Título: El apartamento de la calle Marshall
Nombre: Anónimo
Reto: # - 11 Película "Como si fuera cierto"
Reto proporcionado por:
ha_ru_ka_naNúmero de palabras: ~62,000 en 11 capítulos
Rating: NC-17
Beta:
loredi Parte 1 Parte 2 Parte 3 Parte 4 Parte 5 Parte 6 Parte 7 Capítulo 8
La sensación de tener a Malfoy en su interior esa vez fue todavía más avasallante que en la otra ocasión. Harry cerró los ojos, arqueó el cuerpo con violencia y su cabeza golpeó contra el respaldo del sofá. Lentamente fue resbalando hasta quedar acostado sobre el mueble, completamente perdido en lo que estaba ocurriendo dentro de su ser. Abrió la boca y gimió cuando cada una de sus células se vio invadida con ese calor reconfortante, cuando esas caricias que Malfoy le brindaba desde dentro lo bañaron como la tan anhelada lluvia tibia que cae sobre un terreno sediento.
-Dios, Draco.
No me llames así, escuchó la voz de Malfoy dentro de él, o te haré pagar de maneras que no puedes ni imaginar.
Harry quiso decirle que no le importaba, que a lo que él respectaba podía matarlo si quería siempre y cuando no se saliera de su cuerpo y no dejara de regalarle aquella maravillosa experiencia. Pero no podía formular palabra. Violentos escalofríos de placer recorrían su piel desde el cuero cabelludo hasta los pies, y Harry volvió a gemir mientras se retorcía sobre el sofá.
Ve al cuarto. Te quiero sobre mi cama. Ya.
Esas palabras parecieron tener un efecto inmediato sobre el miembro de Harry, el cual, ya un tanto interesado en el asunto desde hacía rato, tuvo con eso para ponerse duro en su totalidad.
Harry volvió a gemir mientras negaba con la cabeza.
-No puedo, oh, dios, joder. Draco, ¡no puedo!
Y de verdad no habría podido aunque hubiera querido. Estaba seguro de que si se ponía de pie, se desplomaría ante lo abrumador de las sensaciones que estaba experimentando.
Vaya con el auror estrella. Yo te llevaré entonces, no voy a desaprovechar la oportunidad de poder decir que tuve al Niño Dorado desnudo en mi cama, ¿no crees, Potter? Imagina el prestigio…
Harry podía sentir la sonrisa de Malfoy tras sus palabras y él mismo no pudo evitar soltar una risita, a pesar de que la palabra “desnudo” había conseguido que su erección pegara un respingo dentro de la prisión de sus pantalones. Conscientemente se abandonó a la voluntad del espíritu de Malfoy dentro de él, y eso bastó para que éste tomara control absoluto sobre su cuerpo.
Harry se vio a él mismo levantándose del sofá y luego caminando lánguidamente hacia la habitación principal; Malfoy lo hizo entrar y encender una de las lámparas de lectura. Harry, jadeando pesadamente, bajó la vista cuando descubrió que sus manos estaban desabrochándole los botones de la camisa.
Le estaban temblando, y no estaba seguro si el responsable de esa trémula emoción era él mismo o era Malfoy.
Dime que lo deseas, Potter. Dime que en verdad quieres esto.
Harry asintió, casi lloriqueando ante lo absurdo de la pregunta. No podía ni pensar en alguna otra cosa que hubiese deseado más que hacer algo, lo que fuera con Malfoy, y no le importaba que estuviera ocurriendo de esa manera tan peculiar. Tal vez, si se atrevía a soñar un poco, podía confiar en que cuando Malfoy recuperara su cuerpo... ellos conseguirían llegar a más. El simple pensamiento de lo que podrían hacer juntos lo hizo estremecer.
Justo en ese momento sus propias manos terminaron de abrirle la camisa y comenzaron a quitársela lentamente. Sus dedos rozaban la ardiente piel de su pecho y estómago mientras lo desnudaban: leves toques que se sentían como descargas eléctricas y que provocaban que Harry se mordiera los labios. Porque eran sus manos, cierto, pero estaban bajo el comando de Malfoy y Harry sabía que cada movimiento, cada caricia y cada roce, eran deseados y ejecutados por él, y el moreno todavía no podía creer en su buena suerte. No podía creer que Malfoy en verdad quisiera eso, que deseara estar con Harry así.
Su camisa cayó al suelo produciendo un leve sonido susurrante. Las manos de Harry, abiertas y ansiosas, se posaron sobre su pecho y estrujaron el músculo enjuto que encontraron ahí. Apretaron sus pezones y continuaron acariciando hacia abajo, y Harry no podía evitar los gemidos que parecían brotar desde el fondo de su garganta. Y más cuando sus dedos llegaron, nerviosos y vehementes, hasta su pantalón.
-Oh, Dios -jadeó Harry cuando sus manos comenzaron a abrir el botón y la bragueta-, Draco, ¿estás… estás seguro de querer esto? En verdad no es necesario, yo…
Harry se interrumpió porque sintió la risa de Malfoy dentro de él y la sensación fue maravillosa: como un baño de agua dulce y fresca en el día más caluroso del verano. Sonrió mientras imaginaba el gesto de petulancia que Malfoy seguramente tendría en la cara y permitió que sus manos terminaran de abrir su pantalón. La prenda cayó al suelo seguida casi inmediatamente por sus calzoncillos. Harry se vio a él mismo sacudiéndose la ropa, quitándose los zapatos y los anteojos y, finalmente, caminando resueltamente hacia la cama mientras sus manos parecían no cansarse de recorrer su estómago, sus brazos y su pecho.
Malfoy lo hizo caer de espaldas sobre el colchón, y Harry volvió a estremecerse mientras se arqueaba hacia arriba, sus manos asaltándolo con hambre, explorando cada rincón, cada montículo y cada recoveco que podían alcanzar. Eso era demasiado, demasiado bueno, demasiado extraordinario, podría explotar, podría…
Todavía no, héroe, que no he llegado a la mejor parte, le dijo Malfoy con voz divertida y Harry gimió de frustración. Dios, ¿hacía cuánto tiempo que no se sentía así de bien, así de deseado, así de idolatrado, tan excitado…?
-Draco, por favor… por favor.
Las manos de Harry -guiadas por Draco- por fin tuvieron compasión y fueron trazando camino hacia abajo. Si Harry cerraba los ojos, perfectamente podía visualizar que no eran las suyas, sino las de Draco. Podía fantasear que lo tenía encima de él, observándolo con esa intensidad con la que lo había mirado un momento antes en la sala, que estaba acariciándolo, besándolo. A punto de hacerle el amor. Harry giró la cabeza hacia un lado, ahogando un largo gemido contra la almohada y retorciendo el cuerpo sin control. Su erección estaba imposiblemente dura y Harry podía sentir gotas de líquido preseminal escurriendo encima de su estómago. Creía que si Draco no lo tocaba pronto, moriría.
Sus manos acariciaron enérgicamente los costados de su torso, se movieron hacia abajo y llegaron a sus caderas y luego, hasta sus piernas. Draco estiró los brazos de Harry lo más que pudo, llegó lo más lejos que le permitían llegar, y entonces regresó hacia arriba, acariciando ahora la parte interior de los muslos de Harry y obligándolo a apartar las piernas.
Harry gimoteó mientras le ayudaba a abrirlas en su totalidad con el poco control que le quedaba de su propio cuerpo. Dobló las rodillas y apoyó las plantas de los pies en la cama, ofreciéndose sin pudor.
Exactamente así te quería, Potter, masculló roncamente Draco dentro de él y Harry casi pudo sentir el deseo crudo y ardiente con el que le había hablado. No tuvo mucho tiempo para pensar en eso porque en ese momento sus manos alcanzaron sus testículos y comenzaron a masajearlos ardorosamente. Harry abrió la boca y apenas sí pudo contenerse de gritar.
Una de sus manos lo soltó y se dirigió prestamente hacia su rostro. Harry, ansioso al punto que creía que se volvía loco, gimoteó de placer cuando Draco le colocó la palma frente a la boca y él comprendió qué era lo que el rubio quería. Lamió su mano hasta dejarla empapada de saliva, y entonces, Draco la bajó de nuevo y envolvió su pulsante y necesitada erección.
Harry casi pierde la razón.
Su mano comenzó a moverse lentamente, arriba y abajo, apretada y húmeda, acariciándolo, mientras la otra continuaba frotando sus bolas, y Harry podía escuchar que Draco estaba murmurando palabras sueltas e incoherentes, y no quería -no podía- creer cuando algo sonaba a Eres mío. Te deseo, Potter, me vuelves loco, sí, así…. Era demasiado bueno para asimilarlo como cierto.
Estaba tan cerca, oh, dios, sí, tan cerca. Las caricias exteriores que Draco le prodigaba se sumaban -multiplicaban- al calor interior que el rubio le proporcionaba con su invasión, y Harry sabía que no podría aguantar mucho más, que se correría casi enseguida porque eso era fenomenal, y ardiente, y se sentía tan feliz porque Draco le correspondía, Draco también lo deseaba, y, por todos los diablos, Harry quería morirse en ese preciso momento. Nada podía ser mejor.
Pero Draco le demostró, una vez más, que estaba equivocado.
La otra mano que hasta ese instante había estado acariciando empeñosamente sus testículos, abandonó y se dirigió hacia su boca tal como lo había hecho la otra. Chupa, Potter le ordenó Draco con voz gutural, Harry podía sentirlo, podía percibir pasión bajo las palabras que resonaban dentro de su cerebro y eso también contribuía a acrecentar su propia excitación. Ansioso al presentir qué era lo que Draco quería hacer a continuación, Harry abrió los labios y devoró sus propios dedos.
Así, sí, bien hecho. Me encanta tu boca, Potter… te comeré a mordidas en cuanto tenga mi cuerpo. Te juro que te comeré entero y no permitiré que nadie más te bese, nadie, sólo yo, sólo…
Harry gimoteó ante semejantes promesas sin dejar de mover frenéticamente la lengua entre sus dedos, imaginándose que lo que saboreaba eran los largos dedos de Draco. Cuando estuvieron lo suficientemente mojados, Draco llevó esa mano de nuevo hacia abajo. Harry elevó las caderas, esperando.
La mano que acariciaba su erección pausó sus movimientos durante un momento mientras que un dedo de la otra buscaba su entrada y se sumergía dentro. Harry, con los ojos todavía bien cerrados, se arqueó más y gritó roncamente; la otra mano sobre su miembro comenzó a moverse de nuevo pero ahora a rapidez pasmosa, enloqueciéndolo y llevándolo al borde.
El dedo dentro de él se curvó y toqueteó insistentemente, enviando a través de los miembros de su cuerpo un placer puro y electrizante. Harry echó la cabeza hacia atrás tan duro que creyó que se le quebraría el cuello.
Eres mío.
Se corrió casi al mismo tiempo que Draco decía aquello. El orgasmo, profundo y cegador, golpeó su cuerpo, su alma y su mente, haciéndolo estremecer de la cabeza a los pies. Escuchó a Draco gemir dentro de su cerebro, y Harry hizo eco mientras su miembro arrojaba chorros de ardiente semen que, él sabía, no sólo eran de él. Era imposible explicar qué tipo de magia había conseguido aquel milagro, pero ahí estaba. Lo estaba viviendo y tenía que creerlo: él, con Draco dentro de su cuerpo, compartiendo el mismo orgasmo, ambos deseándose y ansiando la oportunidad de volver a vivir eso miles de veces más.
Los placenteros espasmos de su culminación terminaron al fin y Harry se quedó inmóvil y laxo sobre la cama mientras estremecimientos deliciosos recorrían toda la extensión de su piel. Sabía que Draco seguía dentro de él; podía percibirlo, podía sentir su respiración entrecortada y su ánimo alterado. Era sumamente extraño, pero al mismo tiempo era tan fascinante que tontamente deseó que Draco jamás tuviera que abandonarlo. Nunca antes se había sentido tan completo como en ese momento.
Suspirando de contento, decidió dejar de luchar contra la razón y cesar de preguntarse cómo era posible aquello, aceptando por fin que la magia tenía tantos matices que jamás dejaría de sorprenderlo. Y si, como en esa ocasión, la sorpresa era para su bien, pues tanto mejor. ¿Quién iba a quejarse de eso?
Sonrió.
Sin fuerzas para levantarse o limpiarse o siquiera echarse las mantas encima, Harry apagó la luz de la lámpara y se acurrucó sobre su almohada, abandonándose al grato sopor que siempre sigue al orgasmo.
-Eso fue increíble, Draco -masculló sin perder la tenue sonrisa que se había dibujado en su rostro sonrojado-. Gracias…
Dentro de él sonó la voz de Draco, jadeante, satisfecha y un poco insegura, susurrando un quedo El placer también fue mío… Harry.
Lamentablemente, éste ya estaba profundamente dormido y no pudo oírlo.
~
Despertó muchas horas después, justo cuando el amanecer teñía de gris plomizo el cielo londinense. Sintió frío y se percató de que estaba desnudo y que no se había metido debajo de las mantas; por un momento se preguntó por qué demonios había terminado durmiendo así. Parpadeó mientras los eventos sucedidos la noche anterior regresaban a su mente y lo inundaban con una alegría que hacía mucho no sentía.
Draco le correspondía y, de alguna manera extraordinaria, había terminado teniendo sexo con él.
Se incorporó bruscamente hasta quedar sentado; la urgencia de ayudar a Draco a sanar su cuerpo, de nuevo puso todos sus sentidos en alerta. Tenía que levantarse, ducharse y largarse al Ministerio, o a San Mungo, o a donde fuera que pudiese hacer algo para descubrir cómo…
-Oye, héroe, tranquilo. ¿Así despiertas todas las mañanas? Ahora comprendo por qué todos tus compañeros de habitación en Gryffindor tenían semejante cara de pasmo.
La voz de Draco, animada y provocativa, había sonado justo a su lado. Harry entornó los ojos mientras trataba de enfocarlos en la figura humana que, vestida con su ropa de siempre y acostada pero sin arrugar las mantas, era apenas visible bajo la exigua luz del alba. Estiró la mano hasta la mesita de noche y buscó sus anteojos. No quería perderse detalle del prodigioso suceso que representaba tener a Draco -así fuera solamente su espíritu- en la cama junto a él. Se colocó los anteojos al tiempo que se volvía a acostar, ahora metiéndose debajo de las mantas y sin dejar de notar la mancha de semen seco que tenía sobre el estómago. Se pasó la mano por aquella evidencia indudable de que lo que recordaba no había sido un sueño, y no pudo evitar sonreír con ganas.
-Buenos días -le dijo a Draco mientras se ponía de lado para verlo a la cara.
Draco no contestó, pero la sonrisa que tenía le bastaba a Harry para considerarlo como el saludo más cariñoso que alguna vez el rubio le hubiese obsequiado en toda su historia.
-Tengo algo que decirte -dijeron los dos a la vez, y enseguida Harry estalló en carcajadas.
-¿No está pasándonos eso muy seguido? -preguntó. Draco lo miró frunciendo el ceño y Harry añadió-: Lo de decir las mismas frases al mismo tiempo.
Draco suspiró y puso los ojos en blanco: un gesto exasperado que sólo agrandó la sonrisa de Harry.
-Mira, Potter, si me sales con que es señal divina de una conexión gestándose entre tú y yo, o cualquier mierda cursi de ésas, te juro que me meteré en ti y te haré caminar desnudo hasta tu trabajo.
Harry sofocó una risa antes de decirle:
-Comprendido, gruñón. Bueno, habla tú primero.
Draco apretó los labios en un gesto de inquietud antes de comenzar.
-La poción que Blaise me estaba obligando a tomar era Filtro de Muertos en Vida -dijo de manera ausente, como si el asunto le atañera a cualquier otra persona menos a él-. Anoche escuché que los sanadores le informaban eso a Astoria, justo antes de que me desvaneciera y regresara aquí.
Harry se estremeció de miedo. Lo único que podía recordar de esa poción era que en una ocasión la había elaborado de manera exitosa gracias a las anotaciones que Snape había dejado en aquel viejo libro que después le había traído tantos problemas. No obstante, no se acordaba si su efecto somnífero era permanente o no.
-¿Hay…? ¿Existe alguna manera de…?
Draco asintió, aunque a Harry le parecía que no se encontraba muy contento.
-Hay un antídoto, en efecto. Es una poción todavía más complicada de hacer y que tiene que ser administrada de una manera muy… particular. Los pocionistas de San Mungo ya la están preparando, según oí. Seguramente en algunas horas se la darán a Astoria para que me suministre la dosis que me despertará.
Harry no podía evitarlo: cada vez que Draco mencionaba el nombre de su esposa, un horrible y doloroso nudo se apretaba más y más en su estómago. A pesar de lo vivido con Draco y de la aplastante evidencia de que el rubio se sentía atraído por él, Harry sentía la presencia de Astoria interponiéndose entre ellos, tan amenazante y visible como una espada de Damocles pendiendo sobre sus cabezas. Tenía terror de que Draco sólo estuviera utilizándolo para aminorar su soledad mientras recuperaba su cuerpo, y que después simplemente regresaría a los brazos de su mujer para nunca más querer volver a saber nada de él.
Harry no quería ni pensar en lo que haría si acaso las cosas resultaban así.
-¿Sólo ella puede hacerlo, o por qué…?
Draco asintió con un gesto que, Harry esperaba, fuera de fastidio.
-Es una cláusula estúpida, pero no hay otra manera de que el antídoto trabaje. El pocionista de la Edad Media que lo creó, maldito romántico imbécil, lo confeccionó de tal manera que sólo puede ser aplicado a través de un beso. -Harry abrió mucho los ojos ante eso-. Sí, lo sé, es lo más idiota que ha existido, jodida poción Wiggenweld de los cojones. Si alguien me hubiera dicho alguna vez que yo iba a necesitarla, lo habría convertido en un gusarajo. -Draco suspiró antes de continuar-: Todavía peor es el hecho de que no puede ser cualquier persona la que tenga que administrarla “de boca a boca”. Tiene que ser alguien que realmente sienta… ya sabes, algo especial por la víctima.
Harry se quedó un buen rato procesando esos datos pero, más que nada, intentando digerir la desagradable realidad de que era Astoria quien sería la encargada de sanar a Draco porque (por supuesto) era ella (y no tú, grandísimo iluso) su pareja ante la sociedad. Era ella, y no él, a quien los sanadores considerarían como alguien que sentía “algo especial” por el paciente en estado de coma.
Draco lo estaba mirando con un curioso gesto en la cara, como si intentara evaluar su reacción. Harry, por su parte, intentó disimular lo amarga que le resultaba esa información, bromeando con una idiotez:
-Pero, oye, Draco… ¿éste no es el cuento muggle de la Bella Durmiente?
Draco asintió con gesto asqueado.
-Y el de Blanca Nieves también. Sí, Potter, no pongas esa cara; estoy bien informado acerca del origen de las leyendas muggles. Todas ellas provienen de al menos un hecho real sucedido en el mundo mágico. ¿Nunca oíste hablar de Leticia Somnolens? Ella era la auténtica bruja malévola protagonista de esos sucesos históricos que luego los muggles convirtieron en cuentos -finalizó con cansancio.
Harry pensó en continuar la broma de la Bella Durmiente para hacer enojar a Draco un poco más, pero recapacitó y mejor optó por quedarse callado. Llamar a Astoria “la dama en blanca armadura” que salvaría a Draco con un beso de amor, no resultaba gracioso para él en lo más mínimo. Decidió dejar el tema por la paz.
-Me alegra que sea sólo eso, Draco -habló en voz baja, mirando directamente a los ojos del rubio-. Ayer Luna me dijo un montón de cosas sin sentido que me habían dejado preocupado. Qué bueno que al final sólo sea algo tan sencillo como aplicar una poción.
Draco abrió los ojos con curiosidad.
-¿Qué fue lo que te dijo la Lunática?
-Que ella pensaba que tal vez tenías un “asunto sin resolver”. Algo que te había obligado a dejar tu cuerpo atrás y vagar por el mundo como un espíritu.
Contrariamente a lo esperado por Harry -que creía que Draco se burlaría de lo dicho por Luna-, éste pareció quedarse cavilando en eso durante un momento. Miraba a Harry con una intensidad tal que parecía querer atravesarlo.
-Puede que la chica no esté tan mal en sus teorías -dijo en voz baja, sorprendiendo a Harry-. Porque la verdad es que sí tengo un par de asuntos sin resolver y de los que pienso encargarme en cuanto consiga despertar en mi cuerpo. -Hizo una larga pausa y Harry no se atrevió a decir nada. Quería que Draco continuara hablando, que le contara a cuáles asuntos se refería. ¿Tendría algo que ver Harry en ellos? Finalmente, Draco prosiguió-: Para empezar, estoy decidido a sincerarme con Astoria.
Harry comenzó a sudar de los nervios. ¿Eso quería decir lo que él tanto anhelaba?
-¿Sincerarte? -repitió con voz trémula y con la esperanza de animar a Draco a que dijera más.
-Sí. Ahora veo que no es justo para ella obligarla a permanecer en un matrimonio que no ha sido más que una farsa desde el inicio. Voy a pedirle el divorcio.
Harry no dijo nada durante un largo rato. No podía. Tuvo que morderse los labios para no sonreír porque no le parecía que fuera una respuesta adecuada a la noticia que Draco le estaba dando. Pero que un rayo lo partiera si enterarse de eso no lo hacía estúpida y grandiosamente feliz. ¿Esas decisiones de Draco tendrían algo que ver con su naciente relación? Y, en primer lugar, ¿Draco consideraba “una relación” a eso que estaba sucediendo entre los dos?
-Me… Me parece que es lo mejor que puedes hacer, Draco -masculló Harry porque se percató de que éste estaba esperando que dijera algo.
Draco sonrió tan levemente que Harry apenas sí notó la manera en que sus labios se curvaban un poco hacia arriba en una de sus comisuras.
-Quiero que estés conmigo en San Mungo cuando despierte -ordenó Draco de pronto, y Harry pudo escuchar miedo y esperanza ocultos bajo la capa de su tono mandón. Se sintió bañado de un alivio tan inmenso que podría haber reído sin parar.
-Por supuesto -susurró, sonriéndole cálidamente.
Harry nunca se habría atrevido a pedirle nada a Draco. Nada en absoluto. Se había enamorado de él sabiéndolo casado, así que consideraba que no tenía ningún derecho a exigir nada a cambio. Sin embargo, aquellas palabras habían sonado como dulces promesas a sus oídos ansiosos, y Harry no cabía en él de la felicidad. Las piezas del puzzle que era la desastrosa vida de Harry, por fin parecían caer en su sitio correcto: el cuerpo de Draco estaba a salvo y a punto de ser despertado, se divorciaría, y, aparentemente, quería continuar su relación con él. A pesar de todo, a pesar de todos. Nada podía ser más perfecto que eso.
-Otra cosa que haré en cuanto me recupere -dijo Draco en un tono más ligero-, será investigar qué demonios ha sido esto que nos está ocurriendo.
A Harry no le pasó desapercibido el uso del plural en el “nos”, y eso se sumó a las alegrías que Draco le estaba regalando sin parar durante aquella mañana de abril. Pero no dijo nada y permitió que éste prosiguiera con su charla:
-Nunca había leído nada ni remotamente parecido: ¿un espíritu que deja su cuerpo dormido y que sólo es visto y escuchado por una sola persona en el mundo? Estoy casi seguro de que somos el primer caso. Y no sólo eso. También es bastante extraña esta conexión sensorial de la que parecemos gozar. -Harry arqueó una ceja ante la más que adecuada elección de palabras de Draco-. Tiene que significar algo. En San Mungo sentí cuando tú me tomaste la mano, a diferencia de otras personas que también me tocaban y no me hacían sentir nada en absoluto.
-¿En verdad lo sentiste? -preguntó Harry, dando por sentado que no tenía caso seguir negando que, en efecto, él había tomado una de las manos de Draco entre las suyas-. Qué curioso… ¿y sentiste como yo te siento a ti cuando me… cuando me atraviesas?
Draco sonrió provocativamente.
-¿Caliente y reconfortante? Sí -murmuró-. Sólo espero que cuando vuelva a estar en mi cuerpo, te sigas sintiendo igual de bien al tocarte, Potter. Porque es toda una experiencia, tengo que admitirlo.
De acuerdo, si Draco continuaba hablando de aquella manera, Harry tendría que ir a ducharse con agua helada.
-¿Eso quiere decir que quieres que… tú y yo…? -Harry de verdad no pudo formular la pregunta.
-Digamos que -respondió Draco con esa sonrisa que removía los cimientos de Harry-, cuando me mude a otro apartamento acá cerca, estaré tan nostálgico de mi antiguo hogar en el Soho que tendré que venir todos los días a visitarlo.
Repentinamente Harry se vio asaltado por unas ganas casi irresistibles de tomar a Draco de la camisa, tirar de él y luego besarlo hasta asfixiarlo, tanto, que tuvo que recordarse que ese no era el Draco corpóreo y que no podía hacer nada de eso. Frustrado, apretó los puños sobre la sábana, luchando por contener la enloquecedora necesidad que tenía de tocarlo.
-Promételo -le pidió con voz ronca.
El gesto de Draco de pronto se puso serio aunque en sus ojos todavía brillaba algo que removía el alma de Harry hasta lo más hondo.
-Te doy mi palabra -dijo Draco, levantando la mano derecha a la altura de su hombro y con la palma al frente, a modo de juramento.
Harry pasó saliva mientras sus ojos se clavaban en esa mano. Esa mano, que él había rechazado cuando tenía once años y que ahora le estaba regalando, con un simple pero poderoso gesto de promesa, todo aquello que no se había atrevido a soñar por considerar que no tenía ningún derecho.
Sin poder evitarlo y sin pensar en lo que hacía, Harry también levantó su propia mano y la acercó a la de Draco hasta que ambas quedaron palma contra palma, atravesándose apenas un poco. Harry cerró los ojos durante unos segundos, dejándose inundar con ese reconfortante y placentero calor que ya le resultaba tan conocido. Permanecieron así lo que parecieron ser minutos completos, sólo mirándose a los ojos y sin decir más.
Era increíble que Draco hubiera tenido que irrumpir en su vida en forma de espíritu para que, al fin, Harry y él hubieran comprendido que tal vez estaban destinados a estar juntos desde el principio.
-Creo que ya sé cuál otro “asunto sin resolver” dejaste pendiente -susurró Harry. Draco arqueó una ceja inquisitivamente y Harry le sonrió antes de completar-: Yo.
-Qué ñoño y pretencioso eres, Potter -masculló Draco, poniendo los ojos en blanco en un fingido gesto de hastío.
Pero no apartó su mano, y la sonrisa que tenía en la cara bien podía rivalizar con la luminosidad de aquella brillante mañana.
~
No bien acababa de meterse a la ducha cuando Draco surgió de la nada justo bajo el chorro del agua.
Seguramente Harry se había acostumbrado ya a esas repentinas apariciones de Draco porque ni siquiera se sobresaltó -lo cual fue bueno considerando que las caídas en el baño eran, según sabía, una de las causas de muerte más comunes-, ni tampoco se extrañó del curioso espectáculo de las gotas de agua atravesando sin mojar a un Draco completamente vestido con su elegante traje oscuro. Lo único que sucedió fue que la excitación en el cuerpo de Harry se disparó a niveles estratosféricos. Tanto, que en cuestión de microsegundos ya presentaba una erección total.
Draco sonrió mientras lo miraba de arriba abajo (se lo comía con los ojos), como si Harry desnudo, empapado y con una erección de campeonato, fuera lo más apetecible que hubiese visto nunca. Harry se veía a él mismo tan escuálido y feo que lo dudaba, pero la mirada apasionada de Draco le contaba una historia completamente diferente. Una historia que lo hacía sentirse abochornado pero orgulloso y deseado.
Sin decir palabra y con la mirada turbia, Draco lo arrinconó contra el muro de azulejo, cubriendo la parte delantera de su cuerpo con su presencia y haciéndolo ahogar un jadeo. Harry se dio cuenta de que Draco estaba “inmovilizándolo” de los hombros de nuevo, igual como lo había hecho la noche anterior cuando habían peleado ahí en ese mismo baño. Pero esa vez no fue sólo eso. También pegó su pecho, su estómago y su entrepierna a los de Harry, y no conforme, introdujo una de sus piernas enfundadas en pantalón de diseñador en medio (y a través) de las del moreno.
Harry se sentía ansioso por corresponder y creía que no podría esperar a ponerle las manos encima a Draco cuando éste por fin despertara en su cuerpo. Daría lo que fuera por acariciarlo, por besarlo, por conocer su olor y su sabor… por llenarlo de mimos hasta conseguir conducirlo a su propio orgasmo. Ajeno a sus pensamientos, Draco se frotó contra él (si era posible decir tal cosa) y enterró su cara en el cuello de Harry, logrando que éste dejara de lamentarse por lo que todavía no podían hacer y regresándolo a disfrutar el extraordinario momento presente.
Tener a Draco así, “tocándolo” en toda la extensión frontal de su cuerpo, con sus manos sumergidas dentro de sus hombros clavándolo contra el muro; sin más ruido en el baño que el producido por el agua cayendo entre ellos y las palabras ardientes que Draco comenzó a susurrarle al oído… todo eso habría sido suficiente para conseguir que Harry se corriera si hubiese durado un poco más. Pero Draco parecía no dispuesto a esperar.
-Tócate -suspiró contra la oreja de Harry, y aunque éste no podía sentir realmente su aliento, las palabras solas lo hicieron vibrar-. Quiero verte acariciarte hasta que te corras, y quiero que lo hagas imaginándote que es mi boca porque eso será lo primero que te haré en cuanto tenga mi cuerpo.
-Joder, Draco… -gimoteó Harry, tan sobrepasado que sentía que el corazón estaba saliéndosele del pecho.
No había lugar para ternuras ni preliminares, lo que existía entre Draco y él era un deseo tan crudo que requería alivio inmediato. Sin esperar a que Draco volviera a pedírselo, Harry llevó la mano derecha a su erección y comenzó a acariciarse con rapidez; el agua caliente y la cercanía de Draco multiplicaban por mil las sensaciones en su miembro y lo hacían temblar de placer. Draco se separó un poco de él y bajó la vista, clavando la mirada en el miembro de Harry y en su mano moviéndose. Harry, a su vez, sólo le bastó observar los ojos vidriosos con que Draco lo estaba mirando, su boca entreabierta y su sonrosada lengua asomándose un poco entre los labios, y no pudo resistirlo más. Apretó los ojos y arrojó la cabeza hacia atrás; el orgasmo lo azotó mientras se imaginaba que estaba vaciándose en la dulce y ardiente garganta de Draco.
Ese simple pensamiento mientras se corría lo hizo rugir de placer.
Draco se quedó pegado a él hasta que todo terminó, hasta que el agua limpió por completo la piel de Harry y cesaron las palpitaciones que estremecían su cuerpo. Entonces, Draco volvió a rozar el cuello de Harry con su cara -gesto que el moreno sospechaba que era como un beso, y pensar en eso lo hacía ilusionarse con ganas-, y finalmente se incorporó y buscó los ojos de Harry. Soltó una risita, le dedicó una mirada cargada de significado y desapareció del baño, dejando atrás a un Harry totalmente deshecho y atontado.
Sintiéndose satisfecho y muy cansado, Harry fue resbalando poco a poco por el muro de azulejos hasta que terminó sentado en cuclillas bajo el chorro del agua tibia. Y así se quedó durante un largo rato.
Nunca antes, en toda su vida, se había sentido tan pleno, esperanzado y contento. Tanto, que no le importó estar derramando una cantidad de agua igual al caudal del Río Támesis mientras despertaba de su letargo, conseguía que le dejaran de temblar las rodillas para poder levantarse, y lograba que las manos lo obedecieran de nuevo para comenzar a enjabonarlo.
El pensamiento de que tal vez en algún momento de ese mismo día, tendría por fin a su lado al Draco de carne y hueso, lo hizo ponerse repentinamente nervioso y ansioso por lavarse muy bien hasta el último rincón de su cuerpo. Jamás había demorado horas en terminar de ducharse, vestirse y (vanamente intentar) peinarse.
Era peor que arreglarse para una cita y Harry no podía dejar de sonreír tontamente al pensar que, de cierta forma, era así.