Sabía que Mariam no lo rechazaría. Que lo estaría esperando. Y sabía que sin importar cuán lejos estuviera, sin importar cuánto esfuerzo le representara el viaje, él volvería. Porque regresar a ella, para él, era inevitable.

Varias millas más adelante ya se había dado cuenta que esconder la situación, iba a requerir de más mentiras de la que estaba dispuesto a contar. No podía fingir que le faltaba medicina cada vez que fuera a verla. O desaparecer simplemente, aduciendo que necesitaba tiempo para él o algo parecido. Era ridículo. Y era un insulto a la inteligencia de su hermana.

Para cuando él llegó al pueblo vecino, había decidido que le diría a Gretel acerca de Mariam. Le explicaría que pensaba regresar a verla cuantas veces pudiera. Por todo el tiempo que pudiera.

Le aseguraría que seguiría yendo con ella en las cacerías, pero entre una batalla y otra, necesitaba regresar a Brotadle. Que dado que siempre les había dado igual un lugar que otro, a partir de ahora él elegía ese pueblo. Y esa mujer.

Gretel era terca y autosuficiente, pero lo amaba. Se acomodaría. Si era necesario, reclutaría a Ben para su causa. Ben era un romántico. Lo apoyaría.

Para cuando abandonó al boticario estaba convencido de que su hermana no sería un problema. De lo que no estaba tan seguro, era que Mariam lo aceptara como parte de su vida de manera constante. Cuadró los hombros y apretó el paso. Tenía unas pocas semanas para trazar una estrategia que le permitiera derribar las barreras de su independiente pelirroja. Él era bueno armando estrategias.

¡Gracias por quedarse hasta el final y dejarme que les cuente un cuento!
¡Besos!
Enia

fanfic, hansel & gretel: cazadores de brujas, escritos

Previous post Next post
Up